La Educación

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Pablo—Gozoso en el servicio

A la fe y la experiencia de los discípulos galileos que habían acompañado a Jesús, se unieron en la obra del evangelio el fogoso vigor y el poder intelectual de un rabino de Jerusalén. Siendo ciudadano romano, nacido en una ciudad gentil; siendo judío, no solo por ascendencia, sino por educación, celo patriótico y fe religiosa de toda una vida; y habiendo sido educado en Jerusalén por los rabinos más eminentes, e instruido en todas las leyes y tradiciones de los padres, Saulo de Tarso compartía en toda su intensidad el orgullo y los prejuicios de su nación. Cuando aún era joven, llegó a ser un respetado miembro del Sanedrín. Era considerado como un hombre promisorio, y celoso defensor de la antigua fe. ED 59.2

En las escuelas teológicas de Judea, la Palabra de Dios había sido sustituida por las especulaciones humanas; las tradiciones e interpretaciones de los rabinos la despojaban de su poder. El engrandecimiento propio, el amor al dominio, la exclusividad celosa, el fanatismo y el orgullo despectivo, eran los principios y motivos predominantes de esos maestros. ED 59.3

Los rabinos se enorgullecían de su superioridad, no solamente sobre los habitantes de otras naciones, sino sobre las multitudes de la suya propia. Dominados por el odio hacia sus opresores romanos, abrigaban la esperanza de recobrar por la fuerza de las armas su supremacía nacional. Odiaban y daban muerte a los seguidores de Jesús, cuyo mensaje de paz era tan opuesto a sus proyectos ambiciosos. Y en esta persecución Pablo era uno de los más crueles e implacables actores. ED 59.4

En las escuelas militares de Egipto, Moisés había aprendido la ley de la fuerza, y esta enseñanza influyó tanto en su carácter, que fueron necesarios cuarenta años de quietud y comunión con Dios y la naturaleza, a fin de prepararlo para dirigir a Israel según la ley del amor. Pablo tuvo que aprender la misma lección. ED 59.5

A las puertas de Damasco, la visión del Crucificado cambió todo el curso de su vida. El perseguidor se convirtió en discípulo, el maestro en alumno. Los días de oscuridad pasados en la soledad, en Damasco, fueron como años para su vida. Su estudio lo constituían las Escrituras del Antiguo Testamento, atesoradas en su memoria, y Cristo era su Maestro. También fue para él una escuela la soledad de la naturaleza. Fue al desierto de Arabia para estudiar las Escrituras y aprender de Dios. Limpió su alma de los prejuicios y las tradiciones que habían amoldado su vida y recibió instrucción de la Fuente de verdad. ED 59.6

Su vida posterior se inspiró en el principio de la abnegación, el ministerio del amor. “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios—dijo—soy deudor”14. “El amor de Cristo nos constriñe”15. ED 60.1

Pablo, el más grande maestro humano, aceptaba tanto los deberes más humildes como los más elevados. Reconocía la necesidad del trabajo, tanto para las manos como para la mente, y desempeñaba un oficio para mantenerse. Se dedicaba a la fabricación de tiendas mientras predicaba diariamente el evangelio en los grandes centros civilizados. “Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo—dijo cuando se despedía de los ancianos de Efeso—, estas manos me han servido”16. ED 60.2

Al par que poseía altas dotes intelectuales, Pablo revelaba en su vida el poder de una sabiduría aún más impresionante. Sus enseñanzas, ejemplificadas por su vida, revelan principios de la más profunda significación, que eran ignorados por los grandes intelectos de su tiempo. Poseía la más elevada de todas las sabidurías que da una pronta perspicacia y simpatía, que pone al hombre en contacto con los hombres, y lo capacita para despertar la naturaleza mejor de sus semejantes e inspirarlos a vivir una vida más elevada. ED 60.3

Escuchad las palabras que pronunció ante los paganos de Listra, al indicarles a Dios revelado en la naturaleza como Fuente de todo bien, que nos da “lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones”17. ED 60.4

Vedle en la cárcel de Filipos donde, a pesar del dolor que abruma su cuerpo, su canto de alabanza rasga el silencio de la noche. Después que el terremoto ha abierto las puertas de la cárcel, se vuelve a oír su voz en palabras de aliento para el carcelero pagano: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”18. Todos habían permanecido en su sitio, contenidos por la presencia de un compañero de prisión. Y el carcelero, convencido de la realidad de aquella fe que sostenía a Pablo, se interesó por el camino de la salvación, y con toda su casa se unió al perseguido grupo de discípulos de Cristo. ED 60.5