Consejos para la Iglesia

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Capítulo 52—El bautismo

Los ritos del bautismo y de la santa cena son dos columnas monumentales, una fuera de la iglesia y la otra dentro de ella. Sobre estos dos ritos, Cristo ha inscrito el nombre del verdadero Dios. CPI 535.1

Cristo ha hecho del bautismo la señal de entrada en su reino espiritual. Ha hecho de él una condición positiva que todos deben cumplir si desean ser considerados bajo la autoridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Antes que el hombre pueda hallar hogar en la iglesia, antes de cruzar el umbral del reino espiritual de Dios, debe recibir la impresión del divino nombre: “Jehová, justicia nuestra”. Jeremías 23:6. CPI 535.2

Por el bautismo se renuncia muy solemnemente al mundo. Los que son bautizados en el triple nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, al comienzo mismo de su vida cristiana declaran públicamente que han abandonado el servicio de Satanás y que han llegado a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Han obedecido la orden: “Salid de en medio de ellos, y apartaos... y no toquéis lo inmundo”. Y para ellos se cumple la promesa: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. 2 Corintios 6:17, 18.1 CPI 535.3

Los votos que asumimos con el bautismo abarcan mucho. En el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, somos sepultados como en la muerte de Cristo, y levantados a semejanza de su resurrección, y hemos de vivir una vida nueva. Nuestra vida debe quedar ligada con la vida de Cristo. Desde entonces en adelante el creyente debe tener presente que está dedicado a Dios, a Cristo y al Espíritu Santo. Debe subordinar a esta nueva relación todas las consideraciones mundanales. Ha declarado públicamente que ya no vive en el orgullo y complacencia propia. Ya no ha de vivir en forma descuidada e indiferente. Ha hecho un pacto con Dios. Ha muerto al mundo y debe vivir para Dios y dedicarle toda la capacidad que le confió, sin perder jamás de vista el hecho de que lleva la firma de Dios; es un súbdito del reino de Cristo, participante de la naturaleza divina. Debe entregar a Dios todo lo que es y todo lo que tiene, empleando sus dones para gloria de su nombre.2 CPI 536.1