La Educación Cristiana

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Capítulo 29—El valor del estudio de la Biblia

“Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra”. 2 Timoteo 3:16, 17. La Palabra de Dios es como un tesoro que contiene todo lo esencial para perfeccionar al hombre de Dios. Nosotros no apreciamos la Biblia como debiéramos. No estimamos debidamente las riquezas que encierra, ni nos damos cuenta de la gran necesidad que tenemos de escudriñar las Escrituras por nosotros mismos. Los hombres descuidan el estudio de la Palabra de Dios por ir tras intereses mundanales o entregarse a los placeres del momento. Se hace de algún asunto insignificante una excusa que justifique la ignorancia acerca de las Escrituras dadas por inspiración de Dios. Pero sería mejor desechar cualquier cosa de carácter terrenal en vez de este estudio importante en todo sentido, que ha de hacernos sabios para vida eterna. ECR 222.1

Me duele el corazón cuando veo a hombres—aun aquellos que profesan esperar la venida de Cristo—que dedican su tiempo y talentos a dar circulación a libros que no contienen nada referente a las verdades especiales de nuestro tiempo, tales como libros de cuentos, de biografías y de teorías y especulaciones de hombres. El mundo está lleno de libros tales; pueden obtenerse en cualquier parte; pero ¿pueden los seguidores de Cristo ocuparse en trabajo tan fútil cuando existe la clamorosa necesidad de la verdad de Dios por todas partes? Nuestra misión no es hacer circular libros semejantes. Hay millares que pueden hacerlo, que todavía no tienen conocimiento de nada mejor. Nosotros tenemos una misión definida y no debemos abandonarla por cosas secundarias, empleando hombres y recursos para llamar la atención de la gente a libros que no tienen relación con la verdad presente. ECR 222.2

¿Oráis por el adelanto de la verdad? Entonces trabajad por ello, y demostrad que vuestras oraciones suben de corazones sinceros y fervientes. Dios no obra milagros donde ha provisto los medios por los cuales se ha de hacer la obra. Emplead vuestro tiempo y talentos en su servicio, y él no dejará de cooperar con vuestros esfuerzos. Si el agricultor deja de arar y sembrar, Dios no obrará un milagro para contrarrestar las consecuencias de su descuido. El tiempo de la cosecha halla a su campo sin fruto: no hay gavillas que recoger, no hay grano que almacenar. Dios suministró la semilla, el suelo, el sol y la lluvia; y si el agricultor hubiese empleado los medios que estaban a su alcance, habría recibido según su siembra y trabajo. ECR 223.1

Existen grandes leyes que gobiernan el mundo de la naturaleza, y las cosas espirituales son dirigidas por principios igualmente positivos; si se quiere obtener los resultados deseados, es necesario emplear los medios para lograr un fin. Los que no hacen esfuerzos decididos, no están trabajando en armonía con las leyes de Dios. No están haciendo uso de los medios provistos por el Padre celestial y no pueden esperar otra cosa que ínfimas retribuciones. El Espíritu Santo no obligará a los hombres a seguir un curso de acción determinado. Somos agentes morales libres, y cuando se nos ha dado evidencia suficiente acerca de nuestro deber, a nosotros nos toca decidir nuestra conducta. ECR 223.2

A vosotros que esperáis indolentemente que Dios obre algún milagro maravilloso para ilustrar al mundo respecto a la verdad, quisiera preguntaros si habéis empleado los medios que Dios ha provisto para el adelanto de su causa. Vosotros que oráis por luz y verdad celestiales, ¿habéis estudiado las Escrituras? ¿Habéis deseado la leche pura de la Palabra para que crezcáis por ella? ¿Os habéis sometido al mandato revelado? “Harás” y “no harás”, son requerimientos claros; no hay sitio para la ociosidad en la vida cristiana. Vosotros que lamentáis vuestra pobreza espiritual, ¿tratáis de conocer y hacer la voluntad de Dios? ¿Estáis procurando entrar por la puerta estrecha? Hay trabajo, importante trabajo, que hacer para el Maestro. Los males condenados en la Palabra de Dios deben ser vencidos. Tenéis que batallar individualmente contra el mundo, la carne y el diablo. La Palabra de Dios es llamada “la espada del Espíritu”, y vosotros debéis haceros hábiles en su manejo, a fin de abriros paso a través de las huestes de la oposición y de las tinieblas. ECR 223.3

