Conducción del Niño

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Capítulo 44—La administración de la disciplina correctiva

Pedid que el Señor venga y dirija—Demandad obediencia en vuestra familia, pero al hacer esto, buscad al Señor con vuestros hijos y pedidle que venga y dirija. Vuestros hijos quizá hayan hecho algo que demande castigo, pero si los tratáis con el espíritu de Cristo, los brazos de ellos ceñirán vuestro cuello, se humillarán delante del Señor y reconocerán su error. Eso es suficiente. Entonces no necesitan castigo. Agradezcamos al Señor porque ha abierto el camino por el cual podemos llegar hasta cada alma.—Manuscrito 21, 1909. CN 228.1

Si vuestros hijos son desobedientes, debieran ser corregidos. . . . Antes de corregirlos, pedid a solas al Señor que ablande y subyugue el corazón de vuestros hijos y que os dé sabiduría para tratarlos. Ni en un solo caso he sabido nunca que haya fracasado este método. No podéis hacer que un hijo comprenda cosas espirituales cuando el corazón está conmovido por la pasión.—Manuscrito 27, 1911. CN 228.2

Instruid pacientemente a los niños—Desde su misma infancia, el Señor quiere que el corazón de los niños le sea dado para su servicio. Mientras son demasiado jóvenes para razonar, llamadles la atención de la mejor manera que podáis; cuando sean mayores, enseñadles por precepto y ejemplo que no podéis tolerar sus deseos erróneos. CN 228.3

Instruidlos pacientemente. A veces tendrán que ser castigados, pero nunca lo hagáis en una forma que sientan que los habéis castigado con ira. Al hacerlo, sólo provocaréis un mal mayor. Podrían evitarse muchas diferencias lamentables en el círculo familiar si los padres obedecieran el consejo del Señor en la educación de sus niños.—Manuscrito 23, 1909. CN 228.4

Los padres deben estar bajo la disciplina de Dios—Madres, no importa hasta dónde os irriten vuestros niños en su ignorancia, no os impacientéis. Enseñadles paciente y amorosamente. Sed firmes con ellos. No permitáis que los rija Satanás. Disciplinadlos sólo cuando estáis bajo la disciplina de Dios. Cristo vencerá en las vidas de vuestros hijos si aprendéis de Aquel que es manso y humilde, puro e inmaculado.—Carta 272, 1903. CN 229.1

Pero si tratáis de gobernar sin ejercer dominio propio, sin sistema, pensamiento ni oración, seguramente cosecharéis las amargas consecuencias.—The Signs of the Times, 9 de febrero de 1882. CN 229.2

Nunca corrijáis con ira—Debéis corregir a vuestros niños con amor. No permitáis que hagan lo que les plazca hasta que os enojéis, y entonces los castiguéis. Una corrección tal sólo ayuda al mal en vez de corregirlo.—The Review and Herald, 19 de septiembre de 1854. CN 229.3

Manifestar ira hacia un niño que se equivoca, es aumentar el mal. Eso despierta las peores pasiones en el niño y lo induce a creer que no os preocupáis por él. Razona consigo mismo que no podríais tratarlo así si os interesara. CN 229.4

¿Y pensáis que Dios no sabe la forma en que son corregidos esos niños? Sabe, y sabe también lo que podrían ser los benditos resultados si la obra de corrección se hiciera en una forma que conquistara en vez de repeler. . . . CN 229.5

Os suplico, no corrijáis a vuestros niños con ira. Ese es el tiempo por excelencia cuando debéis actuar con humildad, paciencia y oración. Entonces es cuando debéis arrodillaros con los niños y pedir el perdón del Señor. Procurad ganarlos para Cristo manifestándoles bondad y amor, y veréis que un poder mayor que el de la tierra está cooperando en vuestros esfuerzos.—Manuscrito 53, 1912. CN 229.6

Cuando estéis obligados a corregir a un niño, no elevéis el tono de la voz. . . .No perdáis vuestro dominio propio. El padre que da rienda suelta a su ira cuando corrige a un niño, comete más falta que éste.—The Signs of the Times, 17 de febrero de 1904. CN 230.1

