Consejos sobre La Obra Médico-Misionera

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7. El Régimen Alimentario Y La Salud

1. Somos lo que comemos. Nuestro cuerpo se forma con el ali-mento que ingerimos. En los tejidos del cuerpo se realiza de continuo un proceso de reparación, pues el funcionamiento de los órganos acarrea desgaste, y este debe ser reparado por el alimento. Cada órgano del cuerpo exige nutrición. El cerebro debe recibir la suya; y lo mismo sucede con los huesos, los músculos y los nervios. Es una operación maravillosa la que transforma el alimento en sangre, y aprovecha esta sangre para la reconstitución de las diversas partes del cuerpo; pero esta operación, que prosigue de continuo, suministra vida y fuerza a cada nervio, músculo y órgano (El ministerio de curación, p. 227). CMM 75.1

2. Elección del alimento. Deben escogerse los alimentos que me-jor proporcionen los elementos necesarios para la reconstitución del cuerpo. En esta elección, el apetito no es una guía segura. Los malos hábitos en el comer lo han pervertido. Muchas veces pide alimento que altera la salud y causa debilidad en vez de producir fuerza. Tampoco podemos dejarnos guiar por las costumbres de la sociedad. Las enfer-medades y las dolencias que prevalecen por dondequiera provienen, en buena parte, de errores comunes con respecto al régimen alimenticio. CMM 75.2

Para saber cuáles son los mejores comestibles, tenemos que estudiar el plan original de Dios para la alimentación del hombre. El que creó al hombre y comprende sus necesidades indicó a Adán cuál era su alimento. “He aquí -dijoque os he dado toda planta que da semilla[...] y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer” (Gén. 1:29). Al salir del Edén para ganarse el sustento labrando la tierra bajo el peso de la maldición del pecado, el hombre recibió per-miso para comer también “plantas del campo” (Gén. 3:18). CMM 75.3

Los cereales, las frutas carnosas, las oleaginosas y las legumbres constituyen el alimento escogido para nosotros por el Creador. Prepa-rados del modo más sencillo y natural posible, son los comestibles más sanos y nutritivos. Comunican una fuerza, una resistencia y un vigor intelectual que no pueden obtenerse de un régimen alimenticio más complejo y estimulante. CMM 76.1

Pero no todos los alimentos sanos de por sí convienen igualmente a nuestras necesidades en cualquier circunstancia. Nuestro alimento debe escogerse con mucho cuidado. Nuestro régimen alimenticio debe adaptarse a la estación del año, al clima en que vivimos y a nuestra ocupación. Algunos alimentos que convienen perfectamente a una estación del año o en cierto clima no convienen en otros. También sucede que ciertos alimentos son los más apropiados para diferentes ocupaciones. Con frecuencia, el alimento que un operario manual o un bracero puede consumir con provecho no conviene a quien se entrega a una ocupación sedentaria o a un trabajo mental intenso. Dios nos ha dado una amplia variedad de alimentos sanos, y cada cual debe escoger el que más convenga a sus necesidades, conforme a la experiencia y a la sana razón. CMM 76.2

La abundancia de frutas, oleaginosas y cereales que nos propor-ciona la naturaleza es grande, y año tras año se acrecienta la facilidad de comunicaciones que permite el intercambio de productos de un país con otro. Como resultado, muchos alimentos que hace pocos años se consideraban lujos están hoy al alcance de todos para el consumo diario. Esto sucede principalmente con las frutas desecadas y las puestas en conserva. CMM 76.3

Las oleaginosas [nueces, avellanas, almendras, maní o cacahuete] y sus derivados van sustituyendo en gran medida a la carne. Con ellas pueden combinarse cereales, frutas carnosas y varias raíces, para cons-tituir alimentos sanos y nutritivos; pero hay que tener cuidado de no incluir una proporción demasiado elevada de oleaginosas. Es posible que aquellos a quienes no les sienta bien su consumo vean subsanarse la dificultad si prestan atención a esta advertencia. Debe recordarse también que algunas no son tan sanas como otras. Las almendras, por ejemplo, son mejores que los cacahuetes, pero no obstante estos tam-bién son nutritivos y de fácil digestión, si se toman en pequeñas canti-dades y mezclados con cereales. CMM 76.4

Convenientemente preparadas, las aceitunas, lo mismo que las oleaginosas, pueden reemplazar la mantequilla y la carne. El aceite tal como se ingiere en la aceituna es muy preferible al aceite animal y a la grasa. Es laxante. Su uso beneficiará a los enfermos de consunción y podrá curar o aliviar las inflamaciones del estómago. CMM 77.1

Las personas acostumbradas a un régimen fuerte y muy estimulan-te tienen el gusto pervertido y no pueden apreciar de buenas a primeras un alimento sencillo. Se necesita tiempo para normalizar el gusto y para que el estómago se reponga del abuso. Pero los que perseveren en el uso de alimentos sanos los encontrarán sabrosos al cabo de algún tiempo. Podrán apreciar su sabor delicado y los comerán con deleite, en preferencia a las golosinas malsanas. Y el estómago, en condición de salud, es decir, ni febril ni recargado, desempeñará fácilmente su tarea. CMM 77.2

