Joyas de los Testimonios 3

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Una vida de gracia y de paz

“Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.” 2 Pedro 1:8. 3JT 384.2

¿No nos esforzaremos por aprovechar lo mejor que podamos el poco tiempo que aún nos queda en esta vida, para añadir una gracia a otra, y una potencia a otra, mostrando que tenemos acceso, en los lugares celestiales, a una fuente de poder? Cristo dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.” Mateo 28:18. ¿Para quién le es dada esta potestad? Para nosotros. El quiere que comprendamos que volvió al cielo como nuestro Hermano mayor, y que el poder inconmensurable que se le dió está a nuestra disposición. 3JT 384.3

Recibirán el poder de lo alto aquellos que en su vida pongan en práctica las instrucciones dadas a la iglesia por el apóstol Pedro. Debemos adoptar el plan de la adición, consagrándonos a afirmar nuestra vocación y elección. En todo lo que hacemos y decimos, debemos representar a Cristo. Debemos vivir su vida. Los principios en que se inspiraba deben dirigir nuestra conducta hacia las personas con quienes colaboramos. 3JT 384.4

Cuando estamos anclados firmemente en Cristo poseemos un poder que ningún ser humano puede quitarnos. ¿Y por qué? Porque participamos de la naturaleza divina al huir de la corrupción que reina en el mundo por la concupiscencia,—participamos de la naturaleza de Aquel que vino a la tierra revestido de humanidad, para que pudiese encabezar a la familia humana y para desarrollar un carácter inmaculado e irreprensible. 3JT 384.5

¿Por qué son tantos entre nosotros los débiles e incapaces? Es porque miramos a nosotros mismos, estudiamos nuestro temperamento y nos preguntamos cómo podremos hacernos un sitio a nosotros mismos, a nuestra individualidad, a nuestras ideas particulares, en lugar de estudiar a Cristo y su carácter. 3JT 385.1

Hay hermanos que podrían trabajar juntos en armonía si quisieran aprender de Cristo y olvidar que son americanos o europeos, alemanes, franceses, suecos, dinamarqueses o noruegos; pero parecen pensar que si se unieran con los de otras nacionalidades, perderían algo de lo que caracteriza a su país y su nación, y que ese algo sería reemplazado por otra cosa. 3JT 385.2

Hermanos, desechemos todo esto. No tenemos derecho a fijar nuestra atención en nosotros mismos, ni en nuestras preferencias y fantasías. No debemos tratar de conservar una identidad particular, una personalidad y una individualidad que nos mantendrían alejados de nuestros colaboradores. Hay un carácter que debemos mantener, pero es el de Cristo. Si tenemos el carácter de Cristo, podemos trabajar juntos en su obra. El Cristo que esté en nosotros responderá al Cristo que esté en nuestros hermanos, y el Espíritu Santo consagrará esa unión de sentimientos y de acción que atestigua al mundo que somos hijos de Dios. Que el Señor nos dé poder para crucificar al yo y nacer de nuevo, a fin de que Cristo pueda vivir en nosotros como principio vivo, activo, capaz de mantenernos en la santidad. 3JT 385.3

Trabajad con ardor en favor de la unión. Orad, trabajad para obtenerla. Ella os traerá salud espiritual, pensamientos elevados, nobleza de carácter, el ánimo celestial, y os permitirá vencer el egoísmo y las suspicacias, y ser más que vencedores por Aquel que os amó, y se dió a sí mismo por vosotros. Crucificad al yo, considerad a los demás como más excelentes que vosotros mismos; y así realizaréis la unión con Cristo. Ante el universo celestial, ante la iglesia y el mundo, daréis la prueba indiscutible de que sois hijos de Dios. Dios será glorificado por el ejemplo que déis. 3JT 385.4

Lo que el mundo necesita es ver este milagro: los corazones de los hijos de Dios ligados unos a otros por un amor cristiano. Necesita verlos sentados juntos, en Cristo, en las alturas celestiales. ¿No queréis mostrar por vuestra vida lo que puede la verdad divina en quienes aman y sirven al Señor? El conoce lo que podéis llegar a ser y sabe cuánto puede hacer su gracia en vuestro favor, si queréis llegar a ser participantes de la naturaleza divina. 3JT 386.1