La Educación Cristiana

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Importancia de la enseñanza en el hogar

Pregunté si esta marea de dolor no podía evitarse y hacerse algo para salvar a la juventud de esta generación de la ruina que la amenaza. Me fué mostrado que una causa importante del deplorable estado de cosas reinante es que los padres no se sienten en la obligación de enseñar a sus hijos a amoldarse a las leyes de la naturaleza. Las madres aman a sus hijos con un amor idólatra y les permiten satisfacer su apetito aun cuando saben que ello perjudicará su salud, y por consiguiente, les acarreará enfermedad y desdicha. Esta bondad cruel se manifiesta en grado sumo en la presente generación. Los deseos de los niños se satisfacen a expensas de la salud y de la buena disposición, por cuanto es más fácil para la madre complacerlos por el momento, que negarles aquello que motiva su clamor. ECR 19.1

De este modo las madres están sembrando la semilla que brotará y dará fruto. No se enseña a los niños a resistir sus apetitos y restringir sus deseos, y así llegan a ser egoístas, exigentes, desobedientes, ingratos e impíos. Las madres que están haciendo esta obra segarán con amargura el fruto de la semilla que han sembrado. Han pecado contra el cielo y contra sus hijos, y Dios las tendrá por responsables. ECR 19.2

Si durante las generaciones pasadas se hubiera seguido en cuanto a educación un plan completamente distinto, la juventud de esta generación no sería ahora tan depravada e inútil. Los directores y maestros de escuela debieran haber sido de aquellos que comprendían la fisiología y que tenían interés no sólo en enseñar ciencia a los jóvenes sino también en instruirlos acerca de cómo conservar la salud, de manera que pudiesen hacer uso del conocimiento que obtenían para los fines más nobles. Debieran haberse unido a las escuelas establecimientos donde se ejecutaran trabajos de diferentes ramos para que los estudiantes pudieran tener ocupación y el ejercicio necesario fuera de las horas de clase. ECR 20.1

Las ocupaciones y diversiones de los estudiantes debieran haber sido reglamentadas de acuerdo a las leyes de la naturaleza y adaptadas para conservar el saludable vigor de todas las facultades del cuerpo y de la mente. Entonces podrían haber obtenido un conocimiento práctico de negocios y oficios mientras adquirían su educación literaria. Debiera haberse despertado la sensibilidad moral de los estudiantes para que viesen y sintiesen que la sociedad tiene derechos sobre ellos y que deberían vivir obedientes a las leyes de la naturaleza de modo que pudiesen, por su existencia e influencia, por precepto y ejemplo, ser de provecho y bendición para aquélla. Debiera hacerse la impresión en los jóvenes de que todos ejercen de continuo influencia en la sociedad para mejorar y elevar o para menoscabar y degradar. El primer tema de estudio de los jóvenes debería ser el de conocerse a sí mismos y saber cómo conservar sano su organismo. ECR 20.2

Muchos padres dejan a sus hijos en la escuela aproximadamente todo el año. Estos niños siguen la rutina de estudios maquinalmente, pero no retienen lo que aprenden. Muchos de estos asiduos estudiantes parecen casi privados de vida intelectual. La monotonía del estudio constante les cansa la mente; no tienen más que un pequeño interés en sus lecciones; y para muchos la aplicación al estudio de los libros llega a ser penosa. No sienten en sí amor por el pensamiento ni la ambición de adquirir conocimiento. No alientan el hábito de la reflexión y la investigación. ECR 20.3

Los niños tienen gran necesidad de educación apropiada para que puedan ser de utilidad en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que exalte la cultura intelectual por encima de la disciplina moral va por mal camino. Instruir, cultivar, pulir y refinar a los jóvenes y los niños debiera ser la preocupación principal de padres y maestros. Hay pocos hombres de raciocinio estricto y de pensar lógico, porque influencias falsas han estorbado el desarrollo de la inteligencia. La creencia de padres y maestros de que el estudio constante fortalece la inteligencia ha demostrado ser errónea, porque en muchos casos ha tenido el resultado opuesto. ECR 21.1

En la educación primera de los niños, muchos padres y maestros dejan de comprender que es necesario prestar la mayor atención al organismo, para que haya salud corporal y mental. Ha sido costumbre animar a los niños a asistir a la escuela cuando no son más que bebés que necesitan el cuidado maternal. En edad tierna, se les ve frecuentemente apiñados en salas de clases mal ventiladas, donde se sientan en posiciones incorrectas en bancos de construcción deficiente; y como resultado, el delicado esqueleto de algunos se deforma. ECR 21.2

Las disposiciones y hábitos de la juventud se manifestarán con toda probabilidad en la edad madura. Podéis doblar un árbol joven dándole la forma que queráis y si permanece y se desarrolla como lo habéis doblado, será un árbol deformado, testimonio constante del daño y abuso recibidos de vuestras manos. Podéis, después de años de desarrollo, intentar enderezarlo, pero todos vuestros esfuerzos resultarán infructuosos. Será siempre un árbol torcido. Tal es el caso de las mentes de los jóvenes. Debiera enseñárseles cuidadosa y tiernamente en la infancia, porque en su futuro seguirán el curso en que se les encaminó en la juventud, sea debido o indebido. Los hábitos formados entonces se arraigarán y vigorizarán al crecer y adquirir fuerza el niño, y serán generalmente los mismos en la vida ulterior, con la diferencia de que se fortalecerán constantemente. ECR 21.3