Para conservar la salud, se necesita una cantidad suficiente de alimento sano y nutritivo. Si procedemos con prudencia, podremos conseguir en casi cualquier país la clase de alimentos que más favorece a la salud. Las variadas preparaciones de arroz, trigo, maíz y avena, como también las judías, los porotos o fréjoles, los guisantes y las lentejas se exportan hoy a todas partes. Estos alimentos, junto con las frutas indígenas o importadas, y con la variedad de verduras propias de cada país, facilitarán la elección y la composición de comidas, sin necesidad de carnes. CMM 77.3

En cualquier parte en que abunde la fruta, hay que conservar abundantes cantidades para el invierno, ya en frascos o latas, ya desecadas. Pueden cultivarse con ventaja frutas menudas, como grosellas, fresas, frambuesas, zarzamoras, etc., en los países en que este cultivo es escaso o descuidado. CMM 77.4

Para la conservación de frutas en la casa, los envases de vidrio con-vienen más que las latas. Es de todo punto indispensable que la fruta que se ha de conservar esté en buenas condiciones. Úsese poco azúcar, y no se cueza la fruta más del tiempo indispensable para su conservación. Así preparada, la conserva de fruta es excelente sustituto de la fruta fresca. CMM 78.1

Donde las frutas desecadas, como uvas pasas, ciruelas, manzanas, peras, melocotones y albaricoques o damascos puedan obtenerse a precios moderados, se verá que pueden emplearse como alimentos de consumo corriente mucho más de lo que se acostumbra, y con los mejores resultados para la salud y el vigor de todas las clases de personas activas. CMM 78.2

No debe haber gran variedad de manjares en una sola comida, pues esto fomenta el exceso en el comer y causa indigestión. CMM 78.3

No conviene ingerir frutas y verduras en la misma comida, pues a las personas de digestión débil esta combinación les produce muchas veces desórdenes gástricos e incapacidad para el esfuerzo mental. Es mejor consumir la fruta en una comida y las verduras en otra. CMM 78.4

Las comidas deben ser variadas. Los mismos manjares, preparados del mismo modo, no deben figurar en la mesa, comida tras comida y día tras día. Las comidas se ingieren con mayor gusto y aprovechan mucho más cuando los manjares son variados (Ibíd., pp. 227-231). CMM 78.5

3. La preparación del alimento. Error grave es comer tan solo para agradar al paladar; pero la calidad de los comestibles o el modo de prepararlos no es indiferente. Si el alimento no se come con gusto, no nutrirá tan bien al organismo. La comida debe escogerse cuidadosa-mente, y prepararse con inteligencia y habilidad[...] CMM 78.6

Se suele emplear demasiado azúcar en las comidas. Las tortas, los budines, las pastas, las jaleas, los dulces son causas activas de indiges-tión. Particularmente dañinos son los flanes cuyos ingredientes prin-cipales son la leche, los huevos y el azúcar. Debe evitarse el consumo copioso de la leche con azúcar. CMM 78.7

Si se hace uso de leche, debe ser bien esterilizada, pues con esta pre-caución hay menos peligro de enfermedad. La mantequilla es menos nociva cuando se la come con pan asentado que cuando se la emplea para cocinar, pero por regla general es mejor abstenerse de ella. El queso merece aún más objeciones; es absolutamente impropio como alimento. * CMM 78.8

El alimento escaso y mal cocido vicia la sangre, pues debilita los ór-ganos que la producen. Desarregla el organismo y causa enfermedades acompañadas de nerviosidad y mal humor. Se cuentan, hoy día, por miles y decenas de millares las víctimas de la cocina defectuosa. Sobre muchas tumbas podrían escribirse epitafios como estos: “Muerto por culpa de la mala cocina”. “Muerto como resultado de un estómago es-tragado por el abuso”. CMM 79.1

Es un deber sagrado para las personas que cocinan aprender a pre-parar comidas sanas. Muchas almas se pierden como resultado de los alimentos mal preparados. Se necesita pensar mucho y tener mucho cuidado para hacer buen pan; pero, en un pan bien hecho hay más re-ligión de lo que muchos se figuran. Son muy pocas las cocineras real-mente buenas. Las jóvenes piensan que cocinar y hacer otras tareas de la casa es trabajo servil; y, por lo tanto, muchas que se casan y deben atender a una familia tienen muy poca idea de los deberes que incum-ben a la esposa y madre. CMM 79.2

La ciencia culinaria no es una ciencia despreciable sino una de las más importantes de la vida práctica. Es una ciencia que toda mujer de-bería aprender, y que debería ser enseñada en forma provechosa a las clases pobres. Preparar manjares apetitosos, al par que sencillos y nutri-tivos, requiere habilidad; pero puede hacerse. Las cocineras deberían saber preparar manjares sencillos en forma saludable, y de tal manera que resulten sabrosos precisamente por su sencillez. CMM 79.3

