Joyas de los Testimonios 2

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Critiquémonos a nosotros mismos

Nuestros hermanos del ministerio son demasiado a menudo recargados por el relato de pruebas y juicios en la iglesia, y ellos se refieren con demasiada frecuencia a dichas cosas en sus discursos. No deben animar a los miembros de la iglesia a quejarse unos de otros, sino a erigirse en espías de sus propios actos. Nadie debe permitir que sus prejuicios y resentimientos se despierten por el relato de los yerros ajenos; todos deben esperar pacientemente hasta oír ambos lados de la cuestión, y luego creer únicamente lo que se vean obligados a aceptar por los hechos escuetos. En todas las ocasiones, la conducta más segura consiste en no escuchar un mal informe hasta que se haya seguido estrictamente la regla bíblica. Esto se aplica a algunos que han trabajado arteramente para sonsacar de los incautos cosas que no les importaban, y cuyo conocimiento no les reportaba beneficio. 2JT 24.2

Por vuestra propia alma, hermanos míos, sed sinceros para gloria de Dios. Tanto como sea posible, excluid al yo de vuestros pensamientos. Nos estamos acercando al fin del tiempo. Examinad vuestros motivos a la luz de la eternidad. Yo sé que necesitáis alarmaros; os estáis apartando de los antiguos hitos. Vuestra así llamada ciencia está minando el fundamento de los principios cristianos. Me ha sido mostrado el camino que con seguridad seguiríais si os apartaseis de Dios. No confiéis en vuestra propia sabiduría. Os digo que vuestra alma está en inminente peligro. Por causa de Cristo, escudriñad y ved por qué tenéis tan poco amor por los ejercicios religiosos. 2JT 24.3

El Señor está probando a su pueblo. Podéis ser tan severos y críticos con vuestro propio carácter deficiente como queráis, pero sed bondadosos, compasivos y corteses hacia los demás. Averiguad cada día: ¿Estoy yo sano en mi corazón, o es éste falso? Rogad a Dios que os salve de todo engaño al respecto. Esto entraña intereses eternos. Mientras que tantos anhelan honores, y codician ganancias, buscad, amados hermanos míos, la seguridad del amor de Dios y clamad: ¿Quién me mostrará cómo asegurar mi vocación y elección? 2JT 25.1

Satanás estudia cuidadosamente los pecados constitucionales de los hombres, y luego inicia su obra de seducirlos y entramparlos. Estamos en lo más recio de las tentaciones, pero podemos vencer si peleamos virilmente las batallas del Señor. Todos están en peligro. Pero si andamos humildemente y con oración, saldremos del proceso de las pruebas más preciosos que el oro fino, y que el oro de Ofir. Si somos descuidados y no oramos, seremos como bronce que resuena y címbalo que retiñe. 2JT 25.2

Algunos se han perdido casi en los laberintos del escepticismo. A los tales quiero decir: Alzad vuestra mente de aquel cauce. Aferradla a Dios. Cuanto más íntimamente la fe y la santidad os liguen al Eterno, tanto más clara y resplandeciente os aparecerá la justicia de su trato. Haced de la vida, la vida eterna, el objeto de vuestra búsqueda. 2JT 25.3

Conozco vuestro peligro. Si perdéis la confianza en los testimonios, os apartaréis de la verdad bíblica. He temido que muchos tomarían una posición de duda, y en mi angustia por vuestras almas, quiero amonestaros. ¿Cuántos escucharán la amonestación? En la forma en que ahora consideráis los testimonios, si alguno de ellos contrariase vuestro camino y corrigiese vuestros errores, ¿os sentiríais con perfecta libertad para aceptar o rechazar cualquier parte o el conjunto? Aquello que os sentís menos inclinados a recibir, es la parte que más necesitáis. Dios y Satanás no obran nunca en sociedad. Los testimonios llevan el sello de Dios o el de Satanás. Un buen árbol no puede producir frutos corrompidos, ni puede un árbol maleado llevar buenos frutos. Por sus frutos los conoceréis. Dios ha hablado. ¿Quién ha temblado a su palabra? 2JT 25.4

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Cuando fuí a Colorado, sentí tanta preocupación por vosotros, que en mi debilidad, escribí muchas páginas que se habían de leer en vuestro congreso. Débil y temblorosa, me levantaba a las tres de la mañana para escribiros. Dios os hablaba por medio de la arcilla. Diréis tal vez que esta comunicación era solamente una carta. Sí, era una carta, pero motivada por el Espíritu de Dios, para presentar a vuestras mentes lo que se me había mostrado. En estas cartas que escribo, en los testimonios que doy, os presento lo que el Señor me ha presentado a mí. No escribo en el periódico un solo artículo que exprese simplemente mis propias ideas. Son lo que Dios me ha revelado en visión, los rayos preciosos de la luz que resplandece del trono.* 2JT 26.1