Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209)

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Manuscrito 162 - La obra en Inglaterra

Anoche fui incapaz de dormir bien. Reflexioné sobre la iglesia de [Kettering], que se ve obligada a quedarse mucho tiempo sin predicador. Pero es deber de cada uno de los que se relacionan con la iglesia asumir la responsabilidad individual de realizar cuanto esté en su mano por fortalecer la iglesia y hacer las reuniones tan interesantes para los visitantes o los incrédulos que se sientan atraídos a las reuniones de ustedes. 3MI 9.1

Nada puede debilitar tanto a una iglesia como la división y los conflictos, y si estos de verdad existen nada puede combatir tan intensamente contra la verdad y contra Jesucristo como este espíritu. «Por sus frutos los conoceréis» (Mat. 7: 20). «¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Del mismo modo, ninguna fuente puede dar agua salada y dulce. ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre” (Sant. 3: 11-13). 3MI 9.2

Que nadie se proclame a sí mismo como que tiene gran sabiduría y capacidad. El que tenga estos talentos no será el que les dé máxima prominencia, porque precisamente a los que más desconfían del yo, a los que no tienen ninguna confianza especial en su propia capacidad, Dios los usará como sus instrumentos bien dispuestos. Estos demostrarán por su conversación que han estado en comunión con Dios, y que han estado recibiendo las lecciones que Cristo ha enseñado a todos, lecciones de mansedumbre y humildad de corazón. Pero con visiones de Jesús sumamente exaltadas, llenas de su amor, las palabras de la sabiduría manarán del alma como palabras que conmoverán el corazón. Las obras de Cristo se vuelven manifiestas, no por las pomposas palabras del autobombo, sino en todo lo contrario: en la mansedumbre de la sabiduría. Estos no tienen palabra alguna que desmerezca a los demás, sino una opinión muy humilde de sí mismos; porque han tenido una visión más clara y mejor definida de Jesús, de su santo carácter, de su desprendimiento, de su abnegación y de su santa misión. 3MI 10.1

Cuando los hombres tienen estas perspectivas de Jesús, siempre tienen opiniones muy humildes de sí mismos. Precisamente cuando los hombres pierden de vista a Jesús, su pureza, su perfección inmaculada, se ensalzan a sí mismos y son autosuficientes y están inflados del yo; y si los demás no les dan toda la deferencia y el respeto que piensan que deberían tener, se sienten incómodos, insatisfechos, se creen infrauti- lizados y poco apreciados. Revelan su verdadero carácter de manera inconfundible, mostrando sus defectos en la crítica y la queja, listos para combatir cualquier cosa que no satisfaga su mente, incluso cuando están congregados para adorar a Dios. 3MI 10.2

Si tuvieran sabiduría, podrían ver la influencia y el resultado de su proceder poco cristiano. Pero, cegados de prepotencia, no disciernen su debilidad, y manifiestan a todos que no son de fiar; ni soportarán ser estimados como se estiman a sí mismos. 3MI 10.3

Estos pasarán por el mundo haciendo el bien de modo solo, marginal, bulliciosos y estridentes, abriéndose paso a empujones hasta el frente y, así, por su falta de sabiduría, serán un desmerecimiento para la verdad y darán una falsa imagen en todo sentido de la religión de Jesucristo. En lugar de llevar almas a Cristo, las asquean y las alejan de la verdad. Se pierden por la carencia de gracia cristiana que los lleve a adoptar un comportamiento de mansedumbre y humildad, como hizo Cristo. «Pero si tenéis celos amargos y rivalidad en vuestro corazón, no os jactéis ni mintáis contra la verdad» (Sant. 3: 14). 3MI 10.4

Si yo dijera estas palabras por mi propia cuenta, ¡cuántos podrían decir: «La hermana White tiene un espíritu duro; ¡no me entiende!». Pero Dios sí los entiende, y afirma claramente que si tienen celos y rivalidad, no necesitan la gloria, llamándola arrojo cristiano, porque no es de Dios, sino del diablo. Aunque ustedes profesen creer la verdad y su juicio pueda asentir a la verdad, si no tienen la verdad como es en Jesús, solo pueden presentarla en el estilo de ustedes, a su manera; y sus mismas palabras y su propio aspecto demuestran que ustedes no han llevado la verdad a su vida, tejiéndola en su carácter, sino que han atado la verdad al arbusto que da abrojos. «No es esta la sabiduría que desciende de lo alto [...]. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica» (Sant. 3: 15, 17). Quiero que todos ustedes se fijen en los frutos aquí especificados: «benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidum- bre ni hipocresía» (Sant. 3: 17). 3MI 11.1

¿Hay personas en la iglesia que no sean benignas, que aboguen por sus propios caminos, que, con confianza propia, se aferren a sus propias ideas y no renuncien a ellas, como si fueran las únicas cuyos caminos son perfectos e incuestionables? Estos no son benignos porque no están convertidos. No han renunciado al yo. Están llenos de autoestima y es seguro que causarán repugnancia a los incrédulos con sus palabras y su comportamiento, al hablar de las características censurables de nuestra fe con toda jactancia orgullosa y confianza propia. «Por sus frutos los conoceréis» (Mat. 7: 20). «Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Sant. 3: 18). 3MI 11.2

En las pequeñas reuniones de nuestro pueblo existe el peligro de matar el interés de las reuniones por imprudencia. Que no haya ninguna oración prolongada; guárdense sus largas oraciones para la intimidad. Que sus oraciones no abarquen el mundo entero. Oren yendo directamente al grano, pidiendo la bendición de Dios sobre ustedes y sobre los congregados en ese momento y en ese lugar. Cuando oren solos a Dios en su intimidad, expongan entonces ante Dios todas las cuitas de su corazón; pero en la asamblea congregada para adorar a Dios, todas las oraciones de ese tipo están fuera de lugar. Matan el interés de las reuniones y las hacen tediosas. Consideren la oración modelo dada por Cristo a sus discípulos. ¡Qué breve, qué exhaustiva es esa oración! 3MI 11.3

Cuando se acerquen a Dios, oren brevemente, con sencillez. No deshonren a Dios con sus oraciones retóricas ni predicando al Señor un sermón en sus oraciones; acudan a Dios, más bien, en la necesidad de su alma, y simplemente díganle qué quieren, igual que un niño acude a un padre terrenal; y confíen en su Padre celestial como un niño confía en su padre terrenal. 3MI 12.1

Cuando se celebra la reunión en ausencia del pastor, que uno la dirija, pero que no dedique mucho tiempo a sermonear. Hablen simplemente las palabras en el espíritu y el amor de Jesús, y sean así un ejemplo para los demás, para que nadie diga palabras por decirlas y con el objeto de pasar el rato. Que cada cual desempeñe un papel en la presentación diligente de la experiencia del alma. Que afirme su propia experiencia individual, las luchas de su alma, las victorias obtenidas. Por encima de todo, ofrezcan a Dios un tributo de alabanza proveniente de un corazón agradecido de que Jesús muriera por ellos. He aquí un tema en el que cada cual puede espaciarse con provecho. Es el deber de todos percibir que deben desempeñar un papel en la vida y el alma de la reunión. Hagan esto y la bendición de Dios descenderá en medio de ustedes en gran medida.— Manuscrito 39, 1887, pp. 1-4 (testimonio especial a una iglesia de la Asociación del Norte de Inglaterra, 23 de julio de 1887). 3MI 12.2