Renegar y regañar nunca ayudan—Las palabras ásperas y enojadas no son de origen celestial. Renegar y regañar nunca ayudan. Por el contrario despiertan los peores sentimientos en el corazón humano. Cuando vuestros niños proceden mal y están llenos de rebeldía y os sentís tentados a hablar y actuar ásperamente, esperad antes de corregirlos. Dadles una oportunidad de pensar y serenad vuestro ánimo. CN 230.2

Al tratar bondadosa y tiernamente a vuestros niños, recibiréis la bendición del Señor. ¿Y pensáis que en el día del juicio de Dios habrá alguien que se lamente de haber sido paciente y bondadoso con sus niños?—Manuscrito 114, 1903. CN 230.3

La nerviosidad no es excusa para la impaciencia—A veces los padres disculpan su propia mala conducta con la excusa de que no se sienten bien. Están nerviosos y piensan que no pueden ser pacientes ni serenos, ni hablar de una manera agradable. En esto se engañan y agradan a Satanás, quien se regocija de que ellos no consideran la gracia de Dios como suficiente para vencer las flaquezas naturales. Ellos pueden y deben dominarse a sí mismos en toda ocasión. Dios se lo exige.—Joyas de los Testimonios 1:134. CN 230.4

A veces, cuando están fatigados por el trabajo u oprimidos por las preocupaciones, los padres no mantienen un espíritu tranquilo, sino que manifiestan una falta de tolerancia que desagrada a Dios y ensombrece a la familia. Padres, cuando os sentís enojados, no debéis cometer el gran pecado de envenenar a toda la familia con esa irritabilidad peligrosa. En tales oportunidades, vigilaos doblemente y resolved que sólo saldrán de vuestros labios palabras amables y animadoras. Al ejercer así el dominio propio, os fortaleceréis. Vuestro sistema nervioso no será tan sensible. . . . Jesús conoce nuestras debilidades y él mismo ha compartido nuestras vicisitudes en todas las cosas, menos en el pecado. Por lo tanto, ha preparado un camino adecuado para nuestra fortaleza y capacidad. CN 230.5

A veces parece que todo va mal en el círculo familiar. Hay mal humor por doquiera y todos parecen muy desdichados y tristes. Los padres echan la culpa a sus pobres hijos y piensan que son muy desobedientes e indisciplinados, los peores hijos del mundo; cuando la causa de la alteración está en ellos mismos. Dios les requiere que ejerzan dominio propio. Debieran comprender que cuando se entregan a la impaciencia y al enojo, hacen sufrir a otros. Los que los rodean son afectados por el espíritu que manifiestan, y a su vez expresan el mismo espíritu, el mal se aumenta.—The Signs of the Times, 17 de abril de 1884. CN 231.1

A veces hay poder en el silencio—Los que desean dominar a otros deben primero dominarse a sí mismos. . . Cuando un padre o maestro se impacienta, y corre peligro de hablar imprudentemente, guarde silencio. En el silencio hay un poder maravilloso.—La Educación, 283, 284. CN 231.2

Dad pocas órdenes; luego requerid obediencia—Sean cuidadosas las madres de no dar órdenes innecesarias para exhibir su autoridad ante otros. Dad pocas órdenes, pero ved que sean obedecidas.—The Signs of the Times, 9 de febrero de 1882. CN 231.3

Al disciplinar a vuestros niños, no los desliguéis de lo que les habéis requerido que hagan. No esté tan preocupada vuestra mente por otras cosas al punto de que caigáis en el descuido. Y no os canséis de vuestra vigilancia porque vuestros niños olvidan y hacen lo que les habéis prohibido hacer.—Manuscrito 32, 1899. CN 231.4

En todas vuestras órdenes, procurad conseguir el mayor bien de vuestros niños, y luego ved que esas órdenes se cumplan. Deben ser inmutables vuestra energía y decisión, y sin embargo, siempre sometidas al espíritu de Cristo.—The Signs of the Times, 13 de septiembre de 1910. CN 232.1

