El Camino A Cristo

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Capítulo 11 - El Privilegio De Orar

DIOS NOS HABLA a través de la naturaleza y la revelación, y mediante su providencia y por medio de la influencia de su Espíritu. Pero esto no es suficiente; también necesitamos abrirle de par en par nuestro corazón. Con el fin de tener vida y energía espirituales debemos tener una relación auténtica con nuestro Padre celestial. Nuestra mente puede ser atraída hacia él; podemos meditar en sus obras, sus misericordias, sus bendiciones; pero esto no es, en el sentido pleno de la palabra, estar en comunión con él. Para poder comunicarnos con Dios debemos tener algo que decirle acerca de nuestra vida actual. CC 92.1

Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino con el fin de ca-pacitamos para recibirlo. La oración no baja a Dios hasta nosotros, sino que nos eleva hasta él. CC 92.2

Cuando Jesús estuvo en la Tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar a Dios sus necesidades diarias, y a echar toda su solicitud sobre él. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros. CC 92.3

Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador se identificó con nuestras necesidades y debilidades, y se convirtió en un suplicante, un peticionante, que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza para poder avan-zar fortalecido para el deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, “tentado en todo punto, así como noso-tros”; 1 pero como ser inmaculado, su naturaleza rehu-yó el mal; padeció las luchas y torturas de espíritu en un mundo de pecado. Su humanidad hizo de la oración una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en la comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más los débiles mortales, manchados por el pecado, deberíamos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia! CC 93.1

Nuestro Padre celestial espera anhelante para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendi-ciones. Es nuestro privilegio beber abundantemente en la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco! Dios está dispuesto y deseoso de oír la oración sincera del más humilde de sus hijos; sin embargo, hay de nuestra parte mucho desgano manifiesto para presentar nuestras necesidades de-lante de Dios. ¿Qué pueden pensar los ángeles del cielo de los pobres y desvalidos seres humanos que, sujetos a la tentación -cuando el corazón de amor infinito de Dios se compadece de ellos, presto para darles más de lo que pueden pedir o pensar-, sin embargo oren tan poco y tengan tan poca fe? Los ángeles aman postrarse delante de Dios, aman estar cerca de él. Consideran su mayor gozo estar en co-munión con Dios; y con todo, los hijos de la Tierra, que tanto necesitan la ayuda que sólo Dios les puede dar, parecen satisfechos caminando sin la luz de su Espíritu, sin la compañía de su presencia. CC 93.2

Las tinieblas del maligno cercan a los que descui-dan la oración. Las tentaciones que susurra el enemi-go los incitan a pecar; y todo porque no se valen de los privilegios que Dios les ha concedido en el divino mandato de la oración. ¿Por qué han de ser los hijos y las hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el al-macén del cielo, donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia? Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riego de volvernos indiferentes y de desviamos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino a la sede de la misericordia para que no obtengamos, mediante ardiente súplica y fe, la gracia y el poder para resistir la tentación. CC 94.1

Hay ciertas condiciones según las cuales podemos esperar que Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es que sintamos necesidad de su ayuda. Él nos ha prometido: “Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca”. 2 Los que tienen hambre y sed de justicia, los que suspiran por Dios, pueden estar seguros de que serán saciados. El corazón debe estar abierto a la influencia del Espíritu, o no se podrá recibir las bendiciones de Dios. CC 94.2

Nuestra gran necesidad es en sí mismo un argu-mento y suplica muy elocuentemente en favor nuestro. Pero se debe buscar al Señor para que haga esas cosas por nosotros. Él dice: “Pedid, y se os dará”. 3 Y “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará tam-bién con él todas las cosas?” 4 CC 94.3

Si toleramos la iniquidad en nuestro corazón, si estamos apegados a algún pecado conocido, el Señor no nos oirá; pero siempre será aceptada la oración del alma arrepentida y contrita. Cuando se hayan corregido todos los pecados conocidos, podemos creer que Dios contestará nuestras peticiones. Nuestros propios méritos nunca nos recomendarán al favor de Dios; son los méritos de Jesús lo que nos salva y su sangre la que nos limpia; sin embargo, nosotros tenemos una obra que hacer para cumplir con las condiciones de aceptación. CC 95.1

