El Camino A Cristo

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Capítulo 9 - El Trabajo Y La Vida

DIOS ES la fuente de vida, luz y gozo para el Universo. Como los rayos de luz del sol, como las corrientes de agua que brotan de un manantial vivo, las bendiciones fluyen de él a todas sus criaturas. Y dondequiera que la vida de Dios esté en el corazón de los hombres, inundará a otros de amor y bendición. CC 76.1

Nuestro Salvador se gozaba en levantar y redimir a los hombres caídos. Para lograr este fin no consideró su vida como cosa preciosa, sino que sufrió la cruz menospreciando la ignominia. De la misma manera los ángeles están siempre empeñados en trabajar por la felicidad de otros. Este es su gozo. Lo que los corazones egoístas considerarían un servicio humillante -servir a los que son miserables y, bajo todo aspecto, inferiores a ellos en carácter y jerar-quía-, es la obra de los ángeles exentos de pecado. El espíritu de amor abnegado de Cristo es el espíritu que llena los cielos y es la misma esencia de su gloria. Este es el espíritu que poseerán y la obra que harán los seguidores de Cristo. CC 76.2

Cuando el amor de Cristo es atesorado en el co-razón, como dulce fragancia no puede ocultarse. Su santa influencia será percibida por todos aquellos con quienes nos relacionemos. El espíritu de Cristo en el corazón es como un manantial en un desierto, que se derrama para refrescarlo todo y despertar, en los que ya están por perecer, ansias de beber del agua de la vida. CC 76.3

El amor a Jesús se manifestará en un deseo de trabajar, como él trabajó, por la felicidad y elevación de la humanidad. Nos inspirará amor, ternura y simpatía por todas las criaturas que gozan del cuidado de nuestro Padre celestial. CC 77.1

La vida terrenal del Salvador no fue una vida de comodidad y devoción a sí mismo, sino de trabajo con esfuerzo persistente, ardiente, infatigable por la salvación de la humanidad perdida. Desde el pesebre hasta el Calvario siguió la senda de la abnegación, y no procuró ser liberado de tareas arduas, viajes ago-tadores y penosísimo cuidado y trabajo. Dijo: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. 1 Tal fue el gran objetivo de su vida. Todo lo demás fue secundario y accesorio. Fue su comida y bebida hacer la voluntad de Dios y finalizar su obra. No había egoísmo ni interés propio en su trabajo. CC 77.2

Así también, los que son participantes de la gracia de Cristo estarán dispuestos a hacer cualquier sacrificio para que aquellos por los cuales él murió puedan compartir el don celestial. Harán cuanto puedan para que el mundo sea mejor por su per-manencia en él. Este espíritu es el fruto seguro del alma verdaderamente convertida. Tan pronto como va uno a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de hacer conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús; la verdad salvadora y santificadora no puede permanecer encerrada en el cora zón. Si estamos revestidos de la justicia de Cristo y rebosamos de gozo por la presencia de su Espíritu, no podremos guardar silencio. Si hemos gustado y visto que el Señor es bueno, tendremos algo que decir. Como Felipe cuando encontró al Salvador, invi-taremos a otros a ir a él. Procuraremos presentarles los atractivos de Cristo y las invisibles realidades del mundo venidero. Anhelaremos ardientemente seguir en la senda que recorrió Jesús. Desearemos que los que nos rodean puedan ver al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. 2 CC 77.3

Y el esfuerzo por hacer el bien a otros se tomará en bendiciones para nosotros mismos. Este era el propósito de Dios al damos una parte que hacer en el plan de la redención. Él ha concedido a los hombres el privilegio de llegar a ser participantes de la natura-leza divina y de, a su vez, difundir bendiciones a sus semejantes. Este es el honor más elevado y el gozo más grande que Dios pueda conferir a los hombres. Los que así llegan a participar en trabajos de amor, son ubicados mucho más cerca de su Creador. CC 78.1

Dios podría haber encomendado el mensaje del evangelio, y toda la obra del ministerio de amor, a los ángeles del cielo. Podría haber empleado otros medios para llevar a cabo su obra. Pero en su amor infinito quiso hacemos colaboradores con él, con Cristo y con los ángeles, para que pudiéramos parti-cipar de la bendición, el gozo y la elevación espiritual que resultan de este ministerio abnegado. CC 78.2

Somos inducidos a simpatizar con Cristo mediante la coparticipación en sus sufrimientos. Cada acto de sacrificio personal por el bien de otros robustece el espíritu de caridad en el corazón del donante y lo une más fuertemente al Redentor del mundo, quien, siendo rico, “por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos”. 3Y sólo cuando cumplimos así el propósito que Dios tenía al creamos, puede la vida ser una bendición para nosotros. CC 78.3

Si trabajas como Cristo ideó que sus discípulos trabajen, y ganas almas para él, sentirás la necesidad de una experiencia más profunda y un conocimiento mayor de las cosas divinas, y tendrás hambre y sed de justicia. Abogarás con Dios, tu fe se robustecerá y tu ser beberá en abundancia de la fuente de salvación. El encontrar oposición y pruebas te llevará a la Biblia y a la oración. Crecerás en la gracia y en el conocimiento de Cristo, y adquirirás una rica experiencia. CC 79.1

El espíritu de trabajo desinteresado por otros da al carácter profundidad, firmeza y amabilidad semejantes a las de Cristo, y trae paz y felicidad a su poseedor. Las aspiraciones se elevan. No hay lugar para la pereza o el egoísmo. Los que de esta manera ejerzan las gracias cristianas crecerán y se harán fuertes para trabajar por Dios. Tendrán claras percepciones espirituales, una fe firme y creciente y un acrecentado poder en la oración. El Espíritu de Dios, que mueve su espíritu, pone de manifiesto las sagradas armonías del alma en respuesta al toque divino. Los que así se consagran a un esfuerzo desinteresado por el bien de otros, ciertamente están obrando su propia salvación. CC 79.2

