Manuscritos Inéditos Tomo 2 (Contiene los manuscritos 97-161)

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Manuscrito 150—De visita en Tasmania

La hermana May Lacey y yo salimos de Granville [...] tomamos el tren a Melbourne, de camino a Tasmania.[...] 2MI 249.1

Esperábamos salir para Tasmania la noche del jueves, pero nos dimos cuenta de que el vapor no saldría hasta el viernes por la tarde, lo cual haría que llegáramos a Launceston después del inicio del sábado. Yo no estaba de acuerdo con la idea de viajar en aquel vapor, ya que habríamos tenido que quebrantar el sábado, a menos que no hubiera alternativa para evitarlo. Nos enteramos de que había un barco que salía de Melbourne el martes en la tarde y decidimos que sería mucho mejor salir en ese primer vapor que viajar durante el sábado. [...] 2MI 249.2

Tuvimos una agradable travesía, y no nos mareamos en ningún momento. El miércoles por la mañana avistamos Launceston, pero debido a que la marea estaba baja tuvimos que anclar mar adentro, a unas diez millas de la 2MI 249.3

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Fragmentos de cartas y diarios personales de Elena G. de White relacionados con su primera visita a Tasmania. ciudad. Mientras permanecíamos anclados un pequeño trasbordador se nos acercó. Nos alegró ver que el hermano y la hermana Teasdale venían a bordo del trasbordador. Habían estado celebrando algunas reuniones a unas veinte millas de Launceston, y nos encontramos con ellos por casualidad mientras permanecíamos anclados. Pasaron nuestro equipaje al trasbordador, luego trasbordamos nosotros, y llegamos a Launceston alrededor del mediodía. [...] 2MI 249.4

Hacia las tres de la tarde tomamos el tren para Hobart. Prácticamente todo el trayecto tuvimos un compartimento de primera para nosotras, y alrededor de las nueve de la noche llegamos a Hobart donde fuimos calurosamente recibidos por el hermano Lacey y varios miembros de su familia. Nos llevaron al acogedor hogar de los hermanos Lacey. El sábado fuimos a una iglesita en la que había un grupo de observadores del sábado mucho mayor de lo que yo suponía que íbamos a encontrar. El Señor me ayudó a sentirme bien mientras me dirigía a los asistentes. 2MI 250.1

La noche del domingo hablé en un amplio salón de Temperancia, donde hubo un buen número de asistentes. Habían tomado el acuerdo de que ninguna reunión podía comenzar en dicho salón antes de las ocho y media. La capilla metodista queda cerca, y nuestra reunión en el salón de Temperancia no comenzó hasta que la reunión de ellos hubo concluido. No era ocasión propicia para retener a la gente, pero todos se mantuvieron escuchando atentamente. Hablé en nombre de la Sociedad de Temperancia Hope. No tuvimos que pagar nada por el uso del salón. A principios de la semana llegó William. C. White y visitamos Bismarck, que se encuentra a ocho millas de Hobart. Allí celebramos una reunión y acordamos celebrar otras durante la semana. 2MI 250.2

Los hermanos Corliss fueron a Bismarck una noche y celebraron una reunión. Regresamos al día siguiente con un medio de transporte en que todos nos dirigimos a dicha ciudad. Todo el grupo, excepto yo, caminó subiendo por la empinada senda que cruzaba las montañas. Alquilamos una casita amueblada en Bismarck, y allí hablé en el salón de reuniones la noche del martes y el miércoles por la tarde. La iglesita estaba llena con nuestros hermanos y hermanas que habían llegado para recibir el pan de vida. El hermano Colcord habló la noche del miércoles. El jueves visitamos a algunos hermanos que viven en pequeñas fincas en medio de las montañas o en los bosques. Muchos de ellos cultivan fruta para su sustento. Observamos que muchos tenían que trasladarse varias millas con el fin de asistir a las reuniones, para luego regresar a sus hogares. La noche del jueves presenté de nuevo el mensaje de la verdad a la gente, destacando especialmente la verdad presente para estos últimos días. Tanto los creyentes como los no creyentes parecían muy bien dispuestos. Algunos de los oyentes eran hijos de Dios que procuraban obedecer los mandamientos, y que habían venido de sus humildes hogares trayendo a sus niños; pero ni un solo párpado se cerró por causa del sueño. Todas las miradas se mantuvieron fijas en el orador mostrando verdadero interés. Dirigí algunas palabras a los niños y jóvenes pensadas especialmente para ellos, y muchos de ellos aceptaron la invitación de Jesús. Les hablé utilizando las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos luego que las madres le trajeron sus pequeños, y ellos las rechazaron porque incomodaban a Cristo con sus niños. Cristo dijo: «Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos» [Mat. 19: 14], tomó a los pequeños en sus brazos y, colocando sus manos sobre ellos, los bendijo. 2MI 250.3

El Espíritu Santo de Dios se manifestó en aquella pequeña reunión. Había varios extraños en la reunión, entre ellos el maestro de la escuela local y una madre con una nutrida prole de niños varones. Confiamos en que la semilla sembrada pueda brotar y llevar fruto para la gloria de Dios. Presenté la idea de guardar los mandamientos de Dios como una prueba de nuestro amor por Cristo, ya que él les dijo a sus seguidores: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos» [Juan 14: 15, DHH].— Carta 58, 1895, pp. 15 (a Ole A. Olsen, 7 de mayo de 1895). 2MI 251.1

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May Lacey me acompañó para ir allá. Nos hospedamos con la familia Lacey. La familia Hawkins y los Lacey, como ustedes saben, constituyen todos una amplia familia. El hermano Lacey tiene dos hijas aún en casa, además del hijo que vive en Estados Unidos. La hermana Lacey tiene cuatro hijas y dos hijos [...]. 2MI 251.2

Nuestro congreso comienza la semana próxima. [...] Antes de que salgamos de nuevo para Melbourne, May Lacey cambiará su apellido, y pasará a llamarse May White. Yo tendré una hija, y el hermano Lacey un hijo. Todo ello será muy lindo. 2MI 251.3

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Anotaciones de un diario, respecto a la visita a Hobart y Bismarck, Tasmania. 2MI 251.4

El sábado por la tarde hablé en Hobart, a unas cinco millas del hogar del hermano Lacey. El Señor me dio un mensaje para el pueblo. El texto que utilicé fue Lucas 14: 1624. Creo que la Palabra dejó una profunda impresión en las mentes y hay, por lo que sabemos, una obra que debe ser realizada en los corazones humanos y una reforma que es necesario realizar en los caracteres humanos, lo cual proporcionará a todos una relación más íntima con Dios. 2MI 252.1

Bismarck, Tasmania, 26 de abril y 1° de mayo de 1895 . El martes pasado [23 de abril], el hermano Lacey, May Lacey, William C. White y yo vinimos a este lugar, a unas ocho millas de donde vive el hermano Lacey, allá en el «monte»,’ *como dicen por acá. En Estados Unidos lo llamaríamos bosque. ** Es un lugar situado entre las montañas. El paisaje se parece mucho a Colorado, con sus colinas, montañas y valles. Hay casas y pequeñas fincas con terrenos agrícolas en el mismo bosque. Los grandes árboles han sido talados y la maleza eliminada con el fin de plantar frutales. 2MI 252.2