Toda mujer que está a la cabeza de una familia pero no entiende el arte de la sana cocina debería resolverse a aprender algo de tanta importancia para el bienestar de los suyos. En muchas ciudades hay escuelas de cocina higiénica que ofrecen oportunidad para instruirse en la materia. La que no dispone de este recurso debería ponerse por algún tiempo bajo la dirección de alguna buena cocinera y perseverar en su esfuerzo por desarrollarse hasta hacerse maestra en el arte culinario. CMM 79.4

La regularidad en las comidas es de vital importancia. Debe haber una hora señalada para cada comida, y entonces cada cual debe comer lo que su organismo requiere, y no ingerir más alimento hasta la comida siguiente. Son muchos los que comen a intervalos desiguales y entre comidas, cuando el organismo no necesita comida, porque no tienen suficiente fuerza de voluntad para resistir a sus inclinaciones. Los hay que cuando van de viaje se pasan el tiempo comiendo bocaditos de cuanto comestible les cae a mano. Esto es muy perjudicial. Si los que viajan comiesen con regularidad y solo alimentos sencillos y nutritivos no se sentirían tan cansados, ni padecerían tantas enfermedades. CMM 80.1

Otro hábito pernicioso es el de comer inmediatamente antes de irse a la cama. Pueden haberse tomado ya las comidas de costumbre; pero por experimentar una sensación de debilidad, se vuelve a comer. Cediendo así al apetito, se establece un hábito tan arraigado que muchas veces se considera imposible dormir sin comer algo. Como resultado de estas cenas tardías, la digestión prosigue durante el sueño; y aunque el estómago trabaja constantemente no lo hace en buenas condiciones. Las pesadillas suelen entonces perturbar el sueño, y por la mañana se despierta uno sin haber descansado y con pocas ganas de desayunar. Cuando nos entregamos al descanso, el estómago debe haber concluido ya su tarea, para que él también pueda descansar, como los demás órganos del cuerpo. A las personas de hábitos sedentarios les resultan particularmente perjudiciales las cenas tardías, y el desarreglo que les ocasionan es muchas veces principio de alguna enfermedad que acaba en muerte. CMM 80.2

En muchos casos, la sensación de debilidad que produce ganas de comer proviene del excesivo recargo de los órganos digestivos durante el día. Estos, después de haber digerido una comida, necesitan descan-so. Entre las comidas deben mediar cuando menos cinco o seis horas, y la mayoría de las personas que quieran hacer la prueba verán que dos comidas al día dan mejor resultado que tres (Ibíd., pp. 231-234). CMM 80.3

3. Formas erradas de comer. Los manjares no deben ingerirse muy calientes ni muy fríos. Si la comida está fría, la fuerza vital del es-tómago se distrae en parte para calentarlos antes de que pueda dige-rirlos. Por el mismo motivo, las bebidas frías son perjudiciales, al par que el consumo de bebidas calientes resulta debilitante. En realidad, cuanto más líquido se toma en las comidas, más difícil es la digestión, pues el liquido debe quedar absorbido antes de que pueda empezar la digestión. Evítese el uso de mucha sal y el de encurtidos y especias, consúmase mucha fruta, y desaparecerá en gran parte la irritación que incita a beber mucho en la comida. CMM 81.1

Conviene comer despacio y masticar perfectamente, para que la saliva se mezcle debidamente con el alimento y los jugos digestivos en-tren en acción. CMM 81.2

Otro mal grave es el de comer a deshoras, como por ejemplo después de un ejercicio violento y excesivo, o cuando se siente uno extenuado o acalorado. Inmediatamente después de haber comido, el organismo gasta un gran caudal de energía nerviosa; y cuando la mente o el cuerpo están muy recargados inmediatamente antes o después de la comida, la digestión queda entorpecida. Cuando se siente uno agitado, inquieto o apurado, es mejor no comer antes de haber obtenido descanso o sosiego. CMM 81.3

Hay una estrecha relación entre el cerebro y el estómago, y cuando este enferma se sustrae fuerza nerviosa del cerebro para auxiliar a los órganos digestivos debilitados. Si esto sucede con demasiada frecuen-cia, se congestiona el cerebro. Cuando la actividad cerebral es continua y escasea el ejercicio físico, aun la comida sencilla debe tomarse con moderación. Al sentarse a la mesa, deséchense los cuidados, las pre-ocupaciones y todo apuro, para comer despacio y alegremente, con el corazón lleno de agradecimiento a Dios por todos sus beneficios. CMM 81.4

Muchos de los que han descartado de su alimentación las carnes y demás manjares perjudiciales piensan que, por ser sus alimentos senci-llos y sanos, pueden ceder al apetito sin moderación alguna, y comen con exceso y a veces se entregan a la glotonería. Es un error. Los órga-nos digestivos no deben recargarse con una cantidad o una calidad de alimento cuya asimilación abrume al organismo. CMM 81.5

La costumbre ha dispuesto que los manjares se sirvan a la mesa en distintos platos. Como el comensal no sabe siempre qué plato sigue, es posible que satisfaga su apetito con una cantidad de un alimento que no es el que mejor le convendría. Cuando llega el último plato, se arriesga a excederse sirviéndose del postre tentador que, en tal caso, le resulta perjudicial. Si todos los manjares de la comida figuran en la mesa desde un principio, cada cual puede elegir a su gusto. CMM 82.1

