Testimonios Selectos Tomo 3

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Capítulo 59—Los siervos de Dios

Dios eligió a Abrahán como mensajero suyo para comunicar por su medio luz al mundo. La palabra de Dios no llegó a él presentándole perspectivas halagüeñas de un salario elevado en esta vida, o un gran aprecio y honores mundanales. “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré,” fué el mensaje divino enviado a Abrahán. El patriarca obedeció, y “salió sin saber dónde iba” como portador divino, para mantener el nombre de Dios vivo en la tierra. Abandonó su país, su hogar, sus parientes y todas las gratas compañías de la primera parte de su vida, para hacerse peregrino y advenedizo en la tierra. 3TS 374.1

Con frecuencia, es más esencial de lo que muchos creen que las relaciones sostenidas en la primera parte de la vida queden rotas, a fin de que aquellos que han de hablar “en lugar de Cristo” estén en situación de poder ser educados por Dios y de prepararse para su gran obra. Con frecuencia los parientes y amigos tienen una influencia que, según Dios puede ver, habría de estorbar grandemente las instrucciones que él se propone dar a sus siervos. Los que no están en relación con el cielo harán sugestiones que si se escuchan, apartarán de su obra santa a aquellos que debieran ser portadores de luz al mundo. 3TS 374.2

Antes que Dios pudiese usarle, Abrahán debía separarse de sus asociados anteriores, a fin de no ser dominado por la influencia humana, y dejar de fiar en la ayuda humana. 3TS 374.3

Una vez que se hubo relacionado con Dios, este hombre debía morar entre extraños. Su carácter debía ser peculiar, diferente de todo el mundo. No podía siquiera explicar su conducta de manera comprensible para sus amigos, porque eran idólatras; las cosas espirituales deben discernirse espiritualmente; por lo tanto sus motivos y sus actos no podían ser comprendidos por sus deudos y amigos. 3TS 374.4

La implícita obediencia de Abrahán fué uno de los casos más notables de fe y confianza en Dios que se encuentran en los anales sagrados. Con la sola promesa de que sus descendientes poseerían Canaán, sin la menor evidencia externa, siguió adonde Dios le llevaba, cumpliendo plena y sinceramente las condiciones de su parte y confiando en que el Señor cumpliría fielmente su palabra. El patriarca fué adonde Dios le indicó que era su deber ir; pasó por el desierto sin terror; vivió entre naciones idólatras, con el único pensamiento: “Dios habló; estoy obedeciendo a su voz; él me guiará y protegerá.” 3TS 375.1

Los mensajeros de Dios necesitan hoy una fe y una confianza como la que tuvo Abrahán. Pero muchos de aquellos a quienes el Señor podría usar, no quieren avanzar, oyendo y obedeciendo a su voz sobre todas las demás. La relación con sus deudos y amigos, las antiguas costumbres y compañías, tienen a menudo tanta influencia sobre los siervos de Dios que él no puede darles sino poca instrucción, comunicarles poco conocimiento de sus propósitos; y con frecuencia después de un tiempo los pone a un lado y llama en su lugar a otros, a quienes prueba de la misma manera. El Señor haría mucho por sus siervos, si ellos estuviesen completamente consagrados a él, estimando sus servicios por encima de los vínculos de la parentela, y toda otra asociación terrenal. 3TS 375.2

Los ministros del evangelio tienen una obra sagrada. Tienen que dar al mundo un solemne mensaje de amonestación, un mensaje que será sabor de vida para vida, o de muerte para muerte. Son mensajeros de Dios al hombre, y nunca deben perder de vista su misión ni sus responsabilidades. No son como los mundanos; ni pueden ser como ellos. Si fuesen fieles a Dios, conservarían su carácter separado y santo. Dejan de estar relacionados con el cielo, están en mayor peligro que otros, y pueden ejercer más intensa influencia en la mala dirección; porque Satanás tiene constantemente su ojo sobre ellos, esperando que manifiesten alguna debilidad, por la cual pueda hacer un ataque con éxito. ¡Cómo se regocija cuando tiene éxito! porque cuando el que es embajador de Cristo no está en guardia, por su medio el gran adversario puede asegurarse muchas almas. 3TS 375.3