Willie, May y el hermano Lacey fueron andando gran parte del camino. Me pareció que los caballos habían ascendido aquellas colinas hasta quedar sofocados, ya que sus carretas comerciales eran pesadas y difíciles de arrastrar. El hermano Lacey había reservado un asiento para mí. Al salir de la casa del hermano Lacey, podríamos haber posado para una buena fotografía. El hermano Lacey, Willie y May ocupaban el asiento delantero. Yo estaba sentada en mi cojín de muelles en la parte trasera del coche, cerca de la salida, entre el equipaje. Las almohadas y los bultos me proporcionaron un asiento tan cómodo como una mecedora; pero cuando el caballo comenzó a trotar cuesta abajo, el traqueteo de aquel vehículo de dos ruedas nos mantuvo en un constante vaivén. [...] 2MI 252.3

Hay una iglesia allí con un hermoso templo construido por gente de nuestra misma preciosa fe. Cuando se celebraban las reuniones, el templo se llenaba con gente en apariencia inteligente. Muchos de ellos son alemanes.— Manuscrito 54, 1895, 13 («Visita a Hobart y Bismarck, Tasmania”, c. 20 de abril de 1895). 2MI 252.4

Teníamos compromisos en Bismarck [Tasmania]. William C. White se reunió con ellos, caminando ocho millas, y hablando en la iglesita el domingo. El lunes le prestaron un caballo y un coche para regresar [a los alrededores de Hobart]. El hermano y la hermana Corliss viajaron de vuelta a Bismarck. El hermano Corliss habló el lunes al anochecer, y el hermano y la hermana Corliss regresaron el martes [23 de abril]. Viajamos de regreso. 2MI 253.1

Bismarck es muy parecido al Estado de Colorado. Casas y pequeños lotes de terreno desmontado, se ven aquí y allá, en medio por las colinas. Los agricultores, de manera inteligente no emplean medios materiales, ni tiempo ni fuerzas para talar grandes extensiones de terreno a la vez. Construyen sus cabañas en un lote de terreno limpio, y luego van talando el resto gradualmente para sus huertos y cosechas. Si en lugar de bosques de eucaliptos hubiera majestuosos árboles de hoja perenne —pinos y abetos— habríamos dicho que esta era una reproducción de Colorado. 2MI 253.2

Tuvimos la suerte de conseguir una casa hermosa y bien amueblada, cerca de la iglesia. El pequeño almacén estaba bien suplido con hortalizas y manzanas, para uso nuestro. Nos sentimos contentos por las abundantes provisiones suministradas por nuestros generosos hermanos. A diario nos traían leche y crema, toda la que podíamos usar, además de bastante leña. Para nuestros queridos amigos aquellas acciones representaban un placer, y para nosotros una bendición. Varios de ellos habían venido con nosotros, algunos caminando las ocho millas, para asistir a la reunión. 2MI 253.3

Soñábamos con el privilegio de permanecer en aquel ambiente rural durante varios meses y así concluir el manuscrito acerca de la vida de Cristo; pero la obra que debía llevarse a cabo en Nueva Gales del Sur se antepuso a aquel deseo. Además sabía que, tan pronto como concluyera nuestra labor en Tasmania, debía apresurarme con el fin de presentar nuestro testimonio a la gente. [...] 2MI 253.4

El martes en la noche hablé ante una atenta audiencia. Asistió un buen grupo de niños y jóvenes. Los niños de ocho años en adelante, permanecieron sentados con sus ojos bien abiertos, escuchando con un aparente gran interés todo lo que se decía. Mi corazón se conmovió ante aquellos queridos niños, y no pude evitar hablarles a ellos que en especial necesitaban palabras de ánimo y de estímulo, con el fin de que entregaran sus corazones a Jesús. ¿Acaso los niños y jóvenes no forman parte de nuestras congregaciones? Dios desea que los niños y jóvenes se unan al ejército del Señor. Les dije que me alegraba verlos en aquella reunión, y que ellos podían convertirse en soldados de la cruz de Cristo. [...] 2MI 253.5

El miércoles en la mañana William C. White celebró una reunión para instruir a colportores. Yo les hablé a ellos de nuevo por la tarde. Me sorprendí al ver a tantos asistentes, ya que estos creyentes están bastante dispersos y algunos tienen que caminar un largo trecho. El Señor me dio fuerzas suficientes para hablar a un público atento. Conté con la bendición del Señor para presentar la verdad en su forma más sencilla. Muchos corazones fueron tocados por la poderosa presencia del Espíritu de Dios. 2MI 254.1

El jueves era el día en que se llevaban los productos del campo al mercado. Los caminos son muy empinados, y si esta actividad se hubiera dejado para los viernes, no les habría resultado nada fácil interrumpir las labores para recibir el sábado. 2MI 254.2

El jueves nos prestaron un coche de caballos, y viajamos a las montañas para visitar a algunos de nuestros creyentes. Pudimos darnos cuenta de que tenían que caminar varias millas para asistir a las reuniones: padres, madres e hijos. La mayor parte prefería caminar en vez de llevar sus caballos arriba y abajo por las empinadas cuestas. Encontramos terrenos cultivados, rodeados de bosque, o «monte» como lo llaman ellos. Deberíamos llamar a esos asentamientos, casitas y unos pocos acres de terreno desmalezado en el bosque. * Los árboles, que eran muy pequeños, estaban repletos de hermosas manzanas. Pocas veces he visto árboles tan pequeños con frutos. La mayor parte de la gente parecía sentirse cómoda, aunque pobre en bienes materiales. 2MI 254.3

Por la noche, pude apreciar mejor a la congregación que tuvo el suficiente interés para atravesar un largo trayecto de bosque para asistir a la reunión. Cuando vi a los niños de rostros radiantes, y a los jóvenes escuchando con interés la presentación de la verdad, mi corazón se llenó de gratitud a Dios. Aquellos padres que llevaban a sus niños a una larga distancia para que asistan a las reuniones vespertinas, dieron muestra de su interés y amor por la verdad. 2MI 254.4

Esa noche les hablé nuevamente a los congregados. Acudió un buen número de personas que no eran de nuestra fe. Les presenté un solemne testimonio, respecto al mensaje del tercer ángel: la proclamación que ahora estamos haciendo al mundo. Este mensaje combina el primero y el segundo, y lo integra al tercero. Esto nos conduce a un amplio panorama en el que somos llevados a las escenas finales de la historia del mundo. La última gran batalla se libra entre dos grupos: los que guardan los mandamientos de Dios, y aquellos que niegan la ley de Dios. [...] 2MI 254.5

Consideramos que el Santo Espíritu de Dios estuvo presente en la reunión de esa noche, y que la convicción movió los corazones de muchos de los presentes. 2MI 255.1

