La Educación

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Capítulo 8—El maestro enviado por Dios

“Considerad a aquel”. Hebreos 12:3.

Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”1. ED 67.1

En el Maestro enviado por Dios, el cielo dio a los seres humanos lo mejor y lo más grande que tenía. Aquel que había estado en los consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad el conocimiento de Dios. ED 67.2

Por medio de Cristo había sido transmitido cada rayo de luz divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él fue quien habló por medio de todo aquel que en el transcurso de los siglos declaró la palabra de Dios al hombre. Todas las excelencias manifestadas en las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos. La pureza y la bondad de José, la fe, la mansedumbre y la tolerancia de Moisés, la firmeza de Eliseo, la noble integridad y la firmeza de Daniel, el ardor y la abnegación de Pablo, el poder mental y espiritual manifestado en todos estos hombres, y en todos los demás que alguna vez vivieron en la tierra, no eran más que destellos del esplendor de su gloria. En él se hallaba el ideal perfecto. ED 67.3

Cristo vino al mundo para revelar este ideal como el único y verdadero blanco de nuestros esfuerzos; para mostrar lo que todo ser humano debe ser; lo que llegarían a ser por medio de la morada de la divinidad en la humanidad todos los que lo recibieran. Vino a mostrar de qué manera han de ser educados los hombres como conviene a hijos de Dios; cómo tienen que practicar en la tierra los principios, y vivir la vida del cielo. ED 68.1

El mayor don de Dios se otorgó para responder a la mayor necesidad del hombre. La luz apareció cuando la oscuridad del mundo era más intensa. Hacía mucho que, a causa de las enseñanzas falsas, las mentes de los hombres habían sido apartadas de Dios. En los sistemas predominantes de educación, la filosofía humana había sustituido a la revelación divina. En vez de la norma de verdad dada por el cielo, los hombres habían aceptado una norma de su propia invención. Se habían apartado de la Luz de la vida, para andar a la luz del fuego que ellos mismos habían encendido. ED 68.2

Después de separarse de Dios, y siendo su única confianza el poder humano, su fuerza se había convertido en debilidad. Ni siquiera eran capaces de alcanzar la norma establecida por ellos mismos. La falta de verdadera excelencia era suplida por la apariencia y la mera profesión de fe. La apariencia reemplazaba a la realidad. ED 68.3

De vez en cuando se levantaban maestros que dirigían la atención de los hombres a la Fuente de la verdad. Se enunciaban principios rectos y había vidas humanas que daban testimonio de su poder. Pero estos esfuerzos no hacían impresión duradera. Se producía una breve represión de la corriente del mal, pero no se detenía su curso descendente. Los reformadores eran como luces que brillaban en la oscuridad, pero no la podían disipar. El mundo amaba “más las tinieblas que la luz”2. ED 68.4

Cuando Cristo vino a la tierra, la humanidad parecía muy próxima a llegar a su más bajo nivel. El mismo cimiento de la sociedad estaba minado. La vida había llegado a ser falsa y artificial. Los judíos, destituidos del poder de la Palabra de Dios, daban al mundo tradiciones y especulaciones que adormecían la mente y el alma. El culto de Dios “en espíritu y en verdad” había sido suplantado por la glorificación del hombre en una ronda interminable de ceremonias creadas por este. En el mundo, todos los sistemas religiosos perdían su influencia sobre la mente y el alma. Hartos de fábulas y mentiras, y deseosos de ahogar su pensamiento, los hombres se volvieron hacia la incredulidad y el materialismo. Al excluir de sus cálculos la eternidad, vivían para el presente. ED 68.5

A medida que dejaban de reconocer al Ser divino, dejaban de tener consideración por el ser humano. La verdad, el honor, la integridad, la confianza, la compasión, iban abandonando la tierra. La avaricia implacable y la ambición absorbente creaban una desconfianza universal. La idea del deber, de las obligaciones de la fuerza hacia la debilidad, de la dignidad y los derechos humanos, era desechada como sueño o fábula. Al pueblo común se lo consideraba como bestias de carga, como instrumentos o escalones para lograr lo que se ambicionaba. Se buscaban como el mayor bien la riqueza, el poder, la comodidad y los placeres. La degeneración física, el sopor mental y la muerte espiritual eran las características de la época. ED 69.1

