Consejos para la Iglesia

6/325

Elena G. de White tal como otros la conocieron

Al conocer la experiencia extraordinaria de Elena G. de White como mensajera del Señor, algunos se han preguntado qué clase de persona era. ¿Tenía los mismos problemas que tenemos nosotros? ¿Era rica o era pobre? ¿Se sonreía alguna vez? CPI 32.3

Elena G. de White fue una madre prudente y una cuidadosa ama de casa. Fue una anfitriona genial, que a menudo hospedaba a miembros de iglesia, y fue una vecina servicial. Fue una mujer de convicciones, de una disposición placentera, y gentil en sus maneras y en su voz. En su experiencia no hubo cabida para una religión de cara larga, sin sonrisas y sin alegría. Uno se sentía perfectamente cómodo en su presencia. Tal vez la mejor manera de conocerla es visitar su hogar. Para ello fijaremos la fecha de 1859, el primer año en el que llevó un registro diario de sus actividades. CPI 32.4

Encontramos que los White vivían en las afueras de Battle Creek, en una pequeña casita de madera en un terreno grande, donde tenían una huerta, unos pocos árboles frutales, algunas gallinas, y un lugar para que sus hijos trabajaran y jugaran. En aquel tiempo era una mujer de 31 años de edad y su esposo tenía 36. Tenían 3 hijos de 4, 9, y 12 años respectivamente. CPI 33.1

Encontramos en la casa a una buena joven cristiana empleada para ayudarles con las tareas hogareñas, porque la Sra. de White a menudo se ausentaba del hogar y con frecuencia estaba ocupada con sus discursos y sus escritos. Pero a pesar de eso, la Sra. de White se encargaba de las responsabilidades de la casa: cocinar, hacer la limpieza, lavar y coser. Algunos días iba a la casa editora donde tenía un lugar tranquilo para escribir. Otros días la encontramos en la huerta, plantando flores y hortalizas, y a veces intercambiando plantas de flores con las vecinas. Estaba decidida a hacer de su hogar un lugar tan placentero como podía, para su familia, para que sus hijos pudieran siempre considerar el hogar como el lugar más apetecible donde estar. CPI 33.2

Elena G. de White era reconocida como buena compradora, y los vecinos adventistas se alegraban cuando podían ir a hacer sus compras con ella, porque ella conocía bien el valor de las cosas. Su madre había sido una mujer muy práctica y le había enseñado a sus hijas lecciones valiosas. Sabía que a la larga, las cosas de mala calidad salen más caras que las de mejor calidad. CPI 33.3

Hacía del sábado el día más placentero de la semana para sus hijos. Por supuesto, toda la familia asistía a las reuniones de la iglesia y si el pastor White y ella no tenían que hablar, toda la familia se sentaba junta durante el servicio religioso. Para el almuerzo había algún plato especial que no tenían los otros días, y si el día era agradable daba una caminata con sus hijos por el bosque o por el río, observando las bellezas de la naturaleza y estudiando las obras creadas por Dios. Si el día era lluvioso o frío, reunía a los chicos alrededor de la estufa y a menudo les leía de materiales que había reunido acá y allá mientras viajaba. Algunos de esos relatos se imprimían luego en libros de modo que otros padres pudieran tenerlos para leérselos a sus hijos. CPI 34.1

Elena G. de White no se encontraba muy bien en ese tiempo y a menudo desfallecía durante el día, pero esto no la desanimaba de continuar adelante con sus tareas de la casa así como con el trabajo que hacía para el Señor. Unos pocos años más tarde, en 1863, se le dio una visión acerca de la salud y el cuidado de los enfermos. En visión se le mostró la manera correcta de vestirse, el alimento apropiado para comer, la necesidad del ejercicio y del descanso adecuados, como también la importancia de confiar en Dios para mantener un cuerpo fuerte y sano. CPI 34.2

La luz que recibió de Dios acerca de la dieta y de los peligros de los alimentos a base de carne le hizo cambiar su opinión personal de que la carne era esencial para tener salud y fuerza. Con la luz que había recibido en la visión, instruyó a la cocinera que preparaba los alimentos para la familia para que pusiera en la mesa sólo alimentos saludables y sencillos preparados con cereales, vegetales, nueces, leche, crema y huevos. Había abundancia de frutas. En ese tiempo la familia White adoptó esencialmente una dieta vegetariana. En el año 1894, Elena G. de White desterró completamente la carne de su mesa. La reforma pro salud fue una gran bendición para la familia White, como lo ha sido para miles de familias adventistas alrededor del mundo. CPI 34.3

Después de la visión sobre la reforma pro salud en 1863, y la adopción de métodos sencillos para tratar a los enfermos, con frecuencia los vecinos llamaban a los White en tiempos de enfermedad para que los ayudaran con tratamientos, y el Señor bendijo grandemente sus esfuerzos. En otras ocasiones les traían los enfermos a su casa y cuidaban tiernamente de ellos hasta que se mejoraban completamente. CPI 35.1

Elena G. de White gozaba de períodos de descanso y recreación, ya fuera en la montaña, en algún lago, o en el mar. Cuando era de mediana edad, y vivía cerca de la Pacific Press, en la parte norte de California, le ofrecieron pasar un día de descanso y recreación. La invitaron junto con un grupo de obreros de su oficina para que se uniera con un grupo de obreros de la casa editora, y sin demora aceptó la invitación. Su esposo estaba en el este atendiendo asuntos de la iglesia. Encontramos un relato de su experiencia en una carta que le escribió a su esposo. CPI 35.2

