Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209)
La escalera al cielo
«Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2 Ped. 1:1). Aquí Pedro se dirige a sus hermanos, que tenían una fe igualmente preciosa, y apela a ellos para que actúen con entendimiento e inteligencia. Y dice que desea que la gracia y la paz les sean multiplicadas a través del conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor. Aquí se presenta ante ellos la necesidad de añadir conocimiento al conocimiento, porque prosigue en el versículo 4: «Por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones”. 3MI 77.1
Ahora bien, si somos participantes de la naturaleza divina, tendremos guerra contra las fuerzas de las tinieblas. Satanás se opondrá a cada paso adelante, y es preciso que no pensemos que podemos avanzar en la vida divina sin ayuda especial de Dios. Debemos tener la fuerza del cielo si esperamos avanzar en la vida divina. No podemos vencer con nuestra propia fuerza, pero se dará gracia a cada uno de nosotros. 3MI 77.2
El Salvador condescendió a venir a esta tierra y dar su vida por nosotros, pero el mundo no quiso recibirlo y, en pago por su bondad y misericordia, lo rechazó. Sin embargo, ¡qué condescendencia por parte de Cristo dejar el trono real y hacer el sacrificio infinito de vestir su divinidad de humanidad! Ahí estaba el Creador del mundo, y los que vino a bendecir lo rechazaron. ¿Cómo podemos explicar este insulto a la Majestad del alto cielo? Solo por la carnalidad del corazón. No está en el corazón natural amar las virtudes cristianas, pero el Espíritu nos es dado para ayudarnos en nuestra debilidad. ¿No es maravilloso que Cristo viniera a este mundo, que él, siendo el Creador, tenga un especial interés por la raza humana y que su amor incomparable nos anhele y que él nos invite a acudir a él a alcanzar la felicidad y el descanso? Esto solo puede ser hecho a través del conocimiento de nuestro divino Señor. Obteniendo esto tenemos fortaleza para vencer. La carne luchará contra el Espíritu, pero este conocimiento puede ser obtenido por el poder divino. 3MI 77.3
El apóstol prosigue: «Por esto mismo, poned toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor» (2 Ped. 1: 5-7). Vemos poca piedad auténtica en el mundo. Y vemos una gran obra por hacer en la edificación del carácter. Los que no tienen ningún amor por Dios no tienen ningún deleite por las cosas santas. El primer paso que dar para obtener un deleite por las cosas celestiales es añadir a la fe virtud, y a la virtud conocimiento. No es ningún mérito permanecer en la ignorancia. El temor del Señor es el principio de la sabiduría, y esta es tener entendimiento y temer ofender a nuestro Creador. 3MI 77.4
Al añadir las virtudes cristianas nos preparamos para ayudar a otros en la vida divina y presentarles los verdaderos principios de una vida religiosa. He convertido en mi deber inculcar en la mente de mis hijos principios verdaderos para que puedan escapar de la corrupción que hay en el mundo para que tengan éxito en la edificación del carácter. Debemos empezar en los mismos cimientos y elevar la mente en conocimiento, porque toda capacidad ha de ser usada para glorificar a Dios. Además de los principios mencionados, se enumera el dominio propio. Ya han visto la importancia del principio, y el dominio propio debe estar combinado con este o fracasaremos. Por lo tanto, debemos añadir una gracia a otra. 3MI 78.1
«Si tenéis estas cosas y abundan en vosotros, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. [...] Haciendo estas cosas, jamás caeréis” (vers. 8, 10). Pero para lograr esto, debemos ser purgados de nuestros viejos pecados. El apóstol dice: «Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas” (vers. 12). 3MI 78.2
