Cada Día con Dios

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Comamos para vivir, 16 de julio

Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones... Porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo. Proverbios 4:20, 22. CDCD 204.1

Opiniones erróneas, a las cuales se ha llegado por causa de una educación defectuosa en el hogar, han sido transmitidas a los hijos, y a los hijos de los hijos, de manera que se han fomentado hábitos de complacencia del apetito que han causado la ruina de la salud de miles de personas. Nuestros sanatorios deben ser lugares adecuados para dar una educación correcta acerca de asuntos que tienen que ver con la vida y la salud. Los hábitos referentes a la alimentación deberían ser cuidadosamente vigilados, para que nadie se enferme por la complacencia del apetito. Al Señor no le gusta que su pueblo, adquirido mediante el sacrificio de su Hijo amado, se dañe irresponsablemente mediante la aplicación de erróneos hábitos de vida... CDCD 204.2

Si somos creyentes en Jesucristo, deberíamos tratar de saber cómo se puede mantener la mente despejada y activa, de manera que no se pierda ni un tilde de nuestra influencia. Deberíamos tratar de ser colaboradores de Dios mediante la conservación del organismo en tal condición que pueda prestar un servicio perfecto. Es mal negocio, ciertamente, maltratar el aparato digestivo, del cual depende en tan amplia medida la felicidad de todo el ser. Cuando el estómago anda mal, la mente también anda mal, y la energía nerviosa del cerebro se debilita. Por lo tanto, es deber religioso de toda alma aprender la ciencia del sano vivir, tener presente el asunto del régimen alimentario, y tratar concienzudamente la cuestión. CDCD 204.3

El apóstol Pablo declara que no somos nuestros, pues hemos sido adquiridos mediante un precio. Si realmente amamos al que dio su vida por nosotros, asumiremos la solemne obligación de evitar la enfermedad... CDCD 204.4

El poder de la tentación a ceder ante el apetito pervertido puede ser medido solamente por lo que Jesús sufrió durante su largo ayuno en el desierto. Cristo sabía que para llevar adelante el plan de salvación tenía que comenzar la obra de la redención exactamente donde se había iniciado la ruina. La caída de Adán se produjo con respecto al apetito. Cristo inició la obra de la redención justamente donde la ruina había comenzado. Lo mismo ocurre en nuestro caso. Debemos comenzar la obra de la redención exactamente donde se siente en forma más aguda la obra de la degeneración.—Carta 218, del 16 de julio de 1908, dirigida a un presidente de asociación. CDCD 204.5