Historia de los Patriarcas y Profetas

26/75

Capítulo 25—El Éxodo

Ceñidos con el cinto, las sandalias calzadas, y el bastón en la mano, el pueblo de Israel permanecía en silencio reverente, y sin embargo expectante, mientras esperaba que el mandato real les ordenara ponerse en marcha. Antes de llegar la mañana, ya estaban en camino. Durante el tiempo de las plagas, ya que la manifestación del poder de Dios había encendido la fe en los corazones de los siervos y había, infundido terror en sus opresores, los israelitas se habían reunido poco a poco en Gosén; y no obstante lo repentino de la huida, se habían tomado ya algunas medidas para la organización y dirección de la multitud durante la marcha, dividiéndola en compañías, bajo la dirección de un jefe cada una. PP 253.1

Y salieron “Eran unos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. También subió con ellos una gran multitud de toda clase de gentes”. Éxodo 12:34-39. Esta multitud se componía no solo de los que obraron movidos por la fe en el Dios de Israel, sino también de un número mayor de individuos que trataban únicamente de escapar de las plagas, o que se unieron a las columnas en marcha por pura excitación y curiosidad. Esta clase de personas fue siempre un obstáculo y un tropiezo para Israel. PP 253.2

El pueblo llevó consigo también “ovejas y muchísimo ganado”. Estos eran propiedad de los israelitas, que nunca habían vendido sus posesiones al rey, como lo habían hecho los egipcios. Jacob y sus hijos habían llevado su ganado consigo a Egipto, y allí había aumentado grandemente. Antes de salir de Egipto, el pueblo, siguiendo las instrucciones de Moisés, exigió una remuneración por su trabajo que no le había sido pagado; y los egipcios estaban tan ansiosos de deshacerse de ellos que no les negaron lo pedido. Los esclavos se marcharon cargados con el botín de sus opresores. PP 254.1

Aquel día completó la historia revelada a Abraham en visión profética siglos antes: “Ten por cierto que tu descendencia habitará en tierra ajena, será esclava allí y será oprimida cuatrocientos años. Pero también a la nación a la cual servirán juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza”. Génesis 15:13, 14; véase el Apéndice, nota 6. Se habían cumplido los cuatrocientos años. “En aquel mismo día sacó Jehová a los hijos de Israel de la tierra de Egipto por grupos”. Éxodo 12:40, 41, 51. Al salir de Egipto los israelitas llevaron consigo un precioso legado: los huesos de José (véase Éxodo 13), que habían esperado por tanto tiempo el cumplimiento de la promesa de Dios, y que durante los tenebrosos años de esclavitud habían servido a manera de recordatorio que anunciaba la liberación de los israelitas. PP 254.2

En vez de seguir la ruta directa hacia Canaán, que pasaba por el país de los filisteos, el Señor los dirigió hacia el sur, hacia las orillas del mar Rojo. “Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y regrese a Egipto”. Si hubieran tratado de pasar por Filistea, habrían encontrado oposición, pues los filisteos, considerándolos como esclavos que huían de sus amos, no habrían vacilado en hacerles la guerra. Los israelitas no estaban preparados para un encuentro con aquel pueblo fuerte y belicoso. Tenían un conocimiento muy limitado de Dios y muy poca fe en él, y se habrían aterrorizado y desanimado. Carecían de armas y no estaban habituados a la guerra; tenían el espíritu deprimido por su prolongada servidumbre, y se hallaban impedidos por las mujeres y los niños, los rebaños y las manadas. Al dirigirlos por la ruta del Mar Rojo, el Señor se reveló como un Dios compasivo y juicioso. PP 254.3

“Partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto. Jehová iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que anduvieran de día y de noche. Nunca se apartó del pueblo la columna de nube durante el día, ni la columna de fuego durante la noche”. El salmista dice: “Extendió una nube por cubierta, y fuego para alumbrar la noche”. Salmos 105:39; véase también 1 Corintios 10:1, 2. El estandarte de su invisible caudillo estaba siempre con ellos. Durante el día la nube dirigía su camino, o se extendía como una cortina sobre la hueste. Servía de protección contra el calcinante sol, y con su sombra y humedad daba grata frescura en el acalorado y sediento desierto. En la noche se convertía en una columna de fuego, que iluminaba el campamento, y les aseguraba constantemente que la presencia divina estaba con ellos. PP 254.4

En uno de los pasajes más hermosos y consoladores de la profecía de Isaías, se hace referencia a la columna de nube y de fuego para indicar cómo escoltará Dios a su pueblo en la gran lucha final con los poderes del mal: “Y creará Jehová sobre toda la morada del monte Sión y sobre los lugares de sus asambleas, nube y oscuridad de día, y de noche resplandor de llamas de fuego. Y sobre todo, la gloria del Señor, como un dosel; y habrá un resguardo de sombra contra el calor del día, y un refugio y escondedero contra la tempestad y el aguacero”. Isaías 4:5, 6. PP 255.1

