El Ministerio de Curación

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El cuidado de los infantes

La mayor parte de los males que acarrean miseria y ruina a la raza humana podrían evitarse, y el poder de luchar contra ellos descansa en sumo grado en los padres. No es una “misteriosa providencia” la que arrebata a los pequeñuelos. Dios no quiere su muerte. Los confía a los padres para que los eduquen a fin de que sean útiles en este mundo, y lleguen al cielo después. Si los padres y las madres hicieran lo posible para dar a sus hijos buena herencia, y luego, mediante una buena educación, se esforzaran por remediar cualquiera mala condición en que hubieran nacido, ¡qué cambio tan favorable se vería en el mundo! MC 294.3

Cuanto más tranquila y sencilla la vida del niño, más favorable será para su desarrolio físico e intelectual. La madre debería procurar siempre conservarse tranquila, serena y dueña de sí misma. Muchos pequeñuelos son en extremo susceptibles a la excitación nerviosa, y los modales suaves y apacibles de la madre ejercerán una influencia calmante de incalculable beneficio para el niño. MC 295.1

Los infantes requieren calor, pero se incurre muchas veces en el grave error de tenerlos en cuartos caldeados y faltos de aire puro. La costumbre de taparles la carita mientras duermen es perjudicial, pues entorpece la libre respiración. MC 295.2

Debe evitarse a la criatura toda influencia que tienda a debilitar o envenenar su organismo. Debe ejercerse el más escrupuloso cuidado para que cuanto la rodee sea agradable y limpio. Es necesario proteger al pequeñuelo de los cambios repentinos y excesivos de la temperatura; pero hay que cuidar de que cuando duerma o esté despierto, de día o de noche, respire aire puro y vigorizante. MC 295.3