Consejos para la Iglesia

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Capítulo 49—La actitud cristiana hacia los necesitados y los dolientes

Hoy día Dios da a los hombres la oportunidad de mostrar si aman a sus prójimos. El que verdaderamente ama a Dios y a su prójimo es aquel que manifiesta misericordia hacia los desheredados, los dolientes, los heridos, los que se están muriendo. Dios insta a cada hombre a empeñarse en realizar la obra que ha descuidado, a que restaure la imagen moral del Creador en la humanidad.1 CPI 513.1

Esta obra en favor de los demás requerirá esfuerzo, abnegación y sacrificio propio. Pero, ¿qué es el pequeño sacrificio que podemos hacer en comparación con el sacrificio que Dios hizo por nosotros en el don de su Hijo unigénito?2 CPI 513.2

Las condiciones para heredar la vida eterna son claramente establecidas por nuestro Salvador de la manera más simple. El hombre que estaba herido y despojado (Lucas 10:30-37) representa a los que son el objeto de nuestro interés, simpatía y caridad. Si descuidamos los casos de los necesitados e infortunados que nos son dados a conocer, no importa quiénes puedan ser, no tenemos seguridad de la vida eterna, ya que no hemos contestado las demandas que Dios ha puesto sobre nosotros. No nos compadecemos ni apiadamos de la humanidad porque ellos sean parientes o amigos nuestros. Seréis hallados transgresores del segundo gran mandamiento, del cual dependen los otros seis últimos mandamientos. Cualquiera que ofendiere en un punto, es culpado de todos. Aquellos que no abren sus corazones a las necesidades y sufrimientos de la humanidad, no abrirán sus corazones a las demandas de Dios que están establecidas en los primeros cuatro preceptos del Decálogo. Los ídolos reclaman el corazón y los afectos, y Dios no es honrado y no reina supremo.3 CPI 513.3

Debe ser escrito en la conciencia, como con buril de acero en una roca, que el que desprecia la misericordia, la compasión y la justicia, el que descuida a los pobres, que pasa por alto las necesidades de la humanidad doliente, que no es bondadoso ni cortés, se conduce de tal manera que Dios no puede cooperar con él en el desarrollo de su carácter. La cultura de la mente y del corazón se logra más fácilmente cuando sentimos tan tierna simpatía por los demás que sacrificamos nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus necesidades. El obtener y retener todo lo que podemos para nosotros mismos fomenta la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan ser recibidos por aquellos que quieren hacer lo que Dios les ha indicado y obrar como Cristo obró.4 CPI 514.1

El Salvador no tiene en cuenta las jerarquías ni las castas, los honores mundanales ni las riquezas. El carácter y el propósito consagrado son las cosas que tienen alto valor para él. El no se pone de parte de los fuertes favorecidos por el mundo. El que es el Hijo del Dios viviente se humilla para elevar a los caídos. Por sus promesas y palabras de seguridad procura ganar para sí al alma perdida que perece. Los ángeles de Dios están observando para ver cuáles de sus seguidores manifestarán tierna compasión y simpatía. Están observando para ver quiénes entre el pueblo de Dios manifestarán el amor de Jesús.5 CPI 514.2

Dios no sólo pide nuestra benevolencia, sino también un comportamiento alegre, nuestras palabras llenas de esperanza, nuestro apretón de manos. Mientras visitamos a los afligidos hijos de Dios, hallaremos a algunos que han perdido la esperanza. Devolvámosles la alegría. Hay quienes necesitan el pan de vida; leámosles la Palabra de Dios. Sobre otros se extiende una tristeza que ningún bálsamo ni médico terrenal puede curar; oremos por ellos, y llevémoslos a Jesús.6 CPI 515.1