Viajaron a través del lóbrego y árido desierto. Ya comenzaban a preguntarse adónde los conduciría ese viaje; ya estaban cansándose de aquella ajetreada ruta, y algunos comenzaron a sentir el temor de una persecución de parte de los egipcios. Pero la nube continuaba avanzando, y ellos la seguían. Entonces el Señor indicó a Moisés que se desviara en dirección a un desfiladero rocoso para acampar junto al mar. Le reveló que el faraón los perseguiría, pero que Dios sería glorificado por su liberación. PP 255.2

En Egipto se esparció la noticia de que los hijos de Israel, en vez de detenerse para adorar en el desierto, iban hacia el Mar Rojo. Los consejeros del faraón manifestaron al rey que sus esclavos habían huido para nunca más volver. El pueblo deploró su locura de haber atribuido la muerte de los primogénitos al poder de Dios. Los grandes hombres, reponiéndose de sus temores, explicaron las plagas por causas naturales. “¿Cómo hemos hecho esto? Hemos dejado ir a Israel, para que no nos sirva” (véase Éxodo 14) era su amargo clamor. PP 255.3

El faraón reunió sus fuerzas, “y tomó seiscientos carros escogidos, y todos los carros de Egipto”, y capitanes y soldados de caballería, e infantería. El rey mismo, rodeado por los principales hombres de su reino, encabezaba el ejército. Para obtener el favor de los dioses, y asegurar así el éxito de su empresa, los sacerdotes también los acompañaban. El rey estaba decidido a intimidar a los israelitas mediante un gran despliegue de poder. Los egipcios temían que su forzada sumisión al Dios de Israel los expusiera a la burla de las otras naciones; pero si ahora salían con gran demostración de poder y traían de vuelta a los fugitivos, recuperarían su prestigio y también el servicio de sus esclavos. PP 255.4

Los hebreos estaban acampados junto al mar, cuyas aguas presentaban una barrera aparentemente infranqueable ante ellos, mientras que por el sur una montaña escabrosa obstruía su avance. De pronto, divisaron a lo lejos las relucientes armaduras y el movimiento de los carros, que anunciaban la venida de un gran ejército. A medida que las fuerzas se acercaban, se veía a las huestes de Egipto en plena persecución. El terror se apoderó del corazón de los israelitas. Algunos clamaron al Señor, pero la mayor parte de ellos se apresuraron a presentar sus quejas a Moisés: “¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué nos has hecho esto? ¿Por qué nos has sacado de Egipto? Ya te lo decíamos cuando estábamos en Egipto: Déjanos servir a los egipcios, porque mejor nos es servir a los egipcios que morir en el desierto”. PP 256.1

Moisés se turbó grandemente al ver que su pueblo mostraba tan poca fe en Dios, a pesar de que repetidamente habían presenciado la manifestación de su poder en favor de ellos. ¿Cómo podía el pueblo culparlo de los peligros y las dificultades de su situación, cuando él había seguido el mandamiento expreso de Dios? Era verdad que no había posibilidad de liberación a no ser que Dios mismo interviniera en su favor; pero habiendo llegado a esta situación por seguir la dirección divina, Moisés no temía las consecuencias. Su serena y confortadora respuesta al pueblo fue: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy, porque los egipcios que hoy habéis visto, no los volveréis a ver nunca más. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”. Éxodo 14:13, 14. PP 256.2

No era cosa fácil mantener a las huestes de Israel en actitud de espera ante el Señor. Faltándoles disciplina y dominio propio, se tornaron violentos e irrazonables. Esperaban caer pronto en manos de sus opresores, y sus gemidos y lamentaciones eran intensos y profundos. Habían seguido a la maravillosa columna de nube como a la señal de Dios que les ordenaba avanzar; pero ahora se preguntaban unos a otros si esa columna no presagiaría alguna calamidad; porque ¿no los había dirigido al lado equivocado de la montaña, hacia un desfiladero insalvable? Así, de acuerdo con su errada manera de pensar, el ángel del Señor parecía como el precursor de un desastre. PP 256.3

Pero cuando se acercaban las huestes egipcias creyéndolos presa fácil, la columna de nube se levantó majestuosa hacia el cielo, pasó sobre los israelitas, y descendió entre ellos y los ejércitos egipcios. Se interpuso como muralla de tinieblas entre los perseguidos y los perseguidores. Los egipcios no podían ver el campamento de los hebreos, y se vieron obligados a detenerse. Pero a medida que la oscuridad de la noche se espesaba, la muralla de nube se convirtió en una gran luz para los hebreos, llenando todo el campamento con un resplandor semejante a la luz del día. Entonces volvió la esperanza a los corazones de los israelitas. Moisés levantó su voz a Dios. Y el Señor le dijo: “¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú, alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, para que entren los hijos de Israel por medio de la mar en seco”. PP 257.1