Los que están íntimamente relacionados con Dios pueden no prosperar en las cosas de esta vida; son con frecuencia afligidos y probados. José fué vilipendiado y perseguido porque conservó su virtud e integridad. David, el mensajero elegido de Dios, fué acechado como una fiera por sus perversos enemigos. Daniel fué arrojado al foso de los leones, porque era fiel e íntegro en su fidelidad a Dios. Job fué privado de sus posesiones mundanales, y tan afligido en su cuerpo que le aborrecían sus parientes y amigos; sin embargo, conservó su fidelidad e integridad a Dios. Jeremías habló las palabras que Dios había puesto en su boca, y su sencillo testimonio enfureció de tal manera al rey y a los príncipes que le arrojaron a una asquerosa mazmorra. Esteban fué apedreado porque predicaba a Cristo, y Cristo crucificado. Pablo fué encarcelado, azotado, apedreado, y finalmente muerto, porque era fiel mensajero en llevar el evangelio a los gentiles. El amado Juan fué desterrado a la isla de Patmos, “por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.” 3TS 376.1

Estos ejemplos de firmeza humana, mediante la fuerza del poder divino, son para el mundo un testimonio de la fidelidad de las promesas de Dios, de su permanente presencia y de su gracia sostenedora. Cuando el mundo mira a estos hombres humildes, no puede discernir el valor moral que tienen para Dios. Es una obra de fe el reposar serenamente en Dios en la hora más sombría, por severamente probado y agitado por la tempestad que uno esté, y el sentir que nuestro Padre está en el timón. Sólo el ojo de la fe puede ver más allá de las cosas del tiempo y de los sentidos para estimar el valor de las riquezas eternas. 3TS 376.2

Un gran jefe militar conquista naciones, sacude los ejércitos de medio mundo; pero muere de desilusión, en el destierro. El filósofo que recorre el universo encontrando por doquiera las manifestaciones del poder de Dios y deleitándose en su armonía, con frecuencia deja de contemplar en estas admirables maravillas la mano que las formó. “Mas el hombre no permanecerá en honra: es semejante a las bestias que perecen.” Ninguna esperanza de inmortalidad gloriosa alumbra el futuro de los enemigos de Dios. Pero los héroes de la fe tienen la promesa de una herencia más valiosa que cualesquiera riquezas terrenales, una herencia que satisfará los anhelos del alma. Pueden ser desconocidos por el mundo, pero son anotados como ciudadanos en los libros de registro del cielo. Una grandeza exaltada, un eterno peso de gloria, será la recompensa final de aquellos a quienes Dios ha hecho herederos de todo. 3TS 376.3

Los ministros del evangelio deben hacer de la verdad de Dios el tema de su estudio, meditación y conversación. La mente que se espacia mucho en la voluntad de Dios revelada al hombre, será fuerte en la verdad. Los que leen y estudian con el ferviente deseo de tener luz divina, sean ministros o no, no tardarán en descubrir en las Escrituras una belleza y armonía que cautivarán su atención, elevarán sus pensamientos y les darán una inspiración y una energía de argumentos que les harán poderosos para convencer y convertir las almas. 3TS 377.1

Hay peligro de que los ministros que profesan creer la verdad presente se queden satisfechos con presentar la teoría solamente, mientras que sus propias almas no sientan su poder santificador. Algunos no tienen el amor de Dios en el corazón para actualizar, amoldar y ennoblecer su vida. El salmista declara del hombre bueno: “En la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.” Se refiere a su propia experiencia, y declara: “¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.” “Previnieron mis ojos las vigilias de la noche, para meditar en tus dichos.” 3TS 377.2