La razón de que no haya más personas que echen mano de la religión de Cristo es que temen no poder retener su profesión de fe, pero por fe hemos de estar en pie y a no ser que tengamos fe no podemos glorificar a Dios. Se espera de los cristianos que nos desarrollemos hasta la plena estatura de nuestro Señor y Maestro. Los que aceptan ser seguidores de Cristo deben avanzar cada día; si fallan en esto, fracasarán y perderán la vida eterna. No hay ninguna seguridad para nosotros a no ser que avancemos paso a paso. 3MI 78.3
Tenemos hombres que dicen estar santificados. Sus obras demostrarán si están transformados a imagen de Cristo. La santificación no se produce instantáneamente, sino que se consigue subiendo los ocho peldaños de la escalera de Pedro. Debemos pisar en el primero para alcanzar el más alto. Esta escalera llega desde la tierra al cielo, y toda alma que entre en la ciudad de Dios tendrá que ascender esta escalera de abnegación, y esto puede lograrse echando mano de los méritos de un Salvador crucificado y resucitado. Sin esta fuerza, la tentación nos arrastrará con el torrente hacia la destrucción final. 3MI 78.4
Se espera que brillemos, pero, ¿cómo nos va? ¿Poseemos las virtudes cristianas? ¿Estamos en posesión de la amabilidad? Si estamos en posesión de esta virtud, el fruto aparecerá. 3MI 79.1
Debemos vestir toda la armadura para poder garantizarnos la entrada a la ciudad de Dios. Tenemos un cielo que ganar o que perder, y para lograr esto debemos apartar nuestros ojos de las cosas de la tierra, y centrar nuestra mente en las realidades celestiales. La tentación nos asaltará todo el camino. Nuestro objetivo no debería ser alcanzar la norma del mundo, porque en el día de Dios se verá que esa norma no vale nada. Los que la alcancen no oirán de los labios de Cristo: «Bien, buen siervo y fiel» (Mat. 25: 21). 3MI 79.2
Deberíamos dar nuestro mejor afecto a nuestro Padre celestial. ¡Cuánto se ha apenado mi corazón cuando he visto, en galerías de arte, cuadros que representan a Cristo! Los pintores han mostrado su verdadera interpretación de la misión de Cristo y de su carácter. Ni siquiera se han aproximado a la realidad, y mejor sería que empleásemos nuestro tiempo contemplando el verdadero Artista de la naturaleza. Ver las flores, ¡con cuánta belleza la naturaleza ha pintado los diversos colores! Cristo habló de los lirios del campo, y dijo que Salomón en toda su gloria no se atavió como uno de ellos. Si queremos instruir a nuestros niños, llevémoslos al lago y mostrémosles la obra de Dios, explicándoles la pureza del lirio, que reúne las propiedades que son esenciales para elevarse hasta su grado de pureza. De él pueden aprender la lección de no contaminarse con la impureza. Enséñenles las lecciones que Daniel aprendió. Rechazó lo que no lo ayudara a edificar el verdadero carácter y, aunque rodeado como estaba por malas influencias, se mantuvo firme en los principios, rehusando participar de aquellas cosas que habrían retardado su progreso en la vida divina, y por su integridad Dios le dio sabiduría e influencia. Si aprendemos estas lecciones, habremos formado un buen historial y no tendremos miedo de estar de pie cuando venga el Hijo del hombre. No debemos ser movidos por toda tentación, sino que debemos crecer constan-temente en la gracia. 3MI 79.3
Es nuestro privilegio juntar los rayos de luz y no contentarnos con los logros actuales, porque el Señor tiene abundante luz para nosotros. ¿Perseveramos para saber lo que el Señor querría que hiciéramos? Cuando Cristo venga con poder con sus santos ángeles, querremos ser hijos de Dios y querremos oírle decirnos: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros» (Mat. 25: 34). Por otra parte, estarán los que clamen para que las montañas y las rocas caigan sobre ellos para ocultarlos «del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?» (Apoc. 6: 16, 17). 3MI 79.4
