La Educación

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La siembra hecha con fe

De las lecciones casi innumerables enseñadas por los diversos procesos del crecimiento, algunas de las más preciosas son transmitidas por medio de la parábola del crecimiento de la semilla, dada por el Salvador. Sus lecciones son de beneficio para jóvenes y viejos. ED 95.1

“Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra. Duerma y vele, de noche y de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo, porque de por sí lleva fruto la tierra: primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga”4. ED 95.2

La semilla posee la capacidad de germinar implantada por Dios mismo; sin embargo, abandonada a su suerte, no tendría poder para brotar. El ser humano tiene que hacer su parte para estimular el crecimiento del grano, pero fuera de eso, no puede hacer nada. Necesita depender de Aquel que ha ligado la siembra y la siega con los eslabones maravillosos de su poder omnipotente. ED 95.3

Hay vida en la semilla, hay poder en el suelo, pero a menos que el poder infinito trabaje día y noche, la semilla no dará fruto. Las lluvias deben refrescar los campos sedientos; el sol tiene que impartir calor; la electricidad ha de llegar hasta la semilla sepultada. Solamente el Creador puede llamar a existencia la vida que Él ha implantado. Toda semilla crece y toda planta se desarrolla por el poder de Dios. ED 95.4

“La semilla es la Palabra de Dios”. “Porque come la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su semilla, así Jehová el Señor hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones”5. En la siembra espiritual ocurre lo mismo que en la natural: El único poder que puede producir vida procede de Dios. ED 95.5

El trabajo del sembrador es un trabajo de fe. No puede comprender el misterio de la germinación y del crecimiento de la semilla, pero tiene confianza en los instrumentos por medio de los cuales Dios produce la vegetación. Echa la semilla, con la esperanza de recogerla multiplicada en una cosecha abundante. Del mismo modo han de trabajar los padres y maestros, con la esperanza de recoger una cosecha de la semilla que siembran. ED 95.6

Durante algún tiempo la buena semilla puede permanecer en el corazón sin ser notada, y sin dar evidencia de haber echado raíces, pero más tarde, al dar el Espíritu de Dios aliento al alma, la semilla oculta brotará, y al fin dará fruto. En la obra de nuestra vida no sabemos qué prosperará, si esto o aquello. No nos toca a nosotros resolver este problema. “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano”6. El gran pacto de Dios declara que “mientras la tierra permanezca, no cesarán la cementera y la siega”7. Puesto que confía en esta promesa, el agricultor ara y siembra. Al trabajar en la siembra espiritual, no debemos tener menos confianza en esta promesa: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquellos para que la envié”. “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”8. ED 95.7

La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida espiritual, y el desarrollo de la planta es una figura del desarrollo del carácter. No puede haber vida sin crecimiento. La planta crece, o muere. Del mismo modo que su crecimiento es silencioso, imperceptible pero continuo, así es también el crecimiento del carácter. En cualquier etapa del desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; sin embargo, si se cumple el propósito de Dios para nosotros, habrá un progreso constante. ED 96.1

La planta crece porque recibe lo que Dios ha provisto para mantener su vida. Del mismo modo se logra el crecimiento espiritual por medio de la cooperación con los agentes divinos. Así como la planta se arraiga en el suelo, nosotros necesitamos arraigarnos en Cristo. Así como la planta recibe la luz del sol, el rocío y la lluvia, nosotros tenemos que recibir el Espíritu Santo. Si nuestros corazones se apoyan en Cristo, él vendrá a nosotros “como la lluvia tardía y temprana a la tierra”9. Como el Sol de Justicia, se levantará sobre nosotros “y en sus alas traerá salvación”10. Creceremos “como lirio”. Nos vivificaremos “como trigo” y floreceremos “como la vid”11. ED 96.2

El proceso del crecimiento del trigo es como sigue: “Primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga”12. El propósito que tiene el agricultor al sembrar la semilla y cultivar la planta, es obtener el grano: pan para el hambriento y semilla para cosechas futuras. Así también espera una cosecha el Agricultor divino. Trata de reproducirse en el corazón y en la vida de sus seguidores, para que por medio de ellos pueda ser reproducido en otras vidas y otros corazones. ED 96.3

El desarrollo gradual de la planta a partir de la semilla, es una ilustración de la educación del niño. “Primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga”12. El que dio esta parábola, creó la semillita, le dio sus propiedades vitales y dictó las leyes que rigen su crecimiento. Y las verdades enseñadas por la parábola fueron hechas una realidad en su propia vida. Él, la Majestad del cielo, el Rey de gloria, se hizo criatura en Belén, y representó por un tiempo a la infancia impotente que depende del cuidado materno. En su niñez habló y se condujo como niño, honró a sus padres, y realizó sus deseos en forma útil. Pero a partir del primer destello de inteligencia, fue creciendo constantemente en gracia y en conocimiento de la verdad. ED 96.4

