La Educación

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Capítulo 5—La educación de Israel

“Jehová solo lo guió”. Deuteronomio 32:12.
“Lo rodeó, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo”.
Deuteronomio 32:10.

El sistema de educación establecido en el Edén tenía por centro a la familia. Adán era “hijo de Dios”1 y de su Padre recibieron instrucción los hijos del Altísimo. Su escuela era, en el más exacto sentido de la palabra, una escuela de familia. ED 33.1

En el plan divino de la educación, adaptado a la condición del ser humano después de la caída, Cristo figura como representante del Padre, como eslabón de unión entre Dios y la humanidad; él es el gran Maestro del ser humano, y dispuso que los hombres y mujeres fueran representantes suyos. La familia era la escuela, y los padres eran los maestros. ED 33.2

La educación que tenía por centro la familia fue la que prevaleció en los días de los patriarcas. Dios proveyó, para las escuelas así establecidas, las condiciones más favorables para el desarrollo del carácter. Las personas que estaban bajo su dirección seguían el plan de vida que Dios había indicado al principio. Los que se separaron de Dios se edificaron ciudades y, congregados en ellas, se gloriaban del esplendor, el lujo y el vicio que hace de las ciudades de hoy el orgullo del mundo y su maldición. Pero los hombres que se aferraban a los principios de vida establecidos por Dios moraban en los campos y cerros. Cultivaban la tierra, cuidaban rebaños, y en su vida libre e independiente, llena de oportunidades para trabajar, estudiar y meditar, aprendían de Dios y enseñaban a sus hijos sus obras y caminos. ED 33.3

Este era el método educativo que Dios deseaba establecer en Israel. Pero cuando los israelitas fueron sacados de Egipto, había pocos entre ellos que estuvieran preparados para ser colaboradores con Dios en la educación de sus hijos. Los padres mismos necesitaban instrucción y disciplina. Puesto que habían sido esclavos durante toda su vida, eran ignorantes, incultos y degradados. Tenían poco conocimiento de Dios y una débil fe en él. Estaban confundidos por enseñanzas falsas y corrompidos por su largo contacto con el paganismo. Dios deseaba elevarlos a un nivel moral más alto, y con este propósito trató de inculcarles el conocimiento de sí mismo. ED 34.1

Mientras erraban por el desierto, en sus marchas de aquí para allá, en su exposición al hambre, la sed y el cansancio, bajo la amenaza de enemigos paganos, y en las manifestaciones de la Providencia que trabajaba para librarlos, Dios, al revelarles el poder que actuaba continuamente para bien de ellos, trataba de fortalecer su fe. Y después de enseñarlos a confiar en su amor y su poder, era su propósito presentarles, en los preceptos de su ley, la norma de carácter que, por medio de su gracia, deseaba que alcanzaran. ED 34.2

Durante su permanencia en el Sinaí, Israel recibió lecciones preciosas. Fue un período de preparación especial para cuando heredaran la tierra de Canaán. El ambiente allí era más favorable para el cumplimiento del propósito de Dios. Sobre la cima del Sinaí, haciendo sombra sobre la llanura donde estaban diseminadas las tiendas del pueblo, descansaba la columna de nube que los había guiado durante el viaje. De noche, una columna de fuego les daba la seguridad de la protección divina y, mientras dormían, caía suavemente sobre el campamento el pan del cielo. Por todas partes, las enormes montañas escarpadas hablaban, en su solemne grandeza, de la paciencia y la majestad eternas. Se hizo sentir al hombre su ignorancia y debilidad en presencia de Aquel que “pesó los montes con balanza y con pesas los collados2. Allí, por la manifestación de su gloria, Dios trató de impresionar a Israel con la santidad de su carácter y de sus exigencias, y con la excesiva culpabilidad de la desobediencia. ED 34.3