A veces el resultado del exceso en el comer se deja sentir en el acto. En otros casos no se nota dolor alguno; pero los órganos digestivos pierden su poder vital y la fuerza física resulta minada en su fundamento. CMM 82.2

El exceso de comida recarga el organismo, y crea condiciones morbosas y febriles. Hace afluir al estómago una cantidad excesiva de sangre, lo que muy luego enfría las extremidades. Impone también un pesado recargo a los órganos digestivos, y cuando estos han cumplido su tarea se experimenta decaimiento y languidez. Los que se exceden así continuamente en el comer llaman hambre a esta sensación; pero, en realidad, no es más que el debilitamiento de los órganos digestivos. A veces se experimenta embotamiento del cerebro, con aversión para todo trabajo mental o físico. CMM 82.3

Estos síntomas desagradables se dejan sentir porque la naturaleza hizo su obra con un gasto inútil de fuerza vital y quedó completamente exhausta. El estómago clama: “Denme descanso”. Pero, muchos lo in-terpretan como una nueva demanda de alimento y, en vez de dar des-canso al estómago, le imponen más carga. En consecuencia, es frecuente que los órganos digestivos estén gastados cuando debieran seguir funcionando bien. CMM 82.4

No debemos proveer para el sábado una cantidad de alimento más abundante ni variada que para los demás días. Por el contrario, el ali-mento debe ser más sencillo y debe comerse menos, a fin de que la mente se encuentre despejada y vigorosa para entender las cosas es-pirituales. A estómago cargado, cerebro pesado. Pueden oírse las más hermosas palabras sin apreciarlas, por estar confusa la mente a causa de una alimentación impropia. Al comer con exceso en el día de reposo, muchos contribuyen más de lo que se figuran a incapacitarse para aprovechar los recursos de edificación espiritual que ofrece ese día. CMM 82.5

Debe evitarse el cocinar en sábado; pero no por esto es necesario servir los alimentos fríos. En tiempo frío debe calentarse la comida pre-parada en la víspera. Aunque sencillas, las comidas deben ser apetitosas y agradables. Con particularidad en las familias donde hay niños, con-viene que el sábado se sirva algo especial, algo que la familia no suela disfrutar cada día. CMM 83.1

Cuando se han contraído hábitos dietéticos erróneos, debe procederse sin tardanza a una reforma. Cuando el abuso del estómago ha resul-tado en dispepsia, deben hacerse esfuerzos cuidadosos para conservar el resto de la fuerza vital, evitando todo recargo inútil. Puede ser que el estómago nunca recupere la salud completa después de un largo abuso; pero un régimen dietético conveniente evitará un mayor aumento de la debilidad, y muchos se repondrán más o menos del todo. No es fácil prescribir reglas para todos los casos; pero, prestando atención a los buenos principios dietéticos se realizarán grandes reformas, y la persona que cocine no tendrá que esforzarse tanto para halagar el apetito. CMM 83.2

La moderación en el comer se recompensa con vigor mental y mo-ral, y también ayuda a refrenar las pasiones. El exceso en el comer es particularmente perjudicial para los de temperamento lerdo. Los tales deben comer con frugalidad y hacer mucho ejercicio físico. Hay hom-bres y mujeres de excelentes aptitudes naturales que por no dominar sus apetitos no realizan la mitad de aquello de lo que son capaces. CMM 83.3

En esto pecan muchos escritores y oradores. Después de comer mu-cho, se entregan a sus ocupaciones sedentarias, leyendo, estudiando o escribiendo, sin darse tiempo para hacer ejercicio físico. En consecuencia, el libre flujo de los pensamientos y las palabras queda contenido. No pueden escribir ni hablar con la fuerza y la intensidad necesarias para llegar al corazón de la gente, y sus esfuerzos se embotan y esterilizan. CMM 83.4

Quienes llevan importantes responsabilidades, y sobre todo los que velan por intereses espirituales, deben ser hombres de aguda percepción e intensos sentimientos. Más que nadie, necesitan ser sobrios en el co-mer. Nunca debiera haber en sus mesas manjares costosos y suculentos. CMM 83.5

Los que desempeñan cargos de confianza deben hacer diariamente resoluciones de gran trascendencia. A menudo deben pensar con rapi-dez, y esto solo pueden hacerlo con éxito los que practican la estricta templanza. La mente se fortalece bajo la influencia del correcto tratamiento dado a las facultades físicas e intelectuales. Si el esfuerzo no es demasiado grande, cada nueva tarea añade nuevo vigor. No obstante, muchas veces el trabajo de los que tienen planes de acción importantes que estudiar y decisiones no menos importantes que tomar queda siniestramente afectado por un régimen alimenticio impropio. El desarreglo del estómago perturba la mente. A menudo causa irritabilidad, aspereza o injusticia. Más de un plan de acción que hubiera podido ser beneficioso para el mundo se ha desechado; más de una medida injusta, opresiva y aun cruel ha sido llevada a cabo como consecuencia de un estado morboso proveniente de hábitos dietéticos erróneos. CMM 83.6

