La Educación
De la debilidad a la fortaleza
La historia de ninguno de los discípulos ilustra mejor que la de Pedro el método educativo de Cristo. Temerario, agresivo, confiado en sí mismo, ágil mentalmente y pronto para actuar y vengarse era, sin embargo, generoso para perdonar. Pedro se equivocó a menudo, y a menudo fue reprendido. No fueron menos reconocidas y elogiadas su lealtad afectuosa y su devoción a Cristo. El Salvador trató a su impetuoso discípulo con paciencia y amor inteligente, y se esforzó por reprimir su engreimiento y enseñarle humildad, obediencia y confianza. ED 80.3
Pero la lección fue aprendida solo en parte. El engreimiento no fue desarraigado. ED 80.4
A menudo, cuando sentía su corazón abrumado por un pesar, Jesús trataba de revelar a sus discípulos las escenas de su prueba y su sufrimiento. Pero sus ojos estaban cerrados. La revelación no era bien recibida y no veían. La autocompasión, que lo impulsaba a evitar la comunión con Cristo en el sufrimiento, motivó la protesta de Pedro: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”6. Sus palabras expresaban el pensamiento de los doce. ED 80.5
Así siguieron, jactanciosos y pendencieros, adjudicándose anticipadamente los honores reales, sin soñar en la cruz, mientras la crisis se iba acercando. ED 80.6
La experiencia de Pedro es una lección para todos. Para la confianza propia, la prueba implica derrota. Cristo no podía impedir las consecuencias seguras del mal que no había sido abandonado. Pero así como extendió la mano para salvar a Pedro cuando las olas estaban por hundirlo, su amor lo rescató cuando las aguas profundas anegaban su alma. Repetidas veces, al borde mismo de la ruina, las palabras jactanciosas de Pedro lo acercaron cada vez más al abismo. Repetidas veces Jesús le advirtió de que negaría que lo conocía. Del corazón apenado y amante del discípulo brotó la declaración: “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a la cárcel, sino también a la muerte”7, y Aquel que lee el corazón dio a Pedro el mensaje, poco apreciado entonces, pero que en las tinieblas que iban a asentarse pronto sobre Él sería un rayo de esperanza: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”8. ED 80.7
Cuando Pedro negó en la sala del tribunal que lo conocía; cuando su amor y su lealtad, despertados por la mirada de compasión, amor y pena del Salvador, le hicieron salir al huerto donde Cristo había llorado y orado; cuando sus lágrimas de remordimiento cayeron al suelo que había sido humedecido con las gotas de sangre de la agonía del Señor, las palabras del Salvador: “Pero yo he rogado por ti; [...] y tú, una vez vuelto confirma a tus hermanos”, fueron un sostén para su alma. Cristo, aunque había previsto su pecado, no lo había abandonado a la desesperación. ED 81.1
Si la mirada que Jesús le dirigió hubiera expresado condenación en vez de lástima; si al predecir el pecado no hubiera hablado de esperanza, ¡cuán densa habría sido la oscuridad que hubiera rodeado a Pedro! ¡Cuán incontenible la desesperación de esa alma torturada! En esa hora de angustia y aborrecimiento de sí mismo, ¿qué le hubiera podido impedir que siguiera el camino de Judas? ED 81.2
El que en ese momento no podía evitar la angustia de su discípulo, no lo dejó librado a la amargura. Su amor no falla ni abandona. ED 81.3
Los seres humanos, entregados al mal, se sienten inclinados a tratar con mucha severidad a los tentados y a los que yerran. No pueden leer el corazón, no conocen su lucha ni dolor. Necesitan aprender a reprender con amor, a herir para sanar, a amonestar con palabras de esperanza. ED 81.4
Cristo, después de su resurrección, no mencionó a Juan—el que veló junto con el Salvador en la sala del tribunal, el que estuvo junto a la cruz, y que fue el primero en llegar a la tumba—sino a Pedro. “Decid a sus discípulos, y a Pedro—dijo el ángel—que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis”9. ED 81.5
En ocasión de la última reunión de Cristo con los discípulos junto al mar, Pedro, probado con la pregunta repetida tres veces: “¿Me amas?”10 recuperó el lugar que ocupaba entre los doce. Se le asignó su obra: Tendría que apacentar el rebaño del Señor. Luego, como última instrucción personal, Jesús le dijo: “¡Sígueme tú!”11 ED 81.6
Entonces pudo apreciar esas palabras. Pudo comprender mejor la lección que Cristo había dado cuando puso a un niñito en medio de los discípulos y les dijo que se asemejaran a él. Puesto que conocía más plenamente tanto su propia debilidad como el poder de Cristo, estaba listo para confiar y obedecer. Con la fuerza del Maestro, podía seguirlo. ED 82.1
Y al fin de su vida de trabajo y sacrificio, el discípulo que una vez estuvo tan poco preparado para ver la cruz, consideró un gozo entregar su vida por el evangelio, con el único sentimiento de que, para el que había negado al Señor, morir del mismo modo como murió su Maestro era un honor demasiado grande. ED 82.2
La transformación de Pedro fue un milagro de la ternura divina. Es una vívida lección para todos los que tratan de seguir las pisadas del Maestro de los maestros. ED 82.3