William C. White, May Lacey White, y yo salimos de la casa del hermano Lacey en Glenarchy alrededor de las nueve de la noche [el 9 de mayo], para tomar el tren hacia Launceston [Tasmania]. Mi hijo y la señorita May Lacey fueron unidos en matrimonio hoy por un pastor que, aunque no es de nuestra fe, ha ayudado a nuestro pueblo, permitiendo que utilicen su capilla sin costo. Los preparativos para la ceremonia matrimonial fueron realizados sin que se produjeran contratiempos. Nos habríamos sentido mejor si uno de nuestros pastores hubiera oficiado en el matrimonio, pero eso habría implicado un gran gasto para traer a uno de nuestros hermanos de Nueva Gales del Sur, donde creo que hay algunos autorizados para oficiar en bodas. En Tasmania no había ningún ministro autorizado para realizar dicho rito. 2MI 255.2

El hermano y la hermana Lacey tenían un familia extensa, y deseaban que May se casara en su casa, lo cual es perfectamente correcto. A pedido de la familia, yo oré luego que concluyó la ceremonia matrimonial. El hermano y la hermana Lacey invitaron a ocho personas, además de sus familiares para celebrar el acontecimiento. Tomamos el tren, como dije, alrededor de las nueve de esa noche. [...] 2MI 255.3

Me sentí aliviada al ver que toda la algarabía ya había cesado, y nos encontrábamos sentados en los coches, de regreso a Launceston. [...] Me alegro de que celebráramos la convención en Hobart, en el momento en que lo hicimos. Willie contribuyó con una libra y yo con tres libras esterlinas, con el fin de se proveyera comida para los asistentes que vendrían al congreso desde Bismarck y desde otros lugares. Esto lo hicimos con el fin de allanar cualquier impedimento, contribuyendo a que la gente pudiera asistir a la convención. No hubiera querido yo que nadie se privara de la instrucción que fue impartida en aquella reunión, aun si hubiese tenido que hacer un donativo cinco veces mayor. A los pobres se les debe predicar el mensaje del evangelio. Para ellos es igual de necesario, como para los que están en una buena posición.— Carta 59, 1895, pp. 1, 2, 8 (al pastor Ole A. Olsen y esposa, 12 de mayo de 1895). 2MI 255.4

He presentado los conceptos en toda su amplitud a la iglesia en Hobart, como lo hacía nuestro Señor y Salvador Jesucristo cuando presentaba la verdad a la gente. Esperaba que se lograra un avance en los aspectos necesarios según esos principios generales eran presentados; pero, observo que se requiere un remedio más concreto para erradicar el mal que existe, y que a menos se corrija resultará desastroso para la iglesia. 2MI 256.1

Hay algo en este mundo que es el mayor objeto del amor de Cristo: su iglesia que está en el mundo; y sus miembros deberían ser sus representantes, en espíritu y carácter. El mundo ha de reconocer en ellos a los representantes del cristianismo, los depositarios de las sagradas verdades que contienen las más preciosas joyas para el enriquecimiento de los demás. La iglesia de Cristo ha sido como «una ciudad asentada sobre un monte” [Mat. 5: 14], a través de edades de oscuridad espiritual y error, a través de siglos de enfrentamientos y persecución. De una edad a otra, a través de sucesivas generaciones y hasta el presente, las puras doctrinas de la Biblia se han estado manifestando en sus páginas. 2MI 256.2

Sin embargo, con el propósito de que la iglesia en la tierra sea una fuerza educadora para el mundo, debe cooperar con la iglesia que está en el cielo. Los corazones de los miembros de la iglesia, deben abrirse para recibir cada rayo de luz que Dios decida enviar. El Señor tiene luz para impartirnos de acuerdo con nuestra capacidad de recepción, y según recibamos esa luz seremos capaces de recibir cada vez más de los rayos del Sol de Justicia. 2MI 256.3

La luz se ha opacado en la iglesia de Dios y el celo ha disminuido debido a que la iglesia de Cristo ha cedido ante las influencias externas que Satanás ha empleado para neutralizar el efecto de la verdad. Pero si seguimos adelante, y no caemos en el inmovilismo, para conocer al Señor, sabremos que «vendrá a nosotros, tan cierto como que sale el sol” [Ose. 6: 3, DHH]. Deberíamos estudiar la revelación de Cristo en sus misericordias, desde la creación hasta el presente, de manera que seamos guiados en la senda de la santidad, la paz y el reposo. 2MI 256.4

Cada uno de nosotros es puesto a prueba, en la escuela donde se nos pide que seamos alumnos aplicados. Se nos exige que caminemos en la luz, ya que Cristo habita en luz. Al caminar en la luz es que aprendemos de Dios. «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” [Juan 17: 3J. Estas son las palabras de Aquel que estaba con el Padre antes que el mundo fuera, y que las pronunció mientras oraba por todos los que iban a creer en Dios por medio de las palabras de sus discípulos. Conocer a Dios en sus obras es verdadera ciencia. «¡Esforcémonos por conocer al Señor! El Señor vendrá a nosotros, tan cierto como que sale el sol” [Ose. 6: 3, DHH]. 2MI 256.5

Dios tiene a su fiel testigo, a través del cual ha brindado un testimonio para revitalizar, restaurar y edificar a su pueblo en la más sagrada fe. Él cuenta con fieles centinelas que advertirán a la iglesia en contra de falsas teorías y doctrinas que corromperían la fe, y que introduciría en la iglesia desviaciones, discordias y enfrentamientos. En todas las épocas el Señor ha suscitado centinelas que presenten un fiel testimonio a su generación. Esos fieles centinelas impulsaron la obra, y trasmitieron a los demás la necesidad de consagrarlo todo a Dios. Luego, cuando ellos fueron llamados a despojarse de la armadura y dejar el puesto, hubo otros obreros para cumplir con la obra. La iglesia de Dios en la tierra está constituida por personas fieles, a las que ha llevado a una relación de pacto consigo mismo, uniendo su iglesia en la tierra con su iglesia en el cielo. Él ha enviado a ángeles del cielo para que apoyen a su iglesia, y «las puertas del infierno» no han podido prevalecer contra su pueblo [Mat. 16: 18, RVA]. 2MI 257.1

Hoy, como antaño, todo el cielo está observando para ver a la iglesia desarrollarse en la verdadera ciencia de la salvación. El Señor Jesús está entre nosotros. Sus ángeles caminan con nosotros, sin identificarse o ser reconocidos. Somos librados de múltiples asechanzas e invisibles peligros, que el gran enemigo pone en nuestro camino con sus asechanzas para destruirnos. Ojalá que nuestros ojos sean abiertos para discernir la amorosa solicitud y el tierno cuidado de los mensajeros de luz. Si aquellos que cortésmente reconocen los favores que reciben de parte de sus amigos terrenales, reconocieran lo mucho que le deben a Dios; sus corazones responderían en gratitud por los maravillosas bendiciones que hoy no se toman en cuenta y que pasan desapercibidas. 2MI 257.2

