Consejos para los Maestros

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Capítulo 21—La obra que debemos hacer para nuestros hijos

Me Han sido mostradas las iglesias que están esparcidas en diferentes localidades, y se me ha indicado que su fuerza depende de su crecimiento en utilidad y eficiencia... En todas nuestras iglesias debiera haber escuelas, y en éstas, maestros que sean misioneros. Es esencial que éstos estén preparados para desempeñar bien su parte en la obra importante de educar a los niños de los observadores del sábado, no sólo en las ciencias, sino en las Escrituras. Estas escuelas, establecidas en diferentes localidades, y bajo la dirección de hombres y mujeres temerosos de Dios, según lo exija el caso, deben fundarse sobre los mismos principios en que estaban edificadas las escuelas de los profetas. CM 160.1

Es menester dedicar cuidado especial a la educación de los jóvenes. Los niños han de ser preparados para llegar a ser misioneros; debe ayudárseles a comprender distintamente lo que tienen que hacer para ser salvos. Pocos han recibido la instrucción esencial en las cosas religiosas. Si los instructores tienen experiencia religiosa, podrán comunicar a sus alumnos el conocimiento del amor de Dios que ellos mismos han recibido. Estas lecciones pueden ser impartidas únicamente por los que son verdaderamente convertidos. Esta es la obra misionera más noble que cualquier hombre o mujer pueda emprender. CM 160.2

Cuando los niños son aún muy tiernos, se les debe enseñar a leer, a escribir, a comprender los Números, y a llevar sus propias cuentas. Pueden avanzar paso a paso en este conocimiento. Pero ante todo, debe enseñárseles que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Debe educárselos renglón tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y un poco allí; pero el único blanco del maestro debe ser educarlos para que conozcan a Dios, y a Jesucristo a quien él envió. CM 160.3

Enseñad a los jóvenes que el pecado de cualquier clase está definido en las Escrituras como “transgresión de la ley” 1 Juan 3:4... Enseñadles en lenguaje sencillo que deben obedecer a sus padres y dar su corazón a Dios. Jesucristo los aguarda para aceptarlos y bendecirlos, si tan sólo quieren venir a él y pedirle que perdone todas sus transgresiones y les quite sus pecados. Y cuando ellos se lo piden, deben creer que él lo hace. CM 161.1

Dios quiere que todo niño de tierna edad sea su hijo, adoptado en su familia. Por muy jóvenes que sean, pueden ser miembros de la familia de la fe, y tener una experiencia muy preciosa. Pueden tener corazones tiernos y dispuestos a recibir impresiones duraderas. Pueden sentir sus corazones atraídos en confianza y amor hacia Jesús, y vivir para el Salvador. Cristo hará de ellos pequeños misioneros. Toda la corriente de sus pensamientos puede cambiarse, de manera que el pecado aparezca, no como cosa que se pueda disfrutar, sino a la cual hay que rehuir y odiar. CM 161.2

Los niños pequeños, como también los que tienen algo más de edad, recibirán beneficios de estas instrucciones; y al simplificar así el plan de salvación, los maestros gozarán de tan grandes bendiciones como las que reciben sus educandos. El Santo Espíritu de Dios grabará las lecciones en las mentes receptivas de los niños, para que puedan comprender las ideas de la verdad bíblica en su sencillez. Y el Señor les dará experiencia en las cosas misioneras; les sugerirá pensamientos que ni siquiera tienen los maestros. Los niños debidamente instruidos serán testigos de la verdad. CM 161.3

Los maestros nerviosos y que se irritan fácilmente no deben encargarse de los jóvenes. Deben amar a los niños porque son los miembros más jóvenes de la familia del Señor. El Señor les preguntará a los padres: “¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey?”. Jeremías 13:20. CM 161.4

