El Hogar Cristiano

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Capítulo 62—Debe practicarse la economía

“Recoged los pedazos”—Cristo dió una vez a sus discípulos una lección de economía que merece cuidadosa atención. Realizó un milagro para alimentar a los millares de hambrientos que habían escuchado sus enseñanzas. Sin embargo, después que todos hubieron comido y quedado saciados, no permitió que se perdiesen los pedazos. El que podía, cuando ella lo necesitaba, alimentar a la vasta multitud por su poder divino, invitó a sus discípulos a recoger los pedazos, a fin de que nada se perdiese. Esta lección fué dada tanto para nuestro beneficio como para el de aquellos que vivían en tiempo de Cristo. El Hijo de Dios se preocupaba por las necesidades de la vida temporal. No descuidó los fragmentos rotos sobrantes del festín, aunque podía ofrecer otro igual cuando quisiera.1 HC 346.1

Las lecciones de Jesucristo deben introducirse en toda fase de la vida práctica. Debe practicarse la economía en todo. Recójanse los pedazos, para que nada se pierda. Existe una religión que no toca el corazón y llega por lo tanto a consistir en formular palabras. No se la introduce en la vida práctica. Deben entremezclarse el deber religioso y la más elevada prudencia humana en las actividades comerciales.2 HC 346.2

Sigamos a Cristo en la abnegación—A fin de familiarizarse con los chascos, pruebas y tristezas que afectan a los seres humanos, Cristo descendió a las más bajas profundidades de la desgracia y la humillación. Recorrió la senda que él pide a sus seguidores que recorran. Les dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame.” Pero los que profesan ser cristianos no están siempre dispuestos a practicar la abnegación que el Salvador requiere. No están dispuestos a limitar sus deseos a fin de tener más recursos que dar al Señor. Uno dice: “Mi familia tiene gustos dispendiosos, y me cuesta mucho sostenerla.” Esto demuestra que tanto él como su familia necesitan aprender las lecciones de economía enseñadas por la vida de Cristo. ... HC 346.3

A todos llega la tentación de satisfacer deseos egoístas y exorbitantes, pero recordemos que el Señor de la vida y la gloria vino a este mundo para enseñar a la humanidad la lección de la abnegación.3 HC 347.1

Los que no viven para sí no dedicarán cada peso a satisfacer sus necesidades imaginarias ni a proveerse de comodidades, sino que recordarán que están sirviendo a Cristo y que otros necesitan también comida y ropa.4 HC 347.2

Economicemos para ayudar a la causa de Dios—Mucho podría decirse a los jóvenes acerca del privilegio de ayudar a la causa de Dios aprendiendo lecciones de economía y abnegación. Muchos piensan que deben darse este o aquel otro gusto, y para hacerlo se acostumbran a vivir de un modo que consume todas sus entradas. Dios quiere que obremos mejor al respecto. HC 347.3

Pecamos contra nosotros mismos cuando nos quedamos satisfechos con tener lo suficiente para comer, beber y vestirnos. Dios nos presenta algo más elevado que esto. Cuando estemos dispuestos a hacer a un lado nuestros deseos egoístas y dediquemos las facultades del corazón y de la mente a trabajar en la causa de Dios, los agentes celestiales cooperarán con nosotros y nos harán una bendición para la humanidad. HC 347.4

Aunque sea pobre, el joven laborioso y económico puede ahorrar un poco para la causa de Dios.5 HC 347.5

Cuando nos tientan los gastos inútiles—Cuando nos vemos tentados a gastar dinero en baratijas, debemos recordar la abnegación de Cristo y su sacrificio propio para salvar al hombre caído. Debemos enseñar a nuestros hijos a practicar la abnegación y el dominio propio. La razón por la cual tantos pastores se ven frente a momentos difíciles en asuntos financieros estriba en que no limitan sus gustos, apetitos e inclinaciones. El motivo por el cual tantos hombres hacen bancarrota y se apoderan con improbidad de recursos ajenos reside en que procuran satisfacer los gustos dispendiosos de sus esposas e hijos. ¡Con cuánto cuidado debieran los padres y las madres enseñar economía a sus hijos por el precepto y el ejemplo!6 HC 347.6

¡Ojalá pudiera hacer comprender a cada uno cuán grave es el pecado de malgastar el dinero del Señor en necesidades imaginarias! El expendio de sumas que parecen pequeñas puede iniciar una cadena de circunstancias que llegará hasta la eternidad. Cuando sesione el juicio y los libros sean abiertos, se os revelará el lado de las pérdidas: el bien que podríais haber hecho con las blancas acumuladas y las sumas mayores que gastasteis en fines totalmente egoístas.7 HC 348.1

Cuidemos los centavos—No gastéis vuestros centavos ni vuestros pesos en comprar cosas innecesarias. Tal vez penséis que estas sumas pequeñas no representan mucho, pero estas muchas pequeñeces resultarán en un ingente total. Si pudiéramos, solicitaríamos los recursos que se gastan en cosas inútiles, en vestidos y satisfacciones egoístas. Por todos lados y en toda forma nos rodea la pobreza, y Dios nos ha impuesto el deber de aliviar de toda manera posible a la humanidad que sufre. HC 348.2

El Señor quiere que sus hijos se preocupen y sean serviciales. Quiere que estudien cómo pueden economizar en todo y no malgastar cosa alguna.8 HC 348.3

Parece muy pequeña la suma que se gasta diariamente en cosas inútiles pensando: “No son más que unos centavos;” pero multiplíquense esas menudas cantidades por los días del año, y con el transcurso del tiempo las cifras parecerán casi increíbles.9 HC 348.4

No compitamos con los vecinos—No es lo mejor tratar de aparentar que somos ricos o superiores a lo que somos, a saber sencillos discípulos del manso y humilde Salvador. No debe perturbarnos el que nuestros vecinos construyan y amueblen sus casas de una manera que no estamos autorizados a seguir. ¡Cómo debe mirar Jesús la forma en que proveemos egoístamente para satisfacer nuestros apetitos e inclinaciones, o para agradar a nuestros huéspedes! Viene a ser un lazo para nosotros el ceder al deseo de ostentación, o permitir que lo hagan los hijos que están bajo nuestra dirección.10 HC 349.1

Experiencia personal de la Sra. de White en la niñez—Cuando tenía sólo doce años, ya sabía lo que era economizar. Con mi hermana, aprendí un oficio, y aunque sólo ganábamos veinticinco centavos por día, ahorrábamos un poco de esta suma para darlo a las misiones. Economizamos poco a poco hasta tener treinta dólares. Luego, cuando oímos el mensaje de la pronta venida del Señor, y un pedido de recursos, así como de hombres, fué para mí un privilegio entregar los treinta dólares a mi padre y pedirle que los invirtiera en folletos y otros impresos para comunicar el mensaje a los que estaban en tinieblas. ... HC 349.2

Con el dinero ganado en nuestro oficio, mi hermana y yo nos vestíamos. Entregábamos nuestro dinero a mamá, diciéndole: “Haz la compra de manera que, después de pagar por nuestra ropa, quede algo para la obra misionera.” Y así lo hacía ella, con lo que estimulaba en nosotras el espíritu misionero.11 HC 349.3

Economicemos por principio—Aquellos cuyas manos están abiertas para responder a los pedidos de recursos con que sostener la causa de Dios y aliviar a los dolientes y menesterosos no se cuentan entre los que son flojos y morosos en el manejo de sus negocios. Tienen siempre cuidado de que sus salidas queden cubiertas por sus entradas. Son ahorrativos por principio; consideran que es su deber economizar, a fin de tener algo que dar.12 HC 349.4