La Educación Cristiana

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Capítulo 18—La educación en el hogar

La obra de la madre es de suma importancia. En medio de los cuidados del hogar y de los penosos deberes de la vida diaria, debiera ella esforzarse por ejercer una influencia que bendiga y eleve a su familia. En los niños confiados a su cuidado, toda madre ha recibido un cometido sagrado del Padre celestial, y es su privilegio, mediante la gracia de Cristo, modelar sus caracteres según el dechado divino, y esparcir sobre sus vidas una influencia que los atraiga a Dios y al cielo. Si las madres se hubieran dado cuenta siempre de su responsabilidad y hubieran hecho de la preparación de sus hijos para los deberes de esta vida y los honores de la vida inmortal futura su principal propósito y su misión más importante, no veríamos la miseria que actualmente existe en tantos hogares de nuestra patria. Es tal la tarea de la madre, que exige progreso constante en su propia vida a fin de que pueda llevar a sus hijos a conquistas siempre más elevadas. Pero Satanás traza sus planes para hacerse dueño de las almas de padres e hijos. Las madres son apartadas de los deberes domésticos y de la preparación cuidadosa de sus hijitos para dedicarse al servicio del yo y del mundo. Se permite que la vanidad, la moda y los asuntos de menor importancia absorban la atención, descuidándose así la educación física y moral de los preciosos hijos. ECR 140.1

Si la madre forma su criterio con las costumbres y prácticas del mundo, se volverá inapta para el cargo de responsabilidad que le toca desempeñar. Si la moda la tiene esclavizada, debilitará su fuerza de resistencia y hará de la vida una carga fatigosa en vez de una bendición. A causa de la debilidad física, podría dejar de apreciar el valor de sus oportunidades y su familia podría verse limitada a desarrollarse sin los beneficios de su cuidado, sus oraciones y su diligente instrucción. Si las madres quisieran tan sólo considerar los maravillosos privilegios que Dios les ha concedido, no se desviarían tan fácilmente de sus sagrados deberes para ocuparse de los triviales asuntos mundanales. ECR 140.2

La obra de la madre comienza con el nene que lleva en brazos. He visto a menudo al pequeñuelo arrojarse al suelo y gritar, si se le contrariaba en alguna cosa. Este es el momento de increpar al mal espíritu. El enemigo procurará gobernar la mente de nuestros niños, pero ¿hemos de permitirle nosotros que los plasme según su voluntad? Estos pequeñuelos no pueden discernir qué espíritu los domina, y es deber de los padres obrar con ellos con juicio y discreción. Deben vigilarse cuidadosamente sus costumbres. Se ha de poner freno a las malas tendencias y estimularse la mente a inclinarse en favor de lo recto. Se debiera animar al niño en cada esfuerzo que hace por mantener el gobierno de sí mismo. ECR 141.1

Método en todos los hábitos del niño, debiera ser la regla. Las madres cometen un grave error al permitirles comer entre comidas. Por esta práctica, el estómago se trastorna y pone el fundamento de sufrimientos futuros. Su mal humor puede haber sido causado por alimento malsano, no digerido aún; sin embargo, la madre considera que no puede perder tiempo en pensar en esto y enmendar su pernicioso proceder. Ni tampoco puede contenerse para aquietar su impaciente congoja. Da a los pequeños pacientes un pedazo de torta o alguna otra golosina para calmarlos, pero esto tan sólo agrava el mal. Algunas madres, por el afán de hacer gran cantidad de trabajo, hacen su tarea con tan excitado apresuramiento que son más irritables que sus hijos, y tratan de aterrorizarlos para hacerlos callar, regañándolos o castigándolos. ECR 141.2

Las madres se quejan a menudo de la delicada salud de sus hijos y consultan al médico, cuando hubieran podido ver, haciendo uso de un poco de sentido común, que el trastorno proviene de errores de régimen. ECR 141.3

