Joyas de los Testimonios 2

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Somos epístolas vivientes

En la viña del Señor hay trabajo para cada uno de nosotros. No debemos buscar la posición que nos dé los mayores goces o la mayor ganancia. La verdadera religión está exenta de egoísmo. El espíritu misionero es un espíritu de sacrificio personal. Hemos de trabajar dondequiera y en todas partes al máximo de nuestra capacidad, para la causa de nuestro Maestro. 2JT 127.1

Tan pronto como una persona se ha convertido realmente a la verdad, brota en su corazón un ardiente deseo de ir y hablar a algún amigo o vecino acerca de la preciosa luz que resplandece en las páginas sagradas. En esta labor abnegada de salvar a otros, es una epístola viva, conocida y leída de todos los hombres. Su vida demuestra que se convirtió a Cristo, y llegó a ser colaborador con él. 2JT 127.2

Como clase, los adventistas del séptimo día son generosos y de corazón ardiente. En la proclamación de la verdad para este tiempo, podemos confiar en su simpatía enérgica y bien dispuesta. Cuando se presenta un objeto digno de su generosidad y se apela a su juicio y conciencia, se obtiene una respuesta cordial. Sus donativos en favor de la causa atestiguan que creen que ésta es la causa de la verdad. Hay, sin embargo, excepciones entre nosotros. No todos los que profesan aceptar la fe son fervientes y fieles creyentes. Pero esto sucedía también en los días de Cristo. Aun entre los apóstoles había un Judas; mas esto no probaba que todos fuesen del mismo carácter. 2JT 127.3

No tenemos razones para desalentarnos mientras sabemos que son tan numerosos los que están consagrados a la causa de la verdad, y que están dispuestos a hacer nobles sacrificios para promoverla. Pero hay todavía una gran falta, una gran necesidad entre nosotros. Escasea demasiado el verdadero espíritu misionero. Todos los obreros misioneros debieran poseer ese profundo interés por las almas de sus semejantes que uniría los corazones por la simpatía y el amor de Jesús. Deben solicitar fervorosamente la ayuda divina, y trabajar sabiamente para ganar almas para Cristo. Un esfuerzo frío y sin vigor no logrará nada. Es necesario que el Espíritu de Cristo descienda sobre los hijos de los profetas. Entonces se manifestará tanto amor por las almas de los hombres como el que Jesús ejemplificó en su vida. 2JT 128.1