La Educación

86/91

Los frutos del dominio propio

Los que desean dominar a otros deben primero dominarse a sí mismos. Si se trata airadamente a un niño o joven, solo se provocará su resentimiento. Cuando un padre o un maestro se impacienta, y corre peligro de hablar imprudentemente, es mejor que guarde silencio. En este hay un poder maravilloso. ED 263.4

El maestro ha de tener en cuenta que va a encontrar naturalezas perversas y corazones endurecidos. Pero al tratar con ellos, nunca debe olvidar que él también fue niño y necesitó disciplina. Aun siendo adulto, y poseyendo las ventajas de la edad, la educación y la experiencia, yerra a menudo y necesita misericordia y tolerancia. Al educar a los jóvenes debe considerar que trata con personas que tienen inclinaciones al mal semejantes a las suyas. Tienen que aprender casi todas las cosas y para algunos es mucho más difícil aprender que para otros. Necesita tratar pacientemente al alumno torpe, no censurar su ignorancia, sino aprovechar toda oportunidad para animarlo. Con los alumnos muy sensibles y nerviosos debe proceder con mucha ternura. La sensación de sus propias imperfecciones debe moverlo constantemente a manifestar compañerismo y tolerancia hacia los que también tienen que luchar con dificultades. ED 263.5

La regla del Salvador: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”5, tiene que ser adoptada por todos los que emprenden la educación de los niños y jóvenes. Son ellos los miembros más jóvenes de la familia del Señor, herederos, como nosotros, de la gracia de la vida. Se debe observar sagradamente la regla del Señor en el trato con los más torpes, los más jóvenes, los más desatinados, y hasta para con los extraviados y rebeldes. ED 263.6

Esta regla guiará al maestro a evitar, en todo lo posible, el hacer públicas las faltas o los errores de un alumno. Tratará de evitar reprender o castigar en presencia de otros. No expulsará a un alumno antes de haber hecho todo esfuerzo posible para reformarlo. Pero cuando resulta evidente que el alumno no recibe beneficio, y que en cambio su desafío o indiferencia por la autoridad tiende a derribar el gobierno de la escuela, y su influencia contamina a otros, es necesario expulsarlo. Sin embargo, en muchos casos la vergüenza de la expulsión pública puede conducir a la apatía absoluta y a la ruina. En la mayoría de los casos en que la expulsión es inevitable, no hay por qué dar publicidad al asunto. Con la cooperación y el consejo de los padres, arregle el maestro en privado el retiro del alumno. ED 264.1