Hijos e Hijas de Dios

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Si pecamos, nos defiende, 16 de enero

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 1 Juan 2:1. HHD 24.1

El Señor Jehová no consideró completo su plan de salvación mientras sólo se encontrara investido de su propio amor. Por indicación suya, puso junto a su altar a un Abogado revestido de nuestra naturaleza. Como nuestro Intercesor, la función de Cristo consiste en presentarnos al Padre como sus hijos e hijas. HHD 24.2

Cristo se ha comprometido a ser nuestro sustituto y seguridad, y no rechaza a nadie. Hay un fondo inagotable de obediencia perfecta que surge de su obediencia. En el cielo sus méritos, abnegación y sacrificio propio, se atesoran como incienso que se ofrece juntamente con las oraciones de su pueblo. Cuando las sinceras y humildes oraciones de los pecadores ascienden al trono de Dios, Cristo mezcla con ellas los méritos de su propia vida de perfecta obediencia. Nuestras oraciones resultan fragantes gracias a este incienso. Cristo se ha comprometido a interceder en nuestro favor, y el Padre siempre oye al Hijo. HHD 24.3

Este es el misterio de la piedad. Que Cristo haya tomado la naturaleza humana, y que por una vida de humillación eleve al hombre en la escala del valor moral junto a Dios; que pueda llevar la naturaleza que adoptó junto al trono de Dios, y que allí presente a sus hijos al Padre, confiriéndoles un honor que excede al que les ha otorgado a los ángeles, es la maravilla del universo celestial, el misterio que los ángeles desean contemplar. Este es el amor que quebranta el corazón del pecador.—Manuscrito 21, 1900. HHD 24.4

El que no puede ver a los seres humanos expuestos a la destrucción sin derramar su propia alma hasta la muerte para salvarlos de la ruina eterna, considerará con piedad y compasión a toda alma que comprenda que no puede salvarse a sí misma.— General Conference Bulletin (1899). HHD 24.5