El trato con un niño negligente—Cuando pedís a vuestro hijo que haga alguna cosa y él contesta: “Sí, la haré”, y luego no cumple su palabra, no debéis dejar así el asunto. Debéis hacer que vuestro hijo dé cuenta de su negligencia. Si lo pasáis por alto sin llamarle la atención, educáis a vuestro hijo en hábitos de negligencia e infidelidad. Dios ha dado una mayordomía a cada hijo. Los hijos han de obedecer a sus padres. Han de ayudar a llevar las cargas y responsabilidades del hogar, y cuando descuidan la obra asignada, debiera llamárselos a cuentas y requerirse que las realicen.—Manuscrito 127, 1899. CN 232.2

Los resultados de la disciplina apresurada y espasmódica—Cuando los niños han cometido una falta, ellos mismos están convictos de su pecado y se sienten humillados y desasosegados. Reprenderlos frecuentemente por sus faltas, dará como resultado hacerlos tercos y enconados. Como potros indómitos, parecieran determinados a crear dificultades, y las reprimendas no les harán bien. Los padres debieran buscar la forma de dirigir la mente de ellos hacia otros canales. CN 232.3

Pero la dificultad estriba en que los padres no son uniformes en su trato, sino que proceden más por impulso que por principio. Se dejan arrebatar por la pasión y no dan a sus hijos el ejemplo que debieran dar los padres cristianos. Un día pasan por alto las faltas de sus hijos, y al día siguiente no manifiestan paciencia ni dominio propio. No observan la orden del Señor de hacer justicia y juicio. Con frecuencia son más culpables que sus hijos. CN 232.4

Algunos niños pronto olvidan algo malo que les hayan hecho sus padres, pero otros que tienen diferente mentalidad no pueden olvidar un castigo severo e injusto que no merecían. Así se les daña el alma y confunde la mente. La madre pierde sus oportunidades de inculcar los debidos principios en la mente del hijo, porque ella no mantuvo el dominio propio ni manifestó un proceder bien equilibrado en su proceder y palabras.—Manuscrito 38, 1893. CN 233.1

Sed tan tranquilos y estad tan exentos de ira, que queden convencidos que los amáis aunque los castiguéis.—Manuscrito 2, 1903. CN 233.2

A veces la persuasión es mejor que el castigo—He sentido un inters tan profundo en esta clase de obra, que he adoptado algunos niños a fin de que pudieran ser educados correctamente. En vez de castigarlos cuando cometían faltas, los persuadía a hacer lo correcto. Una niñita había tomado el hábito de arrojarse al piso si no se le permitía hacer lo que quería. Le dije: “Si no te enojas una vez hoy, tu tío White y yo te llevaremos en el vehículo, y pasaremos un día feliz en el campo. Pero si te tiras al piso una sola vez perderás tu derecho a esa diversión”. En esa forma yo trabajaba para esos niños, y ahora me siento agradecida de haber hecho esa obra.—Manuscrito 95, 1909. CN 233.3

Tratad el mal pronta, sabia y firmemente—La desobediencia debe ser castigada. Los males deben ser corregidos. La iniquidad que está ligada en el corazón del muchacho, debe ser afrontada y vencida por padres y maestros. Debe tratarse el mal pronta y sabiamente, con firmeza y decisión. El odio a las restricciones, el amor a la complacencia propia, la indiferencia a las cosas eternas deben tratarse con cuidado. A menos que se desarraigue el mal, el alma se perderá. Y más que eso: el que se entrega para seguir la senda de Satanás procura constantemente seducir a otros. Desde su más temprana edad, debiramos tratar de vencer en nuestros hijos el espíritu del mundo.—Carta 166, 1901. CN 233.4

A veces es necesaria la vara—La madre puede preguntarse: “¿No habr de castigar nunca a mi hijo?” Puede ser que los azotes sean necesarios cuando los demás recursos fracasen; sin embargo ella no debe usar la vara si es posible evitarlo. Pero si las correcciones más benignas resultan insuficientes, el castigo para hacer volver al niño en sí debe ser administrado con amor. Frecuentemente una sola corrección de esta naturaleza bastará para toda la vida, pues demostrará al niño que l no tiene en sus manos las riendas del dominio. CN 234.1

