Historia de los Patriarcas y Profetas
Capítulo 42—La repetición de la ley
Este capítulo está basado en Deuteronomio 4 a 6; 21.
El Señor anunció a Moisés que se acercaba el tiempo indicado para que Israel tomara posesión de Canaán; y mientras el anciano profeta se hallaba en las alturas que dominaban el río Jordán y la tierra prometida, miró con profundo interés la herencia de su pueblo. ¿No podría revocarse la sentencia pronunciada contra él a causa de su pecado en Cades? Con reverente fervor imploró: “Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo o en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte y el Líbano”. Deuteronomio 3:24, 25. PP 439.1
Recibió esta respuesta: “¡Basta!, no me hables más de este asunto. Sube a la cumbre del Pisga y alza tus ojos hacia el oeste, el norte, el sur y el este, y mira con tus propios ojos, porque no pasarás el Jordán”. Vers. 26, 27. PP 439.2
Sin murmurar, Moisés se sometió a lo decretado por Dios. Y su preocupación se concentró en el pueblo de Israel. ¿Quién sentiría el interés que él había tenido por el bienestar de ese pueblo? Con el corazón desbordante de emoción elevó esta oración: “Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, ponga sobre la congregación un hombre que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como rebaño sin pastor”. Números 27:16, 17. PP 439.3
El Señor oyó la oración de su siervo; y le dio esta respuesta: “Toma a Josué hijo de Nun, hombre en el cual hay espíritu, y pon tu mano sobre él. Preséntalo luego ante el sacerdote Eleazar y ante toda la congregación, y le darás el cargo en presencia de ellos. Pon parte de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezca”. Vers. 18-20. Josué había sido asistente de Moisés por mucho tiempo; y por ser un hombre de sabiduría, capacidad y fe, fue escogido como sucesor del gran legislador. PP 440.1
Por la imposición de las manos de que le hizo objeto Moisés al mismo tiempo que le hacía recomendaciones impresionantes, Josué fue consagrado solemnemente caudillo de Israel. También se le admitió entonces a participar en el gobierno. Moisés transmitió al pueblo las palabras del Señor relativas a Josué: “Él se presentará ante el sacerdote Eleazar y le consultará por el juicio del Urim delante de Jehová. Por el dicho de él saldrán y por el dicho de él entrarán, él y toda la comunidad de los hijos de Israel junto con él”. Vers. 21. PP 440.2
Antes de abandonar su puesto como jefe visible de Israel, Moisés recibió la orden de repetirle la historia de su liberación de Egipto y de sus peregrinaciones a través de los desiertos, como también de darle una recapitulación de la ley promulgada desde el Sinaí. Cuando se entregó la ley, eran pocos los miembros de la congregación presente que tenían suficiente edad para comprender la terrible y grandiosa solemnidad de la ocasión. Como pronto iban a cruzar el Jordán y tomar posesión de la tierra prometida, Dios quería presentarles las exigencias de su ley, e imponerles la obediencia como condición previa para obtener prosperidad. PP 440.3
Moisés se presentó ante el pueblo con el objeto de repetirle sus últimas advertencias y amonestaciones. Una santa luz iluminaba su rostro. La edad había encanecido su cabello; pero su cuerpo se mantenía erguido, su fisonomía expresaba el vigor robusto de la salud, y tenía los ojos claros y penetrantes. Era aquella una ocasión importante y solemne, y con profunda emoción describió al pueblo el amor y la misericordia de su Protector todopoderoso: PP 440.4
“Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día en que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer? ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación, con pruebas, con señales, con milagros y con guerra, y mano poderosa y brazo extendido, y hechos aterradores, como todo lo que hizo con vosotros Jehová, vuestro Dios, en Egipto ante tus ojos? A ti te fue mostrado, para que supieras que Jehová es Dios y que no hay otro fuera de él”. Deuteronomio 4:32-35. PP 440.5
“No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos, sino porque Jehová os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de la servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto. Conoce, pues, que Jehová, tu Dios, es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta por mil generaciones”. Deuteronomio 7:7-9. PP 441.1