La luz que ha sido impartida desde el cielo, que ha iluminado nuestra senda, ha sido apreciada por tan solo unos pocos. Muchos han considerado las bendiciones celestiales como si fueran de lo más natural, y no han caminado en la luz siguiendo las pisadas de su Maestro. La piedad de la iglesia, en sentido general, no ha sido la debida. Los miembros de la iglesia no han crecido en poder, impartiendo y recibiendo gracia. Cuando los agentes humanos solicitan ser capacitados para realizar la obra de Dios tal como se debe llevar a cabo, se convierten en firmes y perseverantes contribuyentes al avance de la causa de Dios; llegan a ser decididos y tenaces, y manifiestan piedad personal. Los que abogan en favor de la causa de la verdad, deben vivir en armonía con lo que profesan. Lo que santifica el alma es la verdad de la que alguien se apropia. «La fe que obra por el amor» [Gál. 5: 6] es la que purifica de todo tipo de egoísmo. Cuando los miembros de la iglesia posean esa fe, reconocerán sus mutuas obligaciones y dependencia. 2MI 257.3

Dios desea que sus hijos no se mantengan aislados, sino que establezcan vínculos de apoyo solidario. Han de ser conscientes de que tienen la responsabilidad de promover la felicidad mutua. Si somos buenos alumnos, Cristo será nuestro maestro. Él nos instruirá para que manifestemos su bondad, su misericordia y su amor. Cada alma que se consagre a él será un canal a través del cual su amor fluirá; será un agente que coopera con los seres celestiales; y encontrará que aumenta su propia dicha mientras procura impartir gozo a los demás. Cada uno de nosotros ha de considerar el hecho de que cada palabra pronunciada ejerce una influencia, que cada acción implica una cadena de responsabilidad. Al estar conectados con Dios podremos transmitir una corriente de vital influencia. Nadie puede vivir para sí en este mundo, aunque lo intente. Todos formamos parte del gran conglomerado humano, y mediante nuestra influencia individual estamos vinculados al universo. 2MI 258.1

Cristo nos ha brindado un ejemplo de la forma en que deberíamos utilizar nuestra influencia. Utilizó su influencia para atraer hacia él a todos. Él dijo que su comida y su bebida era hacer la voluntad de su Padre [ver Juan 4: 34]. Qué diferente actúan hoy muchos de los que se dicen cristianos: Consideran que su propia voluntad y sus deseos son la máxima prioridad. Pero la prueba de la bendición humana es su capacidad para recibir, apropiarse, y compartir las preciosas bendiciones de la sabiduría y la gracia de Cristo. 2MI 258.2

Todas las mujeres y todos los hombres tienen fuertes inclinaciones al mal, y rasgos peculiares de carácter que los hacen susceptibles a la tentación. Cada cual tiene que batallar con sus propias pasiones. Cada uno puede ver sus propios hábitos perversos reflejados en los demás, y actuando en su propio carácter. Tenemos una labor individual que realizar, por el poder y la gracia de Cristo. Debemos preocuparnos seriamente por nuestros rasgos de carácter heredados y cultivados. Si nuestras malvadas inclinaciones no son vencidas, ellas se harán cada vez más fuertes al practicarlas, corrompiendo la mente y el carácter. A menos que seamos vencedores no seremos aptos para morar con los santos en luz. Nadie debe, sin embargo, desanimarse, hay refugio para cada alma que es tentada. Debemos echar mano a los grandes privilegios y bendiciones que nos han sido concedidos a través de la gracia de Cristo. Sin embargo, hay algunos cuyos nombres están en los libros de la iglesia pero que no saben lo que significa someterse a la voluntad divina. No se dan cuenta de que pueden disfrutar de perfecta confianza y reposo en Dios; nunca han se han esforzado por someterse con mansedumbre y humildad a la voluntad de Dios. Es cierto que es difícil para el yo llegar a ese punto, ya que el yo siempre procura la supremacía. Pero el Señor dice: «Te daré un nuevo corazón” [Eze. 36: 26]. Él ha prometido renovar la mente y hacernos «en Cristo nueva criatura» [2 Cor. 5: 17]. 2MI 258.3

Ahora bien, con el fin de gozar de esa experiencia, debemos hacer nuestras la mansedumbre y la humildad de Cristo, aceptar en nuestras vidas sus mandatos y seguir el ejemplo que él nos ha dado. Deberíamos pedir a Dios fortaleza y gracia ya que «el que no escatimó ni a su pro pio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» [Rom. 8: 32]. 2MI 259.1

No importa cuán perverso y lleno de faltas este alguien el Señor puede desarrollar su confianza. Él es capaz de restaurar su imagen moral en el alma, y no olvida sus promesas. Cristo se sometió a las más extremas condiciones humanas con el fin de encontrar a los seres humanos en el lugar en que se encuentren, y saber cómo solidarizarse con ellos en sus necesidades. Él es nuestro amigo, alguien que ha venido a salvarnos. ¿Por qué no nos mostramos mejor dispuestos a aprender las lecciones de paciencia, bondad y tolerancia del gran Maestro? Quizá supongamos que existen motivos para sentirnos agraviados y enojados con aquellos con quienes nos relacionamos; pero, podemos servir al Señor sin importar cuáles sean nuestras circunstancias. Podríamos ser sustentados por fe, inspirados por la esperanza de que Dios en su bondad y misericordia nos librará del mal. 2MI 259.2

Muchos conocen muy poco cuál es la relación de Dios con su pueblo, pero lo más triste de su experiencia es que no intentan entender la actuación divina durante los provechosos momentos de prueba. El privilegio de ellos es saber que las aflicciones llegan de parte de Dios con el propósito de purificarlos de todo mal. El Señor permite que se presenten las pruebas con el fin de que podamos acudir a él como la fuente de nuestra fortaleza, para ser limpiados de la mundanalidad, del egoísmo, de la acritud, de nuestros agresivos y poco cristianos rasgos de carácter. Dios permite que las profundas aguas de la aflicción nos cubran con el fin de que lo conozcamos a él y a Jesucristo a quien ha enviado [ver Juan 17: 3], con el fin de que sintamos profundos anhelos de ser limpiados de toda mancha, y para que salgamos de la prueba más puros, más santos y más felices. Entramos en el homo de la prueba con nuestras almas entenebrecidas por el orgullo, y si somos pacientes en la prueba final, saldremos de ella reflejando el carácter divino. El Señor puede librar al justo de la tentación. 2MI 259.3

Cuando lleguen las pruebas, no hemos de murmurar y quejarnos, ni rebelarnos, no tenemos que angustiarnos apartándonos de los brazos de Cristo; sino, que lo que corresponde es que nos humillemos ante Dios. Clamemos a él para que nos conceda reposo y paz. Deberíamos llevar el yugo de Cristo en el tiempo de prueba, y en lugar de retroceder deberíamos escuchar la voz que nos invita diciendo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” [Mat. 11: 28]. 2MI 260.1

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» [Mat. 5: 6]. La palabra de Cristo es una verdad eterna y es el pan de vida. Si comemos ese pan, debemos morir al yo; la estrecha esfera de los intereses personales y egoístas debe ser ampliada, ya que es imposible que un cristiano viva para sí mismo. El yo debe ser escondido en Cristo, ya que se ha prometido la ayuda divina a todo aquel que entregue enteramente su corazón al Señor. Somos llamados a soportar pruebas con el fin de que muramos al yo. En nuestro más doloroso desconsuelo, Cristo acude a nuestro refugio. Cuando todo profeso seguidor de Cristo haga un «pacto con sacrificio» [Sal. 50: 5] con Dios se verá que ninguno caerá en la complacencia egoísta, en analizar su propia situación; sino que resueltamente hará planes para servir a Dios; entonces todos encontrarán que el Señor es una ayuda constante en cualquier emergencia. 2MI 260.2