Vivimos en un siglo de glotonería y las costumbres que se enseñan a los jóvenes, aun de parte de muchos adventistas del séptimo día, son diametralmente opuestas a las leyes de la naturaleza. Me senté una vez a la mesa con varios niños menores de doce años de edad. Se sirvió carne en abundancia. Luego una niña delgada y nerviosa pidió encurtidos. Se le alargó un frasco que contenía una mezcla ardiente de encurtidos con mostaza y otras especias picantes, de la cual se sirvió abundantemente. La nerviosidad y la índole irritable de esa niña eran bien conocidas, y estos condimentos picantes eran muy a propósito para producir semejante condición. El niño mayor tenía la idea de que no podía pasar sin carne y demostraba gran disgusto y hasta falta de respeto si no se la daban. La madre lo había complacido en sus gustos y aversiones hasta que se convirtió en poco menos que una esclava de sus caprichos. Al muchacho no se le daba trabajo, así que dedicaba la mayor parte de su tiempo a leer cosas inútiles o peores que inútiles. Se quejaba casi siempre de dolor de cabeza y no quería alimentos sencillos. ECR 141.4

Los padres debieran dar ocupación a sus hijos. Nada constituirá una fuente más segura de mal que la indolencia. El trabajo físico, que cansa los músculos saludablemente, despertará el apetito por alimentos sencillos y sanos; y el joven que esté debidamente ocupado, no se levantará de la mesa refunfuñando porque no ha visto delante de sí una fuente de carne y varias golosinas para tentar su apetito. ECR 142.1

Jesús, el Hijo de Dios, al trabajar con sus propias manos en el oficio de carpintero, dió un ejemplo a todos los jóvenes. Que los que desdeñan el asumir los deberes corrientes de la vida recuerden que Jesús estuvo sujeto a sus padres y contribuyó con su parte al sostén de la familia. Poco lujo se veía en la mesa de José y María, pues se contaban entre los pobres y humildes. ECR 142.2

Los padres debieran servir de ejemplo a sus hijos en el desembolso de dinero. Hay quienes tan pronto como obtienen dinero lo gastan en golosinas o en adornos innecesarios del vestido; y cuando los ingresos disminuyen, sienten necesidad de lo que han malgastado. Si tienen una entrada abundante, hacen uso de cada peso; si la entrada es limitada, no alcanza a causa de los hábitos de despilfarro que han adquirido y piden prestado para llenar las exigencias. Reunen de toda fuente posible para hacer frente a sus necesidades imaginarias. Llegan a ser fraudulentos y falsos, y el registro que hay contra ellos en los libros del cielo es de tal naturaleza que no querrían mirarlo en el día del juicio. Han de satisfacer el deseo de ostentación; han de complacer el deseo del apetito y se mantienen pobres en virtud de sus descuidados hábitos, pudiendo haber aprendido a vivir dentro del alcance de sus medios. El despilfarro es uno de los pecados a que están propensos los jóvenes. Desprecian los hábitos de economía por temor de que se los crea tacaños y pobres. Ante semejante estado de cosas, ¿qué diría Jesús, la Majestad del cielo, que les ha dado un ejemplo de paciente laboriosidad y economía? ECR 142.3

No es necesario precisar aquí cómo se haya de practicar la economía en todos sus detalles. Aquellos cuyos corazones estén completamente rendidos a Dios y que tomen su Palabra como guía, sabrán cómo conducirse en todos los deberes de la vida. Aprenderán de Jesús, que es manso y humilde de corazón, y al cultivar la mansedumbre de Cristo, cerrarán la puerta a innúmeras tentaciones. ECR 143.1

No se lo pasarán estudiando cómo satisfacer el apetito y la pasión de ostentación, en tanto que muchísimos ni siquiera pueden ahuyentar el hambre de sus puertas. El total gastado diariamente en cosas superfluas con la idea de que “son sólo cinco centavos” o “son sólo diez centavos”, parece muy pequeño; pero multiplicad estas insignificancias por los días del año, y a medida que los años pasen, la cifra alcanzada parecerá casi increíble. ECR 143.2

