Sermones Escogidos Tomo 1

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Animar a los niños a venir a Jesús

Se debe animar a los preciosos corderos del rebaño. La Majestad del cielo dijo: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios» (Mar. 10: 14). Jesús no envió los niños a los rabinos. No los mandó a los fariseos. Èl dice: «Las madres que han traído a sus hijos a mí han hecho bien». «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios». SE1 255.1

Por tanto, dejen que las madres acepten la invitación y dirijan sus hijos a Cristo. Tomen los ministros del evangelio a los niños en sus brazos y bendíganlos. Dirijan a los pequeños palabras de ternura y amor en el nombre de Jesús, pues Cristo tomó a los corderitos del rebaño en sus brazos y los bendijo. SE1 255.2

Nuestra esperanza proviene de Dios, que mediante el Crucificado, nos ha dado ricas y poderosas verdades y argumentos de peso para mover los corazones de los seres humanos. La sencilla oración compuesta por el Espíritu Santo ascenderá a través de las puertas entreabiertas, la puerta abierta de la que Cristo ha declarado: «He abierto una puerta, y nadie puede cerrar» (ver Apoc. 3:7). Esas oraciones, mezcladas con el incienso de la perfección de Cristo, ascenderán como un perfume ante el Padre, y serán respondidas. El Espíritu Santo descenderá y las almas vendrán al conocimiento de la verdad. Los pecadores se convertirán y apartarán sus rostros del mundo y de las cosas terrenales y lo dirigirán al cielo. El Sol de justicia, los inspirará con motivos para la acción, y se darán cuenta de que son testigos de Cristo. SE1 255.3

Seremos juzgados por las obras que hagamos en vida. «Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mat. 12: 37). Los centinelas no han de cabecearse ni dormirse en su importante misión. No deben solamente predicar, sino ministrar, educando a las almas que se han vuelto del error a la verdad, mediante el trabajo personal, enseñándoles por precepto y ejemplo que «renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2: 12-14). SE1 255.4