Y cuando este paso llega a ser necesario, se le debe inculcar seriamente al niño el pensamiento de que se le administra el castigo no para la satisfacción de los padres ni como acto de arbitraria autoridad, sino para su propio beneficio. Debe enseñársele que todo defecto no corregido le ocasionará desgracia, y desagradará a Dios. Bajo esa disciplina, los niños hallarán su mayor felicidad en someter su voluntad a la voluntad de su Padre celestial.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 90. CN 234.2

Como el último recurso—Muchas veces encontraris que si razonáis con ellos bondadosamente, no necesitarán ser azotados. Y un trato tal los inducirá a tener confianza en vosotros. Os convertirán en sus confidentes. Vendrán a vosotros y dirán: Me port mal hoy, en tal momento, y quiero que me perdones y pidas a Dios que me perdone. He pasado por escenas como sta y por lo tanto yo sé. . . .Estoy agradecida de que tuve valor de tratarlos con firmeza cuando se equivocaban, de orar con ellos y mantener las normas de la Palabra de Dios delante de ellos. Estoy contenta de haberles presentado las promesas para los vencedores y las recompensas ofrecidas a los que son fieles.—Manuscrito 27, 1911. CN 234.3

Nunca deis un golpe con ira—Nunca deis a vuestro hijo un golpe con ira a menos que queráis que aprenda a pelear y a reñir. Como padres estáis en el lugar de Dios para vuestros hijos y debis estar en guardia.—Manuscrito 32, 1899. CN 235.1

Quizá tengáis que castigar con la vara; esto es a veces esencial, pero posponed cualquier arreglo de la dificultad hasta que hayáis resuelto el caso con vosotros mismos. Preguntaos: ¿He sometido mi conducta y mi voluntad a Dios? ¿Me he colocado donde Dios pueda manejarme, de modo que tenga sabiduría, paciencia, bondad y amor en mi trato con los elementos refractarios del hogar?—Manuscrito 79, 1901. CN 235.2

Advertencia a un padre de genio rápido—Hno. L., ¿ha considerado Ud. lo que es un niño y dónde va? Sus hijos son los miembros más jóvenes de la familia del Señor: hermanos y hermanas confiados a su cuidado por su Padre celestial para que Ud. los prepare y eduque para el cielo. Cuando Ud. los trata ásperamente, como lo ha hecho con frecuencia, ¿tiene Ud. en cuenta que Dios lo hará responsable por ese trato? No debiera tratar así a sus hijos tan ásperamente. Un niño no es un caballo ni un perro a quien le d órdenes de acuerdo con su voluntad imperiosa o que sea regido en todas las circunstancias con un palo o un látigo, o mediante golpes dados con la mano. Algunos niños son de un temperamento tan malo, que es necesario que se los castigue físicamente, pero muchísimos casos se empeoran mucho con esta clase de disciplina. . . . CN 235.3

Nunca levante la mano para darle un golpe a menos que, con clara conciencia, Ud. pueda inclinarse delante de Dios y pedir su bendición sobre la disciplina que está por aplicar. Fomente el amor en el corazón de sus hijos. Presente delante de ellos motivos elevados y correctos que induzcan al dominio propio. No les d la impresión de que deben someterse a un rgimen porque así lo determina su voluntad arbitraria, porque Ud. es fuerte y ellos dbiles, porque Ud. es el padre y ellos los hijos. Si Ud. quiere arruinar a su familia, continúe gobernándola por la fuerza bruta, y resultará así ciertamente.—Testimonies for the Church 2:259, 260. CN 235.4

Nunca sacudáis a un niño irritado—Los padres no han dado a sus hijos la educación correcta. Frecuentemente manifiestan las mismas imperfecciones que se ven en los hijos. Comen indebidamente, y esto atrae su energía nerviosa para el estómago, y no tienen vitalidad para usarla en otras direcciones. No pueden controlar debidamente a sus hijos debido a su propia impaciencia; ni pueden enseñarles lo correcto. Quizá los toman ásperamente y les dan un golpe impaciente. He dicho que zamarrear a un niño hará que le entren dos malos espíritus en vez de sacarle uno. Si un niño está equivocado, zamarrearlo lo empeorará. No lo someterá.—Testimonies for the Church 2:365. CN 236.1