Pero el pueblo era tardo para aprender la lección. Acostumbrado en Egipto a las representaciones materiales más degradantes de la Deidad, era difícil que concibiera la existencia o el carácter del Invisible. Compadecido de su debilidad, Dios le dio un símbolo de su presencia. “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos”3. ED 35.1

En cuanto a la construcción del santuario como morada de Dios, Moisés recibió instrucciones para hacerlo de acuerdo con el modelo de las cosas que estaban en los cielos. El Señor lo llamó al monte y le reveló las cosas celestiales; y el tabernáculo, con todo lo perteneciente a él, fue construído a semejanza de ellas. ED 35.2

Así reveló Dios a Israel, al cual deseaba hacer morada suya, su glorioso ideal del carácter. El modelo se les mostró en el monte, en ocasión de la promulgación de la ley dada en el Sinaí, y cuando Dios pasó ante Moisés y dijo: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad”4. ED 35.3

Pero por sí mismos, eran impotentes para alcanzar ese ideal. La revelación del Sinaí únicamente podía impresionarlos con su necesidad e impotencia. Otra lección debía enseñar el tabernáculo mediante su servicio de sacrificios: La lección del perdón del pecado y el poder de obedecer para vida, a través del Salvador. ED 35.4

Por medio de Cristo se había de cumplir el propósito simbolizado por el tabernáculo: Ese glorioso edificio, cuyas paredes de oro brillante reflejaban en los matices del arco iris las cortinas bordadas con figuras de querubines, la fragancia del incienso que siempre ardía y compenetraba todo, los sacerdotes vestidos con ropas de blancura inmaculada, y en el profundo misterio del recinto interior, sobre el propiciatorio, entre las figuras de los ángeles inclinados en adoración, la gloria del lugar santísimo. Dios deseaba que en todo su pueblo leyera su propósito para el alma humana. El mismo propósito expresó el apóstol Pablo mucho después, inspirado por el Espíritu Santo: ED 35.5

“¿Acaso no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios está en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”5. ED 35.6

Grandes fueron el privilegio y el honor otorgados a Israel al encargársele la construcción del santuario, pero grande fue también su responsabilidad. Un pueblo que acababa de escapar de la esclavitud debía erigir en el desierto un edificio de extraordinario esplendor, que requería para su construcción el material más costoso y la mayor habilidad artística. Parecía una empresa estupenda. Pero Aquel que había dado el plano del edificio, se comprometía a cooperar con los constructores. ED 35.7

“Habló Jehová a Moisés y le dijo: “Mira, yo he llamado por su nombre a Bezaleel hijo de Uri hijo de Hur, de la tribu de Judá, y lo he llenado del espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, para labrar piedras y engastarlas, tallar madera y trabajar en toda clase de labor. He puesto junto a él a Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu de Dan, y he puesto sabiduría en el ánimo de todo sabio de corazón, para que hagan todo lo que te he mandado””6. ED 36.1

¡Qué escuela artesanal era la del desierto: tenía por maestros a Cristo y sus ángeles! ED 36.2

Todo el pueblo debía cooperar en la preparación del santuario y sus utensilios. Había trabajo para el cerebro y las manos. Se requería gran variedad de material, y todos fueron invitados a contribuir de acuerdo con la gratitud de sus corazones. ED 36.3

De ese modo, con el trabajo y las donaciones, se les enseñaba a cooperar con Dios y con sus semejantes. Además, debían cooperar en la preparación del edificio espiritual, es a saber, el templo de Dios en el alma. ED 36.4

Desde que salieron de Egipto habían recibido lecciones para su instrucción y disciplina. Aun antes de salir de allí se había esbozado una organización provisoria, y el pueblo había sido distribuido en grupos bajo el mando de jefes. Junto al Sinaí se completó la organización. En la administración hebrea se manifestaba el orden tan notable que caracteriza todas las obras de Dios. Él era el centro de la autoridad y el gobierno. Moisés, su representante, debía ejecutar sus leyes en su nombre. Luego se organizó el consejo de los setenta; les seguían los sacerdotes y príncipes, e inferiores a ellos los “jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez”7, y finalmente los encargados de deberes especiales. El campamento estaba arreglado con orden exacto: en el medio estaba el tabernáculo, morada de Dios, y alrededor las tiendas de los sacerdotes y levitas. Alrededor de estas, cada tribu acampaba junto a su bandera. ED 36.5

