La Gran Esperanza

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2—Esperanza de triunfo sobre el mal

“Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Génesis 3:15). Esta enemistad no es natural. Cuando el hombre violó la ley divina, su naturaleza se corrompió, llegando a ser semejante a la de Satanás. Los ángeles caídos y los hombres perversos se unieron en un compañerismo desesperado. Si Dios no se hubiera interpuesto, Satanás y el hombre hubieran conformado una alianza contra el cielo, y toda la familia humana se habría unido en oposición a Dios. GE 14.1

Cuando Satanás oyó que debía existir enemistad entre él y la mujer, y entre su simiente y la simiente de la mujer, supo que, utilizando algún medio, el hombre habría de ser capacitado para resistir su poder. GE 14.2

La gracia de Cristo - Cristo implanta en el hombre enemistad con-tra Satanás. Sin esta gracia convertidora y este poder renovador, el hombre continuaría siendo un siervo siempre dispuesto a realizar los deseos de Satanás. Pero el nuevo principio creaba en el alma un conflicto; el poder que Cristo imparte capacita al hombre para resistir al tirano. El aborrecer el pecado en vez de amarlo revela un principio que es totalmente de arriba. GE 14.3

El antagonismo entre Cristo y Satanás se manifestó en forma notable en la recepción que el mundo le tributó a Jesús. La pureza y la santidad de Cristo le acarrearon el odio de los impíos. El renunciamiento propio que él demostró era una reprobación perpetua para el pueblo orgulloso y sensual. Satanás y los malos ángeles se unieron con los hombres perversos contra el Campeón de la verdad. La misma enemistad se manifiesta hacia los seguidores de Cristo. Todos los que resisten la tentación despertarán la ira de Satanás. Cristo y Satanás no pueden armonizar. “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). GE 14.4

Los agentes de Satanás tratan de engañar a los seguidores de Cristo y seducirlos para que abandonen su lealtad. Pervierten las Escrituras para conseguir su objetivo. El espíritu que dio muerte a Cristo mueve a los malvados con el deseo de destruir a los cristianos. Todo esto se predijo: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya”. GE 15.1

¿Por qué es que Satanás no encuentra mayor resistencia? Porque los soldados de Cristo tienen muy poca relación verdadera con Cristo. El pecado no es repulsivo para ellos como lo era para su Maestro. No le hacen frente con decidida resistencia. Están cegados en cuanto al carácter del príncipe de las tinieblas. Multitudes no saben que su enemigo es un general poderoso que guerrea contra Cristo. Aun los ministros del evangelio descuidan las evidencias de su actividad. Parecen ignorar su verdadera existencia. GE 15.2

Un enemigo vigilante - Este enemigo vigilante está introduciendo su presencia en cada hogar, en cada calle, en las iglesias, en los concilios nacionales y en las cortes de justicia, creando perplejidad, engañando, seduciendo y arruinando por doquiera el alma y el cuerpo de hombres, mujeres y niños. Quebranta la unión familiar sembrando odios, disensiones, sediciones y homicidios. Y el mundo parece considerar estas cosas como si Dios las hubiera ideado y como si ellas debieran existir. Todos los que no son seguidores decididos de Cristo son siervos de Satanás. Cuando los cristianos eligen la sociedad de los impíos, se exponen a sí mismos a la tentación. Satanás se les oculta de la vista y cubre sus ojos con su manto engañador. GE 15.3

La conformidad con las costumbres mundanas convierte a las iglesias al mundo; nunca convierte al mundo a Cristo. La familiaridad con el pecado hará que éste aparezca menos repulsivo. Cuando afrontamos pruebas en el camino del deber, podemos estar seguros de que Dios nos protegerá; pero si nos colocamos a nosotros mismos bajo la tentación, tarde o temprano caeremos. GE 15.4

El tentador a menudo obra con más éxito por medio de aquellos de quienes menos se sospecha que estén controlados por su poder. Los talentos y la cultura son dones de Dios; pero cuando estas cosas lo separan a uno de él, se convierten en una trampa. Más de un hombre de cultura intelectual y de maneras agradables es un instrumento pulido en las manos de Satanás. GE 16.1

Nunca olvidemos las advertencias inspiradas que han resonado a tra-vés de los siglos hasta nuestro tiempo: “Sed sobrios, y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 S. Pedro 5:8). “Vestios de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11). Nuestro gran enemigo se está preparando para su última campaña. Todos los que sigan a Jesús estarán en conflicto con este enemigo. Cuanto más de cerca el cristiano imite al Modelo divino, más infaliblemente se hará blanco de los asaltos del diablo. GE 16.2