Los de ocupación sedentaria, principalmente mental, que tengan su-ficiente valor moral y dominio propio, podrán probar el satisfacerse con dos o tres platos y no comer más de lo estrictamente necesario para saciar el hambre. Hagan ejercicio activo cada día, y verán cómo se benefician. CMM 84.1

Los hombres robustos empeñados en trabajo físico activo no tienen tanto motivo para fijarse en la cantidad y la calidad del alimento como las personas de hábitos sedentarios; pero, aun ellos gozarán de mejor salud si ejercen dominio propio en el comer y en el beber. CMM 84.2

Hay quienes quisieran que se les fijara una regla exacta para su ali-mentación. Comen con exceso y les pesa después, y cavilan sobre lo que comen y beben. Esto no debiera ser así. Nadie puede sentar reglas estrictas para los demás. Cada cual debe dominarse a sí mismo y, fun-dado en la razón, obrar por principios sanos. CMM 84.3

Nuestro cuerpo es propiedad de Cristo, comprada por él mismo, y no nos es lícito hacer de ese cuerpo lo que nos plazca. Cuantos entienden las leyes de la salud, implantadas en ellos por Dios, deben sentirse obligados a obedecerlas. La obediencia a las leyes de la higiene es una obligación personal. A nosotros mismos nos toca sufrir las consecuen-cias de la violación de esas leyes. Cada cual tendrá que responder ante Dios por sus hábitos y sus prácticas. Por tanto, la pregunta que nos in-cumbe no es: “¿Cuál es la costumbre del mundo?” sino “¿Cómo debo conservar la habitación que Dios me dio?” (Ibíd., pp. 235-239). CMM 84.4

5. La carne considerada como alimento. El régimen señalado al hombre al principio no incluía ningún alimento de origen animal. Hasta después del Diluvio, cuando toda vegetación desapareció de la tierra, no recibió el hombre permiso para comer carne. CMM 84.5

Al señalar el alimento para el hombre en el Edén, el Señor demostró cuál era el mejor régimen alimenticio; en la elección que hizo para Israel enseñó la misma lección. Sacó a los israelitas de Egipto, y em-prendió la tarea de educarlos para que fueran su pueblo. Por medio de ellos deseaba bendecir y enseñar al mundo. Les suministró el alimento más adecuado para este propósito, no la carne, sino el maná, “el pan del cielo”. Pero, a causa de su descontento y de sus murmuraciones acerca de las ollas de carne de Egipto, les fue concedido alimento animal, y esto únicamente por poco tiempo. Su consumo trajo enfermedades y muerte para miles. Sin embargo, nunca aceptaron de buen grado la restricción de tener que alimentarse sin carne. Siguió siendo causa de descontento y murmuración, en público y en privado, de modo que nunca revistió carácter permanente. CMM 85.1

Al establecerse en Canaán, se permitió a los israelitas que consu-mieran alimento animal, pero bajo prudentes restricciones encamina-das a mitigar los malos resultados. El uso de la carne de cerdo quedaba prohibido, como también el de la de otros animales, de ciertas aves y de ciertos peces, declarados inmundos. De los animales declarados co-mestibles, la grasa y la sangre quedaban absolutamente proscritas. CMM 85.2

Solo podían consumirse las reses sanas. Ningún animal desgarrado, mortecino o que no hubiera sido cuidadosamente desangrado podía servir de alimento. CMM 85.3

Por haberse apartado del plan señalado por Dios en asuntos de ali-mentación, los israelitas sufrieron graves perjuicios. Desearon comer carne, y cosecharon los resultados. No alcanzaron el ideal de carácter que Dios les señalara ni cumplieron los designios divinos. El Señor “les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos” (Sal. 106:15). Preferían lo terrenal a lo espiritual, y no alcanzaron la sagrada preeminencia a la cual Dios se había propuesto que llegaran (Ibíd., pp. 240, 241). CMM 85.4

6. Razones para rechazar la carne como alimento. Los que co-men carne no hacen más que comer cereales y verduras de segunda mano, pues el animal recibe de tales productos el alimento que lo nutre. La vida que estaba en los cereales y en las verduras pasa al organismo del ser que los come. Nosotros, a nuestra vez, la recibimos al comer la carne del animal. ¡Cuánto mejor sería aprovecharla directamente, co-miendo el alimento que Dios dispuso para nuestro uso! CMM 85.5

La carne no fue nunca el mejor alimento; pero su uso es hoy día do-blemente inconveniente, ya que el número de los casos de enfermedad aumenta cada vez más entre los animales. Los que comen carne y sus derivados no saben lo que ingieren. Muchas veces, si hubieran visto los animales vivos y conocieran la calidad de su carne, la rechazarían con repugnancia. Continuamente sucede que la gente come carne llena de gérmenes de tuberculosis y cáncer. Así se propagan estas enfermedades y otras también graves. CMM 86.1