Ningún hombre está calificado para levantarse en el púlpito sagrado a menos que haya sentido la influencia transformadora de la verdad de Dios sobre su propia alma. Entonces, y no antes, puede, por precepto y ejemplo, representar debidamente la vida de Cristo. Pero muchos, en su trabajo, se ensalzan a sí mismos más bien que a su Maestro; y sus conversos se han convertido al ministro, en vez de a Cristo. 3TS 378.1

Me duele saber que algunos de los que predican la verdad presente hoy no son hombres verdaderamente convertidos. No están relacionados con Dios. Tienen una religión mental, pero ninguna conversión del corazón; y éstos son los que más confían en sí mismos y creen bastarse a sí mismos; y esta confianza propia les impedirá adquirir la experiencia esencial para ser obreros eficaces en la viña del Señor. ¡Ojalá pudiese despertar a los que aseveran ser atalayas en los muros de Sión, para que comprendiesen su responsabilidad! Se despertarían y asumirían una posición más elevada por Dios; porque hay almas que perecen por su negligencia. Deben tener la devoción sincera hacia Dios que los conducirá a ver como Dios ve, y a recibir de él las palabras de amonestación y hacer oír la alarma a los que están en peligro. El Señor no ocultará su verdad del centinela fiel. Los que hacen la voluntad de Dios conocerán de su doctrina. “Entenderán los entendidos,” “mas los impíos obrarán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá.” Daniel 12:10. 3TS 378.2

Dijo Jesús a sus discípulos: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.” Quiero rogar a los que han aceptado la responsabilidad de ser maestros que primero aprendan humildemente, y permanezcan siempre como alumnos en la escuela de Cristo para recibir del Maestro lecciones de mansedumbre y humildad de corazón. La humildad de espíritu, combinada con la actividad ferviente, resultará en la salvación de las almas compradas a tan alto precio por la sangre de Cristo. El ministro puede comprender y creer la teoría de la verdad, y aun puede presentarla a otros; pero esto no es todo lo que se requiere de él. “La fe, si no tuviere obras, es muerta.” El necesita aquella fe que obra por amor y purifica el alma. Una fe viva en Cristo pondrá a toda acción de la vida y a toda emoción del alma en armonía con la verdad y con la justicia de Dios. 3TS 378.3

La inquietud, la exaltación propia, el orgullo, la pasión y todo otro rasgo de carácter que difiera de nuestro Dechado santo, deben ser vencidos; y entonces la humildad, la mansedumbre y la sincera gratitud a Jesús por su gran salvación, fluirán continuamente del manantial puro del corazón. La voz de Jesús debe oírse en el mensaje que cae de los labios de su embajador. 3TS 379.1

Debemos tener un ministerio convertido. La eficiencia y el poder que acompañan a un ministro verdaderamente convertido harían temblar a los hipócritas de Sión y harían temer a los pecadores. El estandarte de la verdad y de la santidad está siendo arrastrado en el polvo. Si los que hacen oír las solemnes notas de amonestación para este tiempo pudiesen comprender cuán responsables son ante Dios, verían la necesidad que tienen de la oración ferviente. Cuando las ciudades eran acalladas en el sueño de la medianoche, cuando cada hombre había ido a su casa, Cristo, nuestro ejemplo, se dirigía al monte de las Olivas, y allí, en medio de los árboles que le ocultaban, pasaba toda la noche en oración. El que no tenía mancha de pecado, el que era alfolí de bendición; Aquel cuya voz oían a la cuarta vela de la noche, cual bendición celestial, los aterrorizados discípulos, en medio de un mar tormentoso, y cuya palabra levantaba a los muertos de sus sepulcros, era el que hacía súplicas con fuerte clamor y lágrimas. No oraba por sí, sino por aquellos a quienes había venido a salvar. Al convertirse en suplicante, y buscar de la mano de su Padre nueva provisión de fuerza, salía refrigerado y vigorizado como substituto del hombre, identificándose con la humanidad doliente y dándole un ejemplo de la necesidad de la oración. 3TS 379.2