Se hacían respetar leyes higiénicas estrictas, que eran obligatorias para el pueblo, no tan solo por ser necesarias para la salud, sino como una condición para retener entre ellos la presencia del Santo. Moisés les declaró por autoridad divina: “Jehová tu Dios anda en medio de tu campamento, para librarte [...] por tanto, tu campamento ha de ser santo”8. ED 36.6

La educación de los israelitas incluía todos sus hábitos de vida. Todo lo que se refería a su bienestar era objeto de la solicitud divina y estaba comprendido en la jurisdicción de la ley de Dios. Hasta en la provisión de alimento, Dios buscó su mayor bien. El maná con que los alimentaba en el desierto era de tal naturaleza que aumentaba su fuerza física, mental y moral. Aunque tantos se rebelaron contra la sobriedad de ese régimen alimentario, y desearon volver a los días cuando, según decían, “nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos”9, la sabiduría de la elección de Dios para ellos se vindicó de un modo que no pudieron refutar. A pesar de las penurias de la vida del desierto, no había una persona débil en todas las tribus. ED 37.1

En todos los viajes debía ir a la cabeza del pueblo el arca que contenía la ley de Dios. El lugar para acampar lo señalaba el descenso de la columna de nube. Mientras esta descansaba sobre el tabernáculo, permanecían en el lugar. Cuando se levantaba, reanudaban la marcha. Tanto cuando hacían alto como cuando partían, se hacía una solemne invocación. “Cuando el Arca se movía, Moisés decía: “¡Levántate, Jehová! ¡Que sean dispersados tus enemigos”. Y cuando ella se detenía, decía: “¡Descansa, Jehová, entre los millares de millares de Israel!””10 ED 37.2

Mientras el pueblo vagaba por el desierto, el canto era un medio para grabar en sus mentes muchas lecciones preciosas. Cuando fueron librados del ejército del faraón, toda la hueste de Israel se unió en un canto de triunfo. Por el desierto y el mar resonaron a lo lejos las estrofas de júbilo y en las montañas repercutieron los acentos de alabanza: “¡Cantad a Jehová, porque se ha cubierto de gloria”11. Con frecuencia se repetía durante el viaje este canto que animaba los corazones y encendía la fe de los peregrinos. Por indicación divina se expresaban también los mandamientos dados desde el Sinaí, con las promesas del favor de Dios y el relato de los milagros que hizo para librarlos, en cantos acompañados de música instrumental, a cuyo compás marchaba el pueblo mientras unía sus voces en alabanza. ED 37.3

De ese modo se apartaban sus pensamientos de las pruebas y dificultades del camino, se calmaba el espíritu inquieto y turbulento, se inculcaban en la memoria los principios de la verdad, y la fe se fortalecía. La acción en concierto servía para enseñar el orden y la unidad, y el pueblo se ponía en más íntima comunión con Dios y con sus semejantes. ED 37.4

En cuanto al trato de Dios con Israel, durante los cuarenta años de su peregrinación por el desierto, Moisés declaró: ED 38.1

“Como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga [...] para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos”12. ED 38.2

“Lo halló en tierra de desierto, en yermo de horrible soledad; lo rodeó, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo. Como el águila que excita su nidada, revoloteando sobre sus pollos, así extendió sus alas, lo tomó, y lo llevó sobre sus plumas. Jehová solo lo guió, y con él no hubo dios extraño”13. ED 38.3

“Porque se acordó de su santa palabra dada a Abraham su siervo. Sacó a su pueblo con gozo; con júbilo a sus escogidos. Les dio las tierras de las naciones y las labores de los pueblos heredaron, para que guardaran sus estatutos y cumplieran sus leyes. ¡Aleluya!”14 ED 38.4