En los tejidos del cerdo hormiguean los parásitos. Del cerdo, dijo Dios: “Os será inmundo. De la carne de éstos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos”(Deut. 14:8). Este mandato fue dado porque la carne del cerdo es impropia para servir de alimento. Los cerdos se ali-mentan de desperdicios, y solo sirven para este fin. Nunca, en circuns-tancia alguna, debería ser consumida su carne por los seres humanos. Imposible es que la carne de cualquier criatura sea sana cuando la in-mundicia es su elemento natural y se alimenta de desechos. CMM 86.2

A menudo se llevan al mercado, y se venden para servir de alimento, animales que están ya tan enfermos que sus dueños temen guardarlos más tiempo. Algunos de los procedimientos seguidos para cebarlos ocasionan enfermedades. Encerrados sin luz y sin aire puro, respiran el ambiente de establos sucios, se engordan tal vez con cosas averiadas y su cuerpo entero resulta contaminado de inmundicias. CMM 86.3

Muchas veces los animales son transportados a largas distancias y sometidos a grandes penalidades antes de llegar al mercado. Arrebata-dos de sus campos verdes, y salvando con trabajo muchos kilómetros de camino, sofocados por el calor y el polvo o amontonados en vagones sucios, calenturientos y exhaustos, muchas veces faltos de alimento y de agua durante horas enteras, los pobres animales van arrastrados a la muerte para que con sus cadáveres se deleiten seres humanos. CMM 86.4

En muchos puntos los peces se contaminan con las inmundicias de las que se alimentan y llegan a ser causa de enfermedades. Tal es en especial el caso de los peces que tienen acceso a las aguas de albañal de las grandes ciudades. Los peces que se alimentan de lo que arrojan las alcantarillas pueden trasladarse a aguas distantes, y ser pescados donde el agua es pura y fresca. Al servir de alimento, llevan la enfermedad y la muerte a quienes ni siquiera sospechan el peligro. CMM 86.5

Los efectos de una alimentación con carne no se advierten tal vez inmediatamente; pero esto no prueba que esa alimentación carezca de peligro. Pocos se dejan convencer de que la carne que han comido es lo que envenenó su sangre y causó sus dolencias. Muchos mueren de enfermedades debidas únicamente al uso de la carne, sin que nadie sos-peche la verdadera causa de su muerte. CMM 87.1

Los males morales derivados del consumo de la carne no son menos patentes que los males físicos. La carne daña la salud; y todo lo que afecta al cuerpo ejerce también sobre la mente y el alma un efecto co-rrespondiente. Pensemos en la crueldad hacia los animales que entraña la alimentación con carne, y en su efecto en quienes los matan y en los que son testigos del trato que reciben. ¡Cuánto contribuye a destruir la ternura con que deberíamos considerar a estos seres creados por Dios! CMM 87.2

La inteligencia desplegada por muchos animales se aproxima tanto a la de los humanos que es un misterio. Los animales ven y oyen, aman, temen y padecen. Emplean sus órganos con harta más fidelidad que muchos hombres. Manifiestan simpatía y ternura para con sus compañeros que padecen. Muchos animales demuestran tener por quienes los cuidan un cariño muy superior al que manifiestan no pocos humanos. Experimentan un apego tal para el hombre, que no desaparece sin gran dolor para ellos. CMM 87.3

¿Qué hombre de corazón puede, después de haber cuidado anima-les domésticos, mirar en sus ojos llenos de confianza y afecto, luego entregarlos con gusto a la cuchilla del carnicero? ¿Cómo podrá devorar su carne como si fuese exquisito bocado? CMM 87.4

Es un error suponer que la fuerza muscular dependa de consumir alimento animal, pues sin él las necesidades del organismo pueden sa-tisfacerse mejor y es posible gozar de salud más robusta. Los cereales, las frutas, las oleaginosas y las verduras contienen todas las propiedades nutritivas para producir buena sangre. Estos elementos no son provistos tan bien ni de un modo tan completo por la dieta de carne. Si la carne hubiera sido de uso indispensable para dar salud y fuerza, se la habría incluido en la alimentación indicada al hombre desde el principio. CMM 87.5

A menudo, al dejar de consumir carne, se experimenta una sensa-ción de debilidad y falta de vigor. Muchos insisten en que esto prueba que la carne es esencial; pero se la echa de menos porque es un alimen-to estimulante, que enardece la sangre y excita los nervios. A algunos les es tan difícil dejar de comer carne como a los borrachos renunciar al trago; y, sin embargo, se beneficiarían con el cambio. CMM 88.1

Cuando se deja la carne hay que sustituirla con una variedad de ce-reales, nueces, legumbres, verduras y frutas que sea nutritiva y agradable al paladar. Esto es particularmente necesario al tratarse de personas débiles o que estén recargadas de continuo trabajo. En algunos países donde reina la escasez, la carne es la comida más barata. En tales circunstancias, el cambio de alimentación será más difícil, pero puede realizarse. Sin embargo, debemos tener en cuenta la condición de la gente y la fuerza de las costumbres establecidas, y también guardamos de imponer indebidamente las ideas nuevas, por buenas que sean. No hay que instar a nadie a que efectúe este cambio bruscamente. La carne debe reemplazarse con alimentos sanos y baratos. En este asunto, mucho depende de quien cocine. Con cuidado y habilidad, pueden prepararse manjares nutritivos y apetitosos con que sustituir en buena parte la carne. CMM 88.2