El único modo de crecer en la gracia es haciendo desinteresadamente la obra que Cristo ha puesto en nuestras manos: ocupamos, en la medida de nuestras capacidades, en ayudar y beneficiar a quienes necesitan la ayuda que podemos darles. La fuerza se desarrolla con el ejercicio; la actividad es la misma condición de la vida. Los que se esfuerzan por mantener una vida cristiana aceptando pasivamente las bendiciones que vienen por medio de la gracia, sin hacer nada por Cristo, simplemente procuran vivir comiendo sin trabajar. Pero el resultado de esto, tanto en el mundo espiritual como en el temporal, es siempre la degeneración y la decadencia. El hombre que rehusara ejercitar sus miembros pronto perdería todo el poder para usarlos. Así también el cristiano que no ejercita las facultades que Dios le ha dado, no sólo dejará de crecer en Cristo, sino que perderá la fuerza que tenía. CC 80.1

La iglesia de Cristo es el medio elegido por Dios para la salvación de los hombres. Su misión es ex-tender el evangelio por todo el mundo. Y la obligación recae sobre todos los cristianos. Cada uno de nosotros, hasta donde lo permitan sus talentos y oportunidades, debe cumplir con la comisión del Salvador. El amor de Cristo, que nos ha sido revelado, nos hace deudores a cuantos no lo conocen. Dios nos dio luz, no sólo para nosotros, sino para que la derramemos sobre ellos. CC 80.2

Si los discípulos de Cristo comprendieran su deber, habría miles de heraldos del evangelio a los paganos donde hoy sólo hay uno. Y todos los que no pudieran dedicarse personalmente a la obra, la sostendrían con sus recursos, su benevolencia y sus oraciones. Y con toda seguridad habría más ardiente trabajo por las personas en los países cristianos. CC 81.1

No necesitamos ir a tierras de paganos, ni aun dejar el pequeño círculo del hogar, si es ahí adonde el deber nos llama, con el fin de trabajar por Cristo. Podemos hacer esto en el seno del hogar, en la iglesia, y entre quienes nos asociamos y con quienes negociamos. CC 81.2

Nuestro Salvador pasó la mayor parte de su vida terrenal trabajando pacientemente en la carpintería de Nazaret. Los ángeles ministradores servían al Señor de la vida mientras caminaba junto a campesinos y labriegos, desconocido y sin honores. El estaba cumpliendo tan fielmente su misión mientras trabajaba en su humilde oficio como cuando sanaba a los enfermos o caminaba sobre las tempestuosas olas del Mar de Galilea. Así, en los deberes más humildes y en las posiciones más bajas de la vida, podemos andar y trabajar con Jesús. CC 81.3

El apóstol dice: “Cada uno permanezca para con Dios en aquel estado en que fue llamado”. 4 El hombre de negocios puede dirigir sus negocios de un modo que glorifique a su Maestro por causa de su fidelidad. Si es un verdadero seguidor de Cristo, pondrá en práctica su religión en todo lo que haga y revelará a los hombres el espíritu de Cristo. El obrero manual puede ser un diligente y fiel representante del Ser que trabajó arduamente en las ocupaciones humildes de la vida entre las colinas de Galilea. Todo el que lleva el nombre de Cristo debe obrar de tal modo que los otros, al ver sus buenas obras, sean inducidos a glorificar a su Creador y Redentor. CC 81.4

Muchos se excusan de poner sus dones al servicio de Cristo porque otros poseen mejores dotes y ventajas. Ha prevalecido la opinión de que sólo a los que son especialmente talentosos se les requiere que consagren sus habilidades al servicio de Dios. Muchos han llegado a la conclusión de que los ta-lentos se dan sólo a cierta clase favorecida, exclu-yendo a otros que, por supuesto, no son llamados a participar de las faenas ni de los galardones. Pero no lo indica así la parábola. Cuando el Señor de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno su trabajo. CC 82.1

Con espíritu amoroso podemos ejecutar los deberes más humildes de la vida “como para el Señor”. 5 Si tenemos el amor de Dios en nuestro corazón, se manifestará en la vida. El suave perfume de Cristo nos rodeará, y nuestra influencia elevará y benefi-ciará a otros. CC 82.2

No debes esperar mejores oportunidades o habi-lidades extraordinarias para empezar a trabajar por Dios. No necesitas preocuparte en lo más mínimo de lo que el mundo pensará de ti. Si tu vida diaria es un testimonio de la pureza y sinceridad de tu fe, y los demás están convencidos de que deseas hacerles el bien, tus esfuerzos no se perderán por completo. CC 82.3

El más humilde y el más pobre de los discípulos de Jesús puede ser una bendición para otros. Pueden no darse cuenta de que están haciendo algún bien especial, pero por su influencia inconsciente pueden derramar bendiciones abundantes que se extiendan y profundicen, y cuyos benditos resultados jamás se conocerán hasta el día de la recompensa final. Ellos no sienten ni saben que están haciendo alguna cosa grande. No se les exige cargarse de ansiedad por el éxito. Sólo tienen que seguir adelante con tranquili-dad, haciendo fielmente la obra que la providencia de Dios indique, y su vida no será inútil. Sus propias almas crecerán cada vez más a la semejanza de Cristo; son colaboradores de Dios en esta vida, y así se están preparando para la obra más elevada y el gozo sin sombra de la vida venidera. CC 83.1