Apartaos de las compañías perjudiciales. Calculad el precio de seguir a Jesús y hacedlo con el decidido propósito de purificaros de toda inmundicia de la carne y del espíritu. La vida eterna vale todo lo que poseéis y sois, y Jesús ha dicho: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo”. Aquel que no hace nada, sino solamente espera ser compelido por algún instrumento sobrenatural, seguirá esperando en el letargo y la oscuridad. Dios ha dado su Palabra. Dios habla a vuestra alma en lenguaje inconfundible. ¿No basta la palabra de su boca para mostraros vuestro deber e impulsaros a cumplirlo? ECR 224.1

Los que humilde y piadosamente escudriñan las Escrituras para conocer y hacer la voluntad de Dios, no dudarán de sus obligaciones hacia Dios. Porque “el que quisiere hacer su voluntad, conocerá de la doctrina”. Si queréis conocer el misterio de la piedad, debéis seguir la sencilla palabra de verdad, haya o no sentimiento o emoción. La obediencia debe basarse en principios, y lo recto ha de seguirse bajo todas las circunstancias. Este es el carácter elegido por Dios para salvación. La prueba de un cristiano genuino se da en la Palabra de Dios. Jesús dice: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. ... El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada. El que no me ama, no guarda mis palabras: y la palabra que habéis oído, no es mía, sino del Padre que me envió”. ECR 224.2

He ahí las condiciones de acuerdo con las cuales toda alma será elegida para vida eterna. Vuestra obediencia a los mandamientos de Dios evidenciará vuestro derecho a una herencia con los santos en la luz. Dios ha escogido cierta excelencia de carácter y todo aquel que, por la gracia de Cristo, alcance la norma por él requerida, tendrá amplia entrada en el reino de gloria. Todo aquel que quiera alcanzar esta norma de carácter tendrá que hacer uso de los medios que Dios ha provisto para dicho fin. Si queréis heredar el reposo perdurable prometido a los hijos de Dios, tendréis que llegar a ser colaboradores de Dios. Sois elegidos para llevar el yugo de Cristo, vale decir, llevar su carga, cargar su cruz. Tenéis que ser diligentes en “hacer firme vuestra vocación y elección”. Escudriñad las Escrituras y veréis que no se elige a ningún hijo o hija de Adán para que sea salvo si desobedece a la ley de Dios. El mundo invalida la ley de Dios; empero los cristianos son elegidos para santificación mediante obediencia a la verdad. Son elegidos para que lleven la cruz si quieren ceñir la corona. ECR 225.1

La Biblia es la única regla de fe y doctrina. Y no hay nada más a propósito para vigorizar la mente y fortalecer el intelecto que el estudio de la Palabra de Dios. No hay otro libro que sea tan poderoso para elevar los pensamientos y dar vigor a las facultades como las vastas y ennoblecedoras verdades de la Biblia. Si se estudiara la Palabra de Dios como es debido, los hombres tendrían una grandeza de entendimiento, una nobleza de carácter y una firmeza de propósito que rara vez se ven en. estos tiempos. Millares de hombres que ministran en el púlpito carecen de las cualidades esenciales de la mente y del carácter, debido a que no se aplican al estudio de las Escrituras. Se conforman con un conocimiento superficial de las verdades que están llenas de ricas profundidades de significado; y prefieren seguir así, perdiendo mucho en todo sentido, más bien que buscar con diligencia el tesoro oculto. ECR 225.2

