El Hogar Cristiano

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Capítulo 33—Promesas de dirección divina

¡Cuán dulce es tener un Amigo divino!—Vuestro compasivo Redentor os observa con amor y simpatía, listo para oír vuestras oraciones y prestaros la ayuda que necesitáis. Conoce las cargas que pesan sobre el corazón de cada madre y es su mejor amigo en toda emergencia. Sus brazos eternos sostienen a la madre fiel y temerosa de Dios. Cuando estuvo en la tierra tuvo una madre que luchó con la pobreza y sufrió muchas ansiedades y perplejidades, así que él simpatiza con toda madre cristiana en sus congojas y ansiedades. Aquel Salvador que emprendió un largo viaje con el propósito de aliviar el corazón ansioso de una mujer cuya hija era poseída de un mal espíritu, oirá las oraciones de la madre y bendecirá a sus hijos. HC 183.1

El que devolvió a la viuda su único hijo cuando era llevado a la sepultura se conmueve hoy ante la desgracia de la madre enlutada. El que derramó lágrimas de simpatía ante la tumba de Lázaro y devolvió a Marta y María su hermano sepultado; el que perdonó a María Magdalena; el que recordó a su madre mientras pendía de la cruz en su agonía; el que se apareció a las mujeres que lloraban y las hizo mensajeras suyas para difundir las primeras y gratas noticias de un Salvador resucitado, es hoy el mejor Amigo de la mujer y está dispuesto a ayudarle en todas las relaciones de la vida.1 HC 183.2

No hay obra que pueda igualarse a la de la madre cristiana. Esta asume su obra con el sentido de lo que significa criar a sus hijos en la disciplina y admonición del Señor. ¡Cuán a menudo le parecerá su carga más pesada de lo que puede llevar; y cuán precioso será entonces el privilegio de llevarlo todo en oración al Salvador que simpatiza con ella! Puede echar su carga a sus pies y hallar en su presencia una fuerza que la sostendrá y le dará aliento, esperanza, valor y sabiduría en las horas más penosas. ¡Cuán dulce es para la madre agobiada saber que tiene un amigo tal en todas sus dificultades! Si las madres fueran a Cristo con más frecuencia y confiaran más plenamente en él, sus cargas serían más ligeras, y hallarían descanso para sus almas.2 HC 183.3

El Dios del cielo oye vuestras oraciones—Sin la ayuda divina no podéis criar a vuestros hijos como debierais hacerlo; porque la naturaleza caída de Adán lucha siempre por predominar. Debe prepararse el corazón para los principios de la verdad, a fin de que se arraiguen en el alma y hallen sustento en la vida.3 HC 184.1

Los padres pueden entender que al seguir las instrucciones de Dios en la educación de sus hijos, recibirán ayuda de lo alto. Serán muy beneficiados; porque mientras enseñen, aprenderán. Sus hijos alcanzarán victorias por el conocimiento que adquirieron al seguir el camino del Señor. Quedan habilitados para vencer las tendencias al mal, sean naturales o hereditarias.4 HC 184.2

Padres, ¿estáis obrando con energía incansable en favor de vuestros hijos? El Dios del cielo nota vuestra solicitud, vuestra labor ferviente, vuestra vigilancia constante. Oye vuestras oraciones. Con paciencia y ternura, educad a vuestros hijos para el Señor. Todo el cielo se interesa en vuestra obra.... Dios se unirá a vosotros y coronará de éxito vuestros esfuerzos.5 HC 184.3

Mientras tratéis de hacerles claras las verdades de la salvación y los conduzcáis a Cristo como Salvador personal, los ángeles estarán a vuestro lado. El Señor dará gracia a los padres y las madres para que puedan interesar a sus pequeñuelos en la preciosa historia del niño de Belén, quien es en verdad la esperanza del mundo.6 HC 184.4

Pedid y recibiréis—En su importante obra, los padres deben pedir y recibir ayuda divina. Aun cuando el carácter, los hábitos y las prácticas de los padres se hayan fundido en un molde inferior, si las lecciones que se les dieron en la infancia y la juventud han desarrollado en ellos un carácter deficiente, no necesitan desesperar. El poder de Dios puede transformar las tendencias heredadas y cultivadas; porque la religión de Jesús eleva. “Nacer otra vez” significa una transformación, un nuevo nacimiento en Cristo Jesús.7 HC 185.1