Los israelitas habían estado dispuestos a culpar a Moisés por todas sus dificultades; pero ahora se habían eliminado todas las sospechas que tenían de que él estuviera dominado por el orgullo, la ambición o el egoísmo, y escucharon sus palabras con toda confianza. Moisés les presentó fielmente todos sus errores, y las transgresiones de sus padres. A menudo habían sentido impaciencia y rebeldía por causa de su larga peregrinación en el desierto; pero no podía acusarse al Señor por esta demora en tomar posesión de Canaán; él lamentaba más que ellos el no haber podido ponerlos inmediatamente en posesión de la tierra prometida, y así demostrar a todas las naciones cuán grande era su poder para librar a su pueblo. Debido a su falta de confianza en Dios, a su orgullo y a su incredulidad, no habían estado preparados para entrar en la tierra de Canaán. En ninguna manera representarían a aquel pueblo cuyo Dios era Jehová; porque no tenían su carácter de pureza, bondad y benevolencia. Si sus padres hubieran acatado con fe la dirección de Dios, dejándose gobernar por sus juicios y andando en sus estatutos, se habrían establecido en Canaán mucho tiempo antes como un pueblo próspero, santo y feliz. Su tardanza en entrar en la buena tierra deshonró a Dios, y menoscabó su gloria ante los ojos de las naciones circundantes. PP 441.2
Moisés, que entendía perfectamente el carácter y el valor de la ley de Dios, le aseguró al pueblo que ninguna otra nación tenía leyes tan santas, justas y misericordiosas como las que se habían dado a los hebreos. “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová, mi Dios, me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la que vais a entrar para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: “Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta””. Deuteronomio 4:5, 6. PP 441.3
Moisés recordó al pueblo el “día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb”. Y le desafió así: “Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová, nuestro Dios, en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta Ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” Deuteronomio 4:10, 7, 8. Muy bien podría repetirse hoy el reto lanzado a Israel. Las leyes que Dios entregó a su antiguo pueblo eran más sabias, mejores, y humanitarias que las de las naciones más civilizadas de la tierra. Las leyes de las naciones tienen las características de las debilidades y pasiones del corazón humano, mientras que la ley de Dios lleva el sello divino. PP 442.1
“Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que le seáis por pueblo de su heredad como en este día” (vers. 20), declaró Moisés. La tierra en la cual estaban por entrar, y que iba a pertenecerles si obedecieran estrictamente a la ley de Dios, les fue descrita en estas palabras que debieron enternecer los corazones de los israelitas, cuando recordaban que quien tan brillantemente les pintaba las bendiciones de la buena tierra, había sido, por causa del pecado de ellos, excluído de la herencia de su pueblo: PP 442.2
“Porque Jehová, tu Dios, te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; erra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel”. “La tierra a la que vas a entrar para tomarla no es como la tierra de Egipto, de donde habéis salido, donde sembrabas tu semilla y regabas con tu pie, como huerto de hortaliza. La tierra a la que vais a entrar para tomarla es tierra de montes y de vegas, que bebe las aguas de la lluvia del cielo”; “tierra de arroyos, de aguas, de fuentes, de abismos que brotan por vegas y montes; tierra de trigo y cebada, y de vides, e higueras, y granados; tierra de olivas, de aceite, y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, no te faltará nada en ella; tierra que sus piedras son hierro, y de sus montes cortarás metal”; “tierra de la cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el principio del año hasta el fin de él”. Deuteronomio 8:7-9; 11:10-12. PP 442.3
“Cuando Jehová, tu Dios, te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes, las cuales tú no llenaste, con cisternas cavadas, que tú no cavaste, y viñas y olivares que no plantaste, luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová”. “Guardaos, no os olvidéis del pacto que Jehová, vuestro Dios [...]. Porque Jehová, tu Dios, es fuego consumidor, Dios celoso”. En caso de que hicieran lo malo ante los ojos del Señor, entonces, dijo Moisés: “Pronto desapareceréis totalmente de la tierra que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán. No estaréis en ella largos días sin que seáis destruidos”. Deuteronomio 6:10-12; 4:23-26. PP 443.1
Después de la repetición pública de la ley, Moisés completó el trabajo de escribir todas las leyes, los estatutos y los juicios que Dios le había dado a él y todos los reglamentos referentes al sistema de sacrificios. El libro que los contenía fue confiado a los dignatarios correspondientes, y para su custodia se lo colocó al lado del arca. Aun así el gran jefe temía mucho que el pueblo se apartara de Dios. En un discurso sublime y conmovedor les presentó las bendiciones que tendrían si obedecían y las maldiciones que les alcanzarían si violaban la ley: PP 443.2
