Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209)

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«Si quieres entrar en la vida”

Texto: «Entonces se acercó uno y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”. Él le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno: Dios. Pero si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Le preguntó: “¿Cuáles?”. Y Jesús le contestó: “No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre. Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El joven le dijo: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?”. Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”. Al oír el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones» (Mat. 19: 16-22). 3MI 66.1

Aquí en este texto tenemos definido nuestro deber. En respuesta a la pregunta del joven, «¿Qué (...) haré para tener la vida eterna?», Cristo lo dirigió a los mandamientos. Si fueran obedecidos estrictamente al pie de la letra, recibiría el precioso favor deseado: la vida eterna. El joven había supuesto, engañándose, que era un observador de los mandamientos. Cristo sabía precisamente dónde fallaba el joven, y hurgó en la herida de su vida: sus grandes posesiones. Estas se interponían en su camino de amar a Dios de todo corazón. No estaba listo para seguir a su Maestro en la abnegación, y en esto mostró su debilidad. No era un auténtico amante de Dios. Hay muchos como el joven. Cuando se les señala su deber de guardar el sábado, quedan tristes porque no están dispuestos a alzar la cruz. 3MI 66.2

Mateo 22: 34-40. Aquí tenemos otro ejemplo de lo mismo. El intérprete de la ley preguntó a Cristo: «“¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?”» (vers. 36). La respuesta fue que debía amar a Dios con todo su corazón y a su prójimo como a sí mismo. «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”» (vers. 40). Ahora bien, es imposible que amemos a Dios de todo corazón mientras quebrantamos el cuarto mandamiento, porque este precepto se halla en medio del decálogo. Deberíamos ser como una familia de hijos obedientes, teniendo ante nosotros el temor de Dios: no un servil, sino un temor filial. Se promete una recompensa para los obedientes y también un castigo para los desobedientes. Si decretamos que la ley de Dios no es digna de ser guardada, ¿no somos enemigos del Señor? ¿No nos consideraría como tales? Somos hijos de Dios. Nos ha confiado cosas sagradas, y si decimos que lo amamos y no obedecemos, el amor de Dios no se ha perfeccionado en nosotros. Pero si queremos que se nos señale nuestro deber, debemos andar en la luz como hijos obedientes. Se nos da un tiempo de gracia para probarnos. Dios no nos obliga a ser obedientes, sino que debemos ver nuestro deber y, luego, como hijos diligentes, andar en armonía con sus requisitos. 3MI 66.3

También deberíamos tener presente que luchamos contra un enemigo astuto, uno que busca constantemente apartarnos de Dios, pero deberíamos estar decididos a ser del Señor. No debemos desanimarnos y darnos por vencidos, sino arrepentirnos, y ser representados así por la buena semilla que cayó en buena tierra. No podemos esperar una santificación instantánea, sino que debemos desarrollarnos como el cereal, tal como lo representó Cristo —primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga—, y perfeccionar así un carácter cristiano. Debemos llegar a ser inteligentes y concienzudos para conocer cuál es nuestro deber y luego para caminar en obediencia a la santa voluntad de Dios. 3MI 67.1

Nuestro corazón natural tiene que ser dominado, y descubriremos que ello es un trabajo cotidiano. La promesa es para el vencedor, y a medida que adquiramos experiencia en un punto, ello nos fortalecerá para los deberes que sigan, y, al acercarnos así a Dios, se acercarán los ángeles a nosotros a fin de fortalecernos para nuestro deber. Si vienen tentaciones, resultará que son beneficiosas si se resisten, porque aprenderemos a acudir a Cristo en busca de ayuda, y entonces adquiriremos una experiencia que nos capacitará para la vida eterna. 3MI 67.2

Cuando Dios contempla las ciudades malvadas, lo apena ver a las masas que hacen oídos sordos a sus requerimientos, pero cuando los hombres sí andan en armonía con su voluntad, él abrirá nuevas bellezas y educará a la mente sobre cómo servir de forma óptima a su Creador. Debemos mantener nuestros ojos en Jesús, el Modelo perfecto, y si lo hacemos no seremos enanos espirituales. Hemos de obtener conocimiento de nosotros mismos y apartarnos de todo lo que no sea como el Modelo perfecto. Esto puede lograrse mediante un constante esfuerzo y teniendo nuestra ciudadanía en los cielos. 3MI 67.3

Y si somos canales de luz, podemos ser una ayuda para los que deseen andar en la luz. Si tenemos la luz verdadera, no podemos guardárnosla para nosotros, sino que buscaremos siempre a otros para impartirla. Debemos escudriñar las Escrituras a fin de estar capacitados para desempeñar correctamente nuestro deber. Es nuestro deber perfeccionar un carácter cristiano, y cuando tal carácter se forme, nuestro ejemplo lo reflejará al lado del Señor. Como hijos de Dios, deberíamos aguardar y aprender lo que nos dice el Señor, y así recibiremos las bendiciones necesarias que nos ayudarán a cumplir con nuestro deber. Y así acumularemos tesoros en el cielo. 3MI 67.4

El joven del que habla nuestro texto representa a un grupo numeroso. Cuando se presenta el deber ante ellos, ven una cruz que hay que llevar. La gente está agarrada precisamente por los tesoros terrenales, y esa es la razón por la que tan pocos obedecen a Dios. Se confía a los que son verdaderos seguidores de Cristo verdades sagradas que han de presentar al mundo. Se nos han confiado talentos, y cuando el Maestro venga a hacer cuentas con sus siervos, se verá si han sido fieles. No debemos poner nuestra luz bajo un almud, sino en un candelero, para que todos puedan ver que hemos estado con Cristo y aprendido de él. De esta forma puede asegurarse la vida eterna. 3MI 68.1

Dios tiene una obra asignada para cada uno. Puede que ustedes piensen que sus esfuerzos resultarán improductivos, pero, si son fieles, tarde o temprano la luz de ustedes brillará por doquier de norte a sur. Uno prenderá su vela en la de otro y dará luz. Brillarán muchas luces, y así el nombre de Dios será magnificado, y así seremos colaboradores con Cristo. 3MI 68.2

Cuando Cristo venga desde el cielo en las nubes, dará vida eterna a los que hayan sido hallados fieles a su confianza. ¡Oh, qué gozo será estar entre aquellos que sean hallados dignos! Pueden decir, con el apóstol Pablo: «Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Cor. 4: 17). ¿No trabajaremos por el Maestro? Hemos de poner nuestro mejor intelecto a trabajar por el Maestro. Debemos confesar a Cristo al mundo en su encanto incomparable. Cristo vendrá pronto. ¿Hemos hecho nuestro trabajo? ¿Podemos decir, como el apóstol, «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim. 4: 7)? 3MI 68.3

Ahora es el momento de pelear la buena batalla de la fe. El poder de Satanás es grande, pero si andamos en obediencia, los ángeles nos asistirán en nuestro trabajo. Sigamos a Cristo y amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.— Manuscrito 39, 1886, pp. 1-4 («If Thou Wilt Enter Into Life» («Si quieres entrar en la vida”), sermón en Nimes, Francia, 16 de octubre de 1886). 3MI 68.4