El Señor se ha complacido en presentar ante mí los males resultantes de los hábitos de derroche, a fin de que pueda amonestar a los padres para que enseñen a sus hijos estricta economía. Enseñadles que el uso del dinero gastado en lo que no necesitan queda desviado del empleo que le corresponde. El que es infiel en lo poco, lo sería también en lo mucho. Si los hombres son infieles en los bienes terrenales, no se les pueden confiar riquezas eternas. Poned guardia a vuestro apetito; enseñad a vuestros hijos por el ejemplo, lo mismo que por precepto, a hacer uso de una dieta sencilla. Enseñadles a ser laboriosos, a no estar meramente ocupados sino empeñados en trabajo provechoso. Tratad de despertar sus sensibilidades morales. Enseñadles que Dios tiene derechos sobre ellos, empezando aun desde los primeros años de su infancia. Decidles que hay corrupciones morales que afrontar por todos lados; que necesitan acudir a Jesús y entregarse a él en cuerpo y espíritu, y que en él encontrarán fuerza para resistir a toda tentación. Recordadles que no fueron creados meramente para complacerse a sí mismos, sino para ser instrumentos con que llevar a cabo nobles propósitos. Enseñadles, cuando las tentaciones los inducen a seguir sendas de egoísta complacencia, cuando Satanás trata de ocultar a Dios de su vista, que miren a Jesús y digan: “Sálvame, oh Jehová, para que no sea vencido”. Los ángeles se pondrán a su alrededor en respuesta a sus oraciones y los guiarán a seguras sendas. ECR 143.3

Cristo no oró porque sus discípulos fuesen quitados del mundo sino para que fuesen guardados del mal, esto es, guardados de ceder a las tentaciones que encontrarían en todas direcciones. Esta es una oración que todo padre y madre debiera elevar. ¿Pero habrían de interceder así en favor de sus hijos, dejándolos luego hacer lo que les plazca? ¿Habrían de regalar el apetito hasta que éste se hiciese dueño del terreno y esperar luego refrenar a los niños? No; la templanza y el dominio propio debieran enseñarse comenzando desde la cuna misma. Sobre la madre debe reposar mayormente la responsabilidad de esta tarea. El lazo terrenal más tierno es el que existe entre la madre y su hijo. El niño queda más prontamente impresionado por la vida y ejemplo de la madre que por los del padre, debido a este lazo de unión más fuerte y más tierno. No obstante, la responsabilidad de la madre es pesada, y ella debiera tener la ayuda constante de su esposo. ECR 144.1

La intemperancia en el comer y beber, en trabajar y en casi todas las cosas, existe por todas partes. Los que hacen grandes esfuerzos para ejecutar cierta suma de trabajo en un tiempo dado y siguen trabajando cuando su criterio les dice que deberían descansar, jamás son vencedores. Están viviendo de capital prestado. Están gastando la fuerza vital que necesitarán en un tiempo futuro. Y cuando se exija la energía que emplearon con tanta imprudencia, desfallecerán por falta de ella. Habrá desaparecido la fuerza física; decaerán las facultades mentales. Se darán cuenta de que han perdido algo, pero no sabrán lo que es. Su tiempo de necesidad habrá llegado, pero sus recursos físicos estarán agotados. Todo aquel que viola las leyes de la salud, deberá algún día sufrir en mayor o menor grado. Dios nos ha dotado de fuerza corporal, necesaria en diferentes períodos de nuestra vida. Si imprudentemente agotamos esta fuerza por el ajetreo constante, seremos perdedores algún día. Nuestra eficiencia se menoscabará, si acaso nuestra vida misma no se destruye. ECR 144.2

Como regla, el trabajo del día no debiera prolongarse por la noche. Si se aprovechan bien las horas del día, todo el trabajo continuado hasta la noche es extra y el recargado organismo se resentirá a causa de la carga que se le impone. Me fué mostrado que los que así proceden, a menudo pierden más de lo que ganan, por cuanto sus energías están agotadas y trabajan con nerviosidad. Puede ocurrir que no se den cuenta de ningún daño inmediato; pero están infaliblemente socavando su organismo. ECR 145.1