“Acontecerá que si oyes atentamente la voz de Jehová, tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy [...], también Jehová, tu Dios, te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Bendito serás tú en la ciudad y bendito en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias [...]. Jehová derrotará a los enemigos que se levanten contra ti; por un camino saldrán contra ti y por siete caminos huirán de ti. Jehová enviará su bendición sobre tus graneros y sobre todo aquello en que pongas tu mano”. Véase Deuteronomio 28. PP 443.3
“Pero acontecerá, si no oyes la voz de Jehová, tu Dios, y no procuras cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te ordeno hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones”. “Serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla en todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová”. “Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo, y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo, pues allí te dará Jehová un corazón temeroso, languidez de ojos y tristeza de alma. Tendrás la vida como algo que pende delante de ti, estarás temeroso de noche y de día y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: “¡Quién diera que fuera la tarde!”, y a la tarde dirás: “¡Quién diera que fuera la mañana!”, por el miedo que amedrentará tu corazón y por lo que verán tus ojos”. PP 443.4
Por el Espíritu de la inspiración, Moisés, mirando a través de lejanas edades, describió las terribles escenas del derrocamiento final de Israel como nación, y la destrucción de Jerusalén por los ejércitos de Roma: “Jehová traerá contra ti una nación venida de lejos, de los confines de la tierra, que volará como águila, una nación cuya lengua no entiendas”. PP 444.1
El asolamiento completo de la tierra y los horribles sufrimientos que el pueblo habría de soportar durante el sitio de Jerusalén por los ejércitos de Tito, muchos siglos más tarde, fueron pintados vívidamente: “Comerá el fruto de tu bestia y el fruto de tu tierra, hasta que perezcas [...]. Pondrá sitio a todas tus ciudades, hasta que caigan en toda tu tierra [...]. Comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová, tu Dios, te dio, en medio del sitio y el apuro con que te angustiará tu enemigo”. “La más amable y delicada entre vosotros, de tan pura delicadeza y ternura que nunca intentaría sentar sobre la tierra la planta de su pie, mirará con malos ojos al marido de su corazón, a su hijo, a su hija, y por carecer de todo, se ocultará para comer la placenta que sale de entre sus pies y a los hijos que dé a luz, en medio del asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo en tus ciudades”. PP 444.2
Moisés cerró su discurso con estas palabras conmovedoras: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová, tu Dios, atendiendo a su voz y siguiéndolo a él, pues él es tu vida, así como la prolongación de tus días, a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar”. Deuteronomio 30:19, 20. PP 444.3
Para grabar más profundamente estas verdades en la mente de todos, el gran caudillo las puso en versos sagrados. Ese canto no fue solamente histórico, sino también profético. Al paso que narraba cuán maravillosamente Dios había obrado con su pueblo en el pasado, predecía los grandes acontecimientos futuros, la victoria final de los fieles cuando Cristo vuelva con poder y gloria. Se le mandó al pueblo que aprendiera de memoria este poema histórico y lo enseñara a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Debía cantarlo la congregación cuando se reunía para el culto, y debían repetirlo sus miembros individuales mientras se ocupaban en sus tareas cotidianas. Tenían los padres la obligación de grabar estas palabras en la mente susceptible de sus hijos de tal manera que jamás las olvidaran. PP 444.4
Puesto que los israelitas habían de ser, en un sentido especial, los guardianes y depositarios de la ley de Dios, era necesario que el significado de sus preceptos y la importancia de la obediencia fueran inculcados en forma especial a ellos y por su medio a sus hijos y a los hijos de sus hijos. El Señor mandó con respecto a las palabras de sus estatutos: “Las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. [...] y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”. Deuteronomio 6:7-9. PP 445.1
Cuando sus hijos les preguntaran en el futuro: “¿Qué significan los testimonios, y estatutos, y derechos, que Jehová nuestro Dios os mandó?”, los padres tendrían la oportunidad de repetirles la historia de cuán bondadosamente Dios los había tratado, de cómo el Señor había obrado para librarlos a fin de que ellos pudieran obedecer su ley, y debían declararles: “Nos mandó que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová, nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días y para que nos conserve la vida, como hasta hoy. Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová, nuestro Dios, como él nos ha mandado”. Vers. 20-25. PP 445.2