Usad primero la razón y la oración—Razonad primero con vuestros hijos, señaladles claramente sus faltas, e impresionadlos con el hecho de que no sólo han pecado contra vosotros sino contra Dios. Con vuestro corazón lleno de compasión y dolor por vuestros hijos descarriados, orad con ellos antes de corregirlos. Entonces verán que no los castigáis porque os molestan, o porque queris desfogar vuestro mal genio con ellos, sino por un sentimiento de deber, para su bien, y os amarán y respetarán.—The Signs of the Times, 10 de abril de 1884. CN 236.2

Esa oración puede hacer una impresión tal en su mente, que ellos verán que no sois irrazonables. Y si los niños ven que no sois irrazonables, habris ganado una gran victoria. Esta es la obra que debe hacerse en el círculo de vuestra familia en estos últimos días.—Manuscrito 73, 1909. CN 236.3

La efectividad de la oración en una crisis disciplinaria—No los amenacis con la ira de Dios si cometen una mala acción, sino presentadlos en vuestras oraciones a Cristo.—Manuscrito 27, 1893. CN 237.1

Si sois padres cristianos, antes de ocasionar dolor físico a vuestro hijo, revelaris el amor que tenis para con vuestros pequeñuelos que yerran. Mientras os postráis delante de Dios con vuestro hijo, presentaris al Redentor lleno de simpatía sus propias palabras: “Dejad los niños venir, y no se lo estorbis; porque de los tales es el reino de Dios”. Marcos 10:14. Esta oración traerá a los ángeles a vuestro lado. Vuestro hijo no olvidará estos incidentes, y la bendición de Dios descansará sobre tal instrucción, guiándolo a Cristo. CN 237.2

Cuando los niños comprenden que sus padres están procurando ayudarles, pondrán todas sus energías en la debida dirección.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 91. CN 237.3

La experiencia personal en la disciplina—Nunca permití que mis hijos pensaran que podían molestarme en su niñez. Tambin cri en mi familia a otros de otras familias, pero nunca permití que esos niños pensaran que podían molestar a su madre. Nunca me permití decir una palabra áspera o impacientarme o enojarme con los niños. Nunca llegaron al punto de provocarme a ira, ni una sola vez. Cuando se agitaba mi espíritu o cuando me parecía que iba a perder los estribos, decía: “Niños, dejemos esto en paz ahora; no diremos nada más de esto ahora. Lo trataremos otra vez antes de acostarnos”. Teniendo todo ese tiempo para reflexionar, al anochecer se habían aplacado y yo podía tratarlos muy bien. . . . CN 237.4

Hay una forma correcta y una forma equivocada. Nunca levanté la mano a mis hijos antes de hablarles. Y si se quebrantaban y si reconocían su falta (y siempre lo hicieron cuando la presenté delante de ellos y oré con ellos) y si se sometían (siempre lo hicieron cuando yo procedía así), entonces los tenía dominados. Nunca actuaron de otra manera. Cuando oraba con ellos, se quebrantaban por completo, me echaban los brazos al cuello y lloraban. . . . CN 238.1

Al corregir a mis hijos, nunca permití que mi voz se alterara en ninguna forma. Cuando advertía que algo andaba mal, esperaba hasta que pasara el “calor”, y entonces los tomaba por mi cuenta después de que habían tenido la oportunidad de reflexionar y estaban avergonzados. Se avergonzaban si les daba una hora o dos para pensar en estas cosas. Siempre me apartaba y oraba. Entonces no les hablaba. CN 238.2

Después de que habían quedado solos por un tiempo, venían a verme por el asunto. “Bien”, les decía, “esperemos hasta la noche”. Al llegar esa hora, orábamos y entonces les decía que hacían daño a su propia alma y agraviaban al Espíritu de Dios por su proceder equivocado.—Manuscrito 82, 1901. CN 238.3