La búsqueda de la verdad recompensará a cada paso al investigador, y cada descubrimiento le proporcionará campos más ricos de investigación. Los hombres se transforman de acuerdo con aquello que contemplan. Si pensamientos y asuntos triviales ocupan la atención, el hombre será trivial. Si es tan negligente que no logra más que una comprensión superficial de la verdad de Dios, no recibirá las ricas bendiciones que Dios quisiera conferirle. Es una ley de la inteligencia que ésta se empequeñezca o se ensanche en proporción a aquello con que se familiarice. Las facultades mentales se contraerán seguramente y perderán su capacidad para comprender los profundos significados de la Palabra de Dios a menos que sean puestas a la tarea de escudriñar la verdad, vigorosa y persistentemente. La mente se ensanchará si se emplea en investigar la relación de los temas de la Biblia, comparando pasaje con pasaje y lo espiritual con lo espiritual. Id más abajo que la superficie; los más ricos tesoros del pensamiento aguardan al estudiante hábil y diligente. ECR 226.1

Aquellos que están enseñando el mensaje más solemne que alguna vez se diera al mundo, deben disciplinar la mente para que comprenda su significado. El tema de la redención resistirá el estudio más concentrado y su profundidad no será jamás explorada completamente. No tenéis por qué temer que agotaréis este maravilloso tema. Bebed profundamente del pozo de salvación. Id vosotros mismos a la fuente para que seáis totalmente refrigerados, para que Jesús sea en vosotros una fuente de agua que brote para vida eterna. Solamente la verdad y la religión de la Biblia soportarán la prueba del juicio. No tenemos que pervertir la Palabra de Dios para acomodarla a nuestra conveniencia e intereses mundanos, sino preguntar sinceramente: “¿Qué quieres que haga?” “No sois vuestros, ... comprados sois por precio”. ¡Y qué precio! No “con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo”. Cuando el hombre se perdió, el Hijo de Dios dijo: Yo lo redimiré; yo seré su fiador y sustituto. Dejó a un lado sus vestiduras reales, cubrió su divinidad con la humanidad y descendió del trono real, a fin de poder llegar hasta el fondo mismo de la miseria y tentación humanas, levantar nuestra naturaleza caída y hacer posible que nosotros seamos victoriosos, hijos de Dios, herederos del reino eterno. ¿Permitiremos, entonces, que consideración terrenal alguna nos desvíe de la senda de la verdad? ¿No discutiremos toda doctrina y teoría y la someteremos a la prueba de la Palabra de Dios? ECR 226.2

No debiéramos permitir que ningún argumento humano nos desvíe de una investigación cabal de la verdad bíblica. Las opiniones y costumbres de los hombres no han de ser recibidas romo si tuviesen autoridad divina. Dios ha revelado en su Palabra en qué consiste todo el deber del hombre, y nosotros no hemos de dejarnos apartar de la gran norma de justicia. El envió a su Hijo Unigénito para que fuese nuestro ejemplo, y nos invita a oírle y seguirle. No debemos apartarnos de la verdad según está en Jesús porque grandes hombres que profesan ser buenos, pongan ciertas ideas por encima de las sencillas declaraciones de la Palabra de Dios. ECR 227.1

La obra de Cristo es atraer a los hombres de lo falso y espurio a lo verdadero y genuino. “El que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida”. No existe peligro de caer en el error mientras seguimos las pisadas de la “Luz del mundo”. Hemos de hacer las obras de Cristo. Hemos de ocupar el corazón y el alma en su servicio; hemos de escudriñar la Palabra de vida y presentarla a otros. Debemos educar a la gente de modo que se dé cuenta de la importancia de su enseñanza y del peligro de desviarse de sus claras órdenes. ECR 227.2

Los judíos fueron inducidos al error, llevados a la ruina y al rechazo del Señor de gloria, porque ignoraban las Escrituras y el poder de Dios. Una gran obra hay delante de nosotros: la de guiar a los hombres a hacer de la Palabra de Dios la regla de sus vidas y a no transigir con las tradiciones y costumbres, sino a andar en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.—The Review and Herald, 17 de Julio de 1888. Reproducido en Fundamentals of Christian Education, 123-128. ECR 227.3