Los padres y maestros deben proponerse cultivar de tal modo las tendencias de los jóvenes que, en cada etapa de la vida, estos representen la debida belleza de ese período, que se desarrollen naturalmente, como lo hacen las plantas del jardín. ED 97.1

Los niñitos deben ser educados con sencillez infantil. Debe enseñárseles a conformarse con los deberes simples y útiles y los placeres e incidentes naturales a sus años. La niñez corresponde a la hierba de la parábola, y la hierba tiene una belleza peculiar. No se debería forzar en los niños el desarrollo de una madurez precoz, sino que se debería tratar de conservar, tanto tiempo como fuera posible, la frescura y la gracia de sus primeros años. Cuanto más tranquila y sencilla sea la vida del niño, cuanto menos afectada por el estímulo artificial y más en armonía con la naturaleza, más favorables será para el desarrollo físico y mental, y la fuerza espiritual. ED 97.2

El milagro del Salvador, al alimentar a los cinco mil, ilustra la obra del poder de Dios en la producción de la cosecha. Jesús descorre el velo del mundo de la naturaleza, y revela la energía creadora ejercida constantemente para nuestro bien. Al multiplicar la semilla sembrada en el suelo, el que multiplicó los panes hace un milagro todos los días. ED 97.3

Por medio de un milagro alimenta constantemente a millones de personas con las cosechas de la tierra. Se llama a los hombres a cooperar con él en el cuidado del grano y la preparación del pan, y por este motivo pierden de vista al instrumento divino. Se atribuye la obra de su poder a causas naturales o a medios humanos y, con demasiada frecuencia, se pervierten sus dones dándoles un uso egoísta y convirtiéndolos así en una maldición en vez de una bendición. Dios está procurando cambiar todo esto. Desea que nuestros sentidos entorpecidos se aviven para percibir su bondad misericordiosa, que sus dones sean para nosotros la bendición que él se proponía que fuesen. ED 97.4

La palabra de Dios, la transmisión de su vida, es lo que da vida a la semilla y, al comer el grano, nos hacemos partícipes de esa vida. Dios desea que comprendamos eso; quiere que aún al recibir nuestro pan cotidiano, reconozcamos su intervención y alcancemos una comunión más íntima con él. ED 97.5

Según las leyes de Dios que rigen en la naturaleza, el efecto sigue a la causa con invariable seguridad. La siega es un testimonio de la siembra. Aquí no hay simulación posible. Los hombres pueden engañar a sus semejantes y recibir alabanza y compensación por un servicio que no han prestado. Pero en la naturaleza no puede haber engaño. La cosecha dicta sentencia de condenación para el agricultor infiel. Y en su sentido superior, esto se aplica también al campo de lo espiritual. El mal triunfa aparentemente, pero no en realidad. El niño que por jugar falta a clases, el joven perezoso para estudiar, el empleado o aprendiz que no cuida los intereses de su patrón, el hombre que en cualquier negocio o profesión es infiel a sus responsabilidades más elevadas, puede jactarse de que mientras la falta permanezca oculta obtiene ciertas ventajas. Pero no es así; se engaña a sí mismo. El carácter es la cosecha de la vida, y determina el destino tanto para esta vida como para la venidera. ED 98.1

La cosecha es la reproducción de la semilla sembrada. Toda semilla da fruto “según su género”. Lo mismo ocurre con los rasgos de carácter que fomentamos. El egoísmo, el amor propio, el engreimiento, la propia complacencia, se reproducen, y el final es desgracia y ruina. “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el espíritu, del espíritu segará vida eterna”13. El amor, la solidaridad y la bondad, dan fruto de bendición, una cosecha imperecedera. ED 98.2

En la cosecha, la semilla se multiplica. Un solo grano de trigo, multiplicado por repetidas siembras, cubriría todo un terreno de gavillas doradas. La misma extensión puede tener la influencia de una sola vida, y hasta de una sola acción. ED 98.3

¡Qué actos de amor ha inspirado, a través de los siglos, el recuerdo del vaso de alabastro roto para ungir a Cristo! ¡Cuántas ofrendas ha ganado para la causa del Salvador la contribución de “dos blancas, o sea un cuadrante”14, hecha por una pobre viuda anónima! ED 98.4