Historia de los Patriarcas y Profetas

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Capítulo 21—José y sus hermanos

Este capítulo está basado en Génesis 41:54; 42 y 50.

Cuando se iniciaron los años fructíferos comenzaron los preparativos para el hambre que se aproximaba. Bajo la dirección de José, se construyeron inmensos graneros en los lugares principales de todo Egipto, y se hicieron amplios preparativos para conservar el excedente de la esperada cosecha. Se siguió el mismo procedimiento durante los siete años de abundancia hasta que la cantidad de granos guardados era incalculable. PP 201.1

Y luego, de acuerdo con la predicción de José, comenzaron los siete años de escasez. “Hubo hambre en todos los países, pero en toda la tierra de Egipto había pan. Cuando se sintió el hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó por pan al faraón. Y dijo el faraón a todos los egipcios: “Id a José, y haced lo que él os diga”. Cuando el hambre se extendió por todo el país, abrió José todos los graneros donde estaba el trigo, y lo vendía a los egipcios”. Génesis 41:54-56. PP 201.2

El hambre se extendió a la tierra de Canaán, y fue muy severa en la región donde moraba Jacob. Habiendo oído hablar de la abundante provisión hecha por el rey de Egipto, diez de los hijos de Jacob se trasladaron allá para comprar granos. Al llegar, los llevaron a ver al virrey, y juntamente con otros solicitantes se presentaron ante el gobernador de la tierra, y “se inclinaron a él rostro en tierra”. Véase Génesis 42-50. PP 201.3

“Reconoció, pues, José a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron”. Su nombre hebreo había sido cambiado por el que le había puesto el rey; y había muy poca semejanza entre el primer ministro de Egipto y el muchacho a quien ellos habían vendido a los ismaelitas. Al ver a sus hermanos inclinándose y saludándolo con reverencias, José recordó sus sueños, y las escenas del pasado se presentaron vivamente ante él. Su mirada penetrante, al examinar el grupo, descubrió que Benjamín no estaba entre ellos. ¿Habría sido él también víctima de la traicionera crueldad de aquellos hombres rudos? Decidió averiguar la verdad. “Espías sois -les dijo severamente-; para ver las regiones indefensas del país habéis venido”. Génesis 42:9. PP 202.1

Contestaron ellos: “No, señor nuestro, sino que tus siervos han venido a comprar alimentos. Todos nosotros somos hijos del mismo padre y somos hombres honrados; tus siervos nunca fueron espías”. PP 202.2

José deseaba saber si todavía tenían el mismo espíritu arrogante que cuando él estaba con ellos, y también quería obtener alguna información respecto a su hogar; no obstante, sabía muy bien cuán engañosas podían ser las declaraciones que ellos hicieran. Los acusó de nuevo, y contestaron: “Tus siervos somos doce hermanos, hijos de un varón en la tierra de Canaán; y he aquí el menor está hoy con nuestro padre, y otro no parece”. PP 202.3

Fingiendo dudar de la veracidad de lo que decían y considerarlos aún como espías, el gobernador declaró que los probaría, exigiendo que permanecieran en Egipto hasta que uno de ellos fuera a traer a su hermano menor. Si no consentían en hacer esto, serían tratados como espías. PP 202.4

Pero los hijos de Jacob no podían aceptar tal arreglo, puesto que el tiempo que se necesitaba para cumplirlo haría padecer a sus familias por falta de alimento; y ¿cuál de ellos emprendería el viaje en solitario, dejando a sus hermanos en la prisión? ¿Cómo haría frente a su padre en tales circunstancias? Parecía posible que se los condenara a muerte o que se los hiciera esclavos; y si traían a Benjamín, tal vez sería solamente para que participara de la suerte de los demás hermanos. Decidieron permanecer allí y sufrir juntos, más bien que aumentar la tristeza de su padre con la pérdida del único hijo que le quedaba. Por lo tanto se los puso en la cárcel, donde permanecieron tres días. PP 202.5

Durante los años en que José había estado separado de sus hermanos, estos hijos de Jacob habían cambiado de carácter. Habían sido envidiosos, turbulentos, engañosos, crueles y vengativos; pero ahora, al ser probados por la adversidad, se mostraron desinteresados, fieles el uno al otro, consagrados a su padre y sujetos a su autoridad, aunque ya tenían bastante edad. PP 203.1

Los tres días que pasaron en la prisión egipcia fueron para ellos de amarga tristeza, mientras reflexionaban en sus pecados pasados. Porque a menos que se presentara Benjamín, su condenación como espías parecía segura, y tenían poca esperanza de obtener que su padre aceptara enviar a Benjamín. PP 203.2

Al tercer día, José hizo llevar a sus hermanos ante él. No se atrevía a detenerlos por más tiempo. Su padre y las familias que estaban con él podían estar sufriendo por la escasez de alimentos. “Haced esto y vivid: Yo temo a Dios. Si sois hombres honrados, uno de vuestros hermanos se quedará en la cárcel, mientras los demás vais a llevar el alimento para remediar el hambre de vuestra familia. Pero traeréis a vuestro hermano menor; así serán verificadas vuestras palabras y no moriréis”. Ellos aceptaron esta propuesta, aunque expresaban poca esperanza de que su padre permitiera a Benjamín volver con ellos. PP 203.3