Su naturaleza era sin mancha de pecado. Como Hijo del Hombre, oró al Padre, mostrando que la naturaleza humana requiere todo el apoyo divino que el hombre puede obtener a fin de quedar fortalecido para su deber y preparado para la prueba. Como Príncipe de la vida, tenía poder con Dios y prevaleció por su pueblo. Este Salvador, que oró por los que no sentían la necesidad de la oración, y lloró por los que no sentían la necesidad de las lágrimas, está ahora delante del trono, para recibir y presentar ante su Padre las peticiones de aquellos por quienes oró en la tierra. Nos toca seguir el ejemplo de Cristo. La oración es una necesidad en nuestro trabajo por la salvación de las almas. Sólo Dios puede dar crecimiento a la semilla que sembramos. 3TS 380.1

Fracasamos muchas veces porque no comprendemos que Cristo está con nosotros por medio de su Espíritu, tan ciertamente como cuando, en los días de su humillación, vivía en la tierra. El tiempo transcurrido no ha obrado cambio alguno en la promesa que hiciera a sus discípulos al separarse y ser alzado de ellos al cielo: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” El ordenó que debía haber una sucesión de hombres herederos de la autoridad de los primeros maestros de la fe, para que continuasen predicando a Cristo y a Cristo crucificado. El gran Maestro ha delegado potestad en sus siervos que tienen “este tesoro en vasos de barro.” Cristo dirigirá la obra de sus embajadores, si ellos aguardan sus instrucciones y su dirección. 3TS 380.2

Los ministros que son verdaderamente representantes de Cristo serán hombres de oración. Con fervor y fe innegable, rogarán a Dios por que sean fortalecidos para el deber y la prueba, y por que sus labios sean santificados mediante el toque del vivo carbón del altar, a fin de que puedan pronunciar las palabras de Dios a la gente. “El Señor Jehová me dió lengua de sabios, para saber hablar en sazón palabra al cansado; despertará de mañana, despertaráme de mañana oído, para que oiga como los sabios.” 3TS 380.3

Cristo dijo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte.” ¿Quién puede calcular el resultado de las oraciones del Salvador del mundo? Cuando Jesús vea el fruto del trabajo de su alma y quede satisfecho, entonces se verá y comprenderá el valor de sus fervientes oraciones mientras su divinidad estaba velada con humanidad. 3TS 381.1

Jesús oró no sólo por uno solo, sino por todos sus discípulos: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo.” Su ojo atravesó el obscuro velo del futuro, y leyó la biografía de cada hijo e hija de Adán. Sintió las cargas y tristezas de toda alma agitada por la tempestad; y esta oración ferviente incluyó al mismo tiempo que sus discípulos vivos a todos los que le siguiesen hasta el fin del mundo. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.” Sí; esa oración de Cristo nos abarca aún a nosotros. Debemos ser consolados por el pensamiento de que tenemos un gran Intercesor en el cielo, que presenta nuestras peticiones ante Dios. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” En la hora de mayor necesidad, cuando el desaliento quisiera abrumar el alma, es entonces cuando el vigilante ojo de Jesús ve que necesitamos su ayuda. La hora de la necesidad humana es la hora de la oportunidad de Dios. Cuando todo apoyo humano fracasa, entonces Jesús acude en nuestro auxilio, y su presencia despeja las tinieblas y disipa la nube de lobreguez. 3TS 381.2

En su barquichuelo, sobre el mar de Galilea, en medio de la tempestad y las tinieblas, los discípulos luchaban para alcanzar la orilla, pero todos sus esfuerzos eran infructuosos. Cuando la desesperación se estaba apoderando de ellos, vieron a Jesús que andaba sobre las ondas espumosas. Pero al principio no reconocieron la presencia de Cristo, y su terror aumentó hasta que su voz, que les decía: “Yo soy; no tengáis miedo,” disipó sus temores y les infundió esperanza y gozo. Entonces, ¡cuán voluntariamente los pobres y cansados discípulos cesaron en sus esfuerzos y lo confiaron todo al Maestro! 3TS 381.3

