El Camino A Cristo
Capítulo 1 - El Amor De Dios Por El Hombre
LA NATURALEZA, a semejanza de la revelación, testifica del amor de Dios. Nuestro Padre celestial es la fuente de vida, sabiduría y gozo. Mira las maravillas y bellezas de la naturaleza. Piensa en su prodigiosa adaptación a las necesidades y la felicidad, no solamente del hombre, sino de todas las criaturas vivientes. La luz del sol y la lluvia -que alegran y refrescan la tierra-, los montes, los mares y los valles; todo nos habla del amor del Creador. Es Dios quien suple las necesidades diarias de todas sus criaturas. Ya el salmista lo dijo en las bellas palabras siguientes: CC 7.1
“Los ojos de todos miran a ti, y tú les das su alimento a su tiempo.
Abres tu mano, y satisfaces el deseo de todo ser viviente”. 1
CC 7.2
Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la hermosa Tierra, al salir de la mano del Creador, no tenía mancha de decadencia ni sombra de maldición. La transgresión de la ley de Dios -la ley de amores lo que ha traído consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio del sufrimiento que resulta del pecado se manifiesta el amor de Dios. Está escrito que Dios maldijo la tierra por causa del hombre. 2 Los cardos y las espinas -las dificultades y pruebas que hacen de su vida una vida de afán y cuidadole fueron asignados para su bien, como una parte de la preparación necesaria, según el plan de Dios, para su elevación de la ruina y degradación que el pecado había causado. El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos, y las espinas están cubiertas de rosas. CC 7.3
“ Dios es amor” está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor; todo da testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos. CC 8.1
La Palabra de Dios revela su carácter. Él mismo ha declarado su infinito amor y piedad. Cuando Moisés oró: “Te ruego que me muestres tu gloria!”, el Señor respondió: “Yo haré pasar toda mi bondad delante tu rostro”. 3 Esta es su gloria. El Señor pasó delante de Moisés y proclamó: “¡Jehová, Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado!” 4 Él es tardo para enojarse y “de grande misericordia”, 5 “porque se deleita en la misericordia”. 6 CC 8.2
Dios ha unido nuestros corazones a él con señales innumerables en los cielos y en la Tierra. Él ha procurado revelársenos mediante las cosas de la naturaleza y de los más profundos y tiernos lazos que el corazón humano pueda conocer. Sin embargo, estas cosas sólo representan imperfectamente su amor. Y a pesar de que se habían dado todas estas evidencias, el enemigo del bien cegó la mente de los hombres para que ellos miraran a Dios con temor, para que lo considerasen severo e implacable. Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable; [es decir,] como un juez severo, un duro y estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está vigilando con ojo celoso para discernir los errores y las faltas de los hombres y así poder castigarlos con juicios. Fue para disipar esta sombra oscura, para revelar al mundo el infi-nito amor de Dios, que Jesús vino a vivir entre los hombres. CC 9.1
El Hijo de Dios descendió del cielo para manifestar al Padre. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. 7 “Nadie conoce... al Padre... sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. 8 Cuando uno de sus discípulos le pidió: “Muéstranos al Padre”, Jesús respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?” 9 CC 9.2
Jesús, al describir su misión terrenal, dijo: El Señor “me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregronar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos”. 10 Esta fue su obra. Se dedicó a hacer el bien y sanar a todos los oprimidos de Satanás. Había aldeas enteras donde no se oía un gemido de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a todos sus enfermos. Su obra daba evidencias de su unción divina. En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de tierna simpatía por los hijos de los hombres. Tomó la naturaleza del hombre para poder alcanzarlo en sus necesidades. Los más pobres y humildes no tenían temor de acercarse a él. Aun los niñitos se sentían atraídos hacia él. Les gustaba subir a sus rodillas y contemplar ese rostro pensativo que irradiaba benignidad y amor. CC 10.1
Jesús no suprimió una palabra de verdad, pero siempre profirió la verdad con amor. En su trato con la gente ejercía el mayor tacto y la atención más cuidadosa y misericordiosa. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca produjo en un corazón sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero había lágrimas en su voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre Jerusalén, la ciudad que amaba, porque rehusó recibirlo a él, el Camino, la Verdad y la Vida. Lo habían rechazado a él, el Salvador, pero él los consideraba con ternura compasiva. La suya fue una vida de abnegación y verdadera solicitud por los demás. Toda persona era preciosa a sus ojos. A la vez que siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la más tierna consideración hacia cada uno de los miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía seres caídos a quienes era su misión salvar. CC 10.2
