Joyas de los Testimonios 2

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La prosperidad de la iglesia*

Donde está el Espíritu del Señor, hay mansedumbre, paciencia, amabilidad y longanimidad. Un verdadero discípulo de Cristo procurará imitar al Modelo. Se esforzará por hacer la voluntad de Dios en la tierra como es hecha en el cielo. Aquellos cuyos corazones están todavía contaminados de pecado no pueden ser celosos en las buenas obras. No guardan los primeros cuatro preceptos del Decálogo, que definen el deber del hombre para con Dios; ni observan los últimos seis que definen el deber del hombre para con sus semejantes. Sus corazones están llenos de egoísmo y hallan constantemente faltas en otros que son mejores que ellos mismos. Emprenden una obra que Dios no les ha dado, pero dejan sin hacer la obra que él les dejó que hiciesen, la cual consiste en cuidar de sí mismos, no sea que, brotando alguna raíz de amargura, perturbe a la iglesia y la contamine. Vuelven los ojos hacia afuera, para observar si el carácter de los demás es correcto, cuando debieran volver los ojos hacia su interior, para escrutar y criticar sus propias acciones. Cuando despojen al corazón del yo, de la envidia, las malas sospechas y la malicia, no se treparán al sitial del juicio ni pronunciarán sentencia sobre los demás que son a la vista de Dios mejores que ellos. 2JT 257.1

El que quiera reformar a otros debe primero reformarse a sí mismo. Debe obtener el espíritu de su Maestro y estar dispuesto como él a sufrir oprobio y a practicar la abnegación. En comparación con el valor de una sola alma, el mundo entero se hunde en la insignificancia. El deseo de ejercer autoridad, de señorear sobre la heredad de Dios, resultará, si se lo complace, en la pérdida de almas. Los que realmente amen a Jesús procurarán conformar su vida al Modelo y trabajar en su espíritu por la salvación de los demás. 2JT 257.2

A fin de conquistarse al hombre y asegurar su eterna salvación, Cristo dejó las cortes reales del cielo, y vino a esta tierra, soportó las agonías del pecado y la vergüenza en lugar del hombre, y murió para libertarle. En vista del precio infinito pagado por la redención del hombre, ¿cómo puede cualquiera que profese el nombre de Cristo atreverse a tratar con indiferencia a uno de sus pequeñuelos? ¡Cuán cuidadosamente debieran los hermanos y las hermanas de la iglesia velar sobre cada palabra y acción para no dañar al aceite y al vino! ¡Con cuánta paciencia, bondad y afecto debieran tratar lo adquirido por la sangre de Cristo! ¡Cuán fiel y fervorosamente debieran trabajar para elevar a los abatidos y desalentados! ¡Cuán tiernamente debieran tratar a los que procuran obedecer a la verdad y, no hallando estímulo en casa, han de respirar constantemente una atmósfera de incredulidad y tinieblas! 2JT 258.1