El Hogar Cristiano

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Capítulo 12—La compatibilidad

Adaptados el uno al otro—En muchas familias no existe aquella cortesía cristiana, aquella urbanidad verdadera, deferencia y respeto de unos hacia otros que habrían de preparar a sus miembros para casarse y formar familias felices. En lugar de paciencia, bondad, tierna cortesía, así como simpatía y amor cristianos, se notan palabras mordaces, ideas que contrarían y un espíritu de crítica y dictadura.1 HC 70.1

Muchas veces ocurre que antes de casarse las personas tienen poca oportunidad de familiarizarse con sus mutuos temperamentos y costumbres; y en cuanto a la vida diaria, cuando unen sus intereses ante el altar, casi no se conocen. Muchos descubren demasiado tarde que no se adaptan el uno al otro, y el resultado de su unión es una vida miserable. Muchas veces sufren la esposa y los niños a causa de la indolencia, la incapacidad o las costumbres viciosas del marido y padre.2 HC 70.2

Hoy está el mundo lleno de miseria y pecado a consecuencia de los matrimonios mal concertados. En muchos casos se requiere sólo pocos meses para que el esposo o la esposa se percate de que sus temperamentos nunca podrán armonizar, y el resultado es que reina en el hogar la discordia, cuando sólo deberían existir el amor y la armonía del cielo. HC 70.3

Las discusiones por asuntos triviales cultivan un espíritu amargo. Los francos desacuerdos y los altercados causan indescriptible desgracia en el hogar, y apartan a los que deberían estar unidos por los lazos del amor. Miles se han sacrificado a sí mismos, en alma y cuerpo, por causa de matrimonios imprudentes, y han descendido por la senda de la perdición.3 HC 70.4

Divergencias perpetuas en un hogar dividido—La felicidad y prosperidad de la vida matrimonial dependen de la unidad de los cónyuges. ¿Cómo puede armonizar el ánimo carnal con el ánimo que se ha asimilado el sentir de Cristo? El uno siembra para la carne, piensa y obra de acuerdo con los impulsos de su corazón; el otro siembra para el Espíritu, tratando de reprimir el egoísmo, vencer la inclinación propia y vivir en obediencia al Maestro, cuyo siervo profesa ser. Así que hay una perpetua diferencia de gusto, inclinación y propósito. A menos que el creyente gane al impenitente por su firme adhesión a los principios cristianos, lo más común es que se desaliente y venda esos principios por la compañía de una persona que no está relacionada con el Cielo.4 HC 71.1

Casamientos arruinados por la incompatibilidad—Muchos casamientos no pueden sino producir desgracia; y sin embargo el ánimo de los jóvenes los induce a contraerlos porque Satanás los inclina a ello, haciéndoles creer que deben casarse para ser felices, cuando no son capaces de dirigirse a sí mismos ni sostener una familia. Los que no están dispuestos a adaptarse el uno al otro en sus disposiciones, para evitar las divergencias y contiendas desagradables, no debieran dar aquel paso. Pero ésta es una de las trampas seductoras de los postreros días, en las que miles quedan arruinados para esta vida y la venidera.5 HC 71.2

Consecuencias del amor ciego—Toda facultad de los que son afectados por esta enfermedad contagiosa: el amor ciego, queda sometida a ella. Parecen desprovistos de buen sentido, y su conducta repugna a quienes la contemplan. ... En muchos casos, la enfermedad hace crisis con un casamiento prematuro, y una vez pasada la novedad y disipado el poder hechicero del galanteo, una de las partes o ambas se despiertan y comprenden la situación verdadera. Se reconocen entonces mal apareados, pero unidos para toda la vida. Ligados el uno con el otro por los votos más solemnes, consideran con desaliento la vida miserable que les tocará llevar. Debieran entonces sacar el mejor partido posible de su situación, pero muchos no obran así. O faltan a sus votos matrimoniales o amargan de tal manera el yugo que insistieron en colocar sobre su propia cerviz que no pocos acaban cobardemente con su existencia.6 HC 71.3

De allí en adelante ambos esposos debieran dedicarse a estudiar la manera de evitar todo lo que pudiera causar contienda o inducirlos a violar sus votos matrimoniales.7 HC 72.1

La experiencia ajena alecciona—El Sr. A. está dotado de una naturaleza que Satanás emplea como instrumento con éxito asombroso. Se trata de un caso que debiera enseñar una lección a los jóvenes acerca del matrimonio. Su esposa se guió por los sentimientos e impulsos, no por la razón y el juicio, al elegir cónyuge. ¿Fué su casamiento el resultado de un amor verdadero? No, de ningún modo. Fué resultado del impulso, de la pasión ciega, no santificada. Ni el uno ni el otro estaban preparados para las responsabilidades de la vida matrimonial. Cuando la novedad del nuevo estado se disipó y cada uno conoció al otro, ¿llegó su amor a ser más fuerte, su afecto más profundo, y se fusionaron sus vidas en hermosa armonía? Sucedió precisamente lo opuesto. Los peores rasgos de su carácter se intensificaron con el ejercicio; y en vez de estar henchida de felicidad, su vida matrimonial rebosó de aflicción.8 HC 72.2

Durante años, he venido recibiendo cartas de diferentes personas que habían contraído matrimonios infortunados, y las historias repugnantes que me fueron presentadas bastan para hacer doler el corazón. No es ciertamente cosa fácil decidir qué clase de consejos se puede dar a estas personas desdichadas, ni cómo se podría aliviar su condición, pero por lo menos su triste suerte debe servir de advertencia para otros.9 HC 72.3