José se había comunicado con ellos mediante un intérprete, y sin sospechar que el gobernador los comprendía, conversaron libremente el uno con el otro en su presencia. Se acusaron mutuamente de cómo habían tratado a José: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba y no lo escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia”. Rubén que había querido librarlo en Dotán, agregó: “No os hablé yo y dije: “No pequéis contra el joven, pero no me escuchásteis; por eso ahora se nos demanda su sangre”. PP 203.4

José, que escuchaba, no pudo dominar su emoción, y salió y lloró. Al volver, ordenó que se atara a Simeón ante ellos, y lo mandó a la cárcel. En el trato cruel hacia su hermano, Simeón había sido el instigador y protagonista, y por esta razón la elección recayó sobre él. PP 203.5

Antes de permitir la salida de sus hermanos, José ordenó que se les diera abundante cereal, y que el dinero de cada uno fuera puesto secretamente en la boca de su saco. Se les proporcionó también forraje para sus bestias para el viaje de regreso. En el camino, uno de ellos, al abrir su saco, se sorprendió al encontrar su bolsa de plata. Al anunciarlo a los otros, se sintieron alarmados y perplejos, y se dijeron el uno al otro: “¿Qué es esto que Dios nos ha hecho?” ¿Debían considerarlo como una demostración de la bondad del Señor, o que él lo había permitido para castigarlos por sus pecados y afligirlos más hondamente todavía? Reconocían que Dios había visto sus pecados, y que ahora estaba castigándolos. PP 203.6

Jacob esperaba ansiosamente el regreso de sus hijos, y a su regreso todo el campamento se reunió anhelante alrededor de ellos mientras relataban a su padre todo lo que había ocurrido. La alarma y el recelo llenaron el corazón de todos. La conducta del gobernador egipcio sugería que algo no andaba bien, y sus temores se confirmaron, cuando al abrir los sacos cada uno encontró su dinero. En su angustia el anciano padre exclamó: “Me habéis privado de mis hijos: José no aparece, Simeón tampoco y ahora os llevaréis a Benjamín. Estas cosas acabarán conmigo. Rubén respondió a su padre: “Quítales la vida a mis dos hijos, si no te lo devuelvo. Confíamelo a mí y yo te lo devolveré””. Estas palabras temerarias no aliviaron la preocupación de Jacob. Su respuesta fué: “No descenderá mi hijo con vosotros, pues su hermano ha muerto y él ha quedado solo; si le acontece algún desastre en el camino por donde vais, haréis descender mis canas con dolor al seol”. PP 204.1

Pero la sequía continuaba, y al cabo de cierto tiempo la provisión de granos que habían traído de Egipto estaba casi agotada. Los hijos de Jacob sabían muy bien que sería vano regresar a Egipto sin Benjamín. Tenían poca esperanza de cambiar la resolución del padre, y esperaban la crisis en silencio. La sombra del hambre se hacía cada vez más oscura; en los rostros ansiosos de todo el campamento el anciano leyó su necesidad; por fin dijo: “Volved, y comprad para nosotros un poco de alimento”. PP 204.2

Judá contestó: “Aquel hombre nos advirtió con ánimo resuelto: “No veréis mi rostro si no traéis a vuestro hermano con vosotros”. Si envías a nuestro hermano con nosotros, descenderemos y te compraremos alimento. Pero si no lo envías, no descenderemos, porque aquel hombre nos dijo: “No veréis mi rostro si no traéis a vuestro hermano con vosotros””. Génesis 43:3-5. Viendo que la resolución de su padre empezaba a vacilar, agregó: “Envía al joven conmigo; nos levantaremos e iremos enseguida, a fin de que vivamos y no muramos, ni nosotros, ni tú, ni nuestros niños” y se ofreció como garante de su hermano, comprometiéndose a aceptar la culpa para siempre si no devolvía a Benjamín a su padre. PP 204.3

Jacob no pudo negar su consentimiento por más tiempo, y ordenó a sus hijos que se prepararan para el viaje. También les mandó que llevaran al gobernador un regalo de las cosas que podía proporcionar aquel país devastado por el hambre, “un poco de bálsamo, un poco de miel, aromas y mirra, nueces y almendras”, y también una cantidad doble de dinero. “Asimismo tomad también a vuestro hermano, y levantaos, y volved a aquel hombre”. Cuando sus hijos se disponían a emprender su incierto viaje, el anciano padre se puso de pie, y levantando los brazos al cielo pronunció esta oración: “Que el Dios omnipotente haga que ese hombre tenga misericordia de vosotros, y os suelte al otro hermano vuestro y a este Benjamín. Y si he de ser privado de mis hijos, que lo sea”. PP 205.1

De nuevo viajaron a Egipto, y se presentaron ante José. Cuando vio a Benjamín, el hijo de su propia madre, se conmovió profundamente. Sin embargo, ocultó su emoción, y ordenó que los llevaran a su casa, e hicieran preparativos para que comieran con él. PP 205.2