Consagren los padres las noches a su familia. Dejen los cuidados y perplejidades con los trabajos del día. El esposo y padre ganaría mucho si tomara por regla no turbar la felicidad de su familia llevando al hogar las desazones de los negocios para producir roces y preocupaciones. Puede que necesite el consejo de su esposa en los asuntos difíciles, y ambos podrían obtener alivio en sus perplejidades con buscar juntamente sabiduría de Dios; pero eso de mantener la mente en tensión constante por asuntos de negocios, perjudicará la salud, así de la mente como del cuerpo. ECR 145.2

Pásense las noches tan alegremente como sea posible. Sea el hogar un lugar donde existan la alegría, la cortesía y el amor. Esto lo hará atractivo a los niños. Si los padres se cargan de disgustos y desazones, son iracundos y criticones, los niños participan del mismo espíritu de descontento y contención, y el hogar resulta el sitio más miserable del mundo. Los niños encuentran más placer entre extraños, en compañías descuidadas o en la calle, que en el hogar. Todo esto podría evitarse si se practicara la templanza en todas las cosas y se cultivara la paciencia. El dominio propio de parte de todos los miembros de la familia, hará del hogar casi un paraíso. Haced vuestras habitaciones tan placenteras como sea posible. Encuentren los niños que el hogar es el sitio más atrayente de la tierra. Rodeadlos de influencias que los aparten de buscar las compañías callejeras y que les hagan pensar en los antros del vicio sólo con horror. Si la vida del hogar fuese lo que debiera ser, los hábitos que en él se formaran serían una poderosa defensa contra los ataques de la tentación cuando los jóvenes tuvieran que abandonar el amparo del hogar para ir al mundo. ECR 145.3

¿Construimos nuestras casas para la felicidad de la familia o meramente por ostentación? ¿Proporcionamos a nuestros hijos habitaciones agradables y asoleadas, o las mantenemos oscuras y cerradas, reservándolas para extraños, cuya felicidad no depende de nosotros? No hay obra más noble que podamos hacer, beneficio mayor que conferir a la sociedad, que dar a nuestros niños una educación adecuada, grabando en ellos, por precepto y ejemplo, el importante principio de que la pureza de vida y la sinceridad de propósito los preparará mejor para desempeñar su parte en el mundo. ECR 146.1

Nuestras costumbres artificiales nos privan de muchos privilegios y de muchos goces y nos inhabilitan para lo útil. Una vida a la moda es una vida dura e ingrata. ¡Cuántas veces se sacrifican el tiempo, el dinero y la salud, se somete a penosa prueba la paciencia y se pierde el dominio propio, sólo por causa de la ostentación! Si los padres quisieran atenerse a la sencillez, no dándose a gastos para la satisfacción de la vanidad, y para seguir la moda; si quisieran mantener una noble independencia en lo recto, sin dejarse llevar por la influencia de aquellos que siendo profesos cristianos se niegan a levantar la cruz de la abnegación, darían a sus hijos, mediante este mismo ejemplo, una educación inestimable. Los niños llegarían a ser hombres y mujeres de valía moral y, a su vez, tendrían valor para mantenerse denodadamente por lo recto, aun contra la corriente de la moda y la opinión popular. ECR 146.2

Cada acto de los padres repercute en el futuro de los hijos. Al consagrar tiempo y dinero al adorno exterior y a la complacencia de un apetito pervertido, están fomentando en los hijos la vanidad, el egoísmo y la concupiscencia. Las madres se quejan de estar tan cargadas de cuidados y trabajos que no pueden darse tiempo para enseñar pacientemente a sus pequeñuelos y dolerse con ellos en sus chascos y pruebas. Los corazones juveniles desean vivamente la simpatía y la ternura, y si no las obtienen de los padres, las buscarán en fuentes que pongan en peligro la mente y las costumbres. He oído a madres negar a sus hijos algún placer inocente, por falta de tiempo y reflexión, mientras sus atareadas manos y fatigados ojos se ocupaban diligentemente con alguna inútil pieza de adorno, algo que tan sólo serviría para alentar la vanidad y la extravagancia en los niños. “Árbol que crece torcido, nunca su tronco endereza”. A medida que los niños se aproximan a la pubertad, esas lecciones producen fruto de orgullo y falta de valor moral. Los padres deploran las faltas de sus hijos, pero no ven que están recolectando la cosecha de la semilla que ellos mismos sembraron. ECR 147.1