La oración eficaz tiene otro elemento: la fe. “Porque es preciso que el que viene a Dios crea que existe, y que se ha constituido remunerador de los que lo buscan”. 5 Jesús dijo a sus discípulos: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis”. 6 ¿Le tomaremos la palabra a Cristo? CC 95.2

La seguridad es amplia e ilimitada, y fiel es el que ha prometido. Cuando no recibimos al instante las mismas cosas que hemos pedido, debemos creer aun que el Señor oye y que contestará nuestras oraciones. Somos tan cortos de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial responde con amor nuestras oraciones dándonos lo que es para nuestro mayor bien: lo que nosotros mismos desearíamos si, con visión divinamente ilu-minada, pudiéramos ver todas las cosas como real-mente son. Cuando nos parezca que nuestras ora-ciones no son contestadas, debemos aferramos a la promesa; porque el tiempo de recibir contestación seguramente vendrá, y recibiremos la bendición que más necesitamos. Pero es presunción pretender que nuestras oraciones sean contestadas siempre en la forma precisa y según la cosa particular que desea-mos. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar algo bueno a los que andan en integridad. Así que no temas confiar en él, aunque no veas la inmediata respuesta a tus oracio-nes. Confía en la seguridad de su promesa: “Pedid, y se os dará”. CC 95.3

Si consultamos nuestras dudas y temores, o procuramos desentrañar cada cosa que no podemos ver claramente antes de tener fe, sólo se acrecentarán y profundizarán las perplejidades. Pero si vamos a Dios sintiéndonos desvalidos y dependientes, como realmente somos, y con humildad y confiada fe le presentamos nuestras necesidades al Ser cuyo conocimiento es infinito, quien vigila toda la creación y gobierna todas las cosas por medio de su voluntad y palabra, él puede y atenderá nuestro clamor, y hará resplandecer luz en nuestro corazón. A través de la oración sincera nos ponemos en conexión con la mente del Infinito. Quizá no tengamos en el momento ninguna evidencia notable de que el rostro de nuestro Redentor se inclina hacia nosotros con compasión y amor; pero es así. Quizá no sintamos su toque visible, pero su mano está sobre nosotros con amor y ternura compasiva. CC 96.1

Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios debiéramos tener un espíritu de amor y perdón en nuestro corazón. ¿Cómo podemos orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, 7 y, sin embargo, abrigar un espíritu no perdonador? Si esperamos que nuestras oraciones sean oídas, debemos perdonar a otros de la misma manera como esperamos ser perdonados. CC 97.1

La perseverancia en la oración se ha constituido en la condición para recibir. Debemos orar siempre si queremos crecer en fe y experiencia. Debemos ser “constantes en la oración”. 8 “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. 9 Pedro exhorta a los cristianos a ser “sobrios, y velar en oración”. 10 Pablo ordena: “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. 11 Judas dice: “Vosotros, amados... orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios”. 12 La oración in-cesante es la unión ininterrumpida del alma con Dios, de modo que la vida de Dios fluya hacia la nuestra; y de nuestra vida la pureza y la santidad refluyan hacia Dios. CC 97.2

Es necesario ser diligentes en la oración; que ninguna cosa te lo impida. Haz cuanto puedas para mantener abierta la comunión entre Jesús y tu alma. Aprovecha toda oportunidad de ir donde se suela orar. Los que realmente buscan la comunión con Dios serán vistos en las reuniones de oración, fieles en cumplir su deber, ávidos y ansiosos de cosechar todos los beneficios que puedan obtener. Aprovecharán toda oportunidad de colocarse donde puedan recibir los rayos de luz provenientes del cielo. CC 98.1

Debiéramos orar en el círculo familiar; y sobre todo no descuidar la oración privada, porque ésta es la vida del alma. Es imposible que el alma florezca cuando se descuida la oración. Sólo la oración pú-blica o familiar no es suficiente. En la soledad, abre tu alma al ojo penetrante de Dios. La oración secreta sólo debe ser oída por el Dios que escucha las ora-ciones. Ningún oído curioso debe recibir la carga de tales peticiones. En la oración privada el alma está libre de las influencias del ambiente, libre de excita-ción. Tranquila pero fervientemente se extenderá la oración hacia Dios. Dulce y permanente será la in-fluencia que emana del Ser que ve en lo secreto, cuyo oído está abierto para oír la oración que brota del co-razón. Por medio de una fe sencilla y tranquila el ser se mantiene en comunión con Dios y recoge los rayos de la luz divina para fortalecerse y sostenerse en la lucha contra Satanás. Dios es nuestro castillo fuerte. CC 98.2