El salmista describiendo el cruce del mar por Israel, cantó: PP 257.2

“En el mar fue tu camino
y tus sendas en las muchas aguas;
tus pisadas no fueron halladas.
Condujiste a tu pueblo como a ovejas
por mano de Moisés y de Aarón”. Salmos 77:19, 20.
PP 257.3

Cuando Moisés extendió su vara, las aguas se dividieron, e Israel marchó en medio del mar, sobre tierra seca, mientras las aguas se mantenían como murallas a los lados. La luz de la columna de fuego de Dios brilló sobre las olas espumosas, y alumbró el camino cortado como un inmenso surco a través de las aguas del mar, que se perdía en la oscuridad de la lejana playa. PP 257.4

“Los egipcios los siguieron, y toda la caballería del faraón, sus carros y su gente de a caballo entraron tras ellos hasta la mitad del mar. Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios”. Éxodo 14:23, 24. La misteriosa nube se transformó en una columna de fuego ante sus ojos atónitos. Los truenos retumbaron, y los relámpagos centellearon. “Las nubes echaron inundaciones de aguas: tronaron los cielos y se precipitaron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra”. Salmos 77:17, 18. PP 257.5

La confusión y la consternación se apoderaron de los egipcios. En medio de la ira de los elementos, en la cual oyeron la voz de un Dios airado, trataron de desandar su camino y huir hacia la orilla que habían dejado. Pero Moisés extendió su vara, y las aguas amontonadas, silbando y bramando, hambrientas de su presa, se precipitaron sobre ellos, y tragaron al ejército egipcio en sus negras profundidades. PP 258.1

Al despuntar el alba, los israelitas pudieron ver todo lo que quedaba de su poderoso enemigo: cuerpos vestidos de corazas arrojados a la orilla. Una sola noche les había traído completa liberación del más terrible peligro. Aquella vasta y desamparada muchedumbre de esclavos no acostumbrados a la batalla, de mujeres, niños y ganado, que tenían el mar frente a ellos y los poderosos ejércitos de Egipto a sus espaldas, habían visto una senda abierta al través de las aguas, y sus enemigos derrotados en el momento en que esperaban el triunfo. Jehová solo los había liberado, y a él elevaron con fervor sus corazones agradecidos. Sus emociones encontraron expresión en cantos de alabanza. El Espíritu de Dios vino sobre Moisés, el cual dirigió al pueblo en un triunfante himno de acción de gracias, el más antiguo y uno de los más sublimes que el hombre conoce: PP 258.2

“Cantaré yo a Jehová, porque se ha cubierto de gloria;
ha echado en el mar al caballo y al jinete.
Jehová es mi fortaleza y mi cántico.
Ha sido mi salvación.
Este es mi Dios, a quien yo alabaré;
el Dios de mi padre, a quien yo enalteceré.
Jehová es un guerrero. ¡Jehová es su nombre!
Echó en el mar los carros del faraón y su ejército.
Lo mejor de sus capitanes, en el Mar Rojo se hundió.
Los abismos los cubrieron;
descendieron a las profundidades como piedra.
Tu diestra, Jehová, ha magnificado su poder.
Tu diestra, Jehová, ha aplastado al enemigo [...].
Con la grandeza de tu poder has derribado
¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses?
¿Quién como tú, magnífico en santidad,
terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios? [...].
Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste.
Lo llevaste con tu poder a tu santa morada.
Lo oirán los pueblos y temblarán [...]. ¡Que caiga sobre ellos temblor y espanto!
Ante la grandeza de tu brazo enmudezcan como una piedra,
hasta que haya pasado tu pueblo, oh Jehová,
hasta que haya pasado este pueblo que tú rescataste.
Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad,
en el lugar donde has preparado, oh Jehová, tu morada”. Éxodo 15:1-17.
PP 258.3

Como una voz que surgiera de gran profundidad, elevaron las vastas huestes de Israel ese sublime tributo. Las mujeres israelitas también se unieron al coro. María, la hermana de Moisés, dirigió a las demás mientras cantaban con panderos y danzaban. En la lejanía del desierto y del mar resonaba el gozoso coro, y las montañas repetían el eco de las palabras de su alabanza: “Cantad a Jehová, porque se ha cubierto de gloria”. Vers. 21. PP 259.1

