Joyas de los Testimonios 3

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La alta vocación de los empleados de nuestros sanatorios*

Los empleados de nuestros sanatorios han sido llamados a una alta y santa vocación. Necesitan comprender mejor que en lo pasado el carácter sagrado de su tarea. La obra que ejecutan y el alcance de la influencia que ejercen exigen de ellos un esfuerzo fervoroso y una consagración sin reservas. En nuestros sanatorios, los enfermos y dolientes deben ser inducidos a comprender que necesitan auxilio espiritual tanto como curación física. En ellos deben recibir todos los cuidados favorables al restablecimiento de la salud; mas hay que hacerles ver también cuáles son los beneficios que provienen de la vida de Cristo y de la comunión con él. Hay que mostrarles que la gracia del Señor, obrando en el alma, eleva a todo el ser. Y para ellos el mejor modo de aprender a conocer la vida de Jesús consiste en verla realizada en la vida de sus discípulos. 3JT 108.1

El que trabaja fielmente tiene los ojos puestos en Jesucristo. Recuerda que su esperanza de vida eterna la debe a la cruz del Calvario, y está resuelto a no deshonrar jamás a quien dió su vida por él. Se interesa profundamente en los sufrimientos de la humanidad. Ora y trabaja. Cuida de las almas como quien deberá dar cuenta, sabiendo que las almas que Dios pone en relación con la verdad y la justicia son dignas de salvarse. 3JT 108.2

Los que trabajan en nuestros sanatorios están empeñados en una guerra santa. Deben presentar a los enfermos y a los afligidos la verdad tal cual es en Jesús. Deben presentarla en toda su solemnidad, y, sin embargo, con tal sencillez y ternura que las almas sean conducidas al Salvador. Deben siempre, en sus palabras y acciones, mostrar que Cristo es la esperanza de vida eterna. Nunca deben hablar de una manera impaciente ni obrar egoístamente. Los empleados deben tratar a cada uno con bondad. Sus palabras deben ser amables. Los que den prueba de verdadera modestia y cortesía cristiana ganarán almas para Cristo. 3JT 108.3

Debemos esforzarnos por restablecer la salud física y espiritual de aquellos que acudan a nuestros sanatorios. Preparémonos, pues, para substraerlos durante cierto tiempo de las circunstancias que los alejaron de Dios, y para colocarlos en un ambiente más puro. Estando al aire libre, rodeados de las bellezas que Dios creó, y mientras respiran una atmósfera limpia y vigorizadora, es más fácil hablar a los enfermos de la vida nueva que es en Cristo Jesús. Allí es donde la Palabra de Dios puede enseñarse con más éxito. Allí es donde los rayos del Sol de justicia penetran mejor en los corazones entenebrecidos por el pecado. Con paciencia y simpatía, enseñad a los enfermos a comprender que necesitan al Salvador. Decidles que él es quien da fuerza a los débiles; quien da poder a los que no tienen ya energía. 3JT 109.1

Necesitamos comprender mejor el sentido de estas palabras: “Debajo de su sombra me senté con gran deleite.” Cantares 2:3 (VM). Ellas no evocan en nuestro espíritu la imagen de un apresuramiento febril, sino por el contrario, la de un dulce reposo. Son muchos los que profesan ser cristianos y que manifiestan inquietud y depresión, y los que rebosan actividad, pero no pueden hallar tiempo para reposar tranquilamente en las promesas de Dios. Obran como si no pudiesen permitirse tener paz y tranquilidad. A éstos dirige Cristo esta invitación: “Venid a mí, ... que yo os haré descansar.” Mateo 11:28. Apartémonos de las encrucijadas polvorientas y calurosas que frecuenta la multitud y vayamos a descansar a la sombra del amor del Salvador. Allí es donde obtendremos fuerza para continuar la lucha; allí es donde aprenderemos a reducir nuestros afanes y a loar a Dios. Aprendan de Jesús una lección de calma confiada aquellos que están trabajados y cargados. Deben sentarse a su sombra si quieren recibir de él paz y reposo. 3JT 109.2

Los que trabajan en nuestros sanatorios deben poseer una rica experiencia cristiana, fruto de la verdad implantada en el corazón y nutrida por la gracia de Dios. Arraigados y afirmados en la verdad, deben tener una fe que obre por amor y que purifique el alma. Pidiendo constantemente las bendiciones que necesitan, deben cerrar las ventanas de su alma a la atmósfera apestada del mundo y abrirlas, por el contrario, hacia el cielo, para dejar entrar los brillantes rayos del Sol de justicia. 3JT 110.1