Satanás atacó a Cristo con fiereza y tentaciones sutiles; pero fue rechazado en todo conflicto. Esas victorias que él obtuvo hacen que también nosotros podamos vencer. Cristo dará fuerza a todos los que la busquen. Ningún hombre, sin su propio consentimiento, puede ser obligado por Satanás. El tentador no tiene el poder para controlar la voluntad o para forzar al alma a pecar. Puede causar aflicción, pero no contaminación. El hecho de que Cristo triunfó debe inspirar en sus seguidores el valor para pelear la batalla contra el pecado y contra Satanás. GE 16.3

Los ángeles ayudan - En las Escrituras se describen claramente a los ángeles de Dios y a los malos espíritus, y cómo interactúan con la historia humana. Los santos ángeles son enviados para servir a “los que serán he-rederos de la salvación” (Hebreos 1:14). Los ángeles -buenos o malosson considerados por muchos como espíritus de los muertos. Pero las Escritu-ras demuestran que no se trata de espíritus desencarnados de los muertos. GE 16.4

Antes de la creación del hombre, los ángeles ya existían, pues cuando eran puestos los fundamentos de la Tierra, “alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7). Después de la caída del hombre, antes que hubiera muerto algún ser humano, fueron enviados ángeles a guardar el árbol de la vida. Los ángeles son superiores a los hombres, porque el hombre fue “hecho poco menor que los ángeles” (Salmo 8:5). GE 16.5

Dijo el profeta: “Oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono”. Ellos sirven en la presencia del Rey de reyes, pues son “ministros suyos”, que hacen “su voluntad”, “obedeciendo a la voz de su precepto” (Apocalipsis 5:11; Salmo 103:20, 21). San Pablo dice que son “huestes innumerables” (Hebreos 12:22, VM). Como mensajeros de Dios, van y vienen como “relámpagos” (Ezequiel 1:14); así de veloz es su vuelo. El ángel que apareció en la tumba del Señor, y cuyo “aspecto era como un relámpago”, hizo que los guardias temblaran de miedo y quedaran “como muertos” (S. Mateo 28:3, 4). Cuando Senaquerib blasfemó contra Dios y amenazó a Israel, “salió el ángel de Jehová y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil” (2 Reyes 19:35). GE 17.1

Los ángeles son enviados con misiones de misericordia a los hijos de Dios. A Abrahán fueron enviados con promesas de bendición; a Lot, para rescatarlo de la condenación de Sodoma; a Elias, porque estaba por perecer en el desierto; a Eliseo, con carruajes y caballos de fuego cuando fue asediado por sus enemigos; a Daniel, cuando estaba abandonado como presa de los leones; a San Pedro, estando condenado a muerte en la cárcel de Herodes; a los presos de Filipos; a San Pablo, en la noche de la tempestad sobre el mar; a Cornelio, para abrir su mente con el fin de que pudiera recibir el evangelio; para enviar a San Pedro con el mensaje de salvación a un extranjero; etc. Así los santos ángeles han servido a los hijos de Dios. GE 17.2

Los ángeles guardianes - Un ángel guardián ha sido señalado para acompañar a todo seguidor de Cristo. “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende”. Dijo el Salvador, hablando de los que creen en él: “No menospreciéis a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre” (Salmo 34:7; S. Mateo 18:10). El pueblo de Dios, teniendo que hacer frente a la vigilante malicia del príncipe de las tinieblas, tiene la seguridad de la protección incesante de los ángeles. Tal seguridad es dada porque existen poderosos agentes del mal que han de ser confrontados: fuerzas numerosas, decididas e incansables. GE 17.3

Ángeles malignos se oponen a los planes de Dios - Los malos espíritus, creados al comienzo como seres sin pecado, eran iguales en naturaleza, poder y gloria a los santos ángeles que ahora son mensajeros de Dios. Pero al caer debido al pecado, se aliaron para deshonrar a Dios y destruir a los hombres. Unidos con Satanás en rebelión, cooperan en la guerra contra la autoridad divina. GE 18.1

La historia del Antiguo Testamento menciona su existencia, pero fue durante el tiempo cuando Cristo estuvo en la Tierra que los malos espíritus manifestaron su poder de la manera más notable. Cristo había venido a redimir al hombre, y Satanás se había propuesto controlar al mundo. Él había tenido éxito en establecer la idolatría en toda la Tierra, excepto en Palestina. Cristo vino al único país que no se había entregado totalmente al tentador, extendiendo sus brazos de amor, invitando a todos a encontrar perdón y paz en él. Las huestes de las tinieblas comprendieron que si la misión de Cristo tenía éxito, su reino terminaría pronto. GE 18.2