Este sorprendente incidente ilustra la experiencia de los que siguen a Cristo. ¡Con cuánta frecuencia nos aferramos a los remos, como si nuestra propia fuerza y sabiduría bastaran, hasta que encontramos inútiles nuestros esfuerzos. Entonces, con manos temblorosas y fuerza desfalleciente, entregamos el trabajo a Jesús y confesamos que no podemos cumplirlo. Nuestro misericordioso Redentor se compadece de nuestra debilidad; y cuando, en respuesta al clamor de la fe, él asume la obra que le pedimos que haga, ¡cuán fácilmente realiza lo que nos parecía tan difícil! 3TS 382.1

La historia del antiguo pueblo de Dios nos proporciona muchos ejemplos en que prevaleció la oración. Cuando los amalecitas atacaron el campamento de Israel en el desierto, Moisés sabía que su pueblo no estaba preparado para el encuentro. Mandó a Josué con un puñado de soldados para hacer frente al enemigo, mientras él mismo, con Aarón y Hur, se situó en una colina que dominaba el campo de batalla. Allí, el hombre de Dios presentó el caso al Unico que podía darles la victoria. Con manos extendidas hacia el cielo, Moisés oró fervientemente por el éxito de los ejércitos de Israel. Se observó que mientras sus manos permanecían elevadas, Israel prevalecía contra el enemigo; pero cuando por el cansancio las dejaba caer, Amalec prevalecía. Aarón y Hur sostuvieron las manos de Moisés, hasta que la victoria, plena y completa, fué de Israel, y sus enemigos fueron ahuyentados del campo. 3TS 382.2

Este ejemplo había de ser hasta el fin del tiempo una lección para todo Israel de que Dios es la fortaleza de su pueblo. Cuando Israel triunfaba, era porque Moisés alzaba las manos hacia el cielo, e intercedía en su favor; de manera que cuando todo el Israel de Dios prevalece, es porque el Poderoso asume su caso y pelea sus batallas por ellos. Moisés no pidió ni creyó que Dios vencería a sus enemigos mientras Israel permanecía inactivo. Ordenó todas sus fuerzas y las mandó tan bien preparadas como se lo permitían sus medios, y luego llevó todo el asunto a Dios en oración. Moisés, en el monte, rogaba al Señor, mientras que Josué, con sus valientes soldados, estaba abajo haciendo cuanto podía para rechazar a los enemigos de Israel y de Dios. 3TS 382.3

La oración que proviene de un corazón sincero y creyente es la oración eficaz y fervorosa que puede mucho. Dios no contesta siempre nuestras oraciones como nosotros lo esperamos, porque tal vez no pidamos lo que sería para nuestro mayor beneficio. Pero en su sabiduría y amor infinitos, él nos dará las cosas que más necesitamos. Feliz el ministro que tenga un Aarón y Hur que fielmente fortalezcan sus manos cuando se cansan, y le sostengan por la fe y la oración. Un apoyo tal es una ayuda poderosa para el siervo de Dios en su obra, y con frecuencia hará triunfar gloriosamente la causa de la verdad. 3TS 383.1

Después de la transgresión de Israel, cuando éste se hizo el becerro de oro, Moisés volvió a interceder ante Dios en favor de su pueblo. El tenía cierto conocimiento de aquellos que habían sido confiados a su cuidado; conocía la perversidad del corazón humano, y comprendía las dificultades con que debía contender. Pero había aprendido por experiencia que a fin de tener influencia sobre el pueblo, debía tener primero poder con Dios. El Señor leyó la sinceridad y el propósito abnegado del corazón de su siervo, y condescendió en comunicarse con este débil mortal cara a cara, como un hombre habla con un amigo. Moisés se confió a Dios a sí mismo junto con todas sus cuitas, y abrió libremente su alma delante de él. El Señor no reprendió a su siervo, sino que condescendió en escuchar sus súplicas. 3TS 383.2