El Señor del cielo tiene una eternidad de felicidad para sus hijos en la tierra hecha nueva. Juan dice: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado y el mar ya no existía más. Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusa- lén, descender del cielo, de parte de Dios, ataviada como una esposa hermoseada para su esposo. Y oí una gran voz del cielo, que decía: “El tabernáculo de Dios está ahora con los hombres. Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron”» (Apoc. 21: 1-4). 3MI 80.1
He aquí incentivos para los que quieran llevar una vida santa; y los que no quieren atender seriamente los requisitos después del ofrecimiento de tales incentivos son como aquellos a los que Pablo reprende con las siguientes palabras: «¡Gálatas insensatos!, ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad?” (Gál. 3: 1). Si el temor de Dios está ante nosotros, estaremos capacitados para aguantar y tener una recompensa como premio. Veo que muchos de los jóvenes tendrán un terrible desengaño cuando descubran que han perdido el cielo. ¡Oh, cuán importante es que entendamos nuestra relación con Dios y que sepamos que estamos en armonía con su divina voluntad! 3MI 80.2
Las tinieblas cubren la tierra, y es el momento de que los siervos de Dios [se apliquen aquello de] «¡Clama a voz en cuello, no te detengas, alza tu voz como una trompeta! ¡Anuncia a mi pueblo su rebelión y a la casa de Jacob su pecado!” (Isa. 58: 1). ¿Dónde ha de oírse una voz de alarma? Es preciso que el mundo cristiano despierte para que pueda ponerse de pie. Hay que subir la escalera. Jacob vio que subía de la tierra al cielo. Cuando estaba en Bet-el, mientras huía del mal que había cometido, mientras estaba tumbado en su condición solitaria, Dios tuvo pena y compasión de él y se le reveló. Se presentó ante él el plan de salvación. Se veían ángeles que subían y descendían del cielo, y se permitió que Jacob viera los atrios celestiales, y allí vio que se permitía que la luz iluminase desde el cielo a los habitantes de la tierra. 3MI 80.3
Cristo es la escalera. Todas nuestras bendiciones vienen de él. Que el Señor nos ayude a trabajar en el plan de adición y él nos multiplicará la gracia como la necesitemos. Hay luz abundante en el cielo y nuestro Padre celestial quiere que tengamos confianza en él. Le causa tristeza que dudemos de sus promesas. 3MI 81.1
Pero como fue en los días de Noé, así será en la venida de Cristo. A medida que los hombres resistan el Espíritu de Dios, su Espíritu se manifestará cada vez menos en la tierra. Será un tiempo aterrador cuando los ángeles plieguen sus alas y cesen su solícito cuidado de aquellos que han resistido al Espíritu de Dios. Entonces será demasiado tarde para corregir los errores. Ya no habrá oraciones que intercedan por los que rechazan la luz. Las ciudades que nos rodean están llenas de maldad, y, después de que les haya dado el último mensaje de advertencia, ya no se darán más palabras de paz. Cristo viene, y Dios se reirá cuando venga el temor sobre ellos. Pero mientras continúe el tiempo de gracia, Cristo siempre está dispuesto a ayudamos a resistir el mal. Pero, ¡oh, cuánta iniquidad hay en el mundo! Ya es hora de que nos pongamos toda la armadura, no sea que seamos arrastrados por la corriente y seamos barridos con escobas de destrucción. Se guarda un historial de cómo tratamos al Espíritu de Dios. Nuestro carácter está registrado en los libros del cielo, igual que lo está nuestro rostro en las placas fotográficas de aquí. Así que en el cielo hay fotos de nuestro carácter, y por estos registros seremos juzgados. Que Dios nos ayude a cada uno a cumplir con nuestro deber y a prepararnos para lo que hay ante nosotros es mi oración.— Manuscrito 42, 1886, pp. 1-7 («The Ladder to Heaven» [La escalera al cielo], sermón en Nimes, Francia, 20 de octubre de 1886). 3MI 81.2