Instruyamos a nuestros hijos en las enseñanzas de la Palabra. Si le invocáis, el Señor os responderá. Dirá: Aquí estoy; ¿qué quieres que haga por ti? El cielo está vinculado con la tierra a fin de que cada alma pueda ser capacitada para cumplir su misión. El Señor ama a esos hijos. Quiere que se críen comprendiendo su alta vocación.8 HC 185.2

El Espíritu Santo os guiará—La madre debe sentir la necesidad de la dirección del Espíritu Santo, sentir que ella misma debe experimentar verdadera sumisión a los caminos y a la voluntad de Dios. Entonces, por la gracia de Cristo, puede ser una maestra sabia, bondadosa y amante.9 HC 185.3

Cristo ha tomado toda medida necesaria para que cada padre y madre que quiera ser dirigido por el Espíritu Santo reciba fuerza y gracia para enseñar en el hogar. Esta educación y disciplina en el hogar ejercerán una influencia modeladora.10 HC 185.4

El poder divino se unirá al esfuerzo humano—Sin el esfuerzo humano, resulta vano el esfuerzo divino. Dios obrará con poder cuando, dependiendo confiadamente de él, los padres se despierten y vean la responsabilidad sagrada que descansa sobre ellos y procuren educar correctamente a sus hijos. Cooperará con los padres que con cuidado y oración enseñen a sus hijos y labren su propia salvación y la de ellos. Obrará en ellos el querer y el hacer según su propio beneplácito.11 HC 185.5

El esfuerzo humano solo no ayudará a vuestros hijos a perfeccionar un carácter para el cielo; pero con la ayuda divina se puede realizar una obra grandiosa y santa.12 HC 186.1

Cuando asumís vuestros deberes como padres con la fuerza de Dios, con la firme resolución de no cejar jamás en vuestros esfuerzos y de no abandonar vuestro puesto del deber en la lucha por hacer de vuestros hijos lo que Dios quiere que sean, entonces Dios os mira desde lo alto con aprobación. Sabe que estáis haciendo lo mejor que podéis, y aumentará vuestra fuerza. Hará él mismo la parte de la obra que el padre o la madre no puede hacer; cooperará con los esfuerzos sabios, pacientes y bien dirigidos de la madre que teme a Dios. Padres, Dios no se propone hacer la obra que él dejó para que vosotros la hagáis en el hogar. No debéis entregaros a la indolencia ni ser siervos perezosos, si queréis que vuestros hijos se salven de los peligros que los rodean en el mundo.13 HC 186.2

En las pruebas aferraos a Jesús—Padres, aprovechad los rayos de luz divina que brillan sobre vuestra senda. Andad en la luz como Cristo está en la luz. Cuando emprendáis la obra de salvar a vuestros hijos y de conservar vuestra posición en el camino de santidad, se presentarán las pruebas más gravosas. Pero no perdáis vuestra confianza. Aferráos a Jesús. El dice: “¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí, haga paz conmigo.” Sobrevendrán dificultades. Arrostraréis obstáculos. Mirad constantemente a Jesús. Al ocurrir una emergencia, preguntad: Señor, ¿qué debo hacer ahora?14 HC 186.3

Cuanto más arrecie la batalla, tanto más necesitan [los padres] la ayuda de su Padre celestial, y tanto más notable será la victoria que obtengan.15 HC 186.4

Luego obrad con fe—Con paciencia y amor, como fieles administradores de la múltiple gracia de Cristo, deben los padres hacer la obra que les ha sido señalada. Se espera de ellos que sean hallados fieles. Todo debe hacerse con fe. Han de rogar constantemente a Dios que comunique su gracia a los hijos a quienes están criando. Nunca deben cansarse en su obra, ni ser impacientes o inquietos. Deben aferrarse a sus hijos y a Dios. Si los padres obran con paciencia y amor, esforzándose fervorosamente por ayudar a sus hijos a alcanzar la más alta norma de pureza y modestia, tendrán éxito.16 HC 186.5