Al ser llevados al palacio del gobernador, los hermanos se alarmaron grandemente, temiendo que se los llamara a cuenta por el dinero encontrado en los sacos. Creyeron que pudo haber sido puesto allí intencionalmente, con el fin de tener una excusa para convertirlos en esclavos. En su angustia, consultaron al mayordomo de la casa, y le explicaron las circunstancias de su visita a Egipto; y en prueba de su inocencia le informaron que habían traído de vuelta el dinero encontrado en los sacos, y también más dinero para comprar alimentos; y agregaron: “No sabemos quién haya puesto nuestro dinero en nuestros costales”. El hombre contestó: “Paz a vosotros, no temáis. Vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os puso ese tesoro en vuestros costales; yo recibí vuestro dinero”. Su ansiedad se alivió, y cuando se les unió Simeón, que había sido libertado de su prisión, creyeron que Dios era realmente misericordioso con ellos. PP 205.3

Cuando el gobernador volvió a verlos, le presentaron sus regalos, y humildemente se inclinaron a él a tierra. José recordó nuevamente sus sueños, y después de saludar a sus huéspedes, se apresuró a preguntarles: “¿Vuestro padre, el anciano que dijisteis, lo pasa bien? ¿Vive todavía? Ellos respondieron: “Tu siervo, nuestro padre, está bien; aún vive”. Y se inclinaron e hicieron reverencia”. Entonces sus ojos se fijaron en Benjamín, y dijo: “¿Es éste vuestro hermano menor, de quien me hablasteis?... Dios tenga misericordia de ti, hijo mío”. Pero abrumado por sus sentimientos de ternura, no pudo decir más. “Y entró a su habitación, y lloró allí”. PP 205.4

Después de recobrar el dominio de sí mismo, volvió, y todos procedieron al festín. De acuerdo con las leyes de casta, a los egipcios se les prohibía comer con gente de cualquier otra nación. A los hijos de Jacob, por lo tanto, se les asignó una mesa separada, mientras que el gobernador, debido a su alta jerarquía, comía solo, y los egipcios también comían en mesas aparte. Cuando todos estaban sentados, los hermanos se sorprendieron al ver que estaban dispuestos en orden exacto, conforme a sus edades. “José tomó viandas de delante de sí para ellos; pero la porción de Benjamín era cinco veces mayor que la de cualquiera de los demás”. Mediante esta demostración de favor en beneficio de Benjamín, José esperaba averiguar si sentían hacia el hermano menor la envidia y el odio que le habían manifestado a él. Creyendo todavía que José no comprendía su lengua, los hermanos conversaron libremente entre ellos; de modo que le dieron buena oportunidad de conocer sus verdaderos sentimientos. Deseaba probarlos aún más, y antes de su partida ordenó que ocultaran su propia copa de plata en el saco del menor. PP 206.1

Alegremente emprendieron su viaje de regreso. Simeón y Benjamín iban con ellos; sus animales iban cargados de cereales, y todos creían que habían escapado felizmente de los peligros que parecieron rodearlos. Pero apenas habían llegado a las afueras de la ciudad cuando fueron alcanzados por el mayordomo del gobernador, quien les hizo la hiriente pregunta: “¿Por qué habéis pagado mal por bien? ¿Por qué habéis robado mi copa de plata? ¿No es esta en la que bebe mi señor, y la que usa para adivinar? ¡Habéis hecho mal al hacer esto!” (VM). Se suponía que esa copa poseía el poder de descubrir cualquier sustancia venenosa que se colocara en ella. En aquel entonces, las copas de esta clase eran altamente apreciadas como una protección contra el envenenamiento. PP 206.2

A la acusación del mayordomo los viajeros contestaron: “¿Por qué dice nuestro señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos. Si el dinero que hallamos en la boca de nuestros costales te lo volvimos a traer desde la tierra de Canaán, ¿cómo íbamos a hurtar de casa de tu señor plata ni oro? Aquel de tus siervos a quien se le encuentre la copa, que muera, y aun nosotros seremos siervos de mi señor. Entonces el mayordomo dijo: “También ahora sea conforme a vuestras palabras: aquel a quien se le encuentre será mi siervo; los demás quedaréis sin culpa””. PP 206.3

En seguida se inició la búsqueda. “Ellos entonces se dieron prisa, bajó cada uno su costal a tierra y cada cual abrió el suyo”. Y el mayordomo los examinó a todos; comenzando con Rubén, siguió en orden hasta llegar al menor. La copa se encontró en el saco de Benjamín. PP 206.4

Los hermanos desgarraron su ropa en señal de profundo dolor, y regresaron lentamente a la ciudad. De acuerdo con su propia promesa, Benjamín estaba condenado a una vida de esclavitud. Siguieron al mayordomo hasta el palacio, y encontrando al gobernador todavía allí, se postraron ante él. “¿Qué acción es esta que habéis hecho? -dijo- ¿No sabéis que un hombre como yo sabe adivinar?” José se proponía obtener de ellos un reconocimiento de su pecado. Jamás había pretendido poseer el poder de adivinar, pero quería hacerles creer que podía leer los secretos de su vida. PP 207.1

Judá contestó: “¿Qué diremos a mi señor? ¿Qué hablaremos o con qué nos justificaremos? Dios ha hallado la maldad de tus siervos. Nosotros somos siervos de mi señor, nosotros y también aquel en cuyo poder se halló la copa”. PP 207.2