Después de gozar de un saludable almuerzo en la playa, todo el grupo fue a la bahía de San Francisco para un paseo en un barco de vela. El capitán de la tripulación era miembro de iglesia, y fue una tarde muy placentera. Después se propuso que salieran hacia el mar abierto. Al referirse a esa experiencia, escribió: CPI 35.3

“Las olas se elevaban a gran altura, y nosotros éramos arrojados de aquí para allá bruscamente. Mis sentimientos se encontraban a gran altura pero no hallaba palabras para decírselo a nadie. Era algo grandioso. La espuma del mar nos salpicaba... El viento soplaba reciamente más allá de la ‘Puerta de oro’ [se refiere al puente Golden Gate] y yo jamás gocé tanto como en esa oportunidad”. CPI 36.1

Después observó los ojos atentos del capitán y la celeridad de la tripulación para obedecer sus órdenes, y comentó: CPI 36.2

“Dios mantiene al viento sujeto en sus manos. El controla las aguas. No somos más que meros puntos en el ancho y hondo mar del Pacífico; sin embargo, los ángeles del cielo son enviados para guardarnos en este pequeño bote de vela a medida que surca las olas. ¡Oh, qué maravillosas son las obras de Dios! ¡Tan por encima de nuestro entendimiento! En una sola mirada él contempla los más altos cielos y también el medio del mar”.17 CPI 36.3

Temprano en su vida, Elena G. de White adoptó una actitud de alegría en la adversidad. Cierta vez preguntó: “¿Me veis alguna vez tétrica, abatida o quejosa? Mi fe me lo prohíbe. Lo que induce un estado tal es un concepto erróneo de lo que es el verdadero ideal del carácter y servicio cristianos... El servicio cordial y voluntario que se rinda a Jesús produce una religión alegre. Los que siguen a Cristo más de cerca no son tétricos.18 CPI 36.4

En otra ocasión escribió: “En algunos casos, se ha tenido la idea de que la alegría no cuadra con la dignidad del carácter cristiano, pero esto es un error. En el cielo todo es gozo”.19 Descubrió que si uno prodiga sonrisas, recibe sonrisas; si uno habla palabras bondadosas, le hablarán con palabras bondadosas. CPI 37.1

No obstante, hubo veces cuando sufrió mucho. Pasó un período de gran sufrimiento muy poco después de haber ido a Australia para ayudar en la obra de Dios. Durante casi 1 año estuvo muy enferma y sufrió intensamente. Durante meses estuvo confinada en cama y sólo podía dormir unas pocas horas por la noche. Acerca de esta experiencia escribió lo siguiente en una carta a un amigo: CPI 37.2

“Cuando por primera vez me encontré en este estado de impotencia lamenté profundamente el haber cruzado el amplio mar. ¿Por qué no me encontraba en América? ¿Por qué estaba en este país a tal costo? Muy a menudo hubiera hundido la cara entre las cobijas para llorar. Pero no me permití el lujo de llorar por mucho tiempo. Me dije a mí misma: ‘Elena G. de White, ¿qué estás pensando? ¿No has venido acaso a Australia porque sentías que era tu deber ir adonde la Asociación General creyese más conveniente que fueras? ¿No ha sido ésta siempre tu costumbre?’ CPI 37.3

“‘Sí’, dije. CPI 37.4

“‘Entonces, ¿por qué te sientes casi abandonada y desanimada? ¿No es éste el trabajo del enemigo?’ ‘yo creo que lo es’, me dije. CPI 37.5

“Me sequé las lágrimas lo más pronto posible y dije: ‘Ya es suficiente. No miraré más el lado oscuro de las cosas. Sea que viva o que muera, encomiendo mi alma a Aquel que murió por mí’. CPI 37.6

“Entonces creí que el Señor haría bien todas las cosas, y durante esos ocho meses de incapacidad, no me he abatido ni he tenido dudas. Miro ahora este asunto como parte del gran plan de Dios, para el bien de su pueblo en este país, y también para los de América, y para mi propio bien. No puedo explicar cómo ni por qué, pero así lo creo. Y soy feliz dentro de mi aflicción. Puedo confiar en mi Padre celestial. No dudaré de su amor”.20 CPI 38.1

Cuando vivió en su hogar en California durante los últimos 15 años de su vida, iba envejeciendo, pero se interesaba en el trabajo de su pequeña granja y en el bienestar de las familias de los que la ayudaban en su obra. La encontramos ocupada en escribir, lo que hacía frecuentemente después de media noche, pues se retiraba temprano a la cama. Si se lo permitía su trabajo y si el día era agradable, salía para hacer un pequeño recorrido por el campo, deteniéndose para hablar con una madre que veía en la huerta o en el porche de una casa mientras ella pasaba. Algunas veces veía alguna necesidad de alimentos o de ropa y regresaba a su casa y sacaba algunas cosas de las provisiones que tenía. Años después de su fallecimiento, los vecinos del valle donde vivió la recordaban como la mujer bajita, de cabello blanco, que siempre hablaba amorosamente de Jesús. CPI 38.2

Cuando murió tenía poco más que para sus necesidades y las comodidades básicas de la vida. Fue una cristiana adventista del séptimo día que confío en los méritos del Salvador resucitado e intentó hacer fielmente la obra que el Señor le había encomendado. Con confianza en su corazón, llegó al final de una vida plena, consistente con su experiencia cristiana. CPI 38.3