La Educación

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Una vida de continuo desarrollo

En toda actividad el maestro ha de practicar escrupulosamente los principios relativos a la salud. No solamente debe hacerlo por causa de la relación que esto tiene con su propia utilidad, sino también por causa de su influencia sobre los alumnos. Necesita ser sobrio en todas las cosas: Un ejemplo en el régimen alimentario, el vestido, el trabajo y la recreación. ED 249.7

Con la salud física y la rectitud de carácter deben combinarse amplios conocimientos intelectuales. Cuanto más conocimiento verdadero posea el maestro, mejor hará su trabajo. El aula no es lugar para hacer un trabajo superficial. Ningún maestro que se satisfaga con un conocimiento superficial alcanzará un grado elevado de eficiencia. ED 250.1

Pero la utilidad del maestro no depende tanto de su caudal de conocimientos como del nivel que se propone alcanzar. El verdadero maestro no se contenta con pensamientos indefinidos, una mente indolente o una memoria inactiva. Trata constantemente de progresar más y aplicar mejores métodos. Su vida es de continuo desarrollo. En el trabajo de semejante maestro hay una frescura y un poder vivificante que despierta e inspira a los alumnos. ED 250.2

El maestro debe ser apto para su trabajo. Tiene que tener la sabiduría y el tacto necesarios para manejar las mentes. Por grande que sea su conocimiento científico, por excelentes que sean sus cualidades en otros ramos, si no logra conquistar el respeto y la confianza de sus alumnos, sus esfuerzos serán vanos. ED 250.3

Se necesitan maestros perspicaces para descubrir y aprovechar toda oportunidad de hacer bien; maestros que al entusiasmo unan la verdadera dignidad; que sean capaces de dominar y “aptos para enseñar”; que inspiren pensamientos, despierten energía e impartan valor y vida. ED 250.4

Las oportunidades de un maestro pueden haber sido limitadas, de modo que no haya logrado acumular tantos conocimientos como hubiera querido; sin embargo, si sabe incursionar en el interior de la naturaleza humana; si siente amor sincero por su trabajo, si aprecia su magnitud y está decidido a mejorar, si está dispuesto a trabajar afanosa y perseverantemente, comprenderá las necesidades de los alumnos y, mediante su espíritu comprensivo y progresista, despertará en ellos el deseo de seguirlo mientras trata de guiarlos por el camino ascendente. ED 250.5

Los niños y jóvenes que el maestro tiene a su cargo difieren grandemente unos de otros en carácter, hábitos y educación. Algunos no tienen propósito definido ni principios establecidos. Necesitan que se los despierte para que comprendan sus responsabilidades y posibilidades. Pocos son los niños que han sido correctamente educados en el hogar. Algunos han sido los mimados de la casa. Toda su educación ha sido superficial. Por habérseles permitido seguir su inclinación y evitar las responsabilidades y los quehaceres, carecen de estabilidad, perseverancia y abnegación. Consideran a menudo toda disciplina como una restricción innecesaria. Otros han sido censurados y desanimados. La restricción arbitraria y la rudeza han desarrollado en ellos la obstinación y la rebeldía. Si estos caracteres deformados han de ser remodelados, en la mayoría de los casos el maestro debe hacer ese trabajo. Para poder hacerlo con éxito, necesita poseer el amor y la perspicacia que lo capaciten para descubrir la causa de las faltas y los errores que se manifiestan en sus alumnos. También debe poseer el tacto, la habilidad, la paciencia y la firmeza que le permitan prestar a cada uno la ayuda necesaria; a los vacilantes y amantes de la comodidad, el ánimo y el auxilio que sean un estímulo para su esfuerzo; a los desalentados, el compañerismo y el aprecio que creen confianza y estimulen el esfuerzo. ED 250.6