Los que colaboran con Dios tendrán la actitud y el espíritu de Cristo, y experimentarán su gozo al buscar y ayudar a las almas que se benefician al encontrar esperanza en Jesucristo. El Señor nos ha encomendado que impulsemos su obra en la tierra, pero Satanás está decidido a contrarrestar la obra de redención. El diablo intenta destruir la imagen moral de Dios que hay en el ser humano, y que la humanidad se una a él y a sus secuaces que se apartaron de su fidelidad a Dios y que fueron expulsados del cielo. Satanás utiliza todo engaño posible para establecer su reino en la tierra, y para conformar a todos los seres humanos a su semejanza. Busca constantemente hacer que la gente sienta el mismo odio por Dios que él abriga. No obstante debemos hacer denodados esfuerzos para desplegar el estandarte del mensaje del tercer ángel donde está escrito: «Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” [Apoc. 14: 12]. 2MI 260.3

El pueblo de Dios tiene que caminar en la luz, y unirse en la gran tarea de ser «reparador de brechas” que el «hombre de pecado» ha abierto en la ley de Dios; tiene que levantar «los cimientos de generaciones pasadas” [Isa. 58: 12; NLBH; 2 Tes. 2: 3]. Nadie que realmente crea en la verdad, permanecerá como mero espectador en estos momentos de peligro, y sin dar muestras de interés ni de inquietud . La llama del amor de Dios ha de prender en cada corazón y en cada hogar. El orgullo y la obstinación tienen que desaparecer. Es necesario que todos oremos con fe sencilla, para que el estandarte de la verdad sea llevado a nuevos territorios, y que muchas almas aprendan a obedecer al Señor Dios del cielo. 2MI 261.1

Es cierto que nuestros enemigos estarán al acecho para oponerse a la verdad, pero tendremos que aprender de esas pruebas, haciéndonos más pacientes, devotos y perseverantes al servir imitando a Cristo. Nuestros enemigos observan para ver qué haremos y cómo enfrentarán y se opondrán a cada intento de avance. Sin embargo, de nuestro Capitán se ha escrito: «No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra la justicia» [Isa. 42: 4]. Es preciso que participemos de su espíritu. 2MI 261.2

Es necesario que se produzca una profunda reforma en el espíritu que se observa en la iglesia de Hobart. Todos los hermanos, y todas las hermanas tienen que reconciliarse mutuamente antes de que el Señor pueda obrar en favor de su pueblo, como él desea hacerlo. Debe practicarse la oración de Cristo, cuando él oró por sus discípulos «para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros» [Juan 17: 21]. Deben hacerse fervientes esfuerzos con el fin de que podamos triunfar sobre Satanás y asegurarnos que exista la armonía entre los creyentes. ¿Quién está trabajando en la iglesia en favor de la unidad por la que Cristo oró con fe perseverante? Existe la necesidad de una ferviente dedicación para vencer el espíritu de orgullo y egoísmo que se ha manifestado ahí, y que ha mermado su influencia como iglesia. Algunos con sus actitudes han herido y dañado a otros. ¿Por qué han actuado así? ¿Será porque aquellos a quienes han criticado no se han adherido a sus ideas de lo que debería ser la vida cristiana, y han juzgado a sus prójimos con palabras duras, para poner de manifiesto que ellos eran estrictos, muy estrictos, y siempre dispuestos a censurar? 2MI 261.3

La costumbre de dirigirse a los demás con expresiones hirientes, no contribuye a suavizar el corazón, sino que tiende a destruir buena amistades y a descorazonar a quienes están atravesando por pruebas y dificultades. En lugar de desanimarlos, deberían haber procurado alentarlos con su solidaridad; haberles hablado correctamente dirigiéndoles palabras de estímulo; y haber orado con y por ellos, para que Dios les conceda su fortaleza divina. El Señor requiere que en el momento de la prueba apoyemos al caído y al desanimado. Que todo el que profesa pertenecer a Cristo obre de acuerdo con sus enseñanzas «enderecen las sendas por donde van, para que no se desvíen los cojos, sino que sean sanados” [Heb. 12: 13, RVC]. 2MI 262.1

Precisamente en el seno de las familias de ustedes hay pobres almas que necesitan ayuda, que requieren se les dirijan palabras de consuelo y cariño que broten de un corazón suavizado y dominado por el amor de Cristo. Ustedes debían hablarles motivados por un ferviente y profundo deseo de animarlas y restaurarlas. Muchos han agraviado al Espíritu Santo representando impropiamente a Cristo al mostrar un espíritu dispuesto a herir, a destruir, a derribar. Los que están llenos del amor de Cristo, lo pondrán de manifiesto. Su misma apariencia mostrará piedad, y revelará a sus hermanos y hermanas que han sido llenados de un espíritu de compasión hacia ellos. 2MI 262.2

Ojalá que quienes no disponen de la dulzura de la bondad, reconozcan que sus pensamientos, sentimientos, palabras y acciones deben cambiar por completo con el fin de que el ruego de Cristo pueda cumplirse en la iglesia. Su espíritu duro y crítico, sus juicios y palabras maliciosas tienen que desaparecer, porque de lo contrario, si persisten en ello, alejarán a otros de Cristo. Lo que deben hacer es ejercer una influencia santificada, cosechando con Cristo al atraer almas a él mediante lazos de amor. El transformador poder divino debe descender sobre la iglesia en Hobart. Debe llevarse a cabo una reforma en los caracteres de aquellos que supuestamente son sus miembros más celosos, ya que de lo contrario su falta de amor herirá y lastimará a muchas almas sencillas, abandonándolas para que perezcan. Ojalá que brote una oración de labios sinceros para que la unción del Espíritu Santo abra los los ojos de los ciegos, para que cada uno pueda discernir el valor que Cristo adjudica al alma humana. Cristo era la majestad del cielo, sin embargo nos dejó un ejemplo de bondad, misericordia y compasión en su trato con la doliente humanidad. 2MI 262.3

La trascendencia de nuestra labor no se puede basar en provocar al el mundo, y en ser celosos, vigilantes y enérgicos desde nuestro punto de vista. El valor de nuestra obra es proporcional a la unción del Espíritu Santo. Lo que hacemos se valora mediante la confianza en Dios que acarrea actitudes de mayor santidad, de manera que con perseverancia lleguemos a dominar nuestro espíritu. Deberíamos orar a Dios sin cesar para que nos dé mayor poder, para que nos haga firmes en su fortaleza, para que encienda en nuestros corazones la llama del amor divino. La causa de Dios la impulsan con más fuerza los mansos y humildes de corazón. Los pobres en espíritu son bendecidos porque reconocen su gran necesidad. Hermanos, la mansedumbre del Espíritu de Cristo no ha sido incorporada a la forma de actuar de ustedes. Ustedes deben morir al yo, de otra manera la obra de sus vidas será un fracaso. 2MI 263.1