Dios rodeó a Israel de toda clase de facilidades y privilegios que hicieran de él un honor para su nombre y una bendición para las naciones vecinas. Le prometió que, si andaba en el camino de la obediencia, lo exaltaría “sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria”. “Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán”. Las naciones que oyeran esa declaración habrían de decir: “Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta”15. ED 38.5

En las leyes encomendadas a Israel fueron dadas instrucciones explícitas en cuanto a la educación. Dios se había revelado a Moisés, en el Sinaí, como “misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad”16. Estos principios, incluidos en su ley, debían ser enseñados a los niños, por los padres y las madres de Israel. Moisés les declaró por indicación de Dios: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”17. ED 38.6

Estas cosas no debían ser enseñadas como una teoría seca. Los que enseñan la verdad deben practicar sus principios. Únicamente al reflejar el carácter de Dios en la justicia, la nobleza y la abnegación de sus propias vidas, pueden impresionar a otros. ED 38.7

La verdadera educación no consiste en inculcar por la fuerza la instrucción en una mente que no está lista para recibirla. Hay que despertar las facultades mentales, lo mismo que el interés. A esto respondía el método de enseñanza de Dios. El que creó la mente y ordenó sus leyes, dispuso su desarrollo de acuerdo con ellas. En el hogar y el santuario, por medio de los elementos de la naturaleza y el arte, en el trabajo y en las fiestas, en el edificio sagrado y la piedra fundamental, por medio de métodos, ritos y símbolos innumerables, Dios dio a Israel lecciones que ilustraban sus principios y conservaban el recuerdo de sus obras maravillosas. Entonces, al levantarse una pregunta, la instrucción dada impresionaba la mente y el corazón. ED 38.8

En las providencias tomadas para la educación del pueblo escogido, se pone de manifiesto que la vida que tiene por centro a Dios es una vida completa. Él provee los recursos para satisfacer toda necesidad que ha implantado, y trata de desarrollar toda facultad impartida. ED 39.1

Como Autor de toda belleza, y amante de lo hermoso, Dios proveyó el medio de satisfacer en sus hijos el amor a lo bello. También hizo provisión para sus necesidades sociales, para las relaciones bondadosas y útiles que tanto hacen para cultivar la compasión, animar y endulzar la vida. ED 39.2

Como medios de educación, las fiestas de Israel ocupaban un lugar importante. En la vida común, la familia era escuela e iglesia, y los padres eran los maestros, tanto en las cosas seculares como en las religiosas. Pero tres veces al año se dedicaban algunos días al intercambio social y al culto. Estas reuniones se celebraron primero en Silo y luego en Jerusalén. Solo se exigía que estuvieran presentes los padres y los hijos, pero nadie deseaba perder la oportunidad de asistir y, siempre que era posible, todos los miembros de la casa asistían, y junto con ellos, como participantes de su hospitalidad, estaban el extranjero, el levita y el pobre. ED 39.3

El viaje a Jerusalén, hecho al sencillo estilo patriarcal, en medio de la belleza de la estación primaveral, las riquezas del verano, o la gloria y la madurez del otoño, era una delicia. Desde el anciano canoso hasta el niñito, acudían todos con una ofrenda de gratitud a encontrarse con Dios en su santa morada. Durante el viaje, los niños hebreos oían el relato de los sucesos del pasado, las historias que tanto a los jóvenes como a los viejos les gustaba recordar. Se cantaban las canciones que habían animado a los que erraban por el desierto. Se cantaban también los mandamientos de Dios que, ligados a las benditas influencias de la naturaleza y a la bondadosa asociación humana, se fijaban para siempre en la memoria de más de un niño o joven. ED 39.4

