El Camino A Cristo

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Capítulo 5 - Consagración

LA PROMESA de Dios es: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. 1 CC 42.1

Debemos entregar a Dios todo el corazón o, de otra manera, jamás se producirá en nosotros el cambio por el cual hemos de ser transformados a su semejanza. Por naturaleza estamos alienados de Dios. El Espíritu Santo describe nuestra condición en palabras como éstas: “Muertos en... delitos y pe-cados”, 2 “toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente... no hay en él cosa sana”. 3 Estamos atados fuertemente por los lazos de Satanás, “cautivos a voluntad de él”. 4 Dios desea sanamos, libertamos. Pero, puesto que esto requiere una transformación completa, la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a él enteramente. CC 42.2

La guerra contra el yo es la batalla más grande que jamás hayamos peleado. La rendición del yo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; pero para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios. CC 42.3

El gobierno de Dios no está fundado, como Satanás quiere hacerlo aparecer, en una sumisión ciega y en una reglamentación irracional. Al con-trario, apela al intelecto y la conciencia. “¡Venid, pues, y arguyamos juntos!” 5 es la invitación del Creador a todos los seres que ha formado. Dios no fuerza la voluntad de sus criaturas. Él no puede aceptar un homenaje que no se le dé voluntaria e inteligentemente. Una sumisión meramente forzada impediría todo desarrollo real de la mente o el carácter; haría del hombre un mero autómata. No es ése el propósito del Creador. Él desea que el hombre, la obra maestra de su poder creador, alcance el más alto desarrollo posible. Nos presenta la gloriosa altura a la cual quiere elevarnos mediante su gracia. Nos invita a entregarnos a él con el propósito de poder obrar su voluntad en nosotros. A nosotros nos toca elegir si queremos ser libres de la esclavitud del pecado para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. CC 42.4

Al consagramos a Dios, necesariamente debemos abandonar todo lo que nos separe de él. Por esto dice el Salvador: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. 6 Debemos abandonar todo lo que aleje el corazón de Dios. Mamón [el dios de las riquezas] es el ídolo de muchos. El amor al dinero y el deseo de riquezas son la cadena de oro que los tiene sujetos a Satanás. Otra clase adora la reputación y los honores del mundo. Una vida de comodidad egoísta, libre de responsabilidades, es el ídolo de otros. Pero deben romperse estos lazos de esclavitud. No podemos ser mitad del Señor y mitad del mundo. No somos hijos de Dios a menos que lo seamos enteramente. CC 43.1

Hay algunos que profesan servir a Dios y al mismo tiempo confían en sus propios esfuerzos para obedecer su ley, formar un carácter recto y asegurarse la salvación. Su corazón no es movido por una comprensión profunda del amor de Cristo, sino que tratan de ejecutar los deberes de la vida cristiana como lo que Dios requiere de ellos para ganar el cielo. Tal religión no vale nada. Cuando Cristo habite en el corazón, el alma estará tan llena de su amor, del gozo de la comunión con él, que se unirá a él y, contemplándolo, se olvidará de sí misma. El amor a Cristo será el móvil de la acción. Quienes sienten el constrictivo amor de Dios no preguntan cuánto es lo menos que pueden dar para satisfacer los reque-rimientos de Dios; no preguntan cuál es la más baja norma aceptada, sino que aspiran a una vida de perfecta conformidad con la voluntad de su Redentor. Con ardiente deseo entregan todo y manifiestan un interés proporcional al valor del objeto que buscan. Profesar pertenecer a Cristo sin sentir amor profundo es mera charlatanería, árido formalismo, gravosa y vil tarea. CC 44.1

¿Sientes que es un sacrificio demasiado grande dar todo a Cristo? Hazte a ti mismo la pregunta: “¿Qué ha dado Cristo por mí?” El Hijo de Dios dio todo por nuestra redención: la vida, el amor y los sufrimientos. Entonces, ¿puede ser posible que nosotros, indignos objetos de tan grande amor, re-husemos entregarle nuestro corazón? Cada momento de nuestra vida hemos sido participantes de las bendiciones de su gracia, y por esta misma razón no podemos damos cuenta plenamente de las profun-didades de ignorancia y miseria de las que hemos sido salvados. ¿Podemos mirar al Ser que traspasaron nuestros pecados y, sin embargo, continuar menospreciando todo su amor y sacrificio? Viendo la infinita humillación del Señor de gloria, ¿murmu-raremos porque no podemos entrar en la vida sino a costa de conflictos y humillación propia? CC 44.2