Tal es el carácter de Cristo como se reveló en su vida. Este es el carácter de Dios. Del corazón del Padre es de donde las corrientes de compasión divina, manifestadas en Cristo, fluyen hacia los hijos de los hombres. Jesús, el tierno y compasivo Salvador, era Dios “ manifiestado en la carne”. 11 CC 11.1
Jesús vivió, sufrió y murió para redimimos. Él se hizo “Varón de dolores” para que nosotros pudiésemos ser hechos participantes del gozo eterno. Dios permitió que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un mundo de gloria indescriptible a un mundo corrompido y manchado por el pecado, oscurecido por la sombra de la muerte y la maldición. Permitió que dejara el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir vergüenza, insulto, humillación, odio y muerte. “Por damos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados”. 12 ¡Contémplalo en el desierto, en el Getsemaní, sobre la cruz! El inmaculado Hijo de Dios tomó sobre sí la carga del pecado. El que había sido uno con Dios sintió en su alma la terrible separación que produce el pecado entre Dios y el hombre. Esto arrancó de sus labios el angustioso clamor: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?” 13 La carga del pecado, el conocimiento de su terrible enormidad y la separación del alma de Dios, fue lo quebrantó el corazón del Hijo de Dios. CC 11.2
Pero este gran sacrificio no fue hecho con el fin de crear amor para con el hombre en el corazón del Padre, ni para predisponerlo a salvar. ¡No, no! “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. 14 No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual el Padre pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. “Dios estaba en Cristo re-conciliando consigo al mundo”. 15 Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor infinito pagó el precio de nuestra redención. CC 12.1
Jesús decía: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”. 16 Es decir: “De tal manera te amaba mi Padre, que aún me ama más porque he dado mi vida para redimirte. Soy muy amado por mi Padre porque me convertí en tu Sustituto y Garante, porque entregué mi vida y tomé tus obligaciones, tus transgresiones; por medio de mi sacrificio Dios puede ser justo y, sin embargo, el Justificador del que cree en Jesús”. CC 12.2
Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención; porque sólo él, que estaba en el seno del Padre, podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada menos que el sacrificio infinito hecho por Cristo en favor del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la humanidad perdida. CC 12.3
“De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito”. Lo dio no solamente para que viviera entre los hombres, no sólo para que llevase los pecados de ellos y muriera como su sacrificio. Lo dio a la raza caída. Cristo iba a identificarse con los intereses y las necesidades de la humanidad. El que era uno con Dios se ha unido con los hijos de los hombres con lazos que jamás serán quebrantados. Jesús “no se avergüenza de llamarlos hermanos”; 17 es nuestro Sacrificio, nuestro Abogado, nuestro Hermano, llevando nuestra forma humana ante el trono del Padre, y por las edades eternas será uno con la raza que ha redimido: el Hijo del hombre. Y todo esto para que el hombre pudiera ser levantado de la ruina y degradación del pecado, para que pudiera reflejar el amor de Dios y participar del gozo de la santidad. CC 13.1
El precio pagado por nuestra redención, el sacrificio infinito que hizo nuestro Padre celestial al entregar a su Hijo para que muriera por nosotros, debe damos un concepto elevado de lo que podemos llegar a ser gracias a Cristo. Cuando el inspirado apóstol Juan consideró “la altura”, “la profundidad” y “la anchura” del amor del Padre hacia la raza que perecía, se llenó de adoración y reverencia, y no pudiendo encontrar un lenguaje adecuado con qué expresar la grandeza y ternura de este amor, exhortó al mundo a contemplarlo. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hi-jos de Dios”. 18 ¡Qué valioso hace esto al hombre! Por causa de la transgresión los hijos del hombre se hacen súbditos de Satanás. Por medio de la fe en el sacrificio reconciliador de Cristo los hijos de Adán pueden llegar a ser hijos de Dios. Al tomar la naturaleza humana, Cristo eleva a la humanidad. Gracias a la conexión con Cristo los hombres caídos son colocados donde pueden llegar a ser en verdad dignos del nombre de “hijos de Dios”. CC 13.2
Tal amor es incomparable. ¡Hijos del Rey celestial! ¡Promesa preciosa! ¡Tema para la más profunda meditación! ¡El incomparable amor de Dios por un mundo que no lo amaba! Este pensamiento tiene un poder subyugador sobre el alma y hace que la mente quede cautiva a la voluntad de Dios. Cuanto más estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, más vemos la misericordia, la ternura y el perdón unidos a la equidad y la justicia, y más claramente discernimos las innumerables evidencias de un amor que es infinito y de una tierna piedad que sobrepuja la anhelante compasión de la madre por su hijo extraviado. CC 14.1