El Camino A Cristo
Capítulo 7 - La Prueba Del Discipulado
“SI ALGUNO está en Cristo, es una nueva criatura; las cosas viejas pasaron ya, he aquí que todo se ha hecho nuevo”. 1 CC 56.1
Alguna persona puede ser incapaz de decir el tiempo o lugar exactos, ni reconstruir toda la cadena de circunstancias del proceso de su conversión; pero esto no prueba que no se haya convertido. Cristo dijo a Nicodemo: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”. 2 Así como el viento, el cual es invisible y, sin embargo, se ven y se sienten claramente sus efectos, así es la obra del Espíritu de Dios en el corazón humano. El poder regenerador, que ningún ojo humano puede ver, engendra una vida nueva en el alma; crea un nuevo ser a la imagen de Dios. Aunque la obra del Espíritu es silenciosa e imperceptible, sus efectos son manifiestos. Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios, la vida testificará de ese hecho. Al mismo tiempo que no podemos hacer nada para cambiar nuestro corazón ni para ponemos en armonía con Dios -si bien no debemos confiar en nosotros ni en nuestras buenas obras-, nuestras vidas revelarán si la gracia de Dios mora en nosotros. Se notará un cambio en el carácter, los hábitos y las ocupaciones. El contraste entre lo que han sido y lo que son será claro y con-cluyente. El carácter se manifiesta, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y los actos en la vida diaria. CC 56.2
Es cierto que, sin el poder regenerador de Cristo, puede haber una corrección exterior del compor-tamiento. El amor a la influencia y el deseo de la estima de otros pueden producir una vida bien or-denada. El respeto propio puede impulsamos a evitar la apariencia de mal. Un corazón egoísta puede ejecutar acciones generosas. Entonces, ¿de qué medio nos valdremos para determinar de qué lado estamos? CC 57.1
¿Quién posee nuestro corazón? ¿Con quién están nuestros pensamientos? ¿De quién nos gusta con-versar? ¿Para quién son nuestros más ardientes afec-tos y nuestras mejores energías? Si somos de Cristo, nuestros pensamientos están con él y nuestros más gratos pensamientos son acerca de él. Todo lo que tenemos y somos está consagrado a él. Deseamos vehementemente mostrar su imagen, respirar su es-píritu, hacer su voluntad y agradarle en todo. CC 57.2
Los que llegan a ser nuevas criaturas en Cristo Jesús manifiestan los frutos del Espíritu: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. 3 Ya no se conforman por más tiempo con las concupiscencias anteriores, sino que por la fe del Hijo de Dios siguen sus pisadas, reflejan su carácter y se purifican a sí mismos así como él es puro. Ahora aman las cosas que en un tiempo aborrecían, y aborrecen las cosas que en otro tiempo amaban. El que era orgulloso y dominante, ahora es manso y humilde de corazón. El que era vano y altanero, ahora es serio y discreto. El que era borracho, ahora es sobrio, y el que era libertino, ahora es puro. Han dejado a un lado las costumbres y modas vanas del mundo. Los cristianos no buscan “el adorno exterior”, sino el “interno, el del corazón... el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible”. 4 CC 57.3
No hay evidencia de arrepentimiento genuino a menos que se produzca una reforma. Si restituye la prenda, devuelve lo que hubiere robado, confiesa sus pecados y ama a Dios y a su prójimo, el pecador pue-de estar seguro de que ha pasado de muerte a vida. CC 58.1
Cuando, como seres descarriados y pecaminosos, vamos a Cristo y nos hacemos participantes de su gracia perdonadora, el amor brota en nuestro corazón. Toda carga resulta ligera, porque el yugo que Cristo impone es suave. Nuestros deberes llegan a ser una delicia, y los sacrificios un placer. El sendero que en lo pasado nos parecía cubierto de tinieblas, se torna brillante con los rayos del Sol de Justicia. CC 58.2
La belleza del carácter de Cristo se verá en sus seguidores. Era su delicia hacer la voluntad de Dios. El poder predominante en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus acciones. El amor es de Dios. El corazón inconverso no puede originarlo o producirlo. Sólo se lo encuentra en el corazón donde Jesús reina. “Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero”. 5 En el corazón renovado por la gracia divina, el amor es el principio de la acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, subyuga la enemistad y ennoblece los afectos. Este amor, atesorado en el interior, dulcifica la vida y esparce una influencia purificadora en todo su derredor. CC 58.3