“Nunca haga yo tal cosa -fue la respuesta-. El hombre en cuyo poder se halló la copa, ese será mi siervo; vosotros id en paz junto a vuestro padre”. PP 207.3

En su profundo dolor, Judá se acercó al gobernador y exclamó: “¡Ay, señor mío!, te ruego que permitas a tu siervo decir una palabra a oídos de mi señor, y no se encienda tu enojo contra tu siervo, pues tú eres como el faraón”. Con palabras de conmovedora elocuencia describió el profundo pesar de su padre por la pérdida de José, y su rechazo a permitir que Benjamín viajara con ellos a Egipto, pues era el único hijo que le quedaba de su madre Raquel, a quien Jacob había amado tan tiernamente. “Ahora, pues, cuando vuelva yo a tu siervo, mi padre, si el joven no va conmigo, como su vida está ligada a la vida de él, sucederá que cuando no vea al joven, morirá; y tus siervos harán que con dolor desciendan al seol las canas de nuestro padre, tu siervo. Como tu siervo salió fiador del joven ante mi padre, diciendo: “Si no te lo traigo de vuelta, entonces yo seré culpable ante mi padre para siempre”, por eso te ruego que se quede ahora tu siervo en lugar del joven como siervo de mi señor, y que el joven vaya con sus hermanos, pues ¿cómo volveré yo a mi padre sin el joven? No podré, por no ver el mal que sobrevendrá a mi padre”. PP 207.4

José estaba satisfecho. Había visto en sus hermanos los frutos del verdadero arrepentimiento. Al oír el noble ofrecimiento de Judá, ordenó que todos excepto estos hombres se retiraran; entonces, llorando en alta voz, exclamó: “Yo soy José: ¿Vive aún mi padre?” PP 207.5

Sus hermanos permanecieron inmóviles, mudos de temor y asombro. ¡El gobernador de Egipto era su hermano José, a quien por envidia habían querido asesinar, y a quien por fin habían vendido como esclavo! Todos los tormentos que le habían hecho sufrir pasaron ante ellos. Recordaron cómo habían menospreciado sus sueños, y cómo habían luchado por evitar que se cumplieran. Sin embargo, habían participado en el cumplimiento de esos sueños; y ahora estaban por completo a merced de él, y sin duda alguna, él se vengaría del daño que había sufrido. PP 208.1

Viendo su confusión, les dijo amablemente: “Acercaos ahora a mí”, y cuando se acercaron, él prosiguió: “Yo soy José vuestro hermano el que vendisteis a los egipcios. Ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros”. Considerando que ya habían sufrido ellos lo suficiente por su crueldad hacia él, noblemente trató de desvanecer sus temores y de reducir la amargura de su remordimiento. PP 208.2

“Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales no habrá arada ni siega. Dios me envió delante de vosotros para que podáis sobrevivir sobre la tierra, para daros vida por medio de una gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre del faraón, por señor de toda su casa y por gobernador en toda la tierra de Egipto. Daos prisa, id a mi padre y decidle: “Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas. Habitarás en la tierra de Gosén, y estarás cerca de mí, tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, tus ganados y tus vacas, y todo lo que tienes. Allí te alimentaré, pues aún quedan cinco años de hambre, para que no perezcas de pobreza tú, tu casa y todo lo que tienes”. Vuestros ojos ven, y también los ojos de mi hermano Benjamín, que mi boca os habla. Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto, y todo lo que habéis visto. ¡Daos prisa, y traed a mi padre acá! José se echó sobre el cuello de su hermano Benjamín y lloró; también Benjamín lloró sobre su cuello. Luego besó a todos sus hermanos y lloró sobre ellos. Después de esto, sus hermanos hablaron con él”. Confesaron humildemente su pecado, y le pidieron perdón. Durante mucho tiempo habían sufrido ansiedad y remordimiento, y ahora se llenaron de gozo al ver que José estaba vivo. PP 208.3

La noticia de lo que había ocurrido pronto llegó a oídos del rey, quien, anheloso de manifestar su gratitud a José, confirmó la invitación del gobernador a su familia, diciendo: “La riqueza de la tierra de Egipto será vuestra”. Los hermanos de José fueron enviados con gran provisión de alimentos y carruajes, y todo lo necesario para trasladar a Egipto a todas sus familias y las personas que dependían de ellas. José hizo regalos más valiosos a Benjamín que a los otros hermanos. Luego, temiendo que sobrevinieran disputas entre ellos durante el viaje de regreso, cuando estaban por partir les dio el encargo: “No riñáis por el camino”. PP 208.4

Los hijos de Jacob volvieron a su padre con la grata noticia: “¡José aún vive!, y él es señor en toda la tierra de Egipto”. Al principio el anciano se sintió abrumado. No podía creer lo que oía; pero al ver la larga caravana de carros y animales cargados, y a Benjamín otra vez con él, se convenció, y lleno de gozo, exclamó: “Con esto me basta ¡José, mi hijo, vive todavía! Iré y lo veré antes de morir”. PP 209.1