Vivimos en una época en que casi todo es superficial. No hay sino poca estabilidad y firmeza de carácter, porque la enseñanza y educación de los niños desde la cuna es superficial. Sus caracteres están edificados sobre la arena movediza. No se han cultivado en ellos el dominio propio y la abnegación. Han sido mimados y complacidos hasta el punto de que son inútiles para la vida práctica. El amor al placer gobierna las mentes, y los niños son halagados y complacidos para su ruina. Se les debiera enseñar y educar de modo que esperen las tentaciones y cuenten con encontrarse con dificultades y peligros. Se les debiera enseñar a tener dominio de sí mismos y a vencer con nobleza las dificultades. Y si ellos no se precipitan voluntariamente al peligro ni se colocan innecesariamente en el camino de la tentación, sino que rehuyen las malas influencias y las asociaciones viciosas, y a pesar de eso se ven inevitablemente obligados a estar en compañías peligrosas, tendrán fuerza de carácter para mantenerse en lo justo y conservar los buenos principios, y avanzarán en el poder de Dios con una moralidad sin tacha. Si los jóvenes que han sido debidamente educados ponen su confianza en Dios, sus facultades morales resistirán las pruebas más intensas. ECR 22.1

Pero pocos padres se dan cuenta de que sus hijos son lo que su ejemplo y disciplina han hecho de ellos, y de que son responsables del carácter que desarrollen. Si el corazón de los padres cristianos fuera obediente a la voluntad de Cristo, acatarían el mandato del Maestro celestial que dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Si los que profesan ser seguidores de Cristo quisieran hacer esto, darían, no únicamente a sus hijos, sino además al mundo incrédulo, ejemplos que representarían con justicia la religión de la Biblia. ECR 22.2

Si los padres cristianos vivieran obedientes a las demandas del divino Maestro, conservarían la sencillez en el comer y vestir y vivirían en mayor armonía con la ley natural. No dedicarían entonces tanto tiempo a la vida artificial, creándose cuidados y responsabilidades que Cristo no puso sobre ellos, sino que les mandó positivamente rehuir. Si el reino de Dios y su justicia fuesen el asunto de primera y más importante consideración para los padres, muy poco tiempo precioso se perdería en adornos exteriores innecesarios, en tanto que la inteligencia de sus hijos es casi del todo descuidada. El tiempo precioso que muchos padres ocupan en ataviar a sus hijos para que se exhiban en sus diversiones, estaría mejor, mucho mejor, empleado en cultivar sus propias inteligencias a fin de poder ser idóneos para instruir adecuadamente a sus hijos. No es esencial para la salvación o felicidad de estos padres que empleen el precioso tiempo de gracia que Dios les ha dado como préstamo, en vestir, hacer visitas y chismear. ECR 23.1

Muchos padres alegan que tienen tanto que hacer que no disponen de tiempo para educarse y educar a los niños para la vida práctica o enseñarles cómo llegar a ser corderos del rebaño de Cristo. Nunca, hasta el ajuste final de cuentas, cuando los casos de todos sean decididos y los actos de toda nuestra vida se descubran ante nuestra vista en la presencia de Dios, del Cordero y de todos los santos ángeles, comprenderán los padres el valor casi infinito del tiempo que han derrochado. Muchísimos verán entonces que su proceder incorrecto ha determinado el destino de sus hijos. No solamente dejan de recibir las palabras de aprobación del Rey de gloria: “Bien, buen siervo y fiel, ... entra en el gozo de tu Señor”, sino que oyen pronunciar sobre sus hijos la terrible declaración: “¡Apartaos!” con lo cual quedan separados para siempre de los goces y las glorias del cielo y de la presencia de Cristo. Y ellos mismos reciben también la acusación: “¡Apártate! malo y negligente siervo”. Jesús no dirá nunca “Bien hecho” a aquellos que no han ganado el “bien hecho” por sus fieles vidas de abnegación y sacrificio en bien de otros y para acrecentar la gloria de su Salvador. Los que viven principalmente para complacerse a sí mismos en vez de hacer bien a otros, tendrán que hacer frente a una pérdida infinita. ECR 23.2

Si se pudiera hacer sentir a los padres la terrible responsabilidad que descansa sobre ellos en la obra de educar a sus hijos, dedicarían más tiempo a la oración y menos a la ostentación innecesaria. Reflexionarían, estudiarían y orarían fervientemente a Dios en busca de sabiduría y ayuda divina, para enseñar a sus hijos de manera que puedan desarrollar caracteres que Dios aprobará. Su ansiedad no sería la de saber cómo educar a sus hijos para que sean alabados y honrados por el mundo, sino para formar caracteres hermosos que Dios pueda aprobar. ECR 24.1