Moisés tenía un profundo sentimiento de su indignidad y de su falta de capacidad para la gran obra a la cual Dios le había llamado. Suplicó con intenso fervor que el Señor fuese con él. La respuesta que recibió fué: “Mi rostro irá contigo, y te haré descansar.” Pero Moisés no creía que podía conformarse con esto. Había ganado mucho, pero anhelaba acercarse más a Dios, y obtener mayor seguridad de su permanente presencia. Había llevado la carga de Israel; había soportado un peso abrumador de responsabilidad; cuando el pueblo pecaba, él sufría intenso remordimiento, como si él mismo fuese culpable; y ahora oprime su alma un sentimiento de los terribles resultados que se producirán si Dios abandona a los hijos de Israel a la dureza e impenitencia de su corazón. No vacilarán en matar a Moisés, y por su propia temeridad y perversidad, no tardarán en caer presa de sus enemigos, y así deshonrarán el nombre de Dios ante los paganos. Moisés insiste en su petición con tanto fervor y sinceridad, que le llega la respuesta: “También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre.” 3TS 384.1

Al llegar a este punto esperaríamos que el profeta dejaría de interceder; pero no, envalentonado por su éxito, se atreve a acercarse más a Dios, con una santa familiaridad que supera casi nuestra comprensión. Hace luego una petición que ningún ser humano hizo antes: “Ruégote que me muestres tu gloria.” ¡Qué petición de parte de un ser mortal finito! Pero, ¿es rechazado? ¿Le reprende Dios por su pretensión? No; oímos las misericordiosas palabras: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro.” 3TS 384.2

Ningún hombre podía ver la gloria revelada de Dios y sobrevivir; pero a Moisés se le asegura que él contemplará tanto de la gloria divina como puede soportar su estado mortal actual. Esa Mano que hizo el mundo, que sostiene las montañas en sus lugares, toma a este hombre del polvo, este hombre de poderosa fe; y, misericordiosa, le oculta en la hendedura de la peña, mientras la gloria de Dios y toda su benignidad pasan delante de él. ¿Podemos asombrarnos de que “la magnífica gloria” resplandecía en el rostro de Moisés con tanto brillo que la gente no le podía mirar? La impresión de Dios estaba sobre él, haciéndole aparecer como uno de los resplandecientes ángeles del trono. 3TS 384.3

Este incidente, y sobre todo la seguridad de que Dios oiría su oración, y de que la presencia divina le acompañaría, eran de más valor para Moisés como caudillo que el saber de Egipto, o todo lo que alcanzara en la ciencia militar. Ningún poder, habilidad o saber terrenales pueden reemplazar la inmediata presencia de Dios. En la historia de Moisés podemos ver cuán íntima comunión con Dios puede gozar el hombre. Para el transgresor es algo terrible caer en las manos del Dios viviente. Pero Moisés no tenía miedo de estar a solas con el Autor de aquella ley que había sido pronunciada con tan pavorosa sublimidad desde el monte Sinaí; porque su alma estaba en armonía con la voluntad de su Hacedor. 3TS 385.1

Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo. El ojo de la fe discernirá a Dios muy cerca, y el suplicante puede obtener preciosa evidencia del amor y del cuidado que Dios manifiesta por él. Pero, ¿por qué sucede que tantas oraciones no son nunca contestadas? Dice David: “A él clamé con mi boca, y ensalzado fué con mi lengua. Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera.” Por otro profeta, el Señor nos ha dado la promesa: “Y me buscaréis y hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” Y en otro lugar habla de algunos que “no clamaron a mí con su corazón.” Esas peticiones son oraciones de forma, servicio de labios solamente, que el Señor no acepta. 3TS 385.2