A medida que las pasiones y los propósitos malos de los hombres eliminaban a Dios de sus pensamientos, ese olvido los inclinaba cada vez con más fuerza hacia el mal. El corazón que amaba el pecado vestía con sus atributos a Dios, y este concepto fortalecía el poder del pecado. Decididos a complacerse a sí mismos, los hombres llegaron a considerar a Dios como semejante a ellos, es decir, como un Ser cuya meta era la glorificación del yo, cuyas exigencias respondían a su propio placer; un Ser que elevaba o abatía a los seres humanos según estos contribuyeran a la realización de su propósito egoísta, o lo obstruyesen. Las clases más bajas consideraban que el Ser supremo difería poco de sus opresores, a excepción de que los sobrepujaba en poder. Estas ideas le daban su molde a toda manifestación religiosa. Cada una de ellas era un sistema de extorsión. Los adoradores trataban de congraciarse con la Deidad por medio de ofrendas y ceremonias, con el fin de asegurarse su favor para el logro de sus propios fines. Una religión que no ejercía poder sobre el corazón ni la conciencia, se reducía a una serie de ceremonias, de las cuales el hombre se cansaba y deseaba liberarse, a no ser por las ventajas que podía ofrecer. De ese modo el mal al no ser refrenado aumentaba, mientras disminuían el aprecio del bien y el deseo de practicarlo. Los hombres perdieron la imagen de Dios y recibieron el sello del poder demoniaco que los dominaba. Todo el mundo se iba convirtiendo en un sumidero de corrupción. ED 69.2

Únicamente había una esperanza para la especie humana, y esta era que se pusiera nueva levadura en esa masa de elementos discordantes y corruptos; que se introdujera en la humanidad el poder de una vida nueva; que se restaurara en el mundo el conocimiento de Dios. ED 70.1

Cristo vino para restaurar ese conocimiento. Vino para poner a un lado la enseñanza falsa mediante la cual los que decían conocer a Dios lo habían desfigurado. Vino a manifestar la naturaleza de su ley, a revelar en su carácter la belleza de la santidad. ED 70.2

Cristo vino al mundo con el amor acumulado de toda la eternidad. Al eliminar las exigencias que hacían gravosa la ley de Dios, demostró que es una ley de amor, una expresión de la bondad divina. Demostró que la obediencia a sus principios entraña la felicidad de la humanidad, y con ella la estabilidad, el mismo cimiento y la estructura de la sociedad. ED 70.3

Lejos de contener requisitos arbitrarios, la ley de Dios se da a los hombres como cerco o escudo. El que acepta sus principios es preservado del mal. La fidelidad a Dios entraña fidelidad al hombre. De ese modo la ley protege los derechos y la individualidad de todo ser humano. Prohíbe al superior oprimir, y al subalterno desobedecer. Asegura el bienestar del hombre, tanto para este mundo como para el venidero. Para el obediente es la garantía de la vida eterna, porque expresa los principios que permanecen para siempre. ED 70.4

Cristo vino a demostrar el valor de los principios divinos por medio de la revelación de su poder para regenerar a la especie humana. Vino a ,enseñar cómo se deben desarrollar y aplicar esos principios. ED 70.5

Para el pueblo de esa época, el valor de todo lo determinaba la apariencia exterior. Al perder su poder, la religión había aumentado su pompa. Los educadores de la época trataban de imponer respeto por medio de la ostentación y el fausto. Comparada con todo esto, la vida de Cristo establecía un marcado contraste. Ponía en evidencia la falta de valor de las cosas que los hombres consideraban como esenciales para la vida. Al nacer en el ambiente más tosco, al compartir un hogar y una vida humildes y la ocupación de un artesano, al vivir una vida sin deseos de fama e identificarse con los trabajadores ignorados por el mundo, Jesús siguió el plan divino relativo a la educación. No buscó las escuelas de su tiempo, que magnificaban las cosas pequeñas y empequeñecían las grandes. Obtuvo su educación directamente de las fuentes indicadas por el cielo, del trabajo útil, del estudio de las Escrituras y la naturaleza, y de las vicisitudes de la vida, que constituyen los libros de texto de Dios, llenos de instrucción para todos los que los buscan con manos dispuestas, ojos abiertos y corazón comprensivo. ED 70.6

“Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él”3. ED 71.1

Preparado de esta manera, salió para cumplir su misión, y en todo momento que estuvo en relación con los hombres ejerció sobre ellos una influencia para bendecir, y un poder para transformar que el mundo no había conocido nunca. ED 71.2