Emplead tiempo para orar—Cuando me sentía irritada y tentada a decir palabras que me avergonzarían, me callaba, salía de la habitación y pedía a Dios que me diera paciencia para enseñar a esos niños. Entonces podía volver y hablar con ellos y decirles que no debían proceder mal otra vez. Podemos adoptar una posición tal en este asunto de modo que no provoquemos a ira a los hijos. Debiéramos hablar bondadosa y pacientemente, recordando siempre cuán extraviados somos y cómo queremos ser tratados por nuestro Padre celestial. CN 238.4

Estas son las lecciones que deben aprender los padres, y cuando las hayáis aprendido, seréis los mejores alumnos de la escuela de Cristo y vuestros hijos serán los mejores hijos. En esta forma podéis enseñarles el respeto de Dios y la observancia de su ley, porque tendréis un excelente dominio sobre ellos y al hacer esto los estáis educando para que en la sociedad sean niños que serán una bendición para los que los rodean. Los estáis preparando para ser colaboradores con Díos.—Manuscrito 19, 1887. CN 238.5

El gozo puede seguir al dolor de la disciplina—El verdadero modo de habérselas con las pruebas no consiste en tratar de escapar a ellas, sino en transformarlas. Esto se aplica a toda la disciplina, tanto a la de los primeros años como a la de los últimos. El descuido de la educación temprana del niño y el consecuente fortalecimiento de las malas tendencias dificulta su educación ulterior y es causa de que la disciplina sea, con demasiada frecuencia, un proceso penoso. Ha de ser penosa para la naturaleza baja, pues se opone a los deseos y las inclinaciones naturales, pero puede olvidarse el dolor en vista de un gozo superior. CN 239.1

Enséñese al niño y al joven que todo error, toda falta, toda dificultad vencida, llega a ser un peldaño hacia las cosas mejores y más elevadas. Por medio de tales vicisitudes han logrado Éxito todos los que han hecho de la vida algo digno de ser vivido.—La Educación, 287. CN 239.2

Seguid la divina guía del viajero—Los padres que quieran educar a sus hijos debidamente necesitan sabiduría celestial a fin de proceder juiciosamente en todo lo que atañe a la disciplina del hogar.—Pacific Health Journal, enero de 1890. CN 239.3

La Biblia es una guía en la orientación de los hijos. Si los padres lo desean, aquí pueden encontrar un curso señalado para la educación y preparación de sus hijos a fin de que no cometan desatinos. . . . Cuando se sigue esta guía del viajero, los padres, en vez de conceder complacencia ilimitada a sus hijos, usarán con más frecuencia la vara de la corrección; en vez de estar ciegos a sus faltas, su temperamento perverso, y atentos únicamente a sus virtudes, tendrán un discernimiento claro y contemplarán esas cosas a la luz de la Biblia. Sabrán que deben encauzar a sus hijos por el camino correcto.—Manuscrito 57, 1897. CN 239.4

Dios no puede llevar rebeldes a su reino; por lo tanto, la obediencia a sus mandamientos es puesta como un requisito especial. Los padres debieran enseñar diligentemente a sus hijos lo que dice el Señor. Entonces Dios mostrará a los ángeles y a los hombres que levantará una salvaguardia en torno de su pueblo.—Manuscrito 64, 1899. CN 240.1

Vuestra parte y la parte de Dios—Padres, cuando hayáis cumplido fielmente vuestro deber hasta lo máximo de vuestra capacidad, podréis pedir con fe al Señor que haga por vuestros hijos lo que no podéis hacer vosotros.—The Signs of the Times, 9 de febrero de 1882. CN 240.2

Después de haber cumplido fielmente con vuestro deber para vuestros hijos, llevadlos a Dios y pedidle que os ayude. Decidle que habéis hecho vuestra parte y luego con fe pedid a Dios que haga su parte, lo que no podéis hacer. Pedidle que morigere su carácter, que los haga suaves y corteses mediante su Espíritu Santo. Oirá vuestra oración. Con amor responderá a vuestras oraciones. Mediante su Palabra os ordena corregir a vuestros hijos: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza”, y la Palabra de Dios ha de ser obedecida en estas cosas.—The Review and Herald, 19 de septiembre de 1854. CN 240.3