Padres cristianos, asumid la responsabilidad de vuestra vida y pensad sinceramente en las sagradas obligaciones que descansan sobre vosotros. Haced de la Palabra de Dios vuestra norma en lugar de seguir las modas y costumbres del mundo, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. La felicidad futura de vuestras familias y el bienestar de la sociedad dependen mayormente de la educación física y moral que vuestros hijos reciban en los primeros años de su existencia. Si sus gustos y hábitos son tan sencillos en todo como debieran ser; si su vestido es decente, sin adorno adicional, las madres tendrán tiempo para hacer felices a sus hijos y enseñarles cariñosa obediencia. ECR 147.2

No mandéis a vuestros pequeñuelos demasiado pronto a la escuela. La madre debiera ser cuidadosa al confiar el modelado de la mente del niño a manos ajenas. Los padres tendrían que ser los mejores maestros de sus hijos hasta que éstos hayan llegado a la edad de ocho o diez años. Su sala de clase debiera ser el aire libre, entre las flores y los pájaros, y su libro de texto, el tesoro de la naturaleza. Tan pronto como sus inteligencias puedan comprenderlo, los padres debieran abrir ante ellos el gran libro divino de la naturaleza. Estas lecciones, dadas en tal ambiente, no se olvidarán prestamente. Grande solicitud debiera tenerse para preparar el terreno del corazón, para que el Sembrador esparza la buena simiente. Si la mitad del tiempo y del trabajo que es ahora más que perdido en ir tras las modas del mundo, se consagrase al cultivo de la inteligencia de los niños y a la formación de hábitos correctos, se manifestaría en las familias un señalado cambio. ECR 148.1

No hace mucho oí a una madre decir que le agradaba ver una casa construida con acierto, y que los defectos en la disposición y las fallas en el retoque final de la obra de carpintería, le causaban fastidio. No condeno su gusto delicado; pero mientras la escuchaba, lamentaba que no hubiese podido introducirse esta misma delicadeza en sus métodos de gobernar a los niños. Estos eran edificios de cuya construcción ella era responsable; no obstante, las maneras ásperas y descorteses de esos niños, su temperamento iracundo y egoísta y su voluntad sin gobierno, eran dolorosamente manifiestos para otros. Eran, en efecto, caracteres disformes, seres humanos inadaptados. Sin embargo, la madre era ciega a todo ello. La disposición de su casa era para ella de más importancia que la simetría del carácter de sus hijos. ECR 148.2

La limpieza y el orden son deberes cristianos. Sin embargo, aun estas cosas podrían llevarse demasiado lejos y hacer de ellas lo esencial, al paso que se descuidasen los asuntos de mayor importancia. Aquellos que descuidan los intereses de los hijos por estas consideraciones, están diezmando la menta y el comino, en tanto que dejan lo más grave de la ley, a saber, la justicia, la misericordia y el amor de Dios. ECR 148.3