Al educar a los niños y a los jóvenes, los maestros no deben permitir que una palabra o ademán airado mancille su obra, porque al hacerlo imbuirían a los estudiantes del mismo espíritu que los posee. El Señor quiere que nuestras escuelas primarias, tanto como las de los alumnos de más edad, sean de tal carácter que los ángeles de Dios puedan andar por las aulas y contemplar, en el orden y principio del gobierno, el orden y el gobierno del cielo. Muchos piensan que es imposible conseguirlo; pero cada escuela debe comenzar con esto, y trabajar con todo fervor para conservar el espíritu de Cristo en el genio, en las comunicaciones y en las instrucciones, colocándose los maestros en el canal de luz donde el Señor pueda usarlos como agentes para reflejar su propia semejanza de carácter. Los estudiantes pueden saber que, en sus instructores temerosos de Dios, tienen ayudantes en cada hora para grabar en los corazones de los niños las valiosas lecciones impartidas. CM 162.1

El Señor obra por medio de todo maestro consagrado; y conviene a los intereses del maestro que así lo comprenda. Los instructores que están bajo la disciplina de Dios reciben gracia, verdad y luz por el Espíritu Santo para comunicarlas a su vez a los niños. Están bajo el mayor Maestro que el mundo haya conocido, y cuán impropio sería que ellos tuviesen un espíritu cruel, una voz aguda, llena de irritación. Con esto perpetuarían sus propios defectos en los niños. CM 162.2

¡Ojalá hubiese una clara percepción de lo que podríamos lograr si aprendiésemos de Jesús! Las fuentes de la paz y el gozo celestiales, revelados en el alma del maestro por las palabras mágicas de la inspiración, llegarán a ser un poderoso río de influencia, que beneficiará a todos los que se relacionen con él. CM 162.3

No penséis que la Biblia llegará a ser un libro cansador para los niños. Bajo un instructor sabio, la Palabra llegará a ser más y más deseable. Será para ellos como el pan de vida, y nunca envejecerá. Hay en ella una frescura y belleza que atraen y encantan a los niños y jóvenes. Es como el sol resplandeciente sobre la tierra, que da su brillo y calor, sin agotarse nunca. Por las lecciones que se desprenden de la historia y la doctrina contenidas en la Biblia, los niños y los jóvenes pueden aprender que todos los demás libros le son inferiores. Pueden hallar en ella una fuente de misericordia y amor. CM 163.1

El santo y educador Espíritu de Dios está en su Palabra. Una luz nueva y preciosa resplandece en cada página. Allí se revela la verdad, y mientras les habla la voz de Dios, las palabras y las frases resultan brillantes y apropiadas para la ocasión. CM 163.2

Necesitamos reconocer al Espíritu Santo como nuestro iluminador. Este Espíritu se deleita en dirigirse a los niños, y en descubrirles los tesoros y las bellezas de la Palabra. Las promesas hechas por el gran Maestro cautivarán los sentidos y animarán el alma del niño con un poder espiritual divino. Crecerá en la mente receptiva una familiaridad con las cosas divinas que será una barricada contra las tentaciones del enemigo. CM 163.3

La obra de los maestros es importante. Deben hacer de la Palabra de Dios su meditación. Dios se comunicará con el alma por su propio Espíritu. Orad mientras estudiáis: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. Salmos 119:18. Cuando en oración el maestro confía en Dios, el Espíritu de Cristo descenderá sobre él, y por el Espíritu Santo Dios obrará mediante él sobre la mente del alumno. El Espíritu Santo llena la mente y el corazón de esperanza, valor e imágenes bíblicas, que serán comunicadas al alumno. Las palabras de verdad crecerán en importancia, y asumirán una anchura y plenitud de significado cual él nunca soñó. La belleza y virtud de la Palabra de Dios ejercen una influencia transformadora sobre la mente y el carácter: las chispas del amor celestial lloverán sobre el corazón de los niños como una inspiración. Podremos llevar centenares y miles de niños a Cristo si trabajamos por ellos (Special Testimony to Battle Creek Church, escrito en Cooranbong, N. S. W., Australia, el 15 de diciembre de 1897). CM 163.4