Les suplico que no llamen «obra misionera” a la acción de inmiscuirse en la vida privada de nadie. Encontrar faltas y asumir una actitud dictatorial, despierta los peores rasgos en la naturaleza humana. Mediante una labor apropiada, podrían haberse añadido a la iglesia muchas almas que se han alejado del redil para marcharse al desierto de la incredulidad. 2MI 263.2

Hablen palabras inspiradas por el Espíritu Santo, que rebosen de amor cristiano de modo de que el corazón más endurecido sea tocado por su bondad; en lugar de hablar con dureza, o de denunciar con insensibilidad a los que están luchando contra las tentaciones, y que no están favorablemente preparados para edificar un carácter equilibrado. La elocuencia más persuasiva es el sermón que se pronuncia con amor y misericordia. Una prédica así, impartirá luz a la mente confundida, llevará esperanza al desanimado e iluminará el oscuro trayecto que está por delante de ellos. Ustedes encontrarán esos casos en la iglesia y fuera de ella. Hagan un pacto con Dios respecto a que dejarán de acariciar la ambición camal y egoísta, y que se esforzarán por mostrar que aman y sirven a Cristo con mansedumbre y humildad de corazón. Es urgente que hagan todo lo posible para salvar al que yerra y al que perece. Muestren la santidad de la causa y de la obra en que están comprometidos, de manera que no manifiesten el espíritu del enemigo. 2MI 263.3

En la iglesia de Hobart se ha manifestado un espíritu que no está en armonía con el espíritu de Cristo, y aquellos que valoran la aspereza, que se sienten en libertad de condenar a los demás, necesitan escuchar la voz del Salvador cuando dice: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” [Apoc. 3: 20]. ¿Abrirán ustedes las puertas de sus corazones, permitiendo que Jesús se posesione de ellos? ¿Permitirán que Jesús limpie el templo del alma de toda impureza? ¿Permitirán que el Espíritu Santo tome posesión de la morada humana? Si hacen esto, tendrán una humilde opinión de ustedes mismos; no exaltarán sus ideas y opiniones como lo supremo. 2MI 263.4

Los que son tentados y puestos a prueba, aquellos que usted considera como muy débiles, podrían estar más cerca del reino de Dios que usted mismo. El Señor requiere que usted apoye a los que más ayuda requieren. No se alejen de ellos porque no comparten las ideas de ustedes; de otro modo las consecuencias serán que ustedes abrigarán un espíritu de crítica y pondrán de manifiesto su dureza al relacionarse con ellos. Sin importar la profesión de fe de ustedes, ese tipo de actuación los colocará en las filas del enemigo, en las que ustedes estarán siguiendo las indicaciones del diablo y haciendo su juego. Usted quizá se engañe por completo y se diga: «Vengan, amigos, y observen mi celo por el Señor», pero al cielo eso no le complace. 2MI 264.1

En cada iglesia los miembros deben ser un apoyo, servidores juntamente con Dios. ¿Qué fue lo que motivó a Cristo a dejar los atrios celestiales para venir a este mundo? ¿Acaso fue para salvar a gente que no sentía la necesidad de ser salva? ? ¿Lo hizo Cristo para limitar su acción a aquellos que aunque habían sido bendecidos con una gran luz, no habían hecho buen uso sus talentos? 2MI 264.2

Él dice: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” [Luc. 5: 32]. La misión de Cristo consistió en buscar y salvar lo que se había perdido. No manifiestan el espíritu de Cristo los que se consideran fuertes, los que se alejan de aquellos que no cumplen con sus ideales, los que permanecen lejos de ellos en una fría indiferencia. Sin importar lo que digan ser, no están llevando el yugo de Cristo ni tampoco acarreando su carga. No tienen la actitud de Cristo, y serían un impedimento al progreso de cualquier iglesia con la que entren en contacto. No podrán ser obreros con Dios, a menos que procuren la mansedumbre y vivan la humilde vida de Cristo. 2MI 264.3

Nuestras iglesias necesitan ser purificadas de todo egoísmo. Tenemos necesidad de una profunda convicción y de una fe más viva. El amor de Dios no puede morar en el corazón de nadie que no valore la paciencia, la bondad, la tolerancia para con sus hermanos. La manifestación de estos rasgos se encuentra a través de Cristo. Muchos que se destacan por su gran laboriosidad, se jactan de que son cristianos, pero es en las actitudes que manifestamos en el hogar y en la iglesia lo que pondrá de manifiesto el carácter de nuestro servicio. 2MI 264.4

El que no camina en la luz debe ser motivo de preocupación y de ferviente súplica para aquel que camina en ella. Ahora bien, el Señor no aprueba que nadie presente la actitud de un témpano moral. No es el espíritu de Cristo el que lleva a alguien a cubrirse con un manto de la justicia propia y a decir: «Soy más santo que tú». Los que se sienten libres de censurar, de encontrar faltas, de juzgar y condenar a los demás, no están obrando de acuerdo con los principios cristianos. Más bien deberían sentirse preocupados por aquellos que necesitan su ayuda, por salir a buscar a la oveja errante y perdida. 2MI 265.1

¿Quiénes están clamando a Dios para que él les muestre qué hacer cuando las almas son heridas y afligidas, y están luchando con la tentación? ¿Quiénes procuran ayudarlas mediante palabras bondadosas? ¿Quién se está revistiendo de la armadura de justicia, analizando la manera y los medios para ayudar a esas almas que están por perecer? ¿Están los agentes humanos cooperando con los instrumentos divinos, aumentando su eficiencia moral al orar pidiendo fe, sabiduría y tacto; aplicando métodos que al perfeccionarse alcanzarán a los casos que parecen ser los más difíciles? ¿Quiénes miran para otra parte, pasándose al otro lado de la calle, al tropezarse con esas pobres almas? ¿Quién está demostrando que ama a esas almas por las que Cristo ha dado su vida? ¿Quién está mejorando la luz que Dios nos ha concedido con el fin de poder impartirla a los demás? ¿Quién se está familiarizando con la Palabra de Dios para toda buena obra? ¿Quién se está convirtiendo en una piedra viva en el templo de Dios, para brillar en medio de la oscuridad moral del mundo? 2MI 265.2

Cristo entregó su preciosa vida para hacer posible el establecimiento de una iglesia que sea capaz de cuidar de las almas que sufren, que son tentadas y que perecen. Él nos ha comprado con su propia vida, derramó su propia sangre con el fin de limpiarnos de las manchas del pecado y vestirnos con las ropas de salvación. La iglesia debe apoyarse en Cristo, actuando ella como representante de él, mostrando la actitud y el espíritu de Cristo. Su pueblo ha de ser como eslabones de la cadena de oro que une las almas entre sí y con Dios. Debemos hacer esfuerzos personales para la salvación de las almas que están a punto de perecer. Cristo dijo: «Vosotros sois la luz del mundo” [Mat. 5: 14]. 2MI 265.3

