Consejos para los Maestros

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Capítulo 37—La dignidad del trabajo

A pesar de todo lo que se ha dicho y escrito acerca de la dignidad del trabajo manual, prevalece el sentir de que es degradante. La opinión popular ha trastornado en muchas mentes el orden de las cosas, y los hombres han llegado a pensar que no es propio que el hombre que trabaje con las manos ocupe un lugar entre caballeros. Los hombres trabajan arduamente para obtener dinero; y habiendo alcanzado riquezas, suponen que éstas harán caballeros a sus hijos. Pero muchos de los tales no preparan a sus hijos para un trabajo duro y útil como ellos fueron preparados. Sus hijos gastan el dinero ganado por el trabajo ajeno, sin comprender su valor. Así emplean mal un talento al que Dios quiso ver realizar mucho bien. CM 261.1

Los propósitos del Señor no son los propósitos de los hombres. Dios no quería que éstos viviesen en la ociosidad. En el principio creó al hombre como caballero; pero aunque rico en todo lo que podía proveerle el Propietario del universo, Adán no había de quedar ocioso. Apenas fue creado, le fue dado su trabajo. Había de hallar empleo y felicidad en cultivar las cosas que Dios había creado; y en respuesta a su trabajo, sus necesidades iban a ser abundantemente suplidas con los frutos del jardín del Edén. CM 261.2

Mientras nuestros primeros padres obedecieron a Dios, su trabajo en el huerto fue un placer; y la tierra les daba de su abundancia para sus necesidades. Pero, cuando el hombre se apartó de la obediencia, quedó condenado a luchar con la semilla sembrada por Satanás, y ganar su pan con el sudor de su frente. Desde entonces debía batallar con afanes y penurias contra el poder al cual había cedido su voluntad. CM 261.3

Era el propósito de Dios aliviar por el trabajo el mal introducido en el mundo por la desobediencia del hombre. El trabajo podía hacer ineficaces las tentaciones de Satanás y detener la marea del mal. Y aunque acompañado de ansiedad, cansancio y dolor, el trabajo es todavía una fuente de felicidad y desarrollo, y una salvaguardia contra la tentación. Su disciplina pone en jaque la complacencia propia, y fomenta la laboriosidad, pureza y firmeza. Llega a ser así parte del gran plan de Dios para restaurarnos de la caída. CM 262.1