Joyas de los Testimonios 3

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La obra en todo el mundo*

“¿No Decís vosotros: Aun hay cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega. Y el que siega, recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra también goce, y el que siega. Porque en esto es el dicho verdadero: Que uno es el que siembra, y otro es el que siega.” Juan 4:35-37. 3JT 216.1

Después de sembrar la semilla, el labrador se ve obligado a aguardar durante meses para que germine y se desarrolle hasta ser cereal listo para ser cosechado. Pero al sembrar se siente alentado por la expectativa del fruto venidero. Su labor queda aliviada por la esperanza de un buen rendimiento en la cosecha. 3JT 216.2

No sucedía así con las semillas de verdad sembradas por Cristo en la mente de la mujer samaritana durante su conversación con ella al lado del pozo. La mies de la siembra que hizo no fué remota, sino inmediata. Apenas había pronunciado sus palabras, cuando la semilla así sembrada brotó y produjo frutos, despertó el entendimiento de ella y la capacitó para saber que había estado conversando con el Señor Jesucristo. Ella dejó brillar en su corazón los rayos de la luz divina. Olvidando su cántaro, se apresuró a comunicar las buenas nuevas a sus hermanos samaritanos. “Venid—dijo,—ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho.” Juan 4:29. Y ellos salieron en seguida a verle. Entonces fué cuando comparó las almas de los samaritanos a un campo de cereal. “Alzad vuestros ojos—dijo a sus discípulos,—y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega.” 3JT 216.3

“Viniendo pues los Samaritanos a él, rogáronle que se quedase allí: y se quedó allí dos días.” ¡Y cuán ocupados fueron esos días! ¿Qué se nos dice en cuanto al resultado? “Y creyeron muchos más por la palabra de él. Y decían a la mujer: Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.” Juan 4:40-42. 3JT 216.4

Al presentar la palabra de vida al espíritu de los samaritanos, Cristo sembró muchas semillas de verdad y mostró a sus oyentes cómo ellos también podían sembrar semillas de verdad en otros espíritus. ¡Cuánto bien podría lograrse si todos los que conocen la verdad trabajasen por los pecadores, por aquellos que tanto necesitan conocer y comprender la verdad bíblica, y que responderían a ella en forma tan voluntaria como los samaritanos respondieron a las palabras de Cristo! ¡Cuán poco hacemos para participar de la simpatía de Dios en el punto que debiera ser el más fuerte vínculo de unión entre nosotros y él: la compasión por las almas depravadas, culpables y dolientes, muertas en sus delitos y pecados! Si los hombres compartiesen las simpatías de Cristo, sentirían constantemente tristeza en su corazón por la condición de los muchos campos menesterosos, tan destituídos de obreros. 3JT 217.1