En todos los casos, edúquese la conciencia, apélese a la voluntad, suminístrese alimento bueno y sano, y el cambio se efectuará de buena gana, y en breve cesará la demanda de carne. CMM 88.3

¿No es tiempo ya de que todos prescindan de consumir carne? ¿Cómo pueden seguir haciendo uso de un alimento cuyo efecto es tan pernicioso para el alma y el cuerpo los que se esfuerzan por llevar una vida pura, refinada y santa, para gozar de la compañía de los ángeles celestiales? ¿Cómo pueden quitar la vida a seres creados por Dios y consumir su carne con deleite? Vuelvan más bien al alimento sano y delicioso que fue dado al hombre en el principio, y tengan ellos mismos y enseñen a sus hijos a tener misericordia de los seres irracionales que Dios creó y puso bajo nuestro dominio (Ibíd., pp. 241-243). CMM 88.4

5. Extremos en el régimen. No todos los que aseveran creer en la reforma alimenticia son realmente reformadores. Para muchos, la re-forma consiste meramente en descartar ciertos manjares malsanos. No entienden bien los principios fundamentales de la salud, y sus mesas, aun cargadas de golosinas nocivas, distan mucho de ser ejemplos de templanza y moderación cristianas. CMM 89.1

Otra categoría de personas, en su deseo de dar buen ejemplo, cae en el extremo opuesto. Algunos no pueden proporcionarse los manjares más apetecibles y, en vez de hacer uso de las cosas que mejor podrían suplir la falta de aquellos, se imponen una alimentación deficiente. Lo que comen no les suministra los elementos necesarios para obtener buena sangre. Su salud se resiente, su utilidad se menoscaba, y con su ejemplo desprestigian la reforma alimenticia, en vez de favorecerla. CMM 89.2

Otros piensan que, por el hecho de que la salud exige una alimen-tación sencilla, no es necesario preocuparse por la elección o la prepa-ración de los alimentos. Algunos se sujetan a un régimen alimenticio escaso, que no ofrece una variedad suficiente para suplir lo que necesita el organismo, y sufren las consecuencias. CMM 89.3

Los que solo tienen un conocimiento incompleto de los principios de la reforma son muchas veces los más intransigentes, no solo al practicar sus opiniones, sino también insisten en imponerlas a sus familias y sus vecinos. El efecto de sus mal entendidas reformas, tal como se lo nota en su propia mala salud, y los esfuerzos que hacen para obligar a los demás a aceptar sus puntos de vista dan a muchos una idea falsa de lo que es la reforma alimenticia, y los inducen a desecharla por completo. CMM 89.4

Los que entienden debidamente las leyes de la salud y se dejan di-rigir por los buenos principios evitan los extremos, y no incurren en la licencia ni en la restricción. Escogen su alimento no meramente para agradar al paladar, sino para reconstituir el cuerpo. Procuran conservar todas sus facultades en la mejor condición posible, para prestar el ma-yor servicio a Dios y a los hombres. Saben someter su apetito a la razón y a la conciencia, y son recompensados con la salud del cuerpo y de la mente. Aunque no imponen sus opiniones a los demás ni los ofenden, su ejemplo es un testimonio en favor de los principios correctos. Estas personas ejercen una extensa influencia para el bien. CMM 89.5

En la reforma alimenticia hay verdadero sentido común. El asunto debe ser estudiado con amplitud y profundidad, y nadie debe criticar a los demás porque sus prácticas no armonicen del todo con las propias. Es imposible prescribir una regla invariable para regular los hábitos de cada cual, y nadie debe erigirse en juez de los demás. No todos pueden comer lo mismo. Ciertos alimentos que son apetitosos y saludables para una persona bien pueden ser desabridos, y aun nocivos, para otra. Algunos no pueden tomar leche, mientras que a otros les asienta bien. Algunos no pueden digerir guisantes ni judías; otros los encuentran saludables. Para algunos, las preparaciones de cereales poco refinados son un buen alimento, mientras que otros no las pueden comer. CMM 89.6

Los que viven en regiones pobres o poco desarrolladas, donde esca-sean las frutas y las oleaginosas, no deben sentirse obligados a eliminar de su régimen dietético la leche y los huevos. Verdad es que las perso-nas algo corpulentas y las agitadas por pasiones fuertes deben evitar el uso de alimentos estimulantes. Especialmente en las familias cuyos hi-jos son dados a hábitos sensuales deben proscribirse los huevos. Por lo contrario, no deben suprimir completamente la leche ni los huevos las personas cuyos órganos productores de sangre son débiles, particular-mente si no pueden conseguir otros alimentos que suplan los elementos necesarios. Deben tener mucho cuidado, sin embargo, de obtener la leche de vacas sanas y los huevos de aves igualmente sanas, esto es, bien alimentadas y cuidadas. Los huevos deben cocerse en la forma que los haga más digeribles. CMM 90.1