En el Nuevo Testamento se declara que había hombres poseídos por demonios. Las personas que sufrían de esta manera no eran afligidas sencillamente por una enfermedad debida a causas naturales; Cristo reconoció la presencia directa y la obra de los malos espíritus. Los endemoniados de Gadara, maníacos miserables, se retorcían, echaban espumarajos por la boca, se hacían violencia a sí mismos y constituían un peligro para todos los que se les acercaban. Sus cuerpos sangrantes y desfigurados, así como sus mentes trastornadas, resultaban un espectáculo muy agradable para el príncipe de las tinieblas. Uno de los demonios que dominaban a estos afligidos declaró: “Legión me llamo, porque somos muchos” (S. Marcos 5:9). En el ejército romano una legión consistía en tres a cinco mil hombres. A la orden de Jesús los malos espíritus abandonaron a sus víctimas, quedando éstas tranquilas, en uso de su razón y afables. Pero los demonios ahogaron a una piara de cerdos en el mar, y para los habitantes de Gadara esa pérdida era más impor-tante que la bendición que Cristo había concedido; y pidieron que el Sanador divino se retirara (ver S. Mateo 8:23-34). Echándole la culpa de su pérdida a Jesús, Satanás suscitó los temores egoístas del pueblo y les impidió escuchar las palabras del Salvador. GE 18.3

Cristo permitió que los malos espíritus destruyeran a los cerdos como una reprobación a los judíos que estaban criando esos animales inmundos para obtener ganancias. Si Cristo no hubiera restringido a los demonios, éstos no solamente habrían sumergido a los cerdos en el mar, sino también a quienes los cuidaban y a los dueños. GE 18.4

Además, este acontecimiento fue permitido para que los discípulos, presenciando el poder cruel de Satanás tanto sobre los hombres como sobre los animales, no fueran engañados por sus trampas. Era también el propósito de Dios que el pueblo contemplara su poder para quebrantar la esclavitud de Satanás y libertar a sus cautivos. Aunque Jesús partió de allí, los hombres liberados de manera tan maravillosa permanecieron para declarar la misericordia de su Benefactor. GE 19.1

Se registraron otros casos: la hija de una mujer sirofenicia, terriblemente afligida por un mal espíritu, al cual Jesús echó median te su palabra (ver S. Marcos 7:24-30); el joven que tenía un espíritu que a menudo lo arrojaba en el fuego y el agua para destruirlo (S. Mar- cos 9:17-27); el maniático, atormentado por un espíritu de demonio inmundo, que per turbaba la tranquilidad del sábado en la sinagoga de Capernaum (S. Lucas 4:33-36); todos éstos fueron sanados por el Salvador. En casi todos los casos, Cristo se dirigió al demonio como a una entidad inteligente, ordenándole que dejara de atormentar a su víctima. Los adoradores de Capernaum se asombraron “y se decían unos a otros: ¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?” (S. Lucas 4:36). GE 19.2

Con el propósito de obtener poder sobrenatural, algunos daban la bienvenida a la influencia satánica. Estos, por supuesto, no tenían conflicto con los demonios. A esta clase pertenecían los que poseían el espíritu de adivinación: Simón el mago, Elimas el hechicero, y la joven que seguía a Pablo y Silas en Filipos (ver Hechos 8:9, 18; 13:8; 16:16-18). GE 19.3

Peligro - Nadie está en mayor peligro que los que niegan la existencia del diablo y sus ángeles. Muchos prestan atención a sus sugerencias mientras suponen que están siguiendo su propia sabiduría. A medida que nos acerquemos al fin del tiempo, cuando Satanás ha de obrar con mayor poder para engañar, hará circular por doquiera la creencia de que él no existe. Su treta consiste en ocultarse a sí mismo y esconder sus métodos de trabajo. GE 19.4

El gran engañador teme que lleguemos a familiarizarnos con sus procedimientos. Para disfrazar su verdadero carácter ha hecho que sea re-presentado de tal manera que se lo considere algo ridículo o despreciable. Le agrada ser pintado como deforme o repugnante, mitad animal y mitad hombre. Le gusta oír su nombre usado como objeto de diversión y de bur-la. Debido a que se ha disfrazado con consumada habilidad, muchos pre-guntan: “¿Existe realmente un ser semejante?” Debido a que Satanás puede dominar con rapidez la mente de quienes son inconscientes de su influencia, la Palabra de Dios descubre ante nosotros sus fuerzas secretas y así nos coloca en guardia. GE 20.1

Seguridad en Jesús - Podemos hallar asilo y liberación en el poder superior de nuestro Redentor. Solemos asegurar cuidadosamente nuestras casas con cerrojos y candados para proteger nuestra propiedad y nuestra vida de los malos hombres, pero rara vez pensamos en los ángeles malos, contra cuyos ataques no tenemos defensa alguna si dependemos de nuestra propia fuerza. Si lo permitimos, ellos pueden desequilibrar nuestra mente, atormentar nuestro cuerpo, y destruir nuestras posesiones y nuestra vida. Pero los que siguen a Cristo están seguros bajo su cuidado, pues los protegen ángeles que los superan en fuerza. El maligno no puede atravesar la protección que Dios ha colocado en torno a su pueblo. GE 20.2