Quedaba otro acto de humillación para los diez hermanos. Confesaron a su padre el engaño y la crueldad que durante tantos años habían amargado la vida de él y la de ellos. Jacob no los había creído capaces de tan vil pecado, pero vio que todo había sido dirigido para bien, y perdonó y bendijo a sus descarriados hijos. PP 209.2

Muy pronto el padre y los hijos, con sus familias, sus rebaños y manadas, y muchos asistentes, se pusieron en camino a Egipto. Viajaron con corazón regocijado, y cuando llegaron a Beerseba el patriarca ofreció sacrificios de agradecimiento, e imploró al Señor que les otorgara una garantía de que iría con ellos. En una visión nocturna recibió la divina palabra: “No temas descender a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver”. PP 209.3

La promesa: “No temas de descender a Egipto, porque yo te pondré allí en gran gente”, era muy significativa. Se había prometido que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas; pero hasta entonces el pueblo elegido había aumentado lentamente. Y la tierra de Canaán no ofrecía en ese tiempo campo propicio para el desarrollo de la nación que se había predicho. Estaba en posesión de tribus paganas poderosas que no habrían de ser desalojadas hasta “la cuarta generación”. De haber quedado allí, para convertirse en un pueblo numeroso, los descendientes de Israel habrían tenido que expulsar a los habitantes de la tierra o dispersarse entre ellos. Conforme a la disposición divina, no podían hacer lo primero; y si se mezclaban con los cananeos, se expondrían a ser seducidos por la idolatría. Egipto, sin embargo, ofrecía las condiciones necesarias para el cumplimiento del propósito divino. Se les ofrecía allí un sector del país bien regado y fértil, con todas las ventajas necesarias para un rápido crecimiento. Y la antipatía que habían de encontrar en Egipto debido a su ocupación, porque para “los egipcios es abominación todo pastor de ovejas”, les permitiría seguir siendo un pueblo distinto y separado, y serviría para impedirles que participaran en la idolatría egipcia. PP 209.4

Al llegar a Egipto, la compañía se dirigió a la tierra de Gosén. Allí fue José en su carro oficial, acompañado de un séquito principesco. Olvidó el esplendor de su ambiente y la dignidad de su posición; un solo pensamiento llenaba su mente, un anhelo conmovía su corazón. Cuando divisó la llegada de los viajeros, no pudo ya reprimir el amor cuyos anhelos había sofocado durante tan largos años. Saltó de su carro, y corrió a dar la bienvenida a su padre. “Se echó sobre su cuello, y sobre su cuello lloró largamente. Entonces Israel dijo a José: “Muera yo ahora, ya que he visto tu rostro y sé que aún vives””. PP 210.1

José llevó a cinco de sus hermanos para presentarlos al faraón, y para que se les diera la tierra en que iban a establecer sus hogares. La gratitud hacia su primer ministro induciría al monarca a honrarlos con nombramientos para ocupar cargos oficiales; pero José, leal al culto de Jehová, trató de salvar a sus hermanos de las tentaciones a que se expondrían en una corte pagana; por consiguiente, les aconsejó que cuando el rey les preguntara, le dijeran francamente su ocupación. Los hijos de Jacob siguieron este consejo, teniendo cuidado también de manifestar que habían venido a morar temporalmente en la tierra, y no a permanecer allí, reservándose de esa manera el derecho de marcharse cuando lo desearan. El rey les asignó un lugar, como había ofrecido, en lo mejor del país, en la tierra de Gosén. PP 210.2

Poco tiempo después, José llevó también a su padre para presentarlo al rey. El patriarca era extraño al ambiente de las cortes reales; pero en medio de las sublimes escenas de la naturaleza había tenido comunión con el Monarca más poderoso; y ahora con consciente superioridad, alzó las manos y bendijo al faraón. PP 210.3

En su primer saludo a José, Jacob habló como si con esta conclusión jubilosa de su largo dolor y ansiedad, estuviera listo para morir. Pero todavía se le otorgaron diecisiete años en el quieto retiro de Gosén. Estos años fueron un feliz contraste con los que los habían precedido. Jacob vio en sus hijos evidencias de un verdadero arrepentimiento. Vio a su familia rodeada de todas las condiciones necesarias para convertirse en una gran nación; y su fe se afirmó en la segura promesa de su futuro establecimiento en Canaán. Él mismo estaba rodeado de todas las demostraciones de amor y favor que el primer ministro de Egipto podía dispensar; y feliz en la compañía de su hijo por tanto tiempo perdido, descendió quieta y apaciblemente al sepulcro. PP 210.4

Cuando sintió que se aproximaba la muerte, mandó llamar a José. Aferrándose siempre con firmeza a la promesa de Dios referente a la posesión de Canaán, dijo: “Te ruego que no me entierres en Egipto. Cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos”. José prometió hacerlo, pero Jacob no estaba satisfecho con esto; le pidió que le jurara solemnemente que lo enterraría junto a sus padres en la cueva de Macpela. PP 211.1

