Mensajes Selectos Tomo 2

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Elena de White en su hora de aflicción

En la aflicción por la que pasé recientemente, tuve una visión más cercana de la eternidad. Es como si hubiese sido llevada ante el gran trono blanco, y hubiera visto mi vida tal como aparecería desde allí. No puedo encontrar nada de qué jactarme, ningún mérito que presentar en mi favor. Mi exclamación es: “Soy indigna, indigna del más pequeño de tus favores, oh Dios mío”. Mi única esperanza yace en un Salvador crucificado y resucitado. Reclamo para mí los méritos de la sangre de Cristo. Jesús salvará hasta lo máximo al que confíe en él. 2MS 305.3

A veces resulta difícil para mí tener un rostro gozoso cuando mi corazón está deshecho por la angustia. Pero no permitiré que mi aflicción arroje una sombra sobre los que me rodean. Los períodos de aflicción y de angustia con frecuencia se tornan más aflictivos y perturbadores de lo que deberían ser, porque es nuestra costumbre entregarnos sin reservas al dolor. Determiné desterrar este mal con la ayuda del Señor; pero mi resolución ha sido severamente probada. La muerte de mi esposo constituyó un golpe muy pesado para mí, y lo sentí más agudamente porque fue repentino. Cuando vi el sello de la muerte sobre su rostro, mis sentimientos fueron casi insoportables. Anhelaba llorar en medio de mi angustia. Pero sabía que eso no recuperaría la vida de mi esposo amado, y pensé que no sería una actitud cristiana el entregarme a la aflicción. Busqué ayuda y consuelo de arriba, y las promesas de Dios se cumplieron para mí. La mano del Señor me sustentó. Es un pecado el entregarse sin reservas al dolor y a los lamentos. Por la gracia de Cristo podemos actuar con compostura y aun con gozo cuando estamos sometidos a las pruebas. 2MS 305.4

Aprendamos una lección de ánimo y fortaleza de la última entrevista de Cristo con sus apóstoles. Estaban por separarse. Nuestro Salvador estaba por recorrer la senda cruenta que lo conduciría al Calvario. Nunca hubo una experiencia más difícil que aquella por la que él pronto pasaría. Los apóstoles habían oído las palabras con que Cristo había predicho sus sufrimientos y su muerte, de modo que sus corazones estaban cargados de dolor y sus mentes distraídas por la duda y el temor. Sin embargo, no hubo ninguna clase de alboroto, y nadie se abandonó al dolor. Nuestro Salvador pasó esas últimas horas solemnes y trascendentales pronunciando palabras de consuelo y seguridad para sus discípulos, y luego todos se unieron para cantar un himno de alabanza... 2MS 306.1

Un tiempo para orar y alabar

Cuando nos rodean las dificultades y las pruebas, deberíamos acudir a Dios y esperar confiadamente en Aquel que es poderoso para salvar y fuerte para librar. Debemos pedir la bendición de Dios si es que queremos recibirla. La oración es un deber y una necesidad; ¿pero no descuidamos la alabanza? ¿No deberíamos agradecer más a menudo al Dador de todas nuestras bendiciones? Necesitamos cultivar la gratitud. Deberíamos contemplar frecuentemente y volver a contar las mercedes de Dios, y alabar y glorificar su santo nombre, aun cuando experimentemos dolor y aflicción... 2MS 306.2

Es grande la misericordiosa bondad con que el Señor nos trata. Nunca dejará ni olvidará a los que confían en él. Si pensáramos y habláramos menos de nuestras pruebas, y más de la misericordia y la bondad de Dios, nos sobrepondríamos a una buena parte de nuestra tristeza y perplejidad. Hermanos míos que pensáis que estáis entrando en la senda tenebrosa, y que tal como los cautivos de Babilonia debéis colgar vuestras arpas sobre los sauces, convirtamos la prueba en un canto de gozo. Podéis decir: ¿Cómo puedo cantar con una perspectiva tan oscura delante de mí, con esta carga de aflicción y dolor sobre mi alma? ¿Pero nos han privado las aflicciones terrenales del Amigo todopoderoso que tenemos en Jesús? El maravilloso amor de Dios manifestado en el don de su amado Hijo, ¿no debería ser constantemente un tema de gozo? Cuando llevemos nuestras peticiones al trono de la gracia, no olvidemos de ofrecer también himnos de agradecimiento. “El que sacrifica alabanza me honrará”. Salmos 50:23. La vida eterna de nuestro Salvador nos proporciona un motivo constante de gratitud y alabanza.—The Review and Herald, 1 de noviembre de 1881. 2MS 307.1