Se necesitan mucho estudio y oración ferviente en procura de sabiduría celestial para saber cómo tratar con las mentes juveniles, porque muchísimo depende de la dirección que los padres dan a la inteligencia y la voluntad de sus hijos. Equilibrar sus mentes de la manera debida y en el tiempo oportuno es una tarea de la mayor importancia, por cuanto su destino eterno puede depender de las decisiones hechas en algún momento crítico. ¡Cuánto importa, entonces, que la mente de los padres esté tan libre como sea posible de perplejidad y del cuidado abrumador de las cosas temporales para que puedan pensar y obrar con tranquila reflexión, sabiduría y amor y hacer de la salvación de sus hijos el objeto primordial! El gran fin que los padres deben tratar de lograr para sus hijos es el adorno interior. No han de consentir que las visitas y los extraños reciban tanta atención que, robándoles el tiempo, que es el gran capital de la vida, les haga imposible dar a sus hijos diariamente esa instrucción paciente que deben recibir para encauzar debidamente su inteligencia en formación. ECR 24.2

Esta vida es demasiado corta para disiparla en vanas y frívolas distracciones o en diversiones excitantes. No podemos consentir en derrochar el tiempo que Dios nos ha dado para que seamos útiles a otros y nos hagamos tesoro en los cielos. No tenemos tiempo de sobra para el desempeño de las necesarias obligaciones. Debiéramos dedicar tiempo a la cultura de nuestro propio corazón e inteligencia a fin de ser idóneos para la obra que nos toca en la vida. Descuidando estos deberes esenciales y conformándonos a los hábitos y las costumbres de la sociedad mundana y dada a la moda, nos hacemos a nosotros mismos y a nuestros hijos un gran mal. ECR 24.3

Las madres que tienen que disciplinar mentes juveniles y formar el carácter de sus hijos, no debieran buscar la excitación del mundo con el fin de estar alegres y ser felices. Tienen una tarea importante en la vida, y tanto ellas como los suyos deben disponer de su tiempo en forma provechosa. El tiempo es uno de los valiosos talentos que Dios nos ha confiado y del cual nos pedirá cuenta. Derrochar el tiempo es malograr la inteligencia. Las facultades de la mente son susceptibles de gran desarrollo. Es deber de las madres cultivar sus propias inteligencias y conservar puros sus corazones. Debieran aprovechar de todos los medios a su alcance para su mejoramiento intelectual y moral, a fin de estar preparadas para cultivar la mente de sus hijos. Aquellas que satisfacen su inclinación a estar siempre en compañía de alguien, se sentirán pronto incómodas a menos que hagan visitas o las reciban. Las tales no tienen la facultad de adaptarse a las circunstancias. Los deberes sagrados y necesarios del hogar les parecen vulgares y faltos de interés. No les agrada el examen o la disciplina propias. La mente anhela las escenas cambiantes y excitantes de la vida mundanal; se descuida a los hijos por complacer las inclinaciones, y el ángel registrador escribe “siervos inútiles”. Dios se propone que nuestras mentes no carezcan de propósito, sino que hagan el bien en esta vida. ECR 25.1

Si los padres sintieran que es solemne el deber que Dios les ha impuesto mandándoles educar a sus hijos para ser útiles en esta vida; si adornaran el templo interior del alma de sus hijos e hijas para la vida inmortal, veríamos un gran cambio en la sociedad en el sentido del bien. No se manifestaría entonces tan grande indiferencia por la piedad práctica, y no sería tan difícil despertar la sensibilidad moral de los niños para que comprendan los derechos que Dios tiene sobre ellos. Pero los padres se vuelven más y más descuidados en educar a sus hijos en lo que es útil. Muchos permiten que sus hijos formen hábitos incorrectos y sigan sus propias inclinaciones, y dejan de hacerles ver el peligro de proceder así y la necesidad de ser regidos por principios buenos. ECR 25.2

Los niños con frecuencia empiezan un trabajo con entusiasmo, pero cuando están perplejos o cansados, desean cambiar, y ocuparse en algo nuevo. De ese modo echarán mano de varias cosas, tropezarán con un pequeño desaliento, y las abandonarán, pasando así de una cosa a otra sin perfeccionarse en nada. Los padres no deberían permitir que el amor a la variación rigiera a sus hijos. No deberían estar tan ocupados con otras cosas que no tuviesen tiempo de disciplinar pacientemente las mentes en desarrollo. Unas pocas palabras de estímulo o una pequeña ayuda en el debido tiempo pueden hacerlos sobreponerse al desánimo, y la satisfacción que les producirá el ver terminada la tarea que emprendieron, los incitará a mayores esfuerzos. ECR 26.1

Muchos niños, por falta de palabras de aliento y una pequeña ayuda en sus esfuerzos, se descorazonan y cambian de una cosa a otra. Y llevan este funesto defecto con ellos en la edad madura. No logran éxito en ninguna cosa en que se ocupan porque no se les enseñó a perseverar en circunstancias desalentadoras. Así, toda la vida de muchos es un fracaso, por cuanto no tuvieron una disciplina correcta en su juventud. La educación que recibieron en la infancia y la juventud afecta toda su carrera en la edad madura, y su experiencia religiosa lleva el mismo sello. ECR 26.2