Joyas de los Testimonios 3

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La obra en las ciudades*

Oakland, California,

1 de abril de 1874.

He visto en sueño a varios de nuestros hermanos reunidos en comisión considerando los planes de trabajo para la próxima estación. Pensaban que era mejor no entrar en las grandes ciudades, sino empezar más bien la obra en pequeñas localidades alejadas de las ciudades. Allí, pensaban ellos, se encontrará menos oposición de parte del clero, y se podrán evitar grandes gastos. Estimaban que nuestros predicadores, siendo pocos, no podían ocuparse en instruir y cuidar a aquellos que aceptaran la verdad en las grandes ciudades, los que, a causa de la oposición más fuerte que se manifestaría allí, tendrían mayor necesidad de ayuda que si estuviesen en los pueblos. El fruto de una serie de conferencias en las ciudades grandes se perdería así. Se hizo notar también que nuestros recursos eran limitados, y que siendo los miembros de una iglesia situada en una ciudad grande susceptibles de mudarse con frecuencia, sería difícil organizar una iglesia que fortaleciese la causa. Por el contrario, mi esposo insistía ante estos hermanos para que hiciesen sin tardanza planes más amplios y realizasen en las ciudades esfuerzos prolongados y concienzudos, más en armonía con el carácter de nuestro mensaje. Un obrero relató incidentes que le habían sucedido en las ciudades, para demostrar que su trabajo había tenido muy poco éxito, mientras que había tenido mejor éxito en las localidades pequeñas. 3JT 88.1

El personaje celestial que, revestido de dignidad y autoridad, asiste a todas nuestras reuniones de junta, escuchaba cada palabra con el más profundo interés. Habló con firmeza y completa seguridad: “El mundo entero—dijo,—es la gran viña de Dios. Las ciudades y los pueblos son las partes que la constituyen. Es necesario que se trabaje en todos los lugares. Satanás tratará de interponerse y desalentar a los obreros, de manera que les impida dar el mensaje tanto en los lugares más conocidos como en los más retirados. Intentará esfuerzos desesperados para apartar a la gente de la verdad e inducirla en el error. Los ángeles del cielo han recibido la misión de sostener los esfuerzos de los misioneros que Dios envíe al mundo. Los predicadores deben alentar en los otros y conservar en sí mismos una fe y una esperanza inquebrantables, como lo hizo Cristo, su Jefe. Deben permanecer delante de Dios humildes y contritos.” 3JT 88.2