Ora en tu habitación y, a menudo como puedas, eleva tu corazón a Dios al realizar tu trabajo cotidia-no. Fue así como Enoc caminó con Dios. Esas oraciones silenciosas suben como precioso incienso al trono de la gracia. Satanás no puede vencer a aquel cuyo corazón está así apoyado en Dios. CC 98.3

No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedimos elevar nuestro corazón en el espíritu de la oración ferviente. Andando entre las multitudes en las calles, en medio del afán de nuestros negocios, podemos enviar a Dios una petición e implorar la divina dirección, así como lo hizo Nehemías cuando presentó su pedido delante del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos pode-mos encontrar un lugar para estar en comunión con Dios. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a que venga y habite en el alma como un huésped celestial. CC 99.1

Aunque estemos rodeados de una atmósfera con-taminada y corrupta, no necesitamos respirar sus miasmas; antes bien, podemos vivir en la atmósfera pura del cielo. Podemos cerrar la entrada a todas las imaginaciones impuras y a todos los pensamientos profanos, elevando el alma a Dios mediante la ora-ción sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo. CC 99.2

Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa del valor de las realidades eternas. La hermosura de la santidad debe llenar el corazón de los hijos de Dios; y para que esto pueda ocurrir, debemos buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales. CC 99.3

Extiéndase y elévese el alma para que Dios pueda concedemos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenemos tan cerca de Dios que, en cualquier prueba inesperada, nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol. CC 100.1

Presenta a Dios tus necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores. No puedes agobiarlo, no puedes cansarlo. El que tiene contados los cabellos de tu ca-beza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos. “El Señor es muy misericordioso y compasivo”. 13 Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aun por nuestra presentación de ellas. Llévale todo lo que confunda tu mente. Ninguna cosa es demasia-do grande para que él no la pueda soportar; él sostie-ne los mundos y gobierna todos los asuntos del uni-verso. Nada que de alguna manera afecte nuestra paz es demasiado pequeño como para que él no lo note. No hay en nuestra experiencia capítulo demasiado oscuro que él no pueda leer; ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar al alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escapar de los labios, sin que nuestro Padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello un interés inmediato. Él “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. 14 Las relaciones entre Dios y cada alma son tan claras y plenas como si no hubiese otra persona sobre la Tierra a quien brindar su cuidado, otro ser por el cual hubiera dado a su Hijo amado. CC 100.2

Jesús decía: “Pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama”. 15 “Yo os elegí a vosotros... para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. 16 Pero orar en nombre de Jesús es algo más que una mera mención de su nombre al principio y al fin de una oración. Es orar en la mente y el espíritu de Jesús, a la vez que creemos en sus promesas, confia-mos en su gracia y hacemos sus obras. CC 101.1

Dios no pretende que algunos de nosotros se hagan ermitaños o monjes, ni que se retiren del mundo para consagrarse a los actos de adoración. La vida debe ser como la vida de Cristo: repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo, o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se apartan de la vida social, lejos de la esfera del deber cristiano y de llevar su cruz; cuando dejan de trabajar ardientemente por el Maestro, quien trabajaba con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y ya no tienen incentivos para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo, ni pedir fuerzas para trabajar. CC 101.2

Sufrimos una pérdida cuando descuidamos el pri-vilegio de reunimos para fortalecemos y animamos mutuamente en el servicio de Dios. Las verdades de su Palabra pierden en nuestra mente su vivacidad e importancia. Nuestro corazón deja de ser alumbrado y vivificado por la influencia santificadora, y declinamos en espiritualidad. En nuestra asociación como cristianos perdemos mucho por falta de simpatía mutua. El que se encierra completamente en sí mismo no está ocupando la posición que Dios le señaló. El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturaleza nos hace simpatizar con otros, y es un medio para desarrollarnos y fortalecemos en el servicio de Dios. CC 101.3