La reforma alimenticia debe ser progresiva. A medida que van au-mentando las enfermedades en los animales, el uso de la leche y los huevos se vuelve más peligroso. Conviene tratar de sustituirlos con co-mestibles saludables y baratos. Hay que enseñar a la gente, por donde-quiera, a cocinar sin leche ni huevos en cuanto sea posible, sin que por esto dejen de ser sus comidas sanas y sabrosas. CMM 90.2

La costumbre de comer solamente dos veces al día es reconocida generalmente como beneficiosa para la salud. Sin embargo, en algunas circunstancias habrá personas que requieran una tercera comida, que debe ser ligera y de muy fácil digestión. Unas galletas o pan tostado al homo con fruta, o café de cereales, son lo más conveniente para la cena. CMM 90.3

Hay algunos que siempre recelan de que la comida, por muy sencilla y sana que sea, les haga daño. Permítaseme decirles: No piensen que la comida les va a hacer daño; no piensen siquiera en la comida. Coman conforme se lo dicte su sano juicio; y cuando hayan pedido al Señor que bendiga la comida para fortalecimiento de su cuerpo, crean que los oye, y tranquilícense. CMM 90.4

Puesto que los principios de la salud exigen que desechemos cuanto irrita el estómago y altera la salud, debemos recordar que un régimen poco nutritivo empobrece la sangre. Esto provoca casos de enfermedad de los más difíciles de curar. El organismo no está suficientemente nu-trido, y de ello resulta dispepsia y debilidad general. Los que se someten a semejante régimen no lo hacen siempre obligados por la pobreza; sino más por ignorancia o descuido, o por el afán de llevar adelante sus ideas erróneas acerca de la reforma pro salud. CMM 91.1

No se honra a Dios cuando se descuida el cuerpo, o se lo maltrata, y así se lo incapacita para servirlo. Cuidar del cuerpo proveyéndose ali-mento apetitoso y fortificante es uno de los principales deberes del ama de casa. Es mucho mejor tener ropas y muebles menos costosos que escatimar la provisión de alimento. CMM 91.2

Algunas madres de familia escatiman la comida en la mesa para poder obsequiar opíparamente a sus visitas. Esto es desacertado. Al agasajar huéspedes, se debiera proceder con más sencillez. Atiéndase primero las necesidades de la familia. CMM 91.3

Una economía doméstica imprudente y las costumbres artificiales hacen muchas veces imposible que se ejerza la hospitalidad donde se-ría necesaria y beneficiosa. La provisión regular de alimento para nues-tra mesa debe ser tal que se pueda convidar al huésped inesperado sin recargar a la señora de la casa con preparativos extraordinarios. CMM 91.4

Todos deben saber lo que conviene comer, y cómo aderezarlo. Los hombres, tanto como las mujeres, necesitan saber preparar comidas sencillas y sanas. Sus negocios los llaman a menudo a puntos donde no encuentran alimento sano; entonces, si tienen algún conocimiento de la ciencia culinaria, pueden aprovecharlo. CMM 91.5

Fíjense con cuidado en su alimentación. Estudien las causas y sus efectos. Cultiven el dominio propio. Sometan sus apetitos a la razón. No maltraten su estómago recargándolo de alimento; pero no se priven tampoco de la comida sana y sabrosa que necesitan para conservar la salud. CMM 91.6

La estrechez de miras de algunos que se llaman reformadores ha perjudicado mucho la causa de la higiene. Deben tener presente, los hi-gienistas, que en gran medida la reforma alimenticia será juzgada por lo que ellos provean para sus mesas; y, en vez de adoptar un proceder que desacredite la reforma, deben enseñar sus principios con el ejemplo, de modo que los recomienden así a las mentes sinceras. Una clase de per-sonas, que abarca a muchos, se opondrá siempre a toda reforma, por muy racional que sea, si requiere que refrenen sus apetitos. Siempre consultan su paladar en vez de su juicio o las leyes de la higiene. Invariablemente, estas personas tacharán de extremistas a cuantos quieran dejar los caminos trillados de las costumbres y abogar por la reforma, por muy consecuente que sea su proceder. A fin de no dar a esas personas motivos legítimos de crítica, los higienistas no procurarán distinguirse tanto como puedan de los demás, sino que se les acercarán en todo lo posible sin sacrificar los buenos principios. CMM 92.1

Cuando los que abogan por la reforma en armonía con la higiene caen en exageraciones, no es de admirar que muchos que los conside-ran como verdaderos representantes de los principios de la salud re-chacen por completo la reforma. Estas exageraciones suelen hacer más daño en poco tiempo que el que pudiera subsanarse en toda una vida consecuente. CMM 92.2

La reforma higiénica está basada en principios amplios y de mucho alcance, y no debemos empequeñecerla con miras y prácticas estre-chas. Pero nadie debe permitir que el temor a la oposición o al ridículo, el deseo de agradar a otros o influir en ellos, lo aparte de los principios verdaderos ni lo induzca a considerarlos livianamente. Los que se dejan gobernar por los buenos principios defenderán firme y resueltamente lo que sea correcto; pero, en todas sus relaciones sociales, darán pruebas de generosidad, de espíritu cristiano y de verdadera moderación (Ibid., pp. 245-249). CMM 92.3