Hay dos errores contra los cuales los hijos de Dios -particularmente los que apenas han comenzado a confiar en su gracianecesitan guardarse especial-mente. El primero, sobre el que ya se ha insistido, es el de fijarse en sus propias obras, confiando en alguna cosa que puedan hacer para ponerse en armonía con Dios. El que está procurando llegar a ser santo me-diante sus propios esfuerzos por guardar la ley, está procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Sólo la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacemos santos. CC 59.1
El error opuesto y no menos peligroso es que creer en Cristo exime a los hombres de guardar la ley de Dios; que, puesto que sólo por la fe somos hechos participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra redención. CC 59.2
Pero nótese aquí que la obediencia no es un mero cumplimiento externo, sino un servicio de amor. La ley de Dios es una expresión de su misma naturaleza; es la personificación del gran principio del amor y, en consecuencia, el fundamento de su gobierno en los cielos y en la Tierra. Si nuestro corazón es regenerado a la semejanza de Dios, si el amor divino es implantado en el alma, ¿no se manifestará la ley de Dios en la vida? Cuando el principio del amor es im-plantado en el corazón, cuando el hombre es renova-do conforme a la imagen de quien lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su corazón, y también en su mente las escribiré”. 6 Y si la ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obediencia -el servicio y la lealtad de amores la verdadera señal del discipulado. Siendo así, la Escritura dice: “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos”. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”. 7 En vez de que la fe exima al hombre de la obediencia, es la fe, y sólo la fe, la que lo hace participante de la gracia de Cristo y lo capacita para rendirle obediencia. CC 59.3
No ganamos la salvación por nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se lo recibe por fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe. “Sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca. Todo aquel que peca, no lo ha visto ni lo ha conocido”. 8 He aquí la prueba verdadera. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios habita en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros propósitos y nuestras acciones estarán en armonía con la voluntad de Dios tal como se expresa en los preceptos de su santa ley. “¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! El que obra justicia es justo, así como él es justo”. 9 La justicia está definida por la norma de la santa ley de Dios, tal como se expresa en los Diez Mandamientos dados en el Sinaí. CC 60.1
Esa así llamada fe en Cristo que profesa eximir a los hombres de la obligación de obedecer a Dios no es fe sino presunción. “Por gracia sois salvos por medio de la fe”. Pero “la fe, si no tiene obras, está completamente muerta”. 10 Antes de venir a la Tierra, Jesús dijo de sí: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón”. 11 Y poco antes de ascender a los cielos, dijo otra vez: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”. 12 La Escritura dice: “En esto sabemos que nosotros lo conocemos, si guardamos sus mandamientos... El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. 13 “Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas”. 14 CC 61.1
La condición para alcanzar la vida eterna es hoy exactamente la misma de siempre -tal cual era en el Paraíso antes de la caída de nuestros primeros padres-: perfecta obediencia a la ley de Dios, perfecta justicia. Si la vida eterna se concediera con alguna condición inferior a ésta, entonces peligraría la fe-licidad de todo el universo. Se le abriría la puerta al pecado, con todo su séquito de dolor y miseria, y se lo inmortalizaría. CC 61.2
Para Adán era posible, antes de la caída, desarro-llar un carácter justo por medio de la obediencia a la ley de Dios. Pero falló en hacerlo, y por causa de su pecado tenemos una naturaleza pecaminosa y no podemos hacemos justos a nosotros mismos. Dado que somos pecadores, impíos, no podemos obedecer perfectamente la santa ley. Por nosotros mismos no tenemos justicia con qué cumplir las demandas de la ley de Dios. Pero Cristo nos ha preparado una vía de escape. Vivió sobre la Tierra en medio de pruebas y tentaciones como las que nosotros tenemos que en-frentar. Vivió una vida sin pecado. Murió por nosotros y ahora ofrece quitamos nuestros pecados y damos su justicia. Si te entregas a él y lo aceptas como tu Salvador, entonces, por pecaminosa que haya sido tu vida, serás contado entre los justos por consideración a él. El carácter de Cristo toma el lugar del tuyo, y eres aceptado por Dios como si jamás hubieses pecado. CC 62.1