En su misión encaminada a salvar las almas los representantes de Cristo deben también enseñar y hacer lo que Cristo enseñó e hizo. Toda fría rigidez debe ser deshecha, la dureza y la maledicencia deben ser eliminadas del carácter. La influencia de Cristo ha de ser apreciada y compartida con los que están a nuestro alrededor, gracias a una vida bien ordenada y a una forma de expresarse llena de amor. El pueblo de Dios ha de brillar como antorchas en medio de la oscuridad moral del mundo. El tiempo en que nos ha tocado vivir exige energía vital y santificada, seriedad, celo, tierna compasión y amor. El momento actual requiere que nuestras palabras no provoquen rechazo, que no broten de una vacía profesión de justicia, de un vano formulismo; sino que surjan de una piedad viva. Media docena de personas cuya luz sea clara y brillante serán de mucho más valor en Hobart que mil que no poseen una vigorosa piedad. 2MI 266.1

El Señor no aprueba la actitud negativa que muchos han abrigado en contra de los niños de la iglesia de Hobart. Diríase que no tienen en cuanta que los niños son «la heredad de Jehová» [2 Sam. 20: 19]. Parece como si se hubieran olvidado de las palabras y el ejemplo de Cristo, que tomó a los pequeñuelos en sus brazos y los bendijo. Deberíamos ayudar y estimular a las madres de niños pequeños, orando con ellas y por ellas, ya que muchas veces lo que necesitan es apoyo. 2MI 266.2

Tengamos siempre presente que Dios honra a los jóvenes. Escogió a José en su juventud para que realizara una obra especial en favor de su pueblo. Aceptó a Samuel cuando su madre lo dedicó al servicio de Dios, pasando por alto al anciano sacerdote que había descuidado dar cumplimiento a sus solemnes y sagradas obligaciones, fracasando al no educar correctamente a sus hijos. El Señor comunicó un solemne mensaje al niño Samuel. El Señor murió por los niños, y está dispuesto a realizar una gran obra por ellos si los padres cooperan con él, enseñando y educando a sus hijos de acuerdo con las instrucciones que ha dado. Al educar a sus hijos, el carácter de la niñez de Juan el Bautista debería ser motivo de aliento para los padres. 2MI 266.3

Criar a los niños en el conocimiento y el temor de Dios es la obra misionera de mayor envergadura que los padres pueden realizar. A la madre se le confía una obra mayor que la de un rey en su trono. Ella tiene que realizar una labor, relacionada con sus hijos, que nadie más puede llevar a cabo. Si ella aprende a diario en la escuela de Cristo, dará cumplimiento a su encomienda en el temor de Dios, y cuidará de los niños como parte del hermoso rebaño del Señor. 2MI 266.4

Las madres deberían abstenerse de ridiculizar y regañar. Hay que erradicar la práctica de censurar y reprochar con dureza, porque quien lo hace se convierte en una persona desagradable y agria en su hogar, y estallará visceralmente ante cualquier cosa que le desagrade. Eso hace daño a uno mismo y a toda la familia. Como madre, sea paciente, cariñosa y afable. Gánese la confianza y el cariño de sus hijos, y no le será difícil controlarlos. Jamás regañe con dureza ni amenace, y en ningún caso prometa a sus hijos nada que usted no pueda cumplir. Incumplir nuestra palabra debilita la confianza de nuestros hijos en nosotros. 2MI 267.1

A los hijos se les exhorta que obedezcan a sus padres en el Señor, pero a los padres también se les recomienda: «Padres, no hagan enojar a sus hijos, para que no se desanimen” [Col. 3: 21, DHH). No los traten de tal manera que puedan ellos llegar a pensar que no vale la pena ser bueno y hacer lo correcto, ya que son tratados con injusticia y de modo irrazonable. Los niños que nacen hoy en día se tendrán que enfrentar a un sinnúmero de dificultades. El pecado acecha siempre a los padres, a menos que se controlen y se dispongan a actuar como educadores cristianos prudentes y confiables. 2MI 267.2

Sin duda que ustedes verán faltas y desvíos en la conducta de sus hijos. Algunos padres les dirán a ustedes que ellos les hablan a sus hijos y los castigan, pero no se dan cuenta de si eso está surtiendo buen efecto. Esos padres deben intentar nuevos métodos. Ojalá que ellos entremezclen la bondad, el afecto y el amor al gobernar a sus familias, mientras que se mantienen firmes como una roca, aferrados a los principios correctos. A menudo la perversión de los hijos se debe a la mala conducción de los padres. 2MI 267.3

Cuando los niños han hecho algo malo, ellos mismos se convencen de su pecado y se sienten humillados y preocupados. Censurarlos por sus faltas, a menudo hará que se vuelvan testarudos y poco comunicativos. Como potrillos sin control parecen dispuestos a causar problemas, y las recriminaciones no les harán ningún bien. Los padres deberían hacer que sus mentes se centren en otras cosas. 2MI 267.4

Pero el problema está en que los padres no son constantes en su disciplina, sino que actúan más por impulso que por principios. Se enojan y no presentan ante sus hijos el ejemplo que deberían dar todos los padres cristianos. Un día pasan por alto los desvíos de sus hijos, y al día siguiente no muestran paciencia ni dominio propio. No practican los métodos divinos para juzgar. A menudo son pues tan culpables como sus hijos. Algunos hijos olvidan pronto cualquier agravio recibido de parte de su padre o madre, pero otros que tienen un carácter diferente y no olvidarán los castigos severos e irrazonables que no merecieron. De esa forma se sienten heridos y quedan confundidos. La madre desperdicia oportunidades para grabar los principios correctos en la mente del niño, debido a que no practica el dominio propio, demostrando equilibrio en sus ideas, su comportamiento y sus palabras. 2MI 267.5

Ojalá que padres y madres se comprometan solemnemente ante el Señor, al cual profesan amar y obedecer, que mediante su gracia ellos no mostrarán desacuerdos entre sí; sino, que en sus vidas y temperamentos manifestarán el espíritu que desean que sus hijos demuestren. Las manifestaciones de ira a causa de las malas acciones de los hijos jamás los ayudarán a reformarse. Los padres pueden manifestar tristeza a causa del mal comportamiento de los pequeños, y al mismo tiempo mostrar amor por ellos. Los padres deben señalar a sus hijos sus errores y su mala conducta, no con acritud, sino con todo cariño. Deben hacer el esfuerzo de alcanzar el tierno corazón del que yerra, de forma que sienta que él ha agraviado a Jesús, que lo ama más de lo que sus padres terrenales podrán nunca hacerlo. Pero mientras que es el deber de los padres mostrar amor a sus hijos, no deben aprobar sus malos hábitos, ni ceder ante sus inclinaciones malsanas. La manifestación de ese tipo de amor constituye una crueldad. 2MI 268.1

El ministro de Dios debe interesarse por los niños y por los jóvenes, si es que desea ser un fiel pastor del rebaño de Dios. Debería hablar en forma sencilla y simple, utilizando un lenguaje que sea de fácil comprensión. Debería poner en práctica las enseñanzas impartidas por el mejor Maestro que el mundo jamás ha conocido, predicando de forma que los iletrados y los niños puedan fácilmente entender el tema de la salvación. Lamentablemente los niños y los jóvenes han sido descuidados. 2MI 268.2