Las ceremonias presenciadas en Jerusalén, en relación con la ceremonia pascual; la reunión de la noche, los hombres con los lomos ceñidos, los pies calzados, el cayado en la mano, la comida apresurada, el cordero, el pan sin levadura, las hierbas amargas, y el relato hecho en medio de un solemne silencio, de la historia de la aspersión de la sangre, el ángel que hería de muerte, y la imponente partida de la tierra de cautiverio, eran de tal índole que agitaban la imaginación e impresionaban el corazón. ED 40.1

La fiesta de las cabañas, de los tabernáculos o de las cosechas, con sus ofrendas de la huerta y del campo, el acampar durante una semana bajo enramadas, las reuniones sociales, el servicio recordativo sagrado, y la generosa hospitalidad hacia los obreros de Dios: los levitas del santuario, y hacia sus hijos: el extranjero y el pobre, elevaba todas las mentes en gratitud hacia Aquel que había coronado el año con sus bondades, y cuyas huellas destilan abundancia. ED 40.2

Los israelitas devotos ocupaban así un mes entero del año. Era un lapso libre de preocupaciones y trabajos, y casi enteramente dedicado, en su sentido más verdadero, a los fines de la educación. ED 40.3

Al distribuir la herencia de su pueblo, Dios se propuso enseñarle, y por medio de él, a las generaciones futuras, los principios correctos referentes a la propiedad. La tierra de Canaán fue repartida entre todo el pueblo, a excepción únicamente de los levitas, como ministros del santuario. Aunque alguien vendiera, transitoriamente, su posesión, no podía enajenar la herencia de sus hijos. En cualquier momento en que estuviera en condición de hacerlo podía redimirla; las deudas eran perdonadas cada siete años, y el año quincuagésimo, o de jubileo, toda propiedad volvía a su dueño original. De ese modo la herencia de cada familia estaba asegurada y se proveía una salvaguardia contra la pobreza o la riqueza extremas. ED 40.4

Por medio de la distribución de la tierra entre los miembros del pueblo, Dios proveyó para ellos, igual que a los moradores del Edén, la ocupación más favorable al desarrollo: El cuidado de las plantas y los animales. Otra provisión para la educación fue la suspensión de toda labor agrícola cada séptimo año, durante el cual se dejaba abandonada la tierra, y sus productos espontáneos pertenecían al pobre. De ese modo se daba oportunidad para profundizar el estudio, para que se realizaran cultos y hubiera intercambio social, y para practicar la generosidad, frecuentemente descuidada por los afanes y trabajos de la vida. ED 40.5

Si hoy día se practicaran en el mundo los principios de las leyes de Dios, concernientes a la distribución de la propiedad, ¡cuán diferente sería la condición de la gente! La observancia de estos principios evitaría los terribles males que en todas las épocas han provenido de la opresión ejercida por el rico sobre el pobre, y el odio de este hacia aquel. Al mismo tiempo que impediría la acumulación de grandes riquezas, tendería a impedir la ignorancia y degradación de decenas de miles de personas, quienes al recibir un miserable pago por su trabajo son víctimas de aquellos cuyo único interés es acumular fortunas colosales. Contribuiría a obtener una solución pacífica de los problemas que amenazan ahora con llenar al mundo de anarquía y derramamiento de sangre. ED 41.1

La consagración a Dios de un diezmo de todas las entradas, ya fueran de la huerta o la cosecha, del rebaño o la manada, del trabajo manual o del intelectual; la consagración de un segundo diezmo destinado al alivio del pobre y otros usos benéficos, tendía a mantener siempre presente ante el pueblo el principio de que Dios es dueño de todo, y que ellos tenían la oportunidad de ser los canales a través de los cuales fluyeran sus bendiciones. Era una educación adaptada para acabar con todo egoísmo, y cultivar la grandeza y la nobleza de carácter. ED 41.2

El conocimiento de Dios, la comunión con él en el estudio y el trabajo, la semejanza a él en carácter, habían de ser la fuente, el medio y el blanco de la educación de Israel, educación impartida por Dios a los padres, y que ellos debían transmitir a sus hijos. ED 41.3