Si los cristianos se juntaran, hablando entre ellos del amor de Dios y de las preciosas verdades de la redención, sus corazones se robustecerían y se edifi-carían mutuamente. Aprendamos diariamente más de nuestro Padre celestial, obteniendo una refrigerante experiencia de su gracia, y entonces desearemos ha-blar de su amor; y mientras hacemos esto, nuestro propio corazón se calentará y reanimará. Si pensára-mos y habláramos más de Jesús, y menos de nosotros mismos, tendríamos mucho más de su presencia. CC 102.1

Si tan sólo pensáramos en Dios tantas veces como tenemos evidencias de su cuidado por nosotros, lo tendríamos siempre presente en nuestros pensamien-tos y nos deleitaríamos en hablar de él y alabarlo. Hablamos de las cosas temporales porque tenemos interés en ellas. Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas y alegrías están ligadas a ellos. Sin embargo, tenemos razones infinitamente mayores para amar a Dios que para amar a nuestros amigos terrenales, y debería ser la cosa más natural del mundo tenerlo como el primero en todos nuestros pensamientos, hablar de su bondad y contar de su poder. Los ricos dones que ha derramado sobre nosotros no estaban destinados a absorber nuestros pensamientos y amor de tal manera que nada tuviéramos que dar a Dios; antes bien, debieran hacemos acordar constantemente de él y, por medio de los vínculos de amor y gratitud, unimos a nuestro Benefactor celestial. Vivimos demasiado apegados a lo terrenal. Levantemos nuestros ojos hacia la puerta abierta del Santuario celestial, donde la luz de la glo-ria de Dios resplandece en el rostro de Cristo, quien “puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios”. 17 CC 102.2

Necesitamos alabar más a Dios por su bondad “y sus maravillas para con los hijos de los hombres”. 18 Nuestros ejercicios devocionales no deberían consis-tir enteramente en pedir y recibir. No estemos pen-sando siempre en nuestras necesidades y nunca en los beneficios que recibimos. Nunca oramos demasiado, pero somos muy parcos en dar gracias. Diariamente somos recipientes de las misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresamos, cuán poco lo alabamos por lo que él ha hecho por nosotros! CC 103.1

Antiguamente el Señor ordenó a Israel, cuando se congregara para su servicio: “Allí comeréis delante de Jehová, vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias, de toda obra de vuestras manos, en que Jehová, tu Dios, te haya bendecido”. 19 Aquello que se hace para la gloria de Dios debe hacerse con alegría, con cánticos de alabanza y acción de gracias, no con tristeza y semblante adusto. CC 103.2

Nuestro Dios es un Padre tierno y misericordioso. Su servicio no debe mirarse como un ejercicio penoso y que entristece el corazón. Debiera ser un placer adorar al Señor y participar en su obra. Dios no quiere que sus hijos, a quienes proporcionó una salvación tan grande, trabajen como si él fuera un capataz duro y exigente. Él es su mejor amigo; y cuando lo adoran, quiere estar con ellos para bendecirlos y confortarlos, llenando su corazón de gozo y amor. El Señor desea que sus hijos se consuelen en su servicio y hallen más placer que opresión en su obra. Él desea que quienes van a adorarlo puedan llevarse preciosos pensamientos de su cuidado y amor, para que siempre puedan estar alegres en todas sus ocupaciones diarias y puedan tener gracia para conducirse honesta y fielmente en todas las cosas. CC 104.1

Es preciso juntamos en tomo a la cruz. Cristo, y Cristo crucificado, debería ser el tema de nuestra contemplación, nuestra conversación y nuestra más gozosa emoción. Deberíamos atesorar en nuestros pensamientos todas las bendiciones que recibimos de Dios, y, al damos cuenta de su gran amor, deberíamos estar prestos a confiar todas las cosas a las manos que fueron clavadas en la cruz por nosotros. CC 104.2

El alma puede ascender hasta el cielo en las alas de la alabanza. Dios es adorado con cánticos y mú-sica en las mansiones celestiales, y al expresarle nuestra gratitud nos aproximamos a la adoración de las huestes celestiales. “El que ofrece sacrificio de alabanza me glorificará”. 20 Presentémonos, pues, con gozo reverente delante de nuestro Creador con “acciones de gracias y voz de melodía”. 21 CC 104.3