La oración que Natanael ofreció mientras estaba debajo de la higuera, provenía de un corazón sincero, y fué oída y contestada por el Maestro. Cristo dijo de él: “He aquí un verdadero israelita, en el cual no hay engaño.” El Señor lee el corazón de cada uno y comprende sus motivos y propósitos. “La oración de los rectos es su gozo.” El no será tardo en oír a aquellos que le abren su corazón, sin exaltarse a sí mismos, sino sintiendo sinceramente su gran debilidad e indignidad. 3TS 385.3

Hay necesidad de oración—de oración muy ferviente, sincera, como en agonía,—de oración como la que ofreció David cuando exclamó: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” “Yo he codiciado tus mandamientos;” “deseado he tu salud.” “Codicia y aun ardientemente desea mi alma los atrios de Jehová: mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.” “Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo.” Tal es el espíritu de la oración que lucha, como el que poseía el real salmista. 3TS 386.1

Daniel oró a Dios, sin ensalzarse a sí mismo ni pretender bondad alguna: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y haz; no pongas dilación, por amor a ti mismo. Dios mío.” Esto es lo que Santiago llama la oración eficaz y ferviente. De Cristo se dice: “Estando en agonía, oraba más intensamente.” ¡Qué contraste presentan con esta intercesión de la Majestad celestial las débiles y tibias oraciones que se ofrecen a Dios! Muchos se conforman con el servicio de los labios, y pocos tienen un anhelo sincero, ferviente y afectuoso por Dios. 3TS 386.2

La comunión con Dios imparte al alma un íntimo conocimiento de su voluntad. Pero muchos de los que profesan la fe, no saben lo que es la verdadera conversión. No han experimentado la comunión con el Padre por medio de Jesucristo, y no han sentido el poder de la gracia divina para santificar el corazón. Orando y pecando, pecando y orando, viven llenos de malicia, engaño, envidia, celos y amor propio. Las oraciones de esta clase son abominación delante de Dios. La verdadera oración requiere las energías del alma y afecta la vida. El que presenta así sus necesidades delante de Dios, siente la vacuidad de todo lo demás bajo el cielo. “Delante de ti están todos mis deseos—dijo David;—y mi suspiro no te es oculto.” “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¡Cuándo vendré, y pareceré delante de Dios!” “Acordaréme de estas cosas, y derramaré sobre mí mi alma.” 3TS 386.3

A medida que nuestro número aumenta, deben hacerse planes más amplios para satisfacer las demandas de los tiempos; pero no vemos aumento especial de la ferviente piedad, de la sencillez cristiana y de la devoción sincera. La iglesia parece conformarse con dar tan sólo los primeros pasos en la conversión. Sus miembros están más listos para la labor activa que para la devoción humilde, más listos para dedicarse al servicio religioso externo que a la obra interna del corazón. La meditación y la oración son descuidadas por el bullicio y la ostentación. La religión debe empezar vaciando y purificando el corazón, y debe ser nutrida por la oración diaria. 3TS 387.1

El progreso constante de nuestra obra, y el aumento de las facilidades, llenan el corazón y la mente de muchos de nuestros hermanos con satisfacción y orgullo, que tememos hayan de reemplazar el amor de Dios en el alma. La actividad intensa en la parte mecánica de la obra de Dios puede ocupar de tal manera la mente, que la oración sea descuidada, y la importancia y suficiencia propia, tan dispuestas a abrirse paso, reemplacen la verdadera bondad, mansedumbre y humildad de corazón. Puede oírse el celoso clamor: “¡El templo del Señor, el templo del Señor son éstos!” “Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová.” Pero, ¿dónde están los que llevan las cargas? ¿Dónde están los padres y las madres en Israel? ¿Dónde están los que llevan en el corazón la preocupación por las almas, y se acercan con íntima simpatía a sus semejantes, listos a colocarse en cualquier posición para salvarlos de la ruina eterna? 3TS 387.2