Muchos corazones orgullosos preguntan: “¿Por qué necesitamos arrepentimos y humillamos antes de poder tener la seguridad de que somos aceptados por Dios?” Te señalo a Cristo. En él no había pecado alguno y, más aún, era el Príncipe del cielo; pero por causa del hombre se hizo pecado para ofrecerle una salida. “Fue contado entre los transgresores. Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los transgresores”. 7 CC 45.1

Ahora bien, ¿qué abandonamos cuando damos todo? Un corazón corrompido para que Jesús lo puri-fique, para limpiarlo con su propia sangre y para sal-varlo con su amor incomparable. ¡Y sin embargo los hombres hallan difícil dejarlo todo! Me avergüenzo de oírlo decir y me avergüenzo de escribirlo. CC 45.2

Dios no nos pide que entreguemos algo de lo que es para nuestro mayor provecho retener. En todo lo que hace tiene en cuenta el bienestar de sus hijos. Ojalá que todos los que no han elegido seguir a Cristo puedan darse cuenta de que él tiene algo muchísimo mejor que ofrecerles que lo que están buscando por sí mismos. El hombre hace el mayor perjuicio e injusticia a su propia alma cuando piensa y obra de un modo contrario a la voluntad de Dios. Ningún gozo real puede haber en la senda prohibida por el Ser que conoce lo que es mejor y planifica para el bien de sus criaturas. La senda de la transgresión es la senda de la miseria y la destrucción. CC 45.3

Es un error dar cabida al pensamiento de que Dios se complace en ver sufrir a sus hijos. Todo el cielo está interesado en la felicidad del hombre. Nuestro Padre celestial no cierra las avenidas del gozo a ninguna de sus criaturas. Los requerimientos divinos nos llaman a rehuir todos los placeres que traen consigo sufrimiento y contratiempos, los cuales nos cerrarán la puerta de la felicidad y del cielo. El Redentor del mundo acepta a los hombres como son, con todas sus necesidades, imperfecciones y debilidades; y no sólo los limpiará de pecado y les concederá redención por medio de su sangre, sino que satisfará el anhelo de todos los que consienten en llevar su yugo, soportar su carga. Es su propósito impartir paz y descanso a todos los que acudan a él en busca del pan de vida. Sólo requiere de nosotros que cumplamos los deberes que guiarán nuestros pasos a las alturas de la felicidad, a las cuales los desobedientes nunca pueden llegar. La verdadera vida gozosa del alma es tener a Cristo, la esperanza de gloria, formado dentro de sí. CC 46.1

Muchos dicen: “¿Cómo me entregaré a Dios?” Deseas consagrarte a él pero eres moralmente débil, esclavizado a la duda y dominado por los hábitos de una vida de pecado. Tus promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de araña. No puedes gobernar tus pensamientos, impulsos y afectos. La conciencia de tus promesas no cumplidas y de tus votos quebrantados debilita tu confianza en tu propia sinceridad y te induce a sentir que Dios no puede aceptarte; pero no necesitas desesperar. Lo que necesitas entender es la verdadera fuerza de la voluntad. Este es el poder que gobierna en la natu-raleza del hombre: el poder de decidir o de elegir. Todo depende de la correcta acción de la voluntad. Dios ha dado a los hombres el poder de elegir; de-pende de ellos el ejercerlo. Tú no puedes cambiar tu corazón, ni por ti mismo dar sus afectos a Dios; pero puedes elegir servirle. Puedes darle tu voluntad; entonces él obrará en ti tanto el querer como el hacer de acuerdo con su voluntad. De ese modo tu naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo; tus afectos se centrarán en él y tus pensa-mientos se pondrán en armonía con él. CC 47.1

Desear ser bondadosos y santos es rectísimo en sí mismo; pero si sólo llegas hasta allí de nada te valdrá. Muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de entregar su voluntad a Dios. No eligen ser cristianos ahora. CC 47.2

Por medio del correcto ejercicio de la voluntad puede obrarse un cambio completo en tu vida. Al entregar tu voluntad a Cristo te unes al poder que está por encima de todos los principados y las potestades. Tendrás fuerza de lo alto para sostenerte firme, y rindiéndote así constantemente a Dios serás capacitado para vivir una vida nueva; más precisa-mente, la vida de la fe. CC 47.3