Más aún, Cristo cambia el corazón. Él habita en tu corazón gracias a la fe. Debes mantener esta conexión con Cristo por medio de la fe y la entrega continua de tu voluntad a él; mientras hagas esto, él obrará en ti para querer y hacer de acuerdo con su buena voluntad. Así podrás decir: “Aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mí”. 15 Así dijo Jesús a sus discípulos: “No sois vosotros quienes habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros”. 16 De modo que si Cristo obra en ti, manifestarás el mismo espíritu y harás las mismas obras: obras de justicia, de obediencia. CC 62.2
Así pues, no hay nada en nosotros mismos de qué jactamos. No tenemos motivo para ensalzarnos. El único fundamento de nuestra esperanza está en la justicia de Cristo imputada a nosotros, y la producida por su Espíritu obrando en nosotros y a través de nosotros. CC 63.1
Cuando hablamos de la fe, debemos tener en mente una distinción. Hay una clase de creencia que es enteramente distinta de la fe. La existencia y el poder de Dios, la verdad de su Palabra, son hechos que, en el fondo, aun Satanás y sus huestes no pueden negar. La Biblia dice que “los demonios creen, y tiemblan”; 17 pero esto no es fe. Donde hay no sólo una creencia en la Palabra de Dios sino también una sumisión de la voluntad a él; donde se le entrega el corazón y los afectos se fijan en él, allí hay fe: fe que obra por amor y purifica el alma. Mediante esta fe el corazón es renovado conforme a la imagen de Dios. Y el corazón que en su estado irregenerado no se sujetaba a la ley de Dios, ni tampoco podía, ahora se deleita en sus santos preceptos y exclama con el salmista: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”. 18 Y la justicia de la ley se cumple en nosotros, “los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. 19 CC 63.2
Hay quienes han conocido el amor perdonador de Cristo y realmente desean ser hijos de Dios; sin embargo, reconocen que su carácter es imperfecto y su vida defectuosa, y están propensos a dudar de que sus corazones hayan sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales quiero decirles: No se abandonen a la desesperación. A menudo tendremos que postramos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestros defectos y errores, pero no debemos desanimamos. Incluso si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados, ni abandonados, ni rechazados por Dios. No; Cristo está a la diestra de Dios e intercede por nosotros. Dice Juan, el discípulo amado: “Les escribo estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el justo”. 20 Y no olvides las palabras de Cristo: “El Padre mismo los ama”. 21 El desea que te reconcilies con él, quiere ver su pu-reza y santidad reflejadas en ti. Y si tan sólo quieres entregarte a él, el que comenzó en ti la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. Ora con más fervor; cree más plenamente. A medida que desconfiemos de nuestro propio poder, confiemos en el poder de nuestro Redentor, y luego alabaremos a quien es la salud de nuestro rostro. CC 63.3
Cuanto más cerca estés de Jesús, más imperfecto te reconocerás; porque tu visión será más clara, y tus imperfecciones se verán en abierto y claro contraste con su naturaleza perfecta. Esto es evidencia de que los engaños de Satanás han perdido su poder; de que la vivificante influencia del Espíritu de Dios te está despertando. CC 64.1
No puede existir amor profundo por Jesús en el corazón que no comprende su propia pecaminosidad. El alma transformada por la gracia de Cristo admirará su carácter divino; pero si no vemos nuestra propia deformidad moral es prueba inequívoca de que no hemos llegado a ver la belleza y excelencia de Cristo. CC 65.1
Mientras menos cosas dignas de estima veamos en nosotros, más encontraremos que estimar en la pureza y santidad infinitas de nuestro Salvador. Una vislumbre de nuestra pecaminosidad nos puede guiar al Ser que nos puede perdonar; y cuando, compren-diendo nuestra impotencia, el alma busque a Cristo, él se revelará con poder. Cuanto más nos guíe nuestra necesidad hacia él y a la Palabra de Dios, tanto más elevada visión tendremos de su carácter y más plenamente reflejaremos su imagen. CC 65.2