Otro asunto importante exigía atención; los hijos de José habían de ser formalmente recibidos entre los hijos de Israel. A la última entrevista con su padre, José llevó consigo a Efraín y Manasés. Estos jóvenes estaban ligados por parte de su madre a la orden más alta del sacerdocio egipcio; y si ellos eligieran unirse a los egipcios, la posición de su padre les abriría el camino a la opulencia y la distinción. Pero José deseaba que ellos se unieran a su propio pueblo. Manifestó su fe en la promesa del pacto, en favor de sus hijos, renunciando a todos los honores de la corte egipcia a cambio de un lugar entre las despreciadas tribus de pastores a quienes se habían confiado los oráculos de Dios. PP 211.2

Dijo Jacob: “Ahora bien, tus dos hijos, Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto antes de venir a reunirme contigo a la tierra de Egipto, son míos; al igual que Rubén y Simeón, serán míos”. Habían de ser adoptados como sus propios hijos, y llegarían a ser jefes de tribus separadas. De esa manera uno de los privilegios de la primogenitura, perdida por Rubén, había de recaer en José; a saber, una porción doble en Israel. PP 211.3

La vista de Jacob estaba debilitada por la edad, y no se había dado cuenta de la presencia de los jóvenes; pero al ver sus siluetas, dijo: “¿Quiénes son estos?” Al saberlo, agregó: “Acércalos ahora a mí, y los bendeciré”. Al acercársele, el patriarca los abrazó y los besó, poniendo sus manos solemnemente sobre sus cabezas para bendecirlos. Entonces pronunció la oración: “El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos jóvenes. Sea perpetuado en ellos mi nombre y el nombre de mis padres Abraham e Isaac, y multiplíquense y crezcan en medio de la tierra”. No había ya en él espíritu de autoindependencia, ni confianza en los arteros poderes humanos. Dios había sido su guardador y su sostén. No se quejó de los malos días pasados. Ya no consideraba sus pruebas y dolores como cosas que habían obrado contra él. Su memoria solamente evocó la misericordia y las bondades del que había estado con él durante toda su peregrinación. PP 211.4

Terminada la bendición, dejando para las generaciones venideras que iban a pasar por largos años de esclavitud y dolor este testimonio de su fe, Jacob le aseguró a su hijo: “Yo muero, pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres”. PP 212.1

Por fin todos los hijos de Jacob se reunieron alrededor de su lecho de muerte. Jacob llamó a sus hijos y dijo: “Acercáos y oíd, hijos de Jacob; y escuchad a vuestro padre Israel”. “Os declararé lo que ha de aconteceros en los días venideros”. A menudo había pensado ansiosamente en el futuro de sus hijos, y había tratado de concebir un cuadro de la historia de las diferentes tribus. Ahora, mientras sus hijos esperaban su última bendición, el Espíritu de la inspiración se posó sobre él; y se presentó ante él en profética visión el futuro de sus descendientes. Uno después de otro, mencionó los nombres de sus hijos, describió el carácter de cada uno, y predijo brevemente la historia futura de sus tribus. PP 212.2

“Rubén, tú eres mi primogénito,
mi fortaleza y el principio de mi vigor;
el primero en dignidad, el primero en poder”.
PP 212.3

Así describió el padre la que debió haber sido la posición de Rubén como hijo primogénito; pero el grave pecado que cometiera en Edar le había hecho indigno de la bendición de la primogenitura. Jacob continuó: PP 212.4

“Impetuoso como las aguas, ya no serás el primero”. PP 212.5

El sacerdocio fue otorgado a Leví, el reino y la promesa mesiánica a Judá, y la doble porción de la herencia a José. Nunca ascendió la tribu de Rubén a una posición eminente en Israel; no fue tan numerosa como la de Judá, la de José, o la de Dan; y se contó entre las primeras que fueron llevadas en cautiverio. PP 212.6

Simeón y Leví seguían en edad a Rubén. Ambos se habían unido en su crueldad contra los siquemitas, y también habían sido los más culpables en la venta de José. Acerca de ellos se declaró: PP 212.7

“Yo los apartaré en Jacob,
los esparciré en Israel”.
PP 213.1

Cuando se hizo el censo de Israel poco antes de su entrada a Canaán, la tribu de Simeón resultó la más pequeña. Moisés, en su última bendición, no aludió a Simeón. Al establecerse en Canaán, esta tribu recibió tan solo una pequeña porción de la parte de Judá, y las familias que después se hicieron poderosas formaron distintas colonias, y se establecieron fuera de las fronteras de la tierra santa. Leví tampoco recibió herencia, excepto cuarenta y ocho ciudades diseminadas en diferentes partes de la tierra. En el caso de esta tribu, sin embargo, su fidelidad a Jehová, cuando las otras tribus apostataron, mereció que fuera apartada para el servicio sagrado del santuario, y de esa manera la maldición se transformó en bendición. PP 213.2

Las más altas bendiciones de la primogenitura se transfirieron a Judá. El significado del nombre, que quiere decir alabanza, se describe en la historia profética de esta tribu: PP 213.3

“Judá, te alabarán tus hermanos;
tu mano estará sobre el cuello de tus enemigos;
los hijos de tu padre se inclinarán a ti.
Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío.
Se encorvó, se echó como león, como león viejo:
¿quién lo despertará?
No será quitado el cetro de Judá
ni el bastón de mando de entre sus pies,
hasta que llegue Siloh;
a él se congregarán los pueblos”.
PP 213.4