Este canto y la gran liberación que conmemoraba hicieron una impresión imborrable en la memoria del pueblo hebreo. Siglo tras siglo fue repetido por los profetas y los cantores de Israel para dar testimonio de que Jehová es la fortaleza y la liberación de los que confían en él. PP 259.2

Ese canto no pertenece únicamente al pueblo judío. Indica la futura destrucción de todos los enemigos de la justicia, y señala la victoria final del Israel de Dios. El profeta de Patmos vio la multitud vestida de blanco, “los que habían alcanzado la victoria”, que estaban sobre “un mar de vidrio mezclado con fuego”, “con las arpas de Dios. “Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero”. Apocalipsis 15:2, 3. PP 259.3

“No a nosotros, Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria por tu misericordia, por tu verdad”. Salmos 115:1. Tal fue el espíritu que saturaba el canto de liberación de Israel, y es el espíritu que debe morar en el corazón de los que aman y temen a Dios. Al libertar nuestras almas de la esclavitud del pecado, Dios ha obrado para nosotros una liberación todavía mayor que la de los hebreos ante el Mar Rojo. Como la hueste hebrea, nosotros debemos alabar al Señor con nuestro corazón, nuestra alma, y nuestra voz por “sus maravillas para con los hijos de los hombres”. Salmos 107:8. Los que meditan en las grandes misericordias de Dios, y no olvidan sus dones menores, se llenan de felicidad y cantan en sus corazones al Señor. Las bendiciones diarias que recibimos de la mano de Dios, y sobre todo, la muerte de Jesús para poner la felicidad y el cielo a nuestro alcance, deben ser objeto de constante gratitud. PP 259.4

¡Qué compasión, qué amor sin par, nos ha manifestado Dios a nosotros, perdidos pecadores, al unirnos a él, para que seamos su tesoro especial! ¡Qué sacrificio ha hecho nuestro Redentor para que podamos ser llamados hijos de Dios! Debemos alabar a Dios por la bendita esperanza que nos ofrece en el gran plan de redención; debemos alabarle por la herencia celestial y por sus ricas promesas; debemos alabarle porque Jesús vive para interceder por nosotros. PP 260.1

“El que ofrece sacrificios de alabanza me honrará” (Salmos 50:23), dice el Señor. Todos los habitantes del cielo se unen para alabar a Dios. Aprendamos el canto de los ángeles ahora, para que podamos cantarlo cuando nos unamos a sus huestes resplandecientes. Digamos con el salmista: “Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva”. “Alábente, Dios, los pueblos; todos los pueblos te alaben!” Salmos 146:2; 67:5. PP 260.2

En su providencia Dios mandó a los hebreos que se detuvieran frente a la montaña junto al mar, a fin de manifestar su poder al liberarlos y humillar el orgullo de sus opresores. Hubiera podido salvarlos de cualquier otra forma, pero escogió este procedimiento para acrisolar la fe del pueblo y fortalecer su confianza en él. El pueblo estaba cansado y atemorizado; sin embargo, si hubieran retrocedido cuando Moisés les ordenó avanzar, Dios no les habría abierto el camino. Fue por la fe como “pasaron el Mar Rojo como por tierra seca”. Hebreos 11:29. Al avanzar hasta el agua misma, demostraron creer la palabra de Dios dicha por Moisés. Hicieron todo lo que estaba a su alcance, y entonces el Poderoso de Israel dividió el mar para abrir sendero para sus pies. PP 260.3

En esto se enseña una gran lección para todos los tiempos. A menudo la vida cristiana está acosada de peligros, y se hace difícil cumplir el deber. La imaginación concibe la ruina inminente delante, y la esclavitud o la muerte detrás. No obstante, la voz de Dios dice claramente: “Avanza”. Debemos obedecer este mandato aunque nuestros ojos no puedan penetrar las tinieblas, y aunque sintamos las olas frías a nuestros pies. Los obstáculos que impiden nuestro progreso no desaparecerán jamás ante un espíritu que se detiene y duda. Los que postergan la obediencia hasta que toda sombra de incertidumbre desaparezca y no haya ningún riesgo de fracaso o derrota no obedecerán nunca. La incredulidad nos susurra: “Esperemos que se quiten los obstáculos y podamos ver claramente nuestro camino”; pero la fe nos impele valientemente a avanzar esperándolo todo y creyéndolo todo. PP 260.4

La nube que fue una muralla de tinieblas para los egipcios, fue para los hebreos un gran torrente de luz, que iluminó todo el campamento, derramando claridad sobre su sendero. Así las obras de la Providencia acarrean a los incrédulos tinieblas y desesperación, mientras que para el alma creyente están llenas de luz y paz. El sendero por el cual Dios dirige nuestros pasos puede pasar por el desierto o por el mar, pero es un sendero seguro. PP 261.1