La Historia de la Redención

192/232

Lutero ante el concilio

Por fin Lutero compareció ante el concilio. El emperador estaba en su trono, rodeado de los más ilustres personajes del imperio. Nunca ningún hombre había comparecido ante una asamblea tan imponente como aquella ante la cual compareció Martín Lutero para responder por su fe. HR 364.1

La mera presencia del reformador en esa ocasión era un victoria incontestable de la verdad. El hecho de que un hombre a quien el papa había condenado fuera juzgado por otro tribunal, era virtualmente una negación de la suprema autoridad del pontífice. El reformador, puesto en entredicho, y a quien el papa había prohibido que se relacionara con otros seres humanos, recibió seguridad de protección, y se le concedió una audiencia ante los más altos dignatarios de la nación. Roma le había ordenado guardar silencio, pero estaba a punto de hablar en presencia de miles de personas procedentes de todas partes de la cristiandad. Con calma y espíritu pacífico, pero con un valor inmenso y noble, se puso de pie como testigo de Dios entre los grandes de la tierra. Lutero formuló sus respuestas con un tono de voz respetuoso y humilde, sin manifestaciones de violencia o pasión. Sus modales eran discretos y respetuosos; no obstante lo cual manifestó una confianza y un gozo que sorprendieron a la asamblea. HR 364.2

Los que decididamente cerraron los ojos a la luz, y decidieron no dejarse convencer por la verdad, se enfurecieron ante el poder de las palabras de Lutero. Cuando terminó de hablar el vocero de la Dieta dijo con ira: “No has contestado la pregunta que se te formuló... Se te ordena dar una respuesta clara y precisa... ¿Quieres retractarte o no?” HR 364.3

El reformador contestó: “Puesto que vuestra majestad serenísima y vuestra alteza suprema requieren de mí una respuesta clara, sencilla y precisa, os voy a dar una, que es ésta: No puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día que con frecuencia han errado y se han contradicho mutuamente. A menos, por supuesto, que se me convenza mediante el testimonio de la Escritura o por medio de un razonamiento claro, a menos que sea persuadido por medio de los pasajes que he citado, y a menos que de ese modo se ate mi conciencia a la Palabra de Dios, no quiero ni puedo retractarme, porque no es prudente que un cristiano hable en contra de su conciencia. Aquí estoy, no puedo hacer otra cosa; Dios me ayude. Amén”. HR 365.1

De esa manera este justo se mantuvo sobre el seguro fundamento de la Palabra de Dios. La luz del cielo iluminaba su rostro. La grandeza y la pureza de su carácter, su paz y su alegría de corazón, eran evidentes para todos mientras él daba testimonio contra el poder del error y en favor de la superioridad de la fe que vence al mundo. HR 365.2

Se mantuvo firme como una roca mientras las poderosas olas del poder mundanal lo azotaban inmisericordemente. La sencilla fuerza de sus palabras, su impavidez, su mirada serena y elocuente, y la inalterable determinación manifestada en cada palabra y cada acto produjeron una profunda impresión en la asamblea. Era evidente que no se lo podía obligar, ni mediante promesas ni amenazas, a someterse a las órdenes de Roma. HR 365.3

Cristo habló por medio del testimonio de Lutero con un poder y una majestad tales que en ese momento inspiraron tanto a amigos como a enemigos con un sentimiento de reverencia y admiración. El Espíritu de Dios estuvo presente en ese concilio, e impresionó los corazones de los dignatarios del imperio. Varios príncipes reconocieron abiertamente la justicia de la causa de Lutero. Muchos se convencieron de la verdad, pero en algunos las impresiones recibidas no fueron duraderas. Hubo otros que en ese momento no manifestaron sus convicciones pero que, después de escudriñar las Escrituras por sí mismos, en el futuro se pusieron osadamente de parte de la Reforma. HR 366.1

El elector Federico aguardó con ansiedad la aparición de Lutero ante la Dieta y escuchó su discurso con profunda emoción. Se regocijó ante el valor, la firmeza y el dominio propio del doctor, y se sintió orgulloso de ser su protector. Comparó los distintos partidos que participaron en la contienda, y vio que la sabiduría de los papas, los reyes y los prelados quedaba reducida a nada frente al poder de la verdad. El papado había experimentado una derrota que se sentiría en todas las naciones y en todos los tiempos. HR 366.2

Si el reformador hubiera cedido en un solo punto, Satanás y sus huestes habrían ganado la victoria. Pero mediante su inquebrantable firmeza la iglesia se emancipó y—comenzó una era nueva y mejor. La influencia de ese hombre solitario, que se atrevió a pensar y a actuar por sí mismo con respecto a asuntos religiosos, debía afectar a la iglesia y al mundo no sólo en su propia época, sino también en todas las generaciones futuras. Su firmeza y su fidelidad fortalecerían a todos los que pasaran por una experiencia similar, hasta el fin del tiempo. El poder y la majestad de Dios prevalecerán sobre las ideas de los hombres, y sobre el extraordinario poder de Satanás. HR 366.3

Vi que Lutero era ardiente y celoso, impávido y osado al reprobar el pecado y al defender la verdad. No temía ni a los impíos ni a los demonios; sabía que tenía a su lado a Alguien más poderoso que todos ellos. Lutero poseía celo, valor y osadía, y a veces estaba en peligro de irse a los extremos. Pero Dios suscitó a Melanchton, que tenía un carácter totalmente opuesto, para que ayudara a Lutero a llevar adelante la obra de la Reforma. Melanchton era tímido, temeroso, cauteloso y poseía una tremenda paciencia. Dios lo amaba mucho. Poseía un gran conocimiento de las Escrituras, y su juicio y su sabiduría eran excelentes. Su amor por la causa de Dios se equiparaba con el de Lutero. El Señor unió los corazones de estos dos hombres; eran amigos inseparables. Lutero resultó de gran ayuda para Melanchton cuando éste se hallaba en peligro de ser temeroso y lento, y Melanchton a su vez fue de gran ayuda para Lutero cuando éste se encontraba ante el peligro de avanzar con demasiada rapidez. HR 367.1

La previsora cautela de Melanchton a menudo evitó los problemas que podrían haber sobrevenido a la causa si la obra hubiera sido dejada en manos de Lutero; y de vez en cuando la obra no hubiera avanzado con suficiente rapidez si se la hubiera dejado sólo a Melanchton. Se me mostró la sabiduría de Dios al elegir a estos dos hombres para que llevaran a cabo la obra de la Reforma. HR 367.2