Los niños más consentidos llegan a ser voluntariosos, iracundos y desagradables. ¡Ojalá que los padres se dieran cuenta de que tanto su felicidad como la de sus hijos dependen de una disciplina sensata y temprana! ¿Quiénes son estos pequeñuelos confiados a nuestro cuidado? Son los miembros más jóvenes de la familia del Señor. El dice: “Toma este hijo, esta hija; críalos para mí y prepáralos para que sean ‘como esquinas labradas a manera de las de un palacio’ de modo que resplandezcan en los atrios del Señor”. ¡Obra preciosa! ¡Importante obra! Y sin embargo, vemos madres que suspiran por un campo más vasto de trabajo, por alguna obra misionera que hacer. Si tan sólo pudieran ir al Africa o a la India, creerían estar haciendo algo. Pero el hacerse cargo de los pequeños deberes diarios de la vida y cumplirlos fiel y perseverantemente, les parece cosa sin importancia. ¿Cuál es la causa de esto? ¿No es con frecuencia debido a que la labor de la madre se aprecia tan poco? Ella tiene mil cuidados y responsabilidades de que el padre pocas veces tiene conocimiento. Demasiado a menudo éste vuelve al hogar trayendo las inquietudes y perplejidades de sus negocios, que proyectan su sombra en la familia, y si no encuentra todo a su gusto en el hogar, da expresión a sentimientos de impaciencia y de censura. Puede que se vanagloríe de lo que ha logrado durante el día; pero a su manera de ver, el trabajo de la madre vale muy poco, o a lo menos no lo estima. Para él, las preocupaciones de aquélla parecen insignificantes. Ella no tiene que hacer más que cocinar, cuidar los niños, a veces bastante numerosos, y mantener la casa en orden. Durante todo el día ha tratado de hacer andar suavemente la maquinaria doméstica. Ha tratado, aunque cansada y perpleja, de hablar bondadosa y alegremente, de enseñar a los niños y de mantenerlos en el camino recto. Todo esto le ha costado esfuerzo y mucha paciencia. Ella no puede, a su vez, vanagloriarse de lo que ha hecho. Parécele como si no hubiese hecho nada. Pero no es así. Aunque los resultados de su trabajo no son visibles, hay ángeles de Dios que observan a la afanada madre y anotan las cargas que lleva de día en día. Su nombre puede no aparecer jamás en los anales de la historia o recibir la honra y el aplauso del mundo, como podría suceder con el del esposo y padre; pero en el libro de Dios queda inmortalizado. Está haciendo lo que puede y su puesto a la vista de Dios es más elevado que el del monarca que se sienta en su trono, pues ella está modelando el carácter y promoviendo el desarrollo de las inteligencias. ECR 149.1

Las madres del presente están haciendo la sociedad del futuro. ¡Cuán importante es que sus hijos sean criados de tal modo que puedan resistir las tentaciones que han de encontrar por doquier, más tarde en la vida! ECR 150.1

Sea cual fuere la ocupación del padre y las perplejidades que ella le ocasione, traiga él al hogar el mismo rostro sonriente y los acentos placenteros con que durante todo el día ha recibido a visitantes y extraños. Sienta la esposa que puede apoyarse en el gran afecto de su esposo, en que sus brazos la fortalecerán y sostendrán a través de todas sus tareas y cuidados, en que su influencia apoyará la suya, y su carga perderá la mitad de su peso. ¿No le pertenecen los hijos a él tanto como a ella? ECR 150.2

Procure el padre aliviar la tarea de la madre. En el momento dedicado al goce de un ocio egoísta, trate de familiarizarse con sus hijos, vale decir, únase a ellos en sus juegos, en sus ocupaciones. Muéstreles las hermosas flores, los altos árboles, en cuyas hojas pueden seguir las huellas de la obra y el amor de Dios. Debiera enseñarles que el Dios que hizo todo eso, ama lo bello y lo bueno. Cristo señaló a sus discípulos los lirios del campo y las aves del aire, mostrando cómo Dios cuida de ellos; y esto lo presentó como una evidencia de que él cuidará del hombre, que vale mucho más que las aves y las flores. Explíquese a los niños que, por mucho tiempo que se malgaste en tentativas de ostentación, nuestra apariencia, en gracia y belleza, no puede compararse con la de las más sencillas flores del campo. De esa manera sus inteligencias podrán ser llevadas de lo artificial a lo natural. Podrán aprender que Dios les ha dado todas estas cosas hermosas para que gocen de ellas, y que desea que ellos le den los mejores y más santos afectos del corazón. ECR 150.3

Los padres debieran tratar de despertar en sus hijos interés por el estudio de la fisiología. Los jóvenes tienen que ser instruidos en lo referente a sus propios cuerpos. Sólo pocos hay entre los jóvenes que tengan un conocimiento definido de los misterios de la vida. Es el estudio del maravilloso organismo humano, la relación y dependencia de todas sus complicadas partes, uno de aquellos en que las más de las madres se toman poco o ningún interés. No comprenden la influencia del cuerpo sobre la mente ni la de la mente sobre el cuerpo. Se ocupan en innecesarias fruslerías y luego alegan que no tienen tiempo para obtener la información que necesitan para cuidar debidamente de la salud de sus hijos. Es menos molesto confiarlos a los médicos. Miles de niños mueren a causa de la ignorancia respecto a las leyes de su ser. ECR 151.1

