Consejos sobre Mayordomía Cristiana

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Capítulo 26—Robando a Dios el servicio legítimo

En las filas de los observadores del sábado hay hombres que se aferran a su tesoro terrenal. Este es su dios, su ídolo; y aman su dinero, sus granjas, su ganado y sus mercaderías más que a su Salvador, quien por amor a ellos se empobreció para que ellos, mediante su pobreza, llegasen a ser ricos. Exaltan sus tesoros terrenales y los consideran de mayor valor que las almas de los hombres. ¿Recibirán ellos estas palabras de aprobación: “Bien hecho”? No; nunca. Escucharán llenos de asombro esta sentencia irrevocable: “Apartaos”. Cristo no tiene lugar para ellos. Han sido siervos perezosos que han amontonado los recursos económicos que Dios les ha dado, mientras sus semejantes perecían en las tinieblas y el error. CMC 129.1

Mi alma se conmueve íntimamente en lo que atañe a este asunto. ¿Dormirán los hombres que tienen recursos financieros hasta que sea demasiado tarde? Finalmente Dios los rechazará a ellos y a sus riquezas, diciéndoles: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros”. Santiago 5:1-3. Qué revelación se hará el día de Dios, cuando los tesoros amontonados, y los sueldos retenidos fraudulentamente, clamen contra sus poseedores, quienes eran cristianos supuestamente buenos, y se halagaban a sí mismos con la idea de que estaban guardando la ley de Dios, cuando amaban más las ganancias que lo que se había comprado con la sangre de Cristo, las almas de los hombres. CMC 129.2

Ahora es el tiempo cuando todos deben trabajar... ¿Qué contestarán muchos en el día del Señor, cuando él pregunte: ¿Qué habéis hecho por mí, que he dado mi riqueza, mi honor, mi posición y mi vida para salvaros de la ruina? Los que no han hecho nada quedarán sin habla en ese día. Verán el pecado de su descuido. Han robado a Dios el servicio de toda una vida. No han influido en nadie para bien. No han llevado ni un alma a Jesús. Se sentían conformes con no hacer nada por el Maestro; y finalmente no reciben recompensa alguna, sino pérdida eterna. Perecen con los malvados, aunque profesaban ser seguidores de Cristo.—The Review and Herald, 14 de marzo de 1878. CMC 130.1