El león, rey de la selva, es símbolo apropiado de la tribu de la cual descendió David, y del hijo de David, Siloh, el verdadero “león de la tribu de Judá”, ante quien todos los poderes se inclinarán finalmente, y a quien todas las naciones rendirán homenaje. PP 213.5

Para la mayoría de sus hijos Jacob predijo un futuro próspero. Finalmente llegó al nombre de José, y el corazón del padre desbordó al invocar las bendiciones sobre “el Nazareo de sus hermanos”. PP 213.6

“Rama fructífera es José,
rama fructífera junto a una fuente,
sus vástagos se extienden sobre el muro.
Le causaron amargura, le lanzaron flechas, lo aborrecieron los arqueros,
mas su arco se mantuvo poderoso
y los brazos de sus manos se fortalecieron
por las manos del Fuerte de Jacob, por el nombre del Pastor,
la Roca de Israel, por el Dios de tu padre, el cual te ayudará,
por el Dios omnipotente, el cual te bendecirá
con bendiciones de los cielos de arriba,
con bendiciones del abismo que está abajo,
con bendiciones de los pechos y del vientre.
Las bendiciones de tu padre fueron mayores
que las de mis progenitores;
hasta el término de los collados eternos
serán sobre la cabeza de José,
sobre la frente del que fue apartado de entre sus hermano”.
PP 213.7

Jacob había sido siempre un hombre de profundos y apasionados afectos; su amor por sus hijos era fuerte y tierno, y el testimonio que dio de ellos en su lecho de muerte no fue expresión de parcialidad ni resentimiento. Había perdonado a todos, y los amó a todos hasta el fin. Su ternura paternal se habría expresado en palabras de ánimo y de esperanza; pero el poder de Dios se posó sobre él, y bajo la influencia de la inspiración fue constreñido a declarar la verdad, por penosa que fuera. PP 214.1

Una vez pronunciadas las últimas bendiciones, Jacob repitió el encargo referente al sitio de su entierro: “Voy a ser reunido con mi pueblo. Sepultadme con mis padres [...] en la cueva que está en el campo de Macpela [...]. Allí sepultaron a Abraham y a Sara, su mujer; allí sepultaron a Isaac y a Rebeca, su mujer; allí también sepulté yo a Lea”. De esta manera el último acto de su vida fue manifestar su fe en la promesa de Dios. PP 214.2

Los últimos años de Jacob le proporcionaron un atardecer tranquilo y descansado después de un inquieto y fatigoso día. Se habían juntado obcuras nubes sobre su camino; sin embargo, la puesta de su sol fue clara, y el fulgor del cielo iluminó la hora de su partida. Dice la Escritura: “Al tiempo de la tarde habrá luz”. “Considera al íntegro, y mira al justo: que la postrimería de cada uno de ellos es paz”. Zacarías 14:7; Salmos 37:37. PP 214.3

Jacob había pecado, y había sufrido hondamente. Había tenido que pasar muchos años de trabajo, cuidado y dolor desde el día en que su gran pecado lo obligó a huir de las tiendas de su padre. PP 214.4

Había sido fugitivo sin hogar, separado de su madre a quien nunca volvió a ver; trabajó siete años por la que amó, solamente para ser vilmente defraudado; trabajó veinte años al servicio de un pariente codicioso y rapaz; vio aumentar su riqueza y crecer a sus hijos en su derredor, pero halló poco regocijo en su contenciosa y dividida familia; se sintió dolorido por la vergüenza de su hija, por la venganza de los hermanos de esta, por la muerte de Raquel, por el monstruoso delito de Rubén, por el pecado de Judá, por el cruel engaño y la malicia perpetrada contra José. ¡Cuán negra y larga es la lista de iniquidades expuestas a la vista! Vez tras vez había cosechado el fruto de aquella primera mala acción. Vez tras vez vio repetidos entre sus hijos los pecados de los cuales él mismo había sido culpable. Pero aunque la disciplina había sido amarga, había cumplido su obra. El castigo, aunque doloroso, había producido el “fruto apacible de justicia”. Hebreos 12:11. PP 215.1

La inspiración registra fielmente las faltas de los hombres que fueron distinguidos por el favor de Dios; en realidad, sus defectos resaltaban más que sus virtudes. Muchos se han preguntado el porqué de esto, y ha sido motivo de que el infiel se burle de la Biblia. Pero una de las evidencias más poderosas de la veracidad de la Escritura consiste en que ella no hermosea las acciones de sus personajes principales ni tampoco oculta sus pecados. Las mentes de los hombres están tan sujetas a prejuicios que no es posible que la historia humana sea absolutamente imparcial. Si la Biblia hubiera sido escrita por personas no inspiradas, habría presentado indudablemente el carácter de sus hombres distinguidos bajo un aspecto más favorable. Pero tal como es, nos proporciona un relato correcto de sus vidas. PP 215.2

