Consejos para la Iglesia

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Capítulo 65—Josué y el Ángel

Si el velo que separa el mundo visible del invisible pudiera alzarse, y los hijos de Dios pudiesen contemplar la gran controversia que se riñe entre Cristo y los ángeles santos y Satanás y sus huestes perversas a propósito de la redención del hombre; si pudiesen comprender la admirable obra de Dios para rescatar las almas de la servidumbre del pecado, y el constante ejercicio de su poder para protegerlas de la malicia del maligno, estarían mejor preparadas para resistir los designios de Satanás. Su mente se llenaría de solemnidad en vista de la vasta extensión e importancia del plan de la redención y la magnitud de la obra que tienen delante de sí como colaboradores de Cristo. Quedarían humillados aunque estimulados, sabiendo que todo el cielo se interesa en su salvación. CPI 637.1

En la profecía de Zacarías se nos da una muy vigorosa e impresionante ilustración de la obra de Satanás y de la de Cristo, y del poder de nuestro Mediador para vencer al acusador de su pueblo. En santa visión, el profeta contempla a Josué, el sumo sacerdote, “vestido de vestiduras viles”, de pie “delante del ángel” (Zacarías 3:3), suplicando la misericordia de Dios en favor de su pueblo profundamente afligido. Satanás está a su diestra para resistirle. CPI 637.2

El sumo sacerdote no puede defenderse a sí mismo ni a su pueblo de las acusaciones de Satanás. No sostiene que Israel esté libre de culpas. En sus andrajos sucios, que simbolizan los pecados del pueblo, que él lleva como su representante, está delante del ángel, confesando su culpa, señalando, sin embargo, su arrepentimiento y humillación, fiando en la misericordia de un Redentor que perdona el pecado; y con fe se aferra a las promesas de Dios. CPI 638.1

Entonces el ángel, que es Cristo mismo, el Salvador de los pecadores, hace callar al acusador de su pueblo, declarando: “Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?” Zacarías 3:2. CPI 638.2

Al ser aceptada la intercesión de Josué, se da la orden: “Quitadle esas vestiduras viles”, y a Josué el ángel declara: “Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala”. “Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas”. Zacarías 3:4, 5. Sus propios pecados y los de su pueblo fueron perdonados. Israel había de ser revestido con “ropas de gala”, la justicia de Cristo que le era imputada. CPI 638.3

Así como Satanás acusaba a Josué y su pueblo, en todas las edades ha acusado a aquellos que buscan la misericordia y el favor de Dios. En el Apocalipsis, se le declara ser “el acusador de nuestros hermanos”, “el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche”. Apocalipsis 12:10. La controversia se repite acerca de cada alma rescatada del poder del mal, y cuyo nombre se registra en el libro de la vida del Cordero. Nunca se recibe a alguno de la familia de Satanás en la familia de Dios sin que ello excite la resuelta resistencia del maligno. Las acusaciones de Satanás contra aquellos que buscan al Señor no son provocadas por el desagrado que le causen sus pecados. Su carácter deficiente le causa regocijo. Únicamente por el hecho de que violan la ley de Dios puede él dominarlos. Sus acusaciones provienen solamente de su enemistad hacia Cristo. Por el plan de salvación, Jesús está quebrantando el dominio de Satanás sobre la familia humana, y rescatando almas de su poder. Todo el odio y la malicia del jefe de los rebeldes se encienden cuando contempla la evidencia de la supremacía de Cristo, y con poder y astucia infernales trabaja para arrebatarle el residuo de los hijos de los hombres que han aceptado su salvación. CPI 638.4

Induce a los hombres al escepticismo, haciéndoles perder la confianza en Dios y separarse de su amor; los induce a violar su ley, luego los reclama como cautivos suyos y disputa el derecho de Cristo a arrebatárselos. Sabe que aquellos que buscan a Dios fervientemente para alcanzar perdón y paz, los obtendrán; por lo tanto les recuerda sus pecados para desanimarlos. Constantemente busca ocasión de acusar a aquellos que procuran obedecer a Dios. Trata de hacer aparecer como corrompido aun su servicio mejor y más aceptable. Mediante incontables designios muy sutiles y crueles, intenta obtener su condenación. CPI 639.1

El hombre no puede por sí mismo hacer frente a estas acusaciones. Con sus ropas manchadas de pecado, confiesa su culpabilidad delante de Dios. Pero Jesús, nuestro Abogado, presenta una súplica eficaz en favor de todos los que mediante el arrepentimiento y la fe le han confiado la guarda de sus almas. Intercede por su causa y vence al acusador con los poderosos argumentos del Calvario. Su perfecta obediencia a la ley de Dios, aun hasta la muerte de cruz, le ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, y él solicita a su Padre misericordia y reconciliación para el hombre culpable. Al acusador de sus hijos declara: “¡Jehová te reprenda, oh Satanás! Estos son la compra de mi sangre, tizones arrancados del fuego”. Y los que confían en él con fe reciben la consoladora promesa: “Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala”. Zacarías 3:4. CPI 639.2

Todos los que se hayan revestido del manto de la justicia de Cristo subsistirán delante de él como escogidos fieles y veraces. Satanás no puede arrancarlos de la mano de Cristo. Cristo no dejará que una sola alma que con arrepentimiento y fe haya pedido su protección, caiga bajo el poder del enemigo. Su Palabra declara: “¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; si haga paz conmigo”. Isaías 27:5. La promesa hecha a Josué es hecha a todos: “Si guardares mi ordenanza... entre éstos que aquí están te daré lugar”. Zacarías 3:7. Los ángeles de Dios irán a cada lado de ellos, aun en este mundo, y ellos estarán al fin entre los ángeles que rodean el trono de Dios. CPI 640.1

El hecho de que los hijos reconocidos de Dios están representados como de pie delante del Señor con ropas inmundas debe inducir a todos los que profesan su nombre a sentir humildad y a escudriñar profundamente su corazón. Los que están de veras purificando su alma y obedeciendo la verdad, tendrán una muy humilde opinión de sí mismos. Cuanto más de cerca vean el carácter sin mancha de Cristo, mayor será su deseo de ser transformados a su imagen y menos pureza y santidad verán en sí mismos. Pero aunque debemos comprender nuestra situación pecaminosa, debemos fiar en Cristo como nuestra justicia, nuestra santificación y redención. No podemos contestar las acusaciones de Satanás contra nosotros. Cristo solo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. El puede hacer callar al acusador con argumentos que no están basados en nuestros méritos, sino en los suyos. CPI 640.2