“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” “Vosotros sois—dijo Cristo,—la luz del mundo.” ¡Qué responsabilidad! Hay necesidad de ayuno, humillación y oración sobre nuestro decadente celo y espiritualidad languideciente. El amor de muchos se está enfriando. Los esfuerzos de muchos de nuestros predicadores no son lo que debieran ser. Cuando algunos de los que carecen del Espíritu y del poder de Dios entran en un nuevo campo, empiezan denunciando a las demás denominaciones, pensando que pueden convencer a la gente de la verdad presentando las inconsecuencias de las iglesias populares. En algunas ocasiones, puede parecer necesario hablar de estas cosas, pero en general ello no hace sino crear prejuicios contra nuestra obra, y cierra los oídos de muchos que de otra manera podrían haber escuchado la verdad. Si estos maestros estuviesen íntimamente relacionados con Cristo, tendrían sabiduría divina para saber cómo acercarse a la gente. No se olvidarían tan pronto de las tinieblas y del error, la pasión y el prejuicio que los separaban a ellos mismos de la verdad. 3TS 387.3

Si estos maestros trabajasen con el espíritu del Maestro, obtendrían resultados muy diferentes. Con mansedumbre y longanimidad, gentileza y amor, aunque con fervor decidido, tratarían de conducir a estas almas errantes a un Salvador crucificado y resucitado. Cuando hagan esto, veremos a Dios obrar en los corazones de los hombres. Dice el gran apóstol: “Nosotros coadjutores somos de Dios.” ¡Qué obra para los pobres mortales! Se nos suministran las armas espirituales para pelear la “buena batalla de la fe;” pero algunos parecen haber sacado de la panoplia del cielo solamente los rayos y los truenos. ¿Hasta cuándo persistirán estos defectos? 3TS 388.1

En medio de un interés religioso, algunos descuidan la parte más importante de la obra. Dejan de visitar a aquellos que han mostrado interés al presentarse noche tras noche para escuchar la explicación de las Escrituras y no llegan a familiarizarse con ellos. La conversación sobre temas religiosos, y la oración ferviente con los tales al debido tiempo, podría encaminar a muchas almas en la debida dirección. Los ministros que descuidan su deber al respecto no son verdaderos pastores del rebaño. Mientras debieran ser más activos en conversar y orar con los interesados, algunos se dedicarán a escribir cartas innecesariamente largas a personas lejanas. ¡Oh! ¿qué estamos haciendo por el Maestro? Cuando termine el tiempo de gracia, ¡cuántos verán las oportunidades que descuidaron en cuanto a prestar servicio para su amado Señor que murió por ellos! Y aun los que son tenidos como más fieles, verán que podrían haber hecho mucho más si sus mentes no hubiesen sido distraídas por el ambiente mundano. 3TS 388.2

Suplicamos a los heraldos del evangelio de Cristo, que nunca se desalienten en la obra y nunca consideren ni aun al pecador más empedernido fuera del alcance de la gracia de Dios. Los tales pueden aceptar la verdad con amor, y llegar a ser la sal de la tierra. El que desvía los corazones de los hombres como se desvían los ríos de agua, puede hacer que el alma más egoísta y endurecida por el pecado se entregue a Cristo. ¿Hay algo demasiado difícil para Dios? “Mi palabra—dice él,—que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” 3TS 389.1

Dios no pondrá su bendición sobre los que son negligentes, egoístas y amantes de la comodidad; los que no quieren llevar cargas en su causa. El “Bien, buen siervo” será pronunciado solamente sobre aquellos que hayan hecho bien. Cada hombre ha de ser recompensado “según fuere su obra.” Queremos un ministerio activo, hombres de oración que luchen con Dios como lo hiciera Jacob, y digan: “No te dejaré, si no me bendices.” Si queremos obtener la corona del vencedor, debemos ejercitar todo nervio y toda facultad. Nunca podremos ser salvos en la inactividad. El ser ocioso en la viña del Señor, es renunciar a todo derecho a la recompensa de los justos. 3TS 389.2