Si de por sí los padres quisieran adquirir un conocimiento en cuanto a este asunto y sintieran la importancia de aplicarlo a un uso práctico, veríamos un mejor estado de cosas. Enseñad a vuestros hijos a razonar, partiendo de causa a efecto. Mostradles que si violan las leyes de su ser, han de cumplir la pena de esa violación por medio del sufrimiento. Si no podéis ver tan rápido adelanto como quisierais, no os desaniméis, sino instruidlos pacientemente y avanzad hasta obtener la victoria. Continuad enseñándoles lo referente a sus propios cuerpos, y cómo cuidar de ellos. La imprudencia en la salud corporal propende a la imprudencia en las costumbres. ECR 151.2

No os descuidéis en enseñar a vuestros hijos cómo preparar alimento saludable. Al darles tales lecciones sobre fisiología y el arte de cocinar bien, les estáis dando los rudimentos de algunos de los ramos más útiles de la educación e inculcándoles principios que son elementos necesarios de una educación religiosa. ECR 151.3

Todas las lecciones de que he hablado en este capítulo son necesarias. Si se les presta la debida atención, serán como un baluarte que ha de proteger a nuestros niños de los males que están inundando al mundo. Tenemos necesidad de templanza en nuestras mesas. Tenemos necesidad de casas donde la luz del sol que Dios da y el aire puro del cielo, sean bien recibidos. Tenemos necesidad de una influencia alegre y feliz en nuestros hogares. Deberíamos fomentar costumbres provechosas en nuestros hijos e instruirlos en las cosas de Dios. Cuesta algo hacer todo esto. Cuesta oraciones y lágrimas e instrucción paciente y repetida con frecuencia. Nos hallamos a veces en el caso de no saber qué hacer; pero podemos llevar los niños a Dios en nuestras oraciones, pidiendo que sean guardados del mal, orando así: “Ahora, Señor, haz tu obra; ablanda y subyuga el corazón de nuestros hijos”; y él nos oirá. El escucha las oraciones de las madres llorosas y afanadas. Cuando Cristo estaba en la tierra, las agobiadas madres le llevaban sus hijos. Pensaban que si ponía las manos sobre sus hijos, se sentirían con mejor ánimo para criarlos en el camino en que tendrían que andar. El Salvador sabía por qué esas madres acudían a él con sus pequeñuelos y reprendió a los discípulos que querían apartarlos, diciendo: “Dejad los niños venir a mí, y no los impidáis; porque de tales es el reino de Dios”. Jesús ama a los pequeñuelos y está observando para ver cómo los padres llevan a cabo su cometido. ECR 152.1

La iniquidad abunda por todos lados, y si los niños se salvan será debido a esfuerzos serios y perseverantes. Cristo ha dicho: “Yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados”. Quiso que sus discípulos fuesen santificados, y se hizo él mismo ejemplo de ellos, para que pudieran seguirle. ¿Qué acontecería si los padres y las madres se situasen en la misma posición, diciendo: “Deseo que mis hijos tengan firmes principios y yo les daré un ejemplo de ello con mi vida”? Que la madre no considere demasiado grande sacrificio alguno, si es hecho por la salvación de su familia. Recordad que Jesús dió su vida con el propósito de rescataros de la ruina a vosotros y a vuestros hijos. Tendréis su simpatía y ayuda en esta bendita obra y seréis colaboradores de Dios. ECR 152.2

Aunque faltemos en cualquier otra cosa, esmerémonos en la obra por nuestros niños. Si la disciplina doméstica los hace puros y virtuosos, así ocupen el lugar más pequeño y humilde en el gran plan de Dios para el bien del mundo, la obra de nuestra vida jamás será llamada fracaso.—Christian Temperance and Bible Hygiene, 60-72 (1880). Reproducido en Fundamentals of Christian Education, 149-161. ECR 153.1