El Ministerio de Curación

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Privilegio de los padres: educar a sus hijos

Dichosos los padres cuya vida es un reflejo fiel de la vida divina, de modo que las promesas y los mandamientos de Dios despierten en los hijos gratitud y reverencia; dichosos los padres cuya ternura, justicia y longanimidad interpreten fielmente para el niño el amor, la justicia y la paciencia de Dios; dichosos los padres que al enseñar a sus hijos a amarlos, a confiar en ellos y a obedecerles, les enseñen a amar a su Padre celestial, a confiar en él y a obedecerle. Los padres que hacen a sus hijos semejante dádiva los enriquecen con un tesoro más precioso que los tesoros de todas las edades, un tesoro tan duradero como la eternidad. MC 291.2

En los hijos confiados a su cuidado, toda madre tiene un santo ministerio recibido de Dios. El le dice: “Toma a este hijo, a esta hija; edúcamelo; fórmale un carácter pulido, labrado para el edificio del templo, para que pueda resplandecer eternamente en las mansiones del Señor.” MC 291.3

A la madre le parece muchas veces que su tarea es un servicio sin importancia, un trabajo que rara vez se aprecia. Las demás personas se dan escasa cuenta de sus muchos cuidados y responsabilidades. Pasa sus días ocupada en un sinnúmero de pequeños deberes que requieren esfuerzo, dominio propio, tacto, sabiduría y amor abnegado; y, sin embargo, no puede jactarse de lo que ha hecho como si fuese una hazaña. Sólo ha hecho marchar suavemente la rutina de la casa. A menudo, cansada y perpleja, ha procurado hablar bondadosamente con los niños, tenerlos ocupados y contentos, y guiar sus piececitos por el camino recto. Le parece que no ha hecho nada. Pero no es así. Los ángeles celestiales observan a la madre apesadumbrada, y anotan las cargas que lleva día tras día. Su nombre puede ser desconocido para el mundo, pero está escrito en el libro de vida del Cordero. MC 291.4