Los que no tienen hijos, deberían aprender a amar y a cuidar a los niños ajenos. No es fácil que se les pida que vayan a un campo misionero extranjero, pero si es muy posible que sean llamados a servir ahí mismo donde vivan. Mejor sería que empleen sus talentos en seres humanos que tienen un cielo que ganar y un infierno que evitar, en lugar de prestar tanta atención a mascotas, desbordándose en muestras de aprecio por seres irracionales. Ojalá dirigieran sus atenciones a los pequeñuelos cuyos caracteres podrían moldear y educar a la semejanza divina. Enfoquen su cariño en los niños desamparados que se encuentran alrededor de ustedes. En lugar de cerrar su corazón a los miembros de la familia humana, piensen en cuántos de esos pequeños sin hogar podrían ustedes criar en el conocimiento del Señor. Hay mucho que hacer para todo aquel que desea hacer algo. Participando en este tipo de esfuerzo cristiano, la iglesia podrían aumentar en miembros y enriquecer su espíritu. La obra de salvar al desamparado y al huérfano es asunto que nos concierne a todos. 2MI 268.3

En lugar de permanecer como espectadores, en lugar de quejarse de la maldad de los niños y de los problemas que ellos crean, permitan que su influencia se emplee en ayudar a redimirlos. En vez de censurar a los niños, hemos de tratar de ayudar a las agotadas y extenuadas madres, buscando aliviar las cargas que ellas llevan. A las puertas de ustedes hay todo un campo misionero donde pueden ejercer una influencia que será una bendición para la iglesia. Un gran ejército de obreros podría añadirse a la iglesia si los niños entregaran sus afectos al Señor, y trabajaran por otros niños y jóvenes. Hay una gran labor que debe ser realizada, que puede ser tan duradera como la eternidad. 2MI 269.1

Los miembros de iglesia deberían convertirse en servidores activos, celosos, que busquen apoyar a las almas sujetas a la tentación, las cuales están siendo arrastradas a las peligrosas sendas de la desobediencia a los mandamientos de Dios. Todo el que se compromete en esta labor, en el amor de Cristo, está cooperando con los seres celestiales que llevan mucho tiempo esperando para ayudarlos en esta labor misionera que se ha descuidado por tanto tiempo. Los que se comprometen en ella tendrán más que infinita energía para colaborar con los agentes celestiales y a través de ellos. Que cada cristiano en la iglesia se esfuerce por idear planes para interesar e instruir a los niños, decidiendo que no fracasarán ni se desanimarán en dicha labor. Si actúan como es debido, sentirán la necesidad de la dirección divina; ya que no es posible tener éxito en este empeño si no se cuenta con la ayuda de Dios. Los niños son «patrimonio del Señor” [2 Sam. 20: 19, LPH], los miembros más jóvenes de la familia de Dios. Todo interés manifestado por esos niños, y por sus madres está en perfecta armonía con las leyes del gobierno de Dios. 2MI 269.2

«El que sacie a otros será también saciado” [Prov. 11: 25]. Esta es una garantía de que todo siervo de Dios recibirá gracia, según la gracia que imparta a otros. Cada servidor que trabaja por el bien de los niños y jóvenes, madres y padres, familiares y amigos; encontrará que Dios ha de cumplir su promesa. Él dice: «El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo? ¿No es que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que cuando veas al desnudo lo cubras y que no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba y tu sanidad se dejará ver en seguida; tu justicia irá delante de ti y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: ¡Heme aquí! Si quitas de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador y el hablar vanidad, si das tu pan al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz y tu oscuridad será como el mediodía . Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan» [Isa. 58: 611]. 2MI 269.3

La iglesia no podrá crecer en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, hasta que sus miembros se integren al espíritu de la misión. Nadie debería excusarse en que pueda haber otros que hayan abandonado su puesto, para desentenderse. No tenemos ni un minuto que perder para fijarnos en los demás, pues deberíamos estar totalmente centrados en el servicio de Cristo. Debido a que algunos que usan el nombre de Cristo andan indignamente respecto a su llamamiento, se hace más necesario que procuremos rehuir todo hábito malsano, descartar todo lo que pueda debilitar nuestra influencia y que haga que alguien pueda excusarse en nosotros para no cumplir con lo que Dios demanda. En cada deber, ya sea temporal o espiritual, existe una relación con los demás. El que descuida el más mínimo deber en la viña moral del Señor, será considerado deficiente en los libros del cielo, será «pesado en la balanza” del santuario «y hallado falto” [Dan. 5: 27, NBLH]. Dios le ha concedido a cada ser humano una tarea, y el que descuida su parte le hace un daño a la causa de Cristo. Debemos ser seguidores de lo que es bueno: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» [2 Tim 2:15]. Esto se aplica no solo a los pastores que predican la Palabra, sino a todo creyente en Cristo. 2MI 270.1

Deberíamos manifestar un genuino interés en la sociedad, haciendo la misma obra que Cristo vino a realizar en el mundo. Él no nos encomendó la tarea de juzgar los caracteres. La iglesia en Hobart es como muchas otras iglesias, ni demasiado buena ni demasiado mala para que no haya posibilidad de que mejore. En ella, mediante esfuerzos bien dirigidos, mediante la oración por cada uno que intente hacer lo mejor a la vista de Dios, deben realizarse profundos cambios. Todos deben mejorar, y no persistir en el hábito y la costumbre de la crítica. Que cada uno piense que los demás podrían encontrar en ellos rasgos tan censurables como los que han estado criticando y condenando con severidad. Cada agente humano debería utilizar sus talentos para hacer el bien a los demás, para que la vida de cada cual armonice con los principios de Cristo. Que cada uno haga individualmente lo que le venga a la mano, practicando la economía, refrenando sus deseos, y ahorrando algo de sus reducidas ganancias para apoyar la obra y la causa de Dios. 2MI 270.2

Nuestra fe debería aferrarse de Dios, y entonces alcanzaremos el éxito. Una gran multitud fue alimentada utilizando mínimos recursos. Nuestro pequeño aporte deben ser invertido en la obra misionera y Dios lo multiplicará, mientras lo compartimos con los demás, de manera que todos puedan alimentarse y ser saciados. No debemos detener nuestra labor para medir nuestro avance en la obra por los recursos disponibles. Si lo hacemos así demostraremos una fe limitada. Dios le dijo a Moisés algo que también nos dice: «Que se pongan en marcha» [Éxo. 14: 15, NVI]. Debemos esparcir el evangelio por todo el mundo, ya sean nuestros recursos abundantes o escasos; debemos hacer planes y actuar por fe, reconociendo nuestra responsabilidad como agentes humanos de Dios a quienes ha sido encomendada esta gran tarea. Así que, dejemos ya de quejarnos de lo malo que no podemos controlar y cumplamos con nuestra parte con honestidad y fe, de manera que nuestros caracteres se formen según el modelo divino. 2MI 271.1

Dios no falla. Cristo dice: «¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» [Apoc. 22: 12]. El «pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honra e inmortalidad». Dará vida eterna; « pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, sobre el judío en primer lugar, y también sobre el griego; en cambio, gloria, honra y paz a todo el que hace lo bueno: al judío en primer lugar y también al griego, porque para Dios no hay acepción de personas» [Rom, 2: 611].— Manuscrito 38, 1895, 122 («To the Church in Hobart» [A la iglesia en Hobart], mayo de 1895). 2MI 271.2

Patrimonio White,

16 de mayo de 1963