Los hombres a quienes Dios favoreció, y a quienes confió grandes responsabilidades, fueron a veces vencidos por la tentación y cometieron pecados, tal como nosotros hoy luchamos, vacilamos y frecuentemente caemos en el error. Sus vidas, con todos sus defectos y extravíos, están ante nosotros, para que nos sirvan de aliento y amonestación. Si se los hubiera presentado como personas intachables, nosotros, con nuestra naturaleza pecaminosa, podríamos desesperar por nuestros errores y fracasos. Pero viendo cómo lucharon otros con desalientos como los nuestros, cómo cayeron en la tentación como nos ha ocurrido a nosotros, y cómo, sin embargo, se reanimaron y llegaron a triunfar mediante la gracia de Dios, nos sentimos alentados en nuestra lucha por la justicia. Así como ellos, aunque vencidos algunas veces, recuperaron lo perdido y fueron bendecidos por Dios, también nosotros podemos ser vencedores mediante el poder de Jesús. Por otro lado, la narración de sus vidas puede servirnos de amonestación. Muestra que de ninguna manera Dios justifica al culpable. Ve el pecado que haya en aquellos a quienes más favoreció, y lo castiga en ellos aun más severamente que en los que tienen menos luz y responsabilidad. PP 215.3

Después del entierro de Jacob, el temor se volvió a apoderar del corazón de los hermanos de José. No obstante la bondad de este hacia ellos, la conciencia culpable los hizo desconfiados y suspicaces. Tal vez José había postergado su venganza por consideración a su padre, y ahora les impondría el largamente aplazado castigo por su crimen. No se atrevieron a comparecer personalmente ante él, sino que le enviaron un mensaje: “Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: “Así diréis a José: ‘Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque te trataron mal’”; por eso, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre”. Este mensaje conmovió a José y le hizo derramar lágrimas, así que, animados por esto, sus hermanos fueron y se postraron ante él, diciéndole: “Aquí nos tienes. Somos tus esclavos”. El amor de José hacia sus hermanos era profundo y desinteresado, y sintió dolor ante la idea de que le creyeran capaz de abrigar un espíritu vengativo contra ellos. “No temáis, pues ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener con vida a mucha gente. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos”. Génesis 50:19-21. PP 216.1

La vida de José ilustra la vida de Cristo. Fue la envidia la que impulsó a los hermanos de José a venderlo como esclavo. Esperaban impedir que llegara a ser superior a ellos. Y cuando fue llevado a Egipto, se vanagloriaron de que ya no serían molestados con sus sueños y de que habían eliminado toda posibilidad de que estos se cumplieran. Pero su proceder fue contrarrestado por Dios y él lo hizo servir para cumplir el mismo acontecimiento que trataban de impedir. De la misma manera los sacerdotes y dirigentes judíos sintieron celos de Cristo y temieron que desviaría de ellos la atención del pueblo. Le dieron muerte para impedir que llegara a ser rey, pero al obrar así provocaron ese mismo resultado. PP 216.2

Mediante su servidumbre en Egipto, José se convirtió en el salvador de la familia de su padre. No obstante, este hecho no aminoró la culpa de sus hermanos. Asimismo la crucifixión de Cristo por sus enemigos lo hizo Redentor de la humanidad, Salvador de la raza perdida y soberano de todo el mundo; pero el crimen de sus asesinos fue tan execrable como si la mano providencial de Dios no hubiera dirigido los acontecimientos para su propia gloria y para bien de los hombres. PP 216.3

Así como José fue vendido a los paganos por sus propios hermanos, Cristo fue vendido a sus enemigos más enconados por uno de sus discípulos. José fue acusado falsamente y arrojado en una prisión por su virtud; asimismo Cristo fue menospreciado y rechazado porque su vida recta y abnegada reprendía el pecado; y aunque no fue culpable de mal alguno, fue condenado por el testimonio de testigos falsos. La paciencia y la mansedumbre de José bajo la injusticia y la opresión, el perdón que otorgó espontáneamente y su noble benevolencia hacia sus hermanos inhumanos, representan la paciencia sin quejas del Salvador en medio de la malicia y el abuso de los impíos, y su perdón que otorgó no solamenter a sus asesinos, sino también a todos los que vienen a él confesando sus pecados y buscando perdón. PP 217.1

José vivió cincuenta y cuatro años después de la muerte de su padre. Alcanzó a ver “los hijos de Efraín hasta la tercera generación; y también los hijos de Maquir hijo de Manasés fueron criados sobre las rodillas de José”. Presenció el aumento y la prosperidad de su pueblo, y durante todos estos años su fe en la divina restauración de Israel la tierra prometida fue inconmovible. PP 217.2

Cuando vio que se acercaba su fin, llamó a todos sus parientes. Aunque había sido tan honrado en la tierra de los faraones, Egipto no era para él más que el lugar de su destierro; lo último que hizo fue indicar que había echado su suerte con Israel. Sus últimas palabras fueron: “Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac, y a Jacob”. E hizo jurar solemnemente a los hijos de Israel que llevarían sus huesos consigo a la tierra de Canaán. PP 217.3

“Y murió José de ciento y diez años; y embalsamaron, y lo pusieron en un ataúd en Egipto”. A través de los siglos de trabajo que siguieron, aquel ataúd, recuerdo de las últimas palabras de José, daba testimonio a Israel de que ellos eran únicamente peregrinos en Egipto, y les ordenaba que cifraran sus esperanzas en la tierra prometida, pues el tiempo de la liberación llegaría con toda seguridad. PP 217.4