El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender a la humanidad. Solo por la compasión, la fe y el amor, pueden ser alcanzados y elevados los seres humanos. En esto Cristo se revela como el Maestro de los maestros: de todos los que alguna vez vivieran en la tierra, solamente él posee una perfecta comprensión del alma humana. ED 71.3

“No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”4. ED 71.4

“Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”5. ED 71.5

Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobrevienen a los seres humanos. Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro la carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo. Nunca hubo otro cuya misericordia fuera tan abarcante y tierna. Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana, no solamente podía condolerse de todo el que estuviera abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él. ED 71.6

Practicaba lo que enseñaba. “Porque ejemplo os he dado dijo a los discípulos, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. “Así como yo he guardado los mandamientos de mi padre”6. Así, las palabras de Cristo tuvieron en su vida una ilustración y un apoyo perfectos. Y más aún, él era lo que enseñaba. Sus palabras no solo eran la expresión de la experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter. No solamente enseñó la verdad; él era la verdad. Eso fue lo que dio poder a su enseñanza. ED 71.7

Cristo reprendía fielmente. Nunca vivió otro que odiara tanto el mal, ni cuyas acusaciones fueran tan terribles. Su misma presencia era un reproche para todo lo falso y lo bajo. A la luz de su pureza, los hombres veían que eran impuros, y que el propósito de su vida era despreciable y falso. Sin embargo, él los atraía. El que había creado al hombre, apreciaba el valor de la humanidad. Delataba el mal como enemigo de aquellos a quienes trataba de bendecir y salvar. En todo ser humano, sin importar el nivel al cual hubiera caído, veía a un hijo de Dios, que podía recobrar el privilegio de su relación divina. ED 71.8

“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”7. Al contemplar a los hombres sumidos en el sufrimiento y la degradación, Cristo percibió que, donde nada más se veía desesperación y ruina, había motivos de esperanza. Dondequiera existiera una sensación de necesidad, él veía una oportunidad de restauración. Respondía a las almas tentadas, derrotadas, que se sentían perdidas, a punto de perecer, no con acusación, sino con bendición. ED 72.1

Las bienaventuranzas constituyeron su saludo para toda la familia humana. Al contemplar la gran multitud reunida para escuchar el Sermón del Monte, pareció olvidar por el momento que no se hallaba en el cielo, y usó el saludo familiar del mundo de la luz. De sus labios brotaron bendiciones como de un manantial por largo tiempo obstruido. ED 72.2

Apartándose de los ambiciosos y engreídos favoritos de este mundo, declaró que serían bendecidos los que, aunque fuera grande su necesidad, recibieran su luz y su amor. Tendió sus brazos a los pobres en espíritu, afligidos, perseguidos, diciendo: “Venid a mí [...] y yo os haré descansar”8. ED 72.3

En todo ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transformados por su gracia, en “la luz de Jehová nuestro Dios”9. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo. En su presencia, las almas despreciadas y caídas se percataban de que todavía eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración. En más de un corazón que parecía muerto a todas las cosas santas, se despertaron nuevos impulsos. A más de un desesperado se presentó la posibilidad de una nueva vida. ED 72.4

Cristo ligaba a los hombres a su corazón con lazos de amor y devoción, y con los mismos lazos los ligaba a sus semejantes. Con él, el amor era vida y la vida servicio. “De gracia recibisteis dijo, dad de gracia”10. ED 72.5

No tan solo en la cruz se sacrificó Cristo por la humanidad. Cuando “anduvo haciendo bienes”11 su experiencia cotidiana era un derramamiento de su vida. Únicamente de un modo se podía sostener semejante vida. Jesús vivió dependiendo de Dios y de su comunión con él. Los hombres acuden de vez en cuando al lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente; permanecen allí un tiempo, y el resultado se manifiesta en acciones nobles; luego falla su fe, se interrumpe la comunión con Dios, y se echa a perder la obra de la vida. Pero la vida de Jesús era una vida de confianza constante, sostenida por una comunión continua, y su servicio para el cielo y la tierra fue sin fracaso ni vacilación. ED 72.6

Como hombre, suplicaba ante el trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente celestial que unía la humanidad con la Divinidad. Recibía vida de Dios, y la impartía a los hombres. ED 73.1

“¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”12 Esto se habría aplicado a Cristo aun cuando hubiera enseñado únicamente en cuanto a lo físico y lo intelectual o en materias de teoría y especulación. Podría haber revelado misterios cuya comprensión ha requerido siglos de trabajo y estudio. Podría haber hecho sugerencias en ramos científicos que, hasta el fin del tiempo, hubieran proporcionado material para el pensamiento y estímulo a la inventiva. Pero no lo hizo. Nada dijo para satisfacer la curiosidad o estimular la ambición egoísta. No se ocupó de teorías abstractas, sino de lo que es indispensable para el desarrollo del carácter; de lo que amplía la aptitud del hombre para conocer a Dios y aumenta su poder para hacer el bien. Habló de las verdades que se refieren a la conducta de la vida, y que unen al hombre con la eternidad. ED 73.2

En vez de guiar al pueblo a estudiar las teorías humanas en cuanto a Dios, a su Palabra, o a sus obras, le enseñó a contemplarlo según se manifiesta en sus obras, en su Palabra y por medio de sus providencias. Puso sus mentes en contacto con la mente del Ser Infinito. ED 73.3

“Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad”13. Nunca antes habló otro que tuviera tal poder para despertar el pensamiento, encender la aspiración y suscitar cada aptitud del cuerpo, la mente y el alma. ED 73.4

La enseñanza de Cristo, lo mismo que su amor, abarcaba el mundo. Nunca podrá haber una circunstancia de la vida, una crisis de la experiencia humana que no haya sido prevista en su enseñanza, y para la cual no tengan una lección sus principios. Las palabras del Príncipe de los maestros serán una guía para sus colaboradores, hasta el fin. ED 73.5

Para él eran uno el presente y el futuro, lo cercano y lo lejano. Tenía en vista las necesidades de toda la humanidad. Ante su mente estaban desplegadas todas las escenas de esfuerzo y progreso humanos, de tentación y conflicto, de perplejidad y peligro. Conocía todos los corazones, todos los hogares, todos los placeres, los gozos y las aspiraciones. ED 74.1

No solo hablaba para toda la humanidad, sino a ella misma. Su mensaje alcanzaba al niñito en la alegría de la mañana de su vida; al corazón ansioso e inquieto de la juventud; a los hombres, que en la plenitud de sus años llevaban la carga de la responsabilidad, a los ancianos en su debilidad y cansancio. Su mensaje era para todos; para todo ser humano, de todo país y toda época. ED 74.2

Su enseñanza abarcaba las cosas del tiempo y la eternidad, las cosas visibles en su relación con las invisibles, los incidentes pasajeros de la vida común, y los solemnes sucesos de la vida futura. ED 74.3

Establecía la verdadera relación que existe entre las cosas de esta vida, como subordinadas a las de interés eterno, pero no ignoraba su importancia. Enseñaba que el cielo y la tierra están ligados, y que el conocimiento de la verdad divina prepara mejor al hombre para desempeñar las responsabilidades de la vida diaria. ED 74.4

Para él, nada carecía de propósito. Los juegos del niño, los trabajos del hombre, los placeres, afanes y dolores de la vida, eran medios que respondían a un fin: la revelación de Dios para la elevación de la humanidad. ED 74.5

De sus labios la Palabra de Dios llegaba a los corazones de los hombres con poder y significado nuevos. Su enseñanza proyectó nueva luz sobre toda la creación. En la faz de la naturaleza se vio una vez más la luz que el pecado había eclipsado. En todos los hechos e incidentes de la vida, se revelaba una lección divina y la posibilidad de gozar de la compañía de Dios. El Señor volvió a morar en la tierra; los corazones humanos percibieron su presencia; el mundo fue rodeado por su amor. El cielo descendió a los hombres. En Cristo, sus corazones reconocieron a Aquel que les había dado acceso a la ciencia de la eternidad: ED 74.6

“Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.
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ED 74.7

En el Maestro enviado por Dios halla su centro toda verdadera obra educativa. De la obra de hoy, lo mismo que de la que estableció hace mil ochocientos años*, el Salvador dice: ED 74.8

“Yo soy el primero y el último”.
““Yo soy el Alfa y la Omega, el principio, y el fin”14.
ED 75.1

En presencia de semejante Maestro, de semejante oportunidad para obtener educación divina, es una necedad buscar educación fuera de él, esforzarse por ser sabio fuera de la Sabiduría; ser sincero mientras se rechaza la Verdad; buscar iluminación aparte de la Luz, y existencia sin la Vida; apartarse del Manantial de aguas vivas, y cavar cisternas rotas que no pueden contener agua. ED